—Yo pensaba que era malísima —dice Joona.
—Me llevó a caballito y me regaló todos sus chicles Hubba Bubba.
—Pero ¿no querías volver con tu madre?
—No podíamos —responde él en voz baja.
—¿Por qué no podíais?
El chico se encoge de hombros.
—Dile lo que me dijiste en casa —le dice Pia a su hijo.
—¿El qué? —susurra él.
—Que llamó por teléfono —le recuerda ella.
—Llamó por teléfono —dice Dante.
—Díselo a Joona —le indica Pia.
—Vicky llamó por teléfono, pero le dijeron que no podía volver —dice Dante mirando a Joona.
—¿Desde dónde llamó? —pregunta el comisario.
—Desde el camión.
—¿Le prestaron un teléfono en el camión?
—No sé —dice Dante encogiéndose de hombros.
—¿Qué dijo cuando llamó? —pregunta Joona.
—Que quería volver.
La madre coge a Dante en brazos, le susurra algo en la mejilla y cuando ve que se inquieta lo vuelve a poner en el suelo.
—¿Qué es todo esto? —pregunta el juez.
—Vicky Bennet tomó prestado un teléfono de un camionero de Ikea llamado Radek Skor ˙za —explica Johannes Grünewald—. Joona Linna ha rastreado la llamada. La llamada iba dirigida al Centro Birgitta y fue automáticamente desviada a la centralita del consorcio de salud Orre. Vicky habló con una mujer que se llama Eva Morander. Vicky le pidió ayuda y le dijo varias veces que quería volver a su centro de acogida. Eva Morander recuerda la llamada y nos dijo que le había explicado a la chica, sin saber con quién estaba hablando, que no podían tramitar casos particulares desde la oficina.
—¿Recuerdas eso, Vicky? —pregunta el juez.
—Sí —dice Vicky con voz desnuda—. Sólo quería volver, quería que llevaran a Dante con su madre, pero me dijeron que ya no era bienvenida.
Joona se acerca y se queda de pie al lado de Johannes.
—Puede parecer un poco raro que un comisario de la policía judicial se ponga del lado de la defensa —dice—. Pero soy de la opinión de que Vicky Bennet dijo la verdad acerca de cómo transcurrió la fuga, durante el interrogatorio de Saga Bauer. No creo que se trate de un secuestro… sino de una casualidad terrible. Por eso fui a hablar con Dante y su madre y por eso estoy aquí…
Deja que sus ojos grises y afilados se deslicen por las heridas y los morados que Vicky tiene en la cara.
—Con los homicidios es otra historia, Vicky —dice luego en tono muy serio—. A lo mejor crees que puedes seguir callada, pero no me rendiré hasta que tenga las respuestas que busco.
La instrucción de cargos termina en tan sólo veinte minutos. Con la cara enrojecida, la fiscal Susanne Öst se ve obligada a retirar su petición de prisión provisional por secuestro.
El juez de instrucción se reclina en la silla y explica que Vicky Bennet no será retenida como sospechosa de los asesinatos de Elisabet Grim y Miranda Ericsdotter, y en consecuencia queda libre a la espera de que la fiscal presente un auto de procesamiento.
Elin escucha con la espalda erguida y expresión neutra. Vicky tiene la mirada fija en la mesa y niega ligeramente con la cabeza.
Vicky Bennet habría vuelto a ser responsabilidad del consorcio de salud Orre hasta la vista oral si la Administración de Centros de Acogida y Cuidados no hubiese aprobado a Elin Frank como familia de acogida.
Cuando el juez se dirige a Vicky para decirle que es libre para marcharse, Elin no puede reprimir una gran sonrisa de alegría y agradecimiento, pero entonces Johannes se la lleva a un lado y la advierte:
—Aunque no hayan condenado a Vicky a prisión provisional sigue siendo sospechosa de dos asesinatos y…
—Sé que…
—Y si la fiscal presenta un auto de procesamiento probablemente ganemos en el tribunal de instrucción, eso sólo implica que no la procesarán ahora pero Vicky puede seguir siendo culpable de los homicidios.
—Pero yo sé que ella es inocente —responde Elin y siente un escalofrío que le sube por la espalda cuando entiende lo ingenua que debe de estar pareciendo a los oídos del abogado.
—Es mi trabajo advertirte —dice Johannes discretamente.
—Pero aunque Vicky estuviera implicada creo… creo que es demasiado joven para estar en la cárcel —intenta razonar Elin—. Johannes, yo puedo darle los mejores cuidados del mundo, ya he contratado a personal sanitario, y además le he pedido a Daniel que me ayude, porque ella se siente segura con él…
—Muy bien —responde amablemente.
—Tendremos que hacer un análisis exhaustivo de lo que es mejor para ella. Es lo único que me importa —dice Elin y le toma las manos—. Puede que Daniel siga con su terapia cognitiva o puede que busquemos a otra persona, no lo sé. Pero no pienso volver a decepcionarla. No puedo hacerlo.
Mientras Johannes Grünewald habla con los periodistas en la sala de prensa de la policía judicial, Elin y Vicky salen de Estocolmo en un todoterreno urbano.
El aroma del exclusivo cuero italiano de los asientos llena todo el habitáculo. La mano izquierda de Elin descansa sobre el volante y la luz ámbar del cuadro de mandos le ilumina las manos.
Por los altavoces suena la primera suite para chelo de Bach como un cuento otoñal.
Los ocho carriles de la autopista avanzan por Hagaparken. A un lado ven el castillo donde vive la princesa heredera, y al otro está el enorme cementerio donde descansa el socialista August Palm.
Elin contempla un momento la expresión serena de Vicky y sonríe para sí.
Para esquivar el acoso de la prensa han decidido que se instalarán en la casa de montaña de Elin hasta que llegue la fecha de la deliberación final. Es una casa de casi cuatrocientos metros cuadrados construida en la ladera de la montaña Tegelfjället, cerca de la localidad de Duved.
Elin se ha encargado de que Vicky tenga atención las veinticuatro horas del día. Bella ya está en la casa, Daniel irá en su propio coche y la enfermera llegará mañana por la mañana.
Vicky se ha duchado en el hospital y el pelo le huele a champú barato. Elin le ha comprado varios conjuntos de tejano y jersey, ropa interior, calcetines, zapatillas de deporte y un abrigo. Vicky se ha puesto unos vaqueros de Armani negros y un jersey holgado de color gris de la marca Gant. El resto de la ropa está guardada en bolsas en el asiento de atrás.
—¿En qué piensas? —pregunta Elin.
Vicky no contesta. Mira fijamente la carretera por el parabrisas. Elin baja un poco el volumen de la música.
—Quedarás completamente libre de cargos —dice Elin—. Lo sé, estoy segura.
Las urbanizaciones de las afueras de la capital van quedando poco a poco atrás y el campo abierto y los bosques los sustituyen en el paisaje.
Elin le ofrece chocolate a Vicky, pero la única respuesta que obtiene es una breve negativa con la cabeza.
Hoy Vicky tiene mejor aspecto. Más color en la cara, le han quitado las tiritas y los esparadrapos y sólo le queda el vendaje del pulgar roto.
—Estoy tan contenta de que Daniel haya accedido a acompañarnos —dice Elin.
—Es bueno —susurra Vicky.
Daniel va en su coche un poco más adelante. Elin ha visto su monovolumen dorado hace rato, cuando pasaban por Norrtull al salir de Estocolmo, pero después se ha quedado atrás.
—¿Es mejor que los terapeutas que has tenido antes? —pregunta.
—Sí.
Elin baja aún más el volumen de la música.
—Entonces ¿te gustaría continuar con él?
—Si tengo que hacerlo.
—Yo creo que te iría bien seguir un tiempo con la terapia.
—Entonces quiero a Daniel.
El otoño parece ir avanzando a medida que se dirigen más hacia el norte. Es como si las estaciones del año cambiaran a toda velocidad. Las hojas verdes se tornan amarillas y rojas. Caen formando lagos resplandecientes alrededor de los troncos y se arremolinan en los bordes de la calzada.
—Necesito mis cosas —dice de pronto Vicky.
—¿Qué cosas?
—Mis cosas, todo…
—Creo que todo lo que la policía no necesitaba lo llevaron a esa casa en la que viven las demás alumnas —le explica Elin—. Puedo encargarme de que alguien vaya a recogerlo…
Mira de reojo a la chica y piensa que a lo mejor es importante para ella.
—O pasamos ahora, si te sientes mejor…
Vicky asiente con la cabeza.
—¿Sí? ¿Quieres? Vale, pues voy a hablar con Daniel —dice Elin—. De todos modos, nos queda de camino.
La oscuridad ya ha empezado a cernirse sobre el bosque cuando Elin gira a la derecha hacia Jättendal y se detiene detrás del coche de Daniel, quien ha sacado una neverita portátil de color rosa y las saluda con la mano. Elin y Vicky se bajan a estirar las piernas, cogen un sándwich de queso cada una, abren sendas botellas de refresco Trocadero y pasean la vista por la vía del tren y los campos.
—He llamado a la sustituta que está con las chicas —le dice Daniel a Vicky—. No le parece buena idea que vayas.
—¿Qué problema hay? —pregunta Elin.
—A mí tampoco me apetece verlas —murmura Vicky—. Sólo quiero mis cosas.
Vuelven a subirse a los coches. El camino serpentea entre lagos y establos rojos y avanza por bosques hasta llegar a la costa.
Toman un camino y aparcan delante de la casa donde ahora viven las alumnas del Centro Birgitta. Hay una mina submarina negra al lado de una vieja bomba de gasolina y en los postes de teléfono se han posado unas cuantas gaviotas.
Vicky se desabrocha el cinturón pero se queda en el coche. Ve a Elin y a Daniel cruzar el caminito de grava en dirección a una gran casa roja y después desaparecen detrás de las lilas que ya se han vuelto negras.
En el punto en el que el camino se parte en dos está el poste del solsticio de verano con los adornos marchitos. Vicky contempla la superficie lisa del mar y luego saca la caja del móvil nuevo que Elin le ha regalado. Arranca el sello, abre la tapa, coge el teléfono y, con cuidado, quita el plastiquito de protección de la pantalla.
Las alumnas están pegadas a la ventana cuando Daniel y Elin suben los escalones del gran porche. La sustituta Solveig Sundström, del Centro Sävsta, los está esperando en la puerta. Es evidente que no le gusta la visita. Les deja bien claro desde el primer momento que, lamentablemente, no se pueden quedar a cenar.
—¿Podemos entrar a saludar? —pregunta Daniel.
—Preferiría que no —responde Solveig—. Es mejor si decís lo que habéis venido a buscar y yo iré a recogerlo.
—Son muchas cosas —intenta razonar Elin.
—No puedo prometeros nada…
—Pregúntale a Caroline —dice Daniel—. Seguro que ella lo tiene controlado.
Mientras Daniel se pone al día de cómo están las alumnas y de si alguna ha cambiado de medicación, Elin mira a las chicas por la ventana. Se están dando empujones y sus voces se filtran por el cristal. Suenan encerradas, como si estuvieran debajo del agua. Lu Chu se abre paso y saluda a Elin. Después aparecen Indie y Nina una al lado de la otra. Las chicas se apretujan y se van alternando para mirar por la ventana y saludar. La única que no aparece en ningún momento es Tuula, la pequeña pelirroja.
Vicky mete la tarjeta SIM en el teléfono y luego levanta la cabeza. Un escalofrío le recorre la espalda. Cree haber visto algo que se movía con el rabillo del ojo, fuera del coche. A lo mejor no era más que el viento agitando las hojas de las lilas.
Ha oscurecido.
Vicky mira el coche de Daniel, el poste del solsticio, el cercado de abetos, la valla de madera y el césped frente a la casa roja.
Una lámpara solitaria brilla en la punta de un mástil al final del muelle y se refleja en el agua negra.
En un campo cerca del muelle hay viejas instalaciones para limpiar redes de pesca. Parecen una hilera de porterías de fútbol conectadas con cientos de ganchos de hierro saliendo de los postes y los traveseros.
De repente Vicky ve un globo rojo rodando por el césped delante del edificio donde viven las chicas.
Vuelve a meter el teléfono en la caja y abre la puerta del vehículo. El aire es templado y lleva consigo el olor del mar. Una gaviota solitaria grazna a lo lejos.
El globo se aleja por el césped.
Vicky empieza a subir con cuidado hacia la casa, se detiene y escucha. La luz que sale de una de las ventanas ilumina las hojas amarillas de un abedul.
Se oye un leve murmullo de fondo. Vicky se pregunta si habrá alguien más allí fuera, en la oscuridad. Sigue caminando en silencio junto al camino de grava. Frente a la fachada hay girasoles marchitos.
El globo sigue rodando por debajo de una red de voleibol hasta que se encalla en el cercado de abetos.
—¿Vicky? —susurra una voz.
Se da la vuelta rápidamente, pero no ve nada.
El pulso se le acelera, la adrenalina le inunda la sangre y de pronto todos sus sentidos se agudizan.
Las cuerdas de la hamaca crujen y la tela se mece lentamente. La vieja veleta gira en el tejado.
—¡Vicky! —dice una voz cortante, muy cerca de donde se encuentra.
Se vuelve a la derecha y mira fijamente a la oscuridad con el corazón a galope. Tarda unos segundos en ver la delgada cara. Es Tuula. Está entre las lilas y parece casi invisible. En la mano derecha tiene un bate de béisbol. Es pesado y tan largo que la punta descansa en el suelo. Tuula se humedece los labios y clava los ojos en Vicky.
Elin se apoya en la barandilla del porche e intenta ver si Vicky sigue en el coche, pero está demasiado oscuro. Solveig ha vuelto tras pedirle ayuda a Caroline. Daniel está hablando con ella. Elin lo oye explicarle que Almira necesita terapia y suele reaccionar de forma negativa a los antidepresivos más fuertes. Le pide una vez más que lo deje entrar, pero Solveig dice que las alumnas son responsabilidad suya. La puerta de la casa se abre y Caroline sale al porche. Le da un abrazo a Daniel y saluda a Elin.
—Ya he recogido las cosas de Vicky —dice.
—¿Está Tuula ahí dentro? —pregunta Elin con voz tensa.
—Sí, creo que sí —responde Caroline un poco sorprendida—. ¿La voy a buscar?
—Por favor —le pide Elin intentando parecer tranquila.
Caroline entra en la casa y llama a Tuula. Solveig mira descontenta a Elin y a Daniel.
—Si tenéis hambre le puedo pedir a alguna de las chicas que os vaya a buscar unas manzanas —dice.
Elin no responde. Baja los escalones y se planta en medio del jardín. A su espalda oye a Caroline llamando a Tuula.