Joona lo alcanza antes de que el gordo haya tenido tiempo de ponerse de pie. Con una mano agarra al hombre por la garganta, lo levanta y lo aleja de Vicky, lo empuja, le parte la clavícula con la culata de la pistola, le suelta la garganta y le da una patada en el pecho. El gordo sale despedido y atraviesa la puerta de cristal.
El hombre cae de espaldas en la calle rodeado de una cascada de cristales y se queda tumbado bajo la luz azul de los coches patrulla.
Tres agentes uniformados se acercan corriendo apuntando al hombre, que se masajea el pecho con la mano al mismo tiempo que intenta incorporarse.
—¿Joona Linna? —pregunta uno de los policías.
Se quedan mirando al comisario, que se ha plantado en el umbral de la puerta destrozada mientras siguen cayendo algunos cristalitos sueltos del marco superior.
—Sólo soy un observador —responde Joona.
Deja la Glock sobre el asfalto y se pone de rodillas junto a Vicky. La chica está tumbada de espaldas y respira con dificultad. Tiene el brazo doblado en una posición extraña. Dante ha dejado de llorar y mira consternado a Joona mientras éste consuela a Vicky. Le acaricia la mejilla y le susurra que ya ha pasado todo. Un hilo de sangre brota de la nariz de la adolescente. Joona se pone de cuclillas y le aguanta la cabeza con delicadeza. Ella no abre los ojos ni reacciona cuando le habla, pero de vez en cuando sus pies dan un respingo.
El hombre que había salido disparado por la ventana se quedó un rato tumbado boca arriba, luego se incorporó y trató de marcharse arrastrándose por el suelo, pero en seguida se le echaron encima dos agentes que lo esposaron con las manos a la espalda.
El personal de urgencias de la primera ambulancia se encargó de inmovilizarle el cuello a Vicky con un collarín antes de subirla a la camilla.
Joona informó de la situación al mando operativo mientras dos patrullas de agentes se metían en el edificio por distintas puertas.
En la sala frigorífica encontraron a un hombre callado y pálido cuya mano derecha estaba clavada con un cuchillo al cuerpo de un cerdo colgado. El agente que lo descubrió llamó al personal sanitario y después tuvo que pedirle ayuda a un compañero para poder retirar el arma. La hoja raspó las costillas del animal y luego se desprendió de la carne con una leve succión. El hombre dejó caer la mano, la apretó contra su estómago con la prótesis, se tambaleó y se sentó en el suelo.
El hombre que había recibido seis balazos de la metralleta casera estaba muerto, pero el joven que apretó el gatillo cuando Joona le arrancó el pie de cuajo de un disparo seguía con vida. Se había salvado a sí mismo de morir desangrado haciéndose un torniquete con el cinturón justo por debajo de la rodilla. Cuando los agentes de policía aparecieron con las armas en alto el hombre se limitó a señalar débilmente su pie amputado, que estaba debajo de una mesa de despiece rodeado de un charco de sangre.
Al último que encontraron fue a Tobias Lundhagen, que se había escondido entre la basura en la oscuridad el almacén. Tenía la cara gravemente desfigurada y sangraba en abundancia, pero las heridas no ponían en peligro su vida. Intentó meterse aún más entre los escombros y, cuando los agentes lo sacaron tirándole de las piernas, temblaba de miedo.
El jefe de la policía judicial, Carlos Eliasson, ya ha sido informado de los sucesos en la zona del matadero cuando Joona lo llama desde la ambulancia.
—Un muerto, dos heridos graves y tres heridos leves —cita Carlos de memoria.
—Pero los chicos están vivos, se han salvado…
—Joona —suspira Carlos.
—Todo el mundo decía que se habían ahogado, pero yo sabía…
—Lo sé. Tenías razón —lo interrumpe su jefe—. Pero tienes un expediente abierto y tenías otras órdenes.
—¿Y se supone que lo tenía que dejar pasar, sin más? —pregunta Joona.
—Sí.
—Imposible.
Las sirenas se apagan, la ambulancia hace un giro cerrado y desaparece camino del hospital Södersjukhuset.
—La fiscal y su gente se encargarán de los interrogatorios, y a partir de ahora estás de baja por enfermedad y quedas desvinculado absolutamente de todo.
Joona da por hecho que la investigación de Asuntos Internos se pondrá peor y que incluso puede que le dicten un auto de procesamiento, pero todo lo que siente en este momento es un alivio increíble de saber que el pequeño Dante ha sido liberado de las fauces del lobo.
Cuando llegan al hospital baja por su propio pie de la ambulancia, pero en seguida le piden que se acueste en una camilla. El personal de urgencias levanta las protecciones laterales y lo llevan de inmediato a una consulta.
Mientras lo exploran y le curan las heridas intenta enterarse de cuál es el estado de Vicky Bennet y, en lugar de esperar su turno para las radiografías, sale en busca de la persona que está a cargo de la chica.
La doctora Lindgren es una mujer de baja estatura que está examinando la máquina del café con la frente fruncida.
Joona le explica que necesita saber si puede interrogar a Vicky hoy mismo.
La mujer lo escucha sin mirarlo. Aprieta el botón en el que pone «moca», espera a que se llene el vasito de plástico y luego le responde que ha pedido una tomografía de urgencia del cerebro de Vicky para diagnosticar posibles hemorragias intracraneales. Ha sufrido una grave conmoción cerebral, pero afortunadamente las venas comunicantes están intactas.
—Vicky tiene que quedarse en observación aquí en el hospital, pero en realidad no hay ningún impedimento para que la interrogues mañana por la mañana, si es que se trata de un asunto importante —explica la mujer y luego se marcha con el vasito de café.
La fiscal de Sundsvall, Susanne Öst, conduce dirección a Estocolmo. Ha decidido retener a la chica capturada. A las ocho de la mañana piensa hacerle el primer interrogatorio a Vicky Bennet, la adolescente de quince años sospechosa de dos asesinatos y un secuestro.
Joona Linna recorre el pasillo, se identifica y saluda al joven agente que está de guardia delante de la puerta 703 del hospital Södersjukhuset de Estocolmo.
Al otro lado, Vicky está sentada en la cama con las cortinas corridas. La chica tiene la cara manchada de heridas y moratones. Le han vendado la cabeza y escayolado la mano del pulgar roto. En la ventana está Susanne Öst, la fiscal de Sundsvall, con otra mujer. Joona va directo hasta Vicky sin saludarlas y se sienta en la silla que hay delante de la cama.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunta.
Vicky le dirige una mirada turbia y pregunta:
—¿Dante ha vuelto con su madre?
—Todavía está en el hospital, pero su madre está con él, no se separa de su lado.
—¿Está herido?
—No.
Vicky asiente en silencio y mira al vacío.
—¿Tú cómo estás? —repite Joona.
Ella se vuelve hacia él, pero la fiscal se aclara la garganta antes de que le dé tiempo a contestar.
—Tengo que pedirle a Joona Linna que abandone la habitación ahora —dice.
—Pues ya lo has hecho —responde él sin dejar de mirar a Vicky.
—No tienes ni voz ni voto en este caso —replica Susanne alzando la voz.
—Te van a hacer un montón de preguntas —le dice Joona a Vicky.
—Quiero que te quedes —pide ella en voz baja.
—No puedo —responde Joona con sinceridad.
Vicky susurra algo entre dientes y luego mira a Susanne Öst otra vez.
—No hablaré con nadie si Joona no está delante —exige tozuda.
—Se puede quedar si mantiene la boca cerrada.
Joona mira a Vicky y trata de entender cómo se puede llegar al interior de aquella chica.
Dos asesinatos son una carga tremenda para llevar a cuestas.
Cualquier otra persona de su edad ya se habría visto superada por la situación, habría llorado a más no poder y lo habría confesado todo. Pero esta chica no se quita la coraza ante nadie. Crea alianzas rápidas, pero permanece oculta y mantiene el control de la situación.
—Vicky Bennet —empieza la fiscal sonriendo—. Me llamo Susanne y soy yo quien va a hablar contigo, pero antes de empezar quiero decirte que grabaremos toda la conversación para que luego no nos olvidemos de nada… y porque no quiero tener que escribirlo a mano, lo cual no se me da muy bien puesto que soy bastante perezosa…
Vicky no la mira ni reacciona a ninguna de sus palabras. Susanne espera unos segundos sin dejar de sonreír y luego da fe de la hora, fecha y personas presentes en la sala.
—Siempre se hace esto antes de empezar —explica.
—¿Has entendido quiénes somos? —pregunta la otra mujer—. Yo soy Signe Ridelman, tu representante legal.
—Signe está aquí para ayudarte —aclara la fiscal.
—¿Sabes qué es un representante legal? —pregunta Signe.
Vicky asiente sin apenas mover la cabeza.
—Necesito una respuesta —pide Signe paciente.
—Lo entiendo —dice Vicky en voz baja y luego sonríe de oreja a oreja.
—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —pregunta la fiscal.
—Esto —dice Vicky tirando lentamente del catéter que le han puesto en el pliegue del codo y luego contempla impasible cómo la sangre corre por la piel blanca de su brazo.
Un pajarito se posa en el alféizar y rompe el silencio de la habitación. El fluorescente del techo emite un leve ronroneo.
—Te voy a pedir que me hables de ciertas situaciones —solicita Susanne Öst—. Y quiero que digas la verdad.
—Y nada más que la verdad —susurra Vicky cabizbaja.
—Hace nueve días… abandonaste tu habitación en el Centro Birgitta en plena noche —empieza la fiscal—. ¿Lo recuerdas?
—No he contado los días —responde la chica indiferente.
—Pero ¿recuerdas haber abandonado el Centro Birgitta en plena noche?
—Sí.
—¿Por qué? —pregunta Susanne Öst—. ¿Por qué te fuiste del Centro Birgitta en mitad de la noche?
Vicky estira lentamente de un hilito del vendaje de la mano.
—¿Lo habías hecho antes? —pregunta Susanne Öst.
—¿El qué?
—Irte del Centro Birgitta en plena noche.
—No —responde Vicky con voz de aburrida.
—¿Por qué lo hiciste en esa ocasión?
Al ver que Vicky no responde, la fiscal sonríe paciente y luego pregunta en tono más afable:
—¿Por qué estabas despierta tan tarde?
—No me acuerdo.
—Si retrocedemos algunas horas más, ¿recuerdas qué pasó? Todo el mundo se fue a dormir, pero tú estabas despierta. ¿Qué hacías?
—Nada.
—No estabas haciendo nada hasta que de pronto te fuiste del centro en plena madrugada, ¿no te parece un poco raro?
—No.
Vicky mira por la ventana. El viento sopla en los tejados y desplaza unas cuantas nubes que tapan el sol.
—Ahora quiero me expliques por qué te escapaste del Centro Birgitta —exige Susanne en un tono más severo—. Porque no me quedaré satisfecha hasta que me cuentes lo que pasó. ¿Te queda claro?
—No sé qué quieres que diga —responde Vicky en voz baja.
—Puede que te resulte difícil, pero lo vas a contar de todos modos.
La chica levanta la cabeza para mirar al techo y su boca se mueve levemente, como si estuviera buscando las palabras antes de decir en tono inseguro:
—Maté…
Se queda callada y toquetea el catéter con cuidado.
—Continúa —dice Susanne tensa.
Vicky se moja los labios y niega con la cabeza.
—Es mejor que lo expliques —dice Susanne—. Has dicho que mataste…
—Ah, sí… había una mosca cojonera en el cuarto, así que la maté y…
—¿Cómo coño…? Perdón, lo siento… pero se me hace muy raro que te puedas acordar de que mataste una mosca y no te acuerdes de por qué te escapaste del Centro Birgitta en plena noche.
La fiscal y Signe Ridelman han decidido hacer una breve pausa y salen un momento de la habitación. La luz gris de la mañana entra por el cristal estriado de la ventana y el cielo blanco se refleja en el gotero y en el metal cromado de los pies de la cama. Vicky Bennet está incorporada y jura entre dientes.
—¿A que sí? —replica Joona mientras se sienta en una silla al lado de la cama.
Vicky lo mira y sonríe un segundo.
—Pienso en Dante todo el rato —dice con voz débil.
—Se pondrá bien.
Vicky está a punto de decir algo, pero se lo guarda en cuanto oye que la fiscal y la representante legal vuelven a entrar.
—Has reconocido que te escapaste del Centro Birgitta en plena noche —dice la fiscal llena de energía—. En plena noche. En mitad del bosque. Eso no se hace sólo porque sí. Tenías una razón para irte, ¿verdad?
Vicky baja la mirada, se moja los labios, pero no dice nada.
—Responde —dice la fiscal alzando la voz—. Es lo mejor que puedes hacer.
—Sí…
—¿Por qué te escapaste?
La chica se encoge de hombros.
—Hiciste algo de lo que te cuesta mucho hablar, ¿no es así?
Vicky se frota la cara con fuerza.
—Tengo que hacerte estas preguntas —dice Susanne—. A ti te parecen pesadas, pero sé que te sentirás mucho mejor en cuanto confieses.
—¿De verdad?
—Sí.
Vicky se encoge de hombros, levanta la cabeza, se encuentra con los ojos de Susanne Öst y pregunta:
—¿Qué tengo que confesar?
—Lo que hiciste aquella noche.
—Maté una mosca.
La fiscal se levanta de golpe y sale de la habitación sin decir nada.
Son las ocho y cuarto de la mañana cuando Saga Bauer abre la puerta del despacho del fiscal jefe en la sede oficial del Ministerio Público para Asuntos Policiales. Mikael Båge, responsable del departamento de Asuntos Internos, se levanta cordial de una de las butacas.
Saga todavía tiene el pelo húmedo de la ducha y sus rizos, largos y rubios, mezclados con algunas trenzas de colores, le caen suavemente por la espalda y los hombros delgados. Lleva una tirita sobre el hueso de la nariz, pero es sorprendentemente hermosa.
Saga ha corrido diez kilómetros por la mañana y, como de costumbre, lleva un abrigo con capucha del Club de Boxeo Narva, vaqueros gastados y zapatillas de deporte.
—¿Saga Bauer? —pregunta Mikael Båge con una sonrisa abierta y extraña.
—Sí —responde ella.
Él se le acerca, se alisa la americana con las manos y la saluda.
—Discúlpame —dice—. Pero yo… no importa, ya lo habrás oído antes… pero si tuviera veinte años menos…