La vidente (50 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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Daniel se toma su tiempo para recuperar el aliento. Tiene la camisa empapada de sudor en la espalda.

Desde el último piso la vista es esplendorosa. El pico Tyskhuvudet se alza muy cerca de la casa y el Åreskutan, con su característica cabaña roja en la cumbre, está envuelto en una bruma otoñal. En el camino que sube desde Åre aparecen de pronto las luces azules de dos vehículos de policía. Pero la carretera que baja a Tegefors está vacía.

170

Joona lo había comprendido todo en cuanto Flora mencionó el nombre de su hermano. Antes de salir de la casa de Torkel ya había marcado el número de Anja y la secretaria le había cogido el teléfono mientras corría por el jardín. Cuando llegó al coche ya tenía la confirmación de que Daniel Grim era el chico adoptado por el barón Rånne.

Él era el Daniel del que Flora había hablado.

Daniel Grim era el chico que había matado a una niña en Delsbo delante de Flora hacía treinta y seis años.

Joona se sentó en el coche y marcó el número de Elin Frank. Daniel había ido con ella y con Vicky a Duved.

Mientras esperaba a que Elin contestara al teléfono cayó en la cuenta de por qué Elisabet tenía heridas en el lado equivocado de las manos.

Se había tapado la cara.

Daniel no deja testigos, no deja que nadie vea lo que hace.

Tras haber alertado a Elin llamó a la centralita general de la policía en Estocolmo y solicitó refuerzos y una ambulancia para Duved. En Kiruna los helicópteros estaban ocupados y las patrullas móviles tardarían por lo menos media hora en llegar a la casa.

Joona no tenía ninguna posibilidad de llegar a tiempo ya que había más de trescientos kilómetros entre Delsbo y Duved.

Cerró la puerta del coche y arrancó el motor justo cuando su jefe, Carlos Eliasson, lo llamó para preguntarle el motivo por el cual de repente sospechaba de Daniel Grim.

—Hace treinta y seis años mató a una niña exactamente de la misma manera que a la chica del Centro Birgitta —respondió Joona mientras avanzaba por el camino de tierra.

—Anja me ha enseñado las fotos del accidente de Delsbo —suspiró Carlos.

—No fue ningún accidente —dijo Joona tozudo.

—¿Cómo relacionas los dos casos?

—Las dos víctimas se estaban tapando los ojos cuando…

—Sé que Miranda lo hizo —lo interrumpió Carlos—. Pero coño, tengo las fotos de Delsbo delante. La víctima está tumbada sobre una sábana y tiene las manos…

—Movieron el cuerpo antes de que la policía llegara al sitio —dijo Joona

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé —respondió él.

—¿Se trata de tu tozudez o te lo ha dicho la adivina?

—Es una testigo —contestó Joona con un sombrío acento finlandés.

Carlos soltó una carcajada cansada y después dijo muy serio:

—Igualmente, todo eso ha prescrito, tenemos una fiscal que está llevando los cargos contra Vicky Bennet y tú estás siendo investigado por Asuntos Internos.

Cuando Joona salió a la carretera 84 en dirección a Sundsvall se puso en contacto con la policía de Västernorrland y solicitó una patrulla y técnicos para la casa de Daniel Grim. A través de la unidad de radio Rakel oyó que la policía de Jämtland calculaba llegar a la casa de Elin Frank en diez minutos.

171

La primera unidad móvil se detiene delante de la casa de Elin Frank, en la ladera de Tegefjället. Un agente se acerca al todoterreno urbano y apaga el motor mientras el otro desenfunda el arma y se acerca a la puerta principal. Un segundo coche patrulla llega al aparcamiento seguido de una ambulancia.

Las luces de la siguiente ambulancia ya se acercan por el camino.

El edificio parece estar cerrado al exterior. Las ventanas están tapadas con persianas de aluminio.

Reina un silencio aterrador.

Dos agentes entran por la puerta con el arma en ristre. Un tercero se queda fuera mientras el cuarto rodea la casa y sube concentrado por una escalera de hormigón blanco.

La casa parece deshabitada. Está cerrada como un joyero.

El agente llega a una terraza, pasa al lado de un juego de muebles de jardín y luego ve la sangre, los cristales y a las dos personas.

Se queda quieto.

Una niña pálida con los labios cortados y el pelo enmarañado lo mira con ojos ensombrecidos. Está sentada de rodillas junto al cuerpo inerte de una mujer en un gran charco de sangre. La niña le está cogiendo la mano a la mujer y mueve los labios, pero el agente no consigue entender lo que dice hasta que se acerca.

—Todavía está caliente —susurra Vicky—. Todavía está caliente…

El policía baja el arma, coge la radio y avisa al personal sanitario.

Las nubes son grises y frías cuando los enfermeros de ambulancias aparecen en silencio con dos camillas. Constatan inmediatamente una fractura de cráneo en la mujer tumbada y con sumo cuidado la suben a la camilla, a pesar de que la niña no se separa de ella.

Vicky la coge fuerte de la mano mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas.

La niña también está gravemente herida, le sale mucha sangre de las rodillas y las piernas por haber estado sentada sobre los cristales. Tiene el cuello inflamado y amoratado, y seguramente dañadas las cervicales, pero es obvio que no tiene la menor intención de separarse de Elin.

No pueden perder ni un segundo más, por lo que deciden dejar que la niña los acompañe en la ambulancia cogiéndole la mano a Elin Frank mientras bajan hasta la ciudad de Östersund, donde un helicóptero de salvamento los llevará hasta el hospital Karolinska de Estocolmo.

172

Joona atraviesa una vieja vía de tren cuando por fin el coordinador de la unidad en Duved contesta a su llamada. Tiene la voz crispada y está hablando al mismo tiempo con alguien que se encuentra con él en la furgoneta de mando.

—Estamos un poco liados ahora mismo… pero hemos llegado al sitio —dice y tose.

—Necesito saber si…

—¡No, coño, tiene que ser antes de Trångsviken y Strömsund! —le grita el coordinador a alguien.

—¿Están vivas?

—Lo siento, estoy intentando situar los controles de carretera.

—Me espero —dice Joona y adelanta a un camión.

Oye que el coordinador suelta el teléfono, habla con el mando de la unidad, confirma los lugares, vuelve a hablar con la central de alarmas y a través de ella dirige a los coches patrulla para que monten los controles.

—Ya estoy aquí —dice luego al teléfono.

—¿Están vivas? —repite Joona.

—La niña está fuera de peligro, pero la mujer está… su estado es crítico, están preparando una operación de emergencia en el hospital de Östersund y después tienen previsto trasladarla al Karolinska.

—¿Y Daniel Grim?

—No había nadie más en la casa… Ahora mismo estamos poniendo controles en las carreteras, pero si se mete por algún camino no tenemos recursos suficientes…

—¿Helicópteros? —pregunta Joona.

—Estamos negociando con la Infantería de Montaña en Kiruna, pero tarda demasiado —responde el coordinador con la voz áspera por el cansancio.

Joona entra en Sundsvall y piensa que Elin Frank volvió a la casa a pesar de su advertencia. Es imposible imaginarse qué hizo, sin embargo no cabe duda de que llegó a tiempo.

Elin está gravemente herida, pero Vicky sigue con vida.

Cabe la posibilidad de que Daniel Grim caiga en alguno de los controles policiales. Sobre todo si no sabe que lo están buscando. Pero si logra esquivarlos podría llegar a su casa como muy pronto dentro de dos horas, y para entonces la policía tendría que haberle tendido una trampa.

«Y para eso primero hay que hacer una inspección técnica de la casa», piensa Joona.

Aminora la marcha y detiene el vehículo en la calle Bruksgatan detrás de un coche patrulla. La puerta de la casa de Daniel Grim está abierta de par en par y hay dos agentes uniformados esperando a Joona en el recibidor.

—La casa está vacía —le dice uno de ellos—. No hay nada fuera de lo normal.

—¿El técnico ya está aquí?

—Dale diez minutos.

—Voy a echar un vistazo —dice Joona y entra en la vivienda.

Joona da una vuelta rápida por el interior de la casa sin saber qué está buscando. Mira en los armarios, registra algunos cajones, abre rápidamente la puerta de una bodeguita que hay debajo de la escalera, sigue hasta la cocina, inspecciona el armario de la limpieza, más cajones, nevera y congelador, sube corriendo al piso de arriba y quita de un tirón la sábana atigrada, vuelca todo el colchón, abre el vestidor, aparta los vestidos de Elisabet y golpea las paredes con los nudillos, hurga con el pie entre zapatos viejos y saca una caja de cartón llena de decoración de Navidad, se mete en el baño, examina el armarito con espuma de afeitar, medicamentos y maquillaje, baja hasta el sótano, mira las herramientas que cuelgan en la pared, comprueba la puerta cerrada que da a la caldera, aparta el cortacésped, levanta la tapa del sumidero, mira detrás de los sacos de tierra y luego vuelve al primer piso.

Se queda de pie en el centro de la casa y mira por la ventana. Puede ver el jardín y un columpio. En el lado opuesto está la puerta que da a la calle. Está abierta y Joona ve a los dos policías esperando junto al coche patrulla.

El comisario cierra los ojos y piensa en la trampilla del techo del dormitorio que llevaba al desván, en la puerta cerrada de la caldera en el sótano y en que la bodega debería haber sido más grande.

En la puertecilla debajo de la escalera hay un viejo cartel en el que pone BROMA Y SERIEDAD. Abre y echa un vistazo en la bodega. Hay cerca de un centenar de botellas de vino distribuidas en compartimentos en una estantería de gran altura. Es evidente que por detrás hay un hueco de por lo menos treinta centímetros entre el fondo de la estantería y la pared. Joona tira del mueble, aparta unas cuantas botellas de los bordes y encuentra un pestillo en la parte inferior izquierda y otro arriba a la derecha. Con mucho cuidado deja que la pesada estantería gire sobre las bisagras. Un intenso olor a madera y polvo inunda la bodeguita. Detrás, el espacio está casi vacío, pero en el suelo hay una caja de zapatos con un corazón pintado en la tapa.

Joona saca el teléfono, toma una foto de la caja y luego se pone los guantes de látex.

173

Lo primero que Joona ve cuando levanta la tapa de cartón es una foto de una niña pelirroja. No es Miranda. Es más joven que ella, quizá tenga unos doce años.

Está de cara al fotógrafo tapándose los ojos con las manos.

No es más que un juego, la niña sonríe y sus pupilas asoman llenas de brillo entre los dedos.

Joona levanta con cuidado la foto y encuentra una flor seca de escaramujo.

En la siguiente foto hay una niña acurrucada en un sofá marrón comiendo patatas fritas. Mira extrañada a la cámara.

Joona le da la vuelta a un punto de libro en forma de angelito y ve que alguien ha escrito «Linda S» en rotulador dorado.

Encima de un puñado de fotos cogidas con una goma elástica hay un mechón castaño, un lazo de seda y un anillo barato con un corazón de plástico.

Hojea las fotos de diferentes niñas. De alguna forma todas le recuerdan a Miranda, pero la mayoría son mucho más jóvenes. En algunas fotografías aparecen con los ojos cerrados o tapándoselos con las manos.

Una niña con tutú de ballet y calentadores de color rosa está de pie con la cara escondida tras las manos.

Joona mira el reverso de la imagen y lee «Querida Sandy». Hay un montón de corazones rojos y azules alrededor de las dos palabras.

Una niña de pelo corto le hace una mueca de enfado al objetivo. En la superficie brillante del papel alguien ha rayado un corazón con el nombre Euterpe en el centro.

En el fondo de la caja hay una amatista pulida, unos cuantos pétalos secos de un tulipán, caramelos y en un trozo de papel pone Daniel + Emilia escrito en letras infantiles.

Joona coge el móvil, se queda con él en la mano un momento y luego llama a Anja.

—No tengo nada —dice ella—. Ni siquiera sé qué estoy buscando.

—Homicidios —responde Joona con la mirada fija en una niña que también se está tapando la cara.

—Sí, pero lamentablemente… Daniel Grim ha trabajado como asistente en siete instituciones diferentes con grupos de chicas marginadas en Västernorrland, Gävleborg y Jämtland. No tiene ninguna condena y nunca ha sido sospechoso de ningún delito. No hay denuncias internas contra él… ni siquiera un miserable aviso.

—Entiendo —dice Joona.

—¿Estás seguro de que es la persona correcta? He estado comparando… Mientras él estaba en una institución, la media de muertes se reducía.

Joona mira de nuevo las fotografías, todas las flores y los corazones. Todo aquello habría sido hermoso si hubiese sido un niño quien hubiese escondido la caja.

—¿No hay nada raro ni fuera de lo normal?

—Con el tiempo han pasado algo más de doscientas cincuenta niñas por los centros en los que él ha trabajado.

Joona toma aire.

—Tengo siete nombres —dice—. El menos común es Euterpe. ¿Hay alguien que se llame Euterpe?

—Euterpe Papadias —dice Anja—. Se suicidó en un centro en Norrköping. Pero Daniel Grim no tiene ninguna conexión con ese sitio…

—¿Estás segura?

—Sobre el traslado al Centro Fyrbylund sólo hay una breve nota sobre el trastorno bipolar de la niña, tendencia a autolesionarse, dos intentos graves de suicidio.

—¿La trasladaron allí desde el Centro Birgitta? —pregunta Joona.

—Sí, en junio de 2009… y el 2 de julio del mismo año, sólo dos semanas después, la encontraron en la ducha con las venas cortadas.

—Pero Daniel no trabajaba allí.

—No —responde Anja.

—¿Ves alguna alumna que se llame Sandy?

—Sí, hay dos… una está muerta, sobredosis de pastillas en un centro en Uppsala…

—Ha escrito Linda S en un punto de libro.

—Sí, Linda Svensson… denunciada como desaparecida hace siete años, después de haber vuelto a la escuela normal en Sollefteå…

—Todas mueren en otro sitio —dice Joona tajante.

—Pero… ¿es él quien ha hecho esto? —susurra Anja.

—Sí, eso creo —responde Joona.

—Santo cielo…

—¿Tienes alguna chica que se llame Emilia?

—Sí…, tengo a una Emilia Larsson que salió del Centro Birgitta… Hay una foto… tiene cortes en los brazos, desde la muñeca hasta el codo… Seguro que fue él quien la cortó sin que pudiera pedir ayuda, le bloqueó la puerta y la vio desangrarse.

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