—Pero ¿se encuentra bien?
—Estaba un poco deshidratada, pero el médico ha dicho que por lo demás estaba bien… He intentado hablar con la niña…, parece buena chica, pero es muy reservada.
—¿Cómo se llama, lo sabes?
—Sí… Vicky…, se llama Vicky Bennet.
Elin Frank aumenta la intensidad en el tramo final, la cinta zumba con más fuerza, su respiración se acelera. Elin aumenta la inclinación, sigue subiendo y luego empieza a aminorar la marcha.
Después hace estiramientos en la barra de ballet delante del gran espejo sin mirarse a sí misma a los ojos. Se quita las zapatillas sin desatarlas y sale del gimnasio con pasos pesados y piernas temblorosas. Delante del cuarto de baño se quita el sujetador, que ya se ha enfriado, lo tira al suelo, se baja los pantalones y las bragas, se los termina de quitar con los pies y se mete en la ducha.
Cuando el agua caliente empieza a deslizarse por la nuca y los músculos comienzan a relajarse, siente cómo le vuelve la angustia. Es como si tuviera la histeria a flor de piel. Hay algo en su interior que quiere gritar hasta desgañitarse y no parar de llorar. Pero Elin reprime el impulso y cambia la temperatura del agua hasta que sale helada. Se obliga a sí misma a quedarse donde está. Levanta la cara hacia el chorro, aguanta así hasta que no puede soportar el dolor en las sienes, cierra el grifo, sale de la ducha y empieza a secarse.
Elin sale de su espacioso vestidor en falda de terciopelo de media pierna y un body de tanga de nailon de la última colección de Wolford. La piel de sus brazos y hombros se refleja a través de las piedrecitas brillantes insertadas en la tela negra, una tela tan fina que Elin tiene que usar unos guantes especiales de seda para ponerse la prenda.
Robert está en la sala de lectura sentado en una butaca de piel de cordero hojeando papeles y distribuyéndolos en diferentes carpetas de cuero.
—¿Quién es esa niña sobre la que preguntaba el policía?
—Nadie —responde Elin.
—¿Algo de lo que debamos preocuparnos?
—No.
Robert Bianchi ha sido su asesor y secretario durante los últimos seis años. Es gay, pero nunca ha tenido una relación estable.
Elin cree que lo que le gusta es que lo vean saliendo con hombres guapos. Fue Jack quien propuso que contratara a un secretario homosexual para así evitarse los celos. Elin recuerda haberle contestado que por ella no había ningún problema, siempre y cuando no fuera amanerado en las formas.
Se sienta a su lado en la otra butaca y estira las piernas para enseñarle a Robert los zapatos de tacón.
—Maravillosos —sonríe él.
—Ya he visto la agenda del resto de la semana —dice Elin.
—Dentro de una hora tienes la recepción en el Clarion Hotel Sign.
Un gran autobús que pasa por la calle Strandvägen hace temblar las puertas correderas de la sala. Elin siente la mirada casi imperceptible de Robert, pero en lugar de devolvérsela se limita a apartarse la crucecita de diamantes del hueco de la yugular.
—Una vez… Jack y yo estuvimos cuidando a una niña que se llamaba Vicky —dice y traga saliva.
—¿La adoptasteis?
—No, tenía madre, sólo éramos un recurso temporal, pero yo…
Se queda callada y hace correr la crucecita por la cadena.
—¿Cuándo fue eso?
—Unos años antes de que empezaras a trabajar aquí —responde—. Pero por aquel entonces yo no estaba en el equipo directivo del consorcio y Jack empezaba a colaborar con Zentropa.
—No me tienes que explicar nada.
—Siempre he pensado que estábamos preparados, con lo bien que nos va ahora, sabíamos que no sería fácil, pero… Este país no hay quien lo entienda. Quiero decir, primero todo fue tan meticuloso, tuvimos que reunirnos con asistentes sociales y tramitadores, había que analizarlo absolutamente todo, desde la economía hasta la vida sexual…, pero en cuanto nos dieron el aprobado sólo tardaron tres días en entregarnos a la niña y tuvimos que arreglárnoslas nosotros solos. Me parece bastante raro. No nos explicaron nada de ella ni nos dieron ningún tipo de ayuda.
—Lo de siempre.
—Queríamos hacer algo realmente bueno…, y esa niña estuvo viviendo aquí nueve meses de forma intermitente. Intentaron devolvérsela a la madre muchas veces, pero la cosa siempre terminaba con Vicky durmiendo entre cartones en algún garaje de las afueras de Estocolmo.
—Qué triste —dice Robert.
—Al final Jack y yo ya no tuvimos ánimos para salir a buscarla en plena noche y llevarla a urgencias o simplemente meterla en la bañera y darle de comer… Seguro que habríamos terminado separándonos igualmente, pero… una noche me dijo que tenía que elegir…
Elin mira a Robert con una sonrisa vacía.
—Aún no entiendo por qué me tenía que dar a elegir.
—Porque sólo piensa en sí mismo —dice Robert.
—Pero si no éramos más que un recurso, yo no podía escoger entre él y una niña que no iba a estar aquí más que unos meses, era una locura… Y Jack sabía que en aquella época yo dependía completamente de él.
—No —replica Robert.
—Pero es verdad, era así —dice Elin—. De manera que cuando la madre de Vicky consiguió una nueva vivienda estuve de acuerdo en que Jack llamara a los servicios sociales…, quiero decir, aquella vez todo parecía que iba a ir bien con la madre…
Se le rompe la voz y Elin se sorprende al notar las lágrimas en los ojos.
—¿Por qué nunca me habías contado esto?
Elin se seca las mejillas y responde sin entender por qué prefiere mentirle a Robert:
—No tiene importancia, no es que vaya pensando en ello todo el día.
—Hay que seguir adelante —dice Robert, disculpándola.
—Sí —susurra ella y luego se lleva las manos a la cara.
—¿Qué pasa? —pregunta Robert preocupado.
—Robert —dice ella con un suspiro y levanta la mirada—. No tengo nada que ver con esto, pero el policía que ha venido me ha contado que Vicky ha matado a dos personas.
—¿Te refieres a eso que acaba de pasar allí arriba, en la provincia de Norrland?
—No lo sé.
—¿Mantienes algún tipo de contacto con ella? —pregunta él despacio.
—No.
—No puedes dejar que te vinculen con todo este asunto.
—Lo sé…, está claro que haría cualquier cosa para ayudarla, pero…
—Mantente al margen.
—A lo mejor debería llamar a Jack.
—No, no lo hagas.
—Tiene que saberlo.
—No a través de ti —replica Robert—. Tú sólo te pondrás triste, sabes lo que pasa cada vez que hablas con él…
Elin intenta esbozar una sonrisa de afirmación y pone la mano encima de los dedos calientes de Robert.
—Ven mañana a las ocho y repasaremos los compromisos de la semana que viene.
—Vale —dice Robert y abandona la sala.
Elin coge el teléfono pero espera a que Robert haya cerrado con llave la puerta de entrada antes de marcar el número de Jack.
Parece afónico y adormilado cuando contesta:
—¿Elin? ¿Sabes qué hora es? No puedes llamar…
—¿Estabas durmiendo?
—Sí.
—¿Solo?
—No.
—¿Eres sincero para no hacerme daño o para…?
—Estamos divorciados, Elin —la interrumpe.
Elin se mete en el dormitorio, pero se queda de pie con la mirada fija en la cama de matrimonio.
—Dime que me echas de menos —susurra.
—Buenas noches, Elin.
—Puedes quedarte con el piso de Broome Street, si quieres.
—No lo quiero, es a ti a quien le gusta Nueva York.
—La policía cree que Vicky ha matado a dos personas.
—¿Nuestra Vicky?
La boca de Elin empieza a temblar y las lágrimas vuelven a brotar en sus ojos.
—Sí…, han estado aquí preguntando por ella.
—Qué triste —dice él en voz baja.
—¿No podrías venir? Te necesito…, puedes traerte a Norah si quieres, no me pondré celosa.
—Elin…, no voy a ir a Estocolmo.
—Perdona que te haya llamado —dice ella, y cuelga.
En una de las plantas superiores del número 21 de la calle Kungsbron están la sede oficial del Ministerio Público para Asuntos Policiales y el Departamento de Asuntos Internos de la Policía Judicial. Joona está sentado en un pequeño despacho junto a Mikael Båge, jefe del departamento, y Helene Fiorine, la secretaria ejecutiva.
—En la fecha señalada, la policía secreta efectuó una
razzia
contra la Brigada, un grupo activista de extrema izquierda —dice Båge y carraspea antes de seguir—. El expediente acusa al comisario Linna de la policía judicial de haber estado presente en la misma dirección al mismo tiempo que eso ocurría o poco antes…
—Es correcto —responde Joona mirando por la ventana, desde donde se ven las vías del ferrocarril y la bahía de Barnhusviken.
Helene Fiorine suelta el bolígrafo y la libreta, pone cara de sentirse molesta y a continuación hace un gesto de súplica impaciente.
—Joona, tengo que pedirte que te tomes el expediente en serio —le dice.
—Lo hago —responde él ausente.
Helene Fiorine tarda unos instantes de más en apartar la mirada de los ojos plateados de Joona antes de coger el bolígrafo y asentir con la cabeza.
—Antes de que terminemos —dice Mikael Båge, y se hurga el oído prolongadamente— debo sacar a colación la sospecha principal que te señala a ti…
—Podría tratarse de una confusión —se apresura a explicar Helene—. Que las dos investigaciones por desgracia se cruzaran.
—Pero en la acusación que se te hace —continúa Båge mirándose el dedo— se afirma que la maniobra de la policía secreta fracasó debido a que tú habías avisado al círculo interno de la Brigada.
—Sí, lo hice —responde Joona.
Helene Fiorine se levanta de la silla pero no sabe qué decir. Se queda de pie mirando a Joona con ojos tristes.
—¿Avisaste a los activistas de la
razzia
? —pregunta Båge sonriendo.
—Los chavales eran unos inmaduros —explica Joona—. Pero no eran peligrosos ni…
—La policía secreta hizo otra valoración —lo interrumpe Båge.
—Sí —contesta Joona sin alterarse.
—Terminamos aquí con el primer interrogatorio —dice Helene Fiorine mientras empieza a recoger sus papeles.
El reloj marca las cuatro y media cuando Joona pasa por Tumba, donde una vez tuvo que analizar un triple homicidio en una casa adosada.
En el asiento del copiloto hay una lista de los últimos lugares por los que Vicky Bennet ha pasado, el último de los cuales es el Centro Birgitta y el primero la calle Strandvägen, 47.
Debe de haber hablado con alguna de las personas que la acogió. Tiene que haberse encomendado a alguien, en alguno de esos sitios tiene que haber nombrado a posibles amigos.
Lo único que ha dicho Elin Frank es que Vicky era bonita y entrañable.
«Bonita y entrañable», piensa Joona.
Para la opulenta familia Frank, Vicky era una niña vulnerable, una niña que necesitaba ayuda, alguien a quien tratar con compasión.
Era cuestión de beneficencia.
Pero para Vicky, Elin era la primera madre después de la suya propia.
Su vida en la calle Strandvägen debió de ser una experiencia completamente diferente. Allí no pasaba frío y tenía comida todos los días. Dormía en una cama y llevaba buena ropa. Durante muchos años recordaría su estancia con Elin y Jack con una luz especial.
Joona parpadea y cambia al carril izquierdo.
Ha estudiado la lista y ha decidido que esta vez empezará por el final. Antes del Centro Birgitta la niña estuvo en el centro de acogida de Ljungbacken, y antes de eso, dos semanas con la familia Arnander-Johansson, en la localidad de Katrineholm.
Le vuelve a la mente la escena de cuando Nålen y Frippe le quitaron las manos de la cara a Miranda. Tuvieron que luchar con las extremidades petrificadas. La muerta parecía resistirse, como si le diera vergüenza mostrarse ante los médicos.
Pero su cara estaba relajada y blanca como el nácar.
Según Nålen, Miranda estaba sentada en la silla y envuelta en el edredón cuando alguien la atacó con una piedra contundente. Seis o siete veces, sostenía Joona a juzgar por las salpicaduras.
Después, el homicida la puso en la cama y le colocó las manos sobre la cara.
Lo último que vio en vida fue a su asesino.
Joona aminora la marcha, cruza un antiguo barrio residencial de chalets y aparca junto a un seto de cincoenrama en flor.
Baja del coche y se acerca a un gran buzón de madera con una placa de latón: ARNANDER-JOHANSSON. Una mujer aparece por detrás de la casa con un cubo lleno de manzanas rojas. Tiene problemas de cadera y de vez en cuando tensa los labios de dolor. Es fuerte, tiene pechos voluptuosos y brazos carnosos.
—Se le acaba de escapar —dice la mujer cuando ve a Joona.
—Típico —bromea él.
—Ha tenido que ir al almacén… no sé qué de los albaranes.
—¿De quién estamos hablando? —pregunta Joona sonriendo.
La mujer deja el cubo en el suelo.
—Creía que venía a ver la cinta de correr.
—¿Cuánto cuesta?
—Siete mil, está nueva —responde ella y guarda silencio.
—Vengo de la policía judicial y me gustaría hacer unas preguntas.
—¿Sobre qué? —pregunta ella con voz débil.
—Vicky Bennet, que vivió aquí… hace casi un año.
La mujer asiente en silencio con expresión triste, señala la puerta y luego se dirige a ella. Joona la sigue hasta una cocina con mesa de madera, mantel hecho a mano y cortinas de flores en las ventanas, que dan al jardín. El césped está recién cortado. Cerca del límite con el vecino hay varios ciruelos y arbustos. Alrededor de una pequeña piscina azul celeste hay una tarima de madera. En el agua hay juguetes que se han acumulado junto al desagüe.
—Vicky se ha fugado —dice Joona sin preámbulos.
—Lo he leído en la prensa —susurra la mujer, y sube el cubo de manzanas a la encimera.
—¿Dónde cree que se esconde?
—Ni idea.
—¿Le habló alguna vez de amigos, chicos…?
—En realidad Vicky no vivió aquí —dice ella.
—¿Y eso?
—La cosa no cuajó —responde escueta, y se da la vuelta.
La mujer llena una jarra con agua y luego la vierte en el recipiente de la cafetera americana.
—Tendré que invitarle a un café —dice sin fuerzas.
Joona mira por la ventana y ve a dos niños rubios jugando a karate en el jardín. Ambos son delgados, están morenos y llevan bañadores holgados. El juego es un poco salvaje, demasiado duro, pero aun así se ríen todo el rato.