La vidente (48 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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—Sí —responde el anciano sin mirar a Joona.

—¿Un accidente? —pregunta Joona.

—Sí —responde Torkel conteniéndose.

—Yo creo que no —dice Joona.

—Mejor que no sea eso —dice el viejo.

La boca le empieza a temblar y le acerca a Joona el cuenco con terrones de azúcar.

—¿Recuerda el caso? —pregunta Joona.

La cucharilla tintinea cuando el viejo policía se echa el café en la taza y lo remueve. Cuando vuelve a levantar la cabeza y se encuentra con la mirada del comisario tiene los ojos inyectados en sangre.

—Me gustaría poder olvidarlo, pero algunas veces…

Torkel Ekholm se levanta, va hasta una cómoda oscura que hay junto a la pared y abre el primer cajón. Con voz temblorosa les cuenta que después de todos estos años sigue guardando sus apuntes sobre el caso.

—Sabía que tarde o temprano vendrían a verme —dice tan bajito que apenas se le entiende.

162

Una mosca vuela por la ventana de la cocina. Torkel señala con la barbilla los papeles que hay encima de la mesa:

—La niña muerta se llamaba Ylva, era hija del mayoral en Rånne… Cuando llegué al lugar ya la habían cubierto con una sábana… Me dijeron que se había caído del campanario…

El viejo policía se reclina en la silla haciendo crujir la madera.

—Había sangre en el friso de la torre… Me lo señalaron y lo estuve mirando, pero vi que algo no encajaba.

—¿Por qué cerró el caso?

—No había testigos, no tenía nada en que basarme. Pregunté hasta la saciedad, pero no llegué a ninguna parte. Al final me prohibieron que siguiera molestando a los señores en Rånne. Le dieron vacaciones al mayoral y… fue… Tengo una foto que sacó Janne, un chico que colaboraba en el
Diario del Trabajador
al que encargamos que tomara fotos de la escena del crimen.

El viejo policía les muestra una fotografía en blanco y negro de una niña tumbada en una sábana blanca sobre la hierba. Tiene el pelo estirado y a un lado de la cabeza hay una mancha negra de sangre, igual que en la cama de Miranda, en el mismo sitio.

La mancha se parece un poco a un corazón.

La niña tiene una expresión tierna en la cara, sus mejillas son infantilmente redondas y tiene la boca entreabierta como si estuviera dormida.

Flora observa la imagen, se palpa el pelo con la mano y se pone blanca.

—Yo no vi nada —jadea y acto seguido las lágrimas comienzan a caer de sus ojos de forma descontrolada.

Joona aparta la fotografía y trata de tranquilizar a Flora, pero ella se levanta y le quita la foto a Torkel. Se seca las mejillas, clava los ojos en la imagen y se apoya en la encimera sin darse cuenta de que tira una botella vacía de cerveza al fregadero.

—Jugábamos a no mirar —dice en voz baja.

—¿A no mirar?

—Teníamos que cerrar los ojos y taparnos la cara.

—Pero tú miraste, Flora —dice Joona—. Tú viste quién golpeó a la niña con una piedra.

—No, yo cerré los ojos… Yo…

—¿Quién lo hizo?

—¿Qué viste? —pregunta Torkel.

—La pequeña Ylva… estaba muy contenta, se tapó los ojos con las manos y entonces él la golpeó…

—¿Quién? —pregunta Joona.

—Mi hermano —susurra ella.

—No tienes ningún hermano —dice Joona.

A Torkel le entra un temblor en las manos y vuelca la tacita de café en el platillo.

—El chico —murmura—. ¿No sería el chico?

—¿Qué chico? —pregunta Joona.

Flora está completamente pálida y las lágrimas ruedan por sus mejillas. El viejo policía arranca un trozo de papel de cocina y se levanta con dificultad de la silla. Joona ve que Flora niega con la cabeza, pero sus labios se mueven levemente.

—¿Qué viste? —pregunta Joona—. ¿Flora?

Torkel se le acerca y le ofrece el papel.

—¿Tú eres la pequeña Flora? ¿La hermanita tímida? —pregunta con delicadeza.

163

El antiguo recuerdo le llega a Flora estando allí de pie, en la cocina del viejo policía, con la mano apoyada en la encimera. Cuando le viene la imagen de lo que vio, siente que le flaquean las piernas.

El sol bañaba la hierba que rodeaba la iglesia. Flora se estaba tapando la cara con las manos. La luz se filtraba por entre sus dedos y pintaba de amarillo los perfiles de las dos personas que tenía delante.

—Dios mío —jadea mientras se desploma en el suelo—. Dios…

Con una ola de claridad recupera la imagen de su hermano golpeando a la niña con una piedra.

El recuerdo es tan evidente que le da la sensación de que los niños están presentes en carne y hueso en la cocina.

Oye el golpe y ve a Ylva sacudiendo la cabeza.

Flora recuerda a la niña cayendo sobre la hierba. La pequeña abría y cerraba la boca, le temblaban los párpados, dijo unas palabras confusas y luego él la volvió a golpear.

La apaleaba con todas sus fuerzas mientras les gritaba que no podían mirar. Ylva se quedó inmóvil y él le puso las manos sobre la cara y le volvió a decir que no mirara.

—Pero yo sí miré…

—¿Tú eres Flora? —pregunta el anciano por segunda vez.

Entre los dedos Flora vio a su hermano ponerse de pie con la piedra en la mano. Como si nada hubiera pasado le dijo a Flora que cerrara los ojos, que estaban jugando a no mirar. Se le acercó por un lado y levantó la piedra manchada de sangre. Ella se echó atrás justo cuando él soltó el golpe. La piedra le hizo un arañazo en la mejilla y le impactó con fuerza en el hombro, Flora cayó de rodillas, pero se levantó y se puso a correr.

—¿Eres la pequeña Flora que vivía en Rånne?

—Casi no me acuerdo de nada —responde ella.

—¿Quién es su hermano? —pregunta Joona.

—La gente los llamaba los niños del orfanato aunque hubiesen sido adoptados por los señores —le explica el viejo policía.

—¿Se llaman Rånne?

—Barón Rånne…, pero nosotros sólo decíamos los señores —responde Torkel—. El día que adoptaron a los dos niños incluso salió publicado en el periódico. Una obra noble y misericordiosa, dijeron… Pero después del accidente la niña tuvo que marcharse… Sólo se quedó el niño.

—Daniel —responde Flora—. Se llama Daniel.

La silla rasca contra el suelo cuando Joona se levanta de la mesa y sale de la casa sin decir nada. Con el teléfono pegado a la oreja cruza corriendo el jardín, donde la fruta caída asoma entre un manto de hojas amarillas alrededor de los troncos. Cruza la verja y alcanza el coche.

—Anja, escúchame, tienes que ayudarme, es urgente —dice Joona mientras se sienta en el asiento del conductor—. Mira si Daniel Grim tiene alguna relación con una familia de Delsbo que se apellida Rånne.

Joona apenas tiene tiempo de encender el dispositivo Rakel para avisar a la centralita de la judicial antes de que Anja le conteste.

—Sí, son sus padres.

—Reúne toda la información que puedas sobre él —dice Joona.

—¿De qué va todo esto?

—Niñas —responde Joona.

Corta la llamada y antes de avisar a la policía marca el número de Elin Frank.

164

Elin desciende con cuidado por el empinado camino de tierra que lleva a Åre para recoger a la enfermera de Vicky. Ha bajado una ventanilla y el aire fresco inunda el coche. El alargado lago reluce lúgubremente. Las montañas descansan una al lado de la otra como enormes tumbas vikingas, suavemente abovedadas y cubiertas de vegetación.

Piensa en la forma en que Vicky le ha apretado la mano. Todo parece estar dando un giro para volver a la calma.

El camino sigue por debajo de un saliente rocoso y, mientras Elin lo atraviesa, le empieza a sonar el móvil en el bolso. Avanza un poco más, despacio, se mete en una pequeña área de descanso y detiene el vehículo. Con una sensación desagradable en el cuerpo saca el teléfono, que sigue sonándole en la mano. Es Joona Linna. En realidad Elin no quiere oír lo que tenga que decirle, pero aun así abre el aparato con dedos temblorosos.

—¿Hola? —contesta Elin.

—¿Dónde está Vicky? —pregunta el comisario.

—Está aquí, conmigo —dice Elin—. Tengo una casa en Duved que…

—Lo sé, pero ¿la estás viendo en este momento?

—No, he…

—Quiero que vayas ahora mismo a recoger a Vicky, que os subáis juntas al coche y vayáis a Estocolmo. Tú y Vicky solas. Hazlo ahora, no cojas nada, meteos en el coche y…

—¡Ya estoy en el coche! —grita Elin y siente el pánico creciéndole en el pecho—. Vicky está con Daniel en la casa.

—Eso no nos ayuda —dice Joona y Elin percibe el tono de su voz, un tono que le provoca náuseas de angustia.

—¿Qué ha pasado?

—Escúchame… fue Daniel quien mató a Miranda y a Elisabet.

—No, no puede ser —susurra ella—. Daniel se iba a quedar con Vicky mientras yo bajaba a la estación de autobús.

—Entonces lo más probable es que ya no siga con vida —dice Joona—. Tú procura salir de ahí, es mi consejo como policía.

Elin mira al cielo por el parabrisas. Ya no está blanco. Las nubes vuelan bajo a lo largo de las crestas montañosas. Son negras, cargadas de lluvia y otoño.

—No puedo abandonarla —se oye decir a sí misma.

—La policía va en camino, pero pueden tardar un rato.

—Voy a regresar —dice ella.

—Lo entiendo —responde Joona—. Pero ve con cuidado… porque Daniel Grim es muy, muy peligroso y estarás completamente sola con él hasta que llegue la policía…

Pero Elin ya no puede pensar en nada, da media vuelta con el coche y empieza a retroceder, subiendo por la cuesta y escupiendo grava con los neumáticos.

165

Vicky está sentada en la cama descargándose aplicaciones para el móvil cuando Daniel entra y se sienta en un sillón de cuero blanco que hay al lado.

Fuera el paisaje de montañas redondas se extiende dulcemente y el valle Ullådalen y los picos de Åreskutan se alzan grises y ancestrales hacia el cielo.

—¿Te enfadaste? —pregunta Daniel—. Quiero decir… que tuvieras que esperar en el coche cuando fuimos a recoger tus cosas.

—No…, entiendo que nadie quiera verme —responde Vicky sin dejar de jugar con el teléfono.

—Cuando entré en la casa vi a Almira y a Lu Chu jugando a taparse los ojos —miente Daniel—. Sé que Miranda te enseñó ese juego…

—Sí —responde ella.

—¿Sabes dónde lo aprendió Miranda? —pregunta Daniel.

Vicky asiente con la cabeza y saca el cargador del móvil.

—A veces utilizo el juego de no mirar en la terapia —le explica—. Es un ejercicio para aprender a confiar en el otro.

—Miranda me daba chocolate —sonríe Vicky—. Y me dibujó un corazón en la barriga y…

Vicky se calla de repente y recuerda lo que Tuula le dijo en Hårte, cuando se bajó del coche y se acercó a las lilas en la oscuridad.

—¿Le has contado el juego a alguien? —pregunta Daniel y la mira.

—No. ¿Por? —contesta.

—Sólo preguntaba…

Vicky baja la mirada y piensa en Tuula allí de pie en medio de la oscuridad, con el bate de béisbol en la mano y diciendo que el asesino sólo mata a las zorras. «Sólo las zorras tienen que tener miedo de que les revienten la cabeza», le susurró. Era típico de Tuula decir barbaridades y cosas retorcidas. Vicky se había limitado a forzar una sonrisa, pero Tuula le había contado que había encontrado un test de embarazo en el bolso de Miranda cuando le cogió el collar. Ayer Vicky sólo pensaba que Miranda se había acostado con alguno de los chicos a los que veían durante el ADL.

Pero ahora comprende que debe de tratarse de Daniel.

Vicky había notado algo raro cuando Miranda le enseñó cómo se hacía. Porque Miranda sólo hacía ver que era divertido. Se le escapaba la risita mientras rompía las onzas de chocolate, pero lo único que quería era enterarse de si Vicky había pasado por lo mismo que ella sin revelar de qué se trataba.

Recuerda los intentos de Miranda de mostrarse indiferente cuando le preguntó a Vicky si Daniel se había metido en su cuarto para jugar.

—Miranda no me dijo nada —intenta explicar Vicky y por un instante se encuentra con la mirada de Daniel—. No me dijo nada de lo que solías hacer durante la terapia…

Vicky se pone roja de golpe cuando se da cuenta de que todo encaja. Tiene que haber sido Daniel quien mató a Miranda y a Elisabet. Los asesinatos no tienen nada que ver con las zorras. Daniel mató a Miranda porque estaba embarazada.

A lo mejor la chica ya se lo había contado todo a Elisabet.

Vicky hace un esfuerzo por respirar tranquila, no sabe qué decir y toquetea el yeso desmigado y tira de los hilillos que asoman en la escayola.

—Era…

Daniel se inclina hacia adelante, le coge el teléfono del regazo y se lo mete en el bolsillo.

—La terapia… supongo que sólo se trataba de atreverse a confiar en el otro —continúa Vicky, a pesar de saber que Daniel ya la ha descubierto.

Daniel ha visto que ella sabe que fue él quien asesinó a Miranda y a Elisabet con un martillo y que luego la inculpó a ella.

—Sí, es un paso importante en la terapia —dice Daniel observándola detenidamente.

—Lo sé —susurra ella.

—Podríamos hacerlo ahora, tú y yo. Sólo en broma —dice Daniel.

Vicky asiente en silencio y piensa, con el pánico latiéndole por dentro, que Daniel ha decidido matarla. El pulso le late en los oídos y por sus axilas se deslizan gotas de sudor. Daniel la ha ayudado a quedar en libertad y ha ido hasta la casa de Elin para ver cuánto sabía Vicky, para asegurarse de que nadie lo pudiera delatar.

—Cierra los ojos —dice él con una sonrisa.

—¿Ahora?

—Es divertido.

—Pero yo…

—Tú sólo hazlo —dice él en tono severo.

Vicky cierra los ojos y se tapa la cara con las manos. Su corazón palpita frenético por el miedo. Daniel está haciendo algo en la habitación. Suena como si estuviera quitando la sábana bajera de la cama.

—Tengo que ir a orinar —dice Vicky.

—En seguida.

La chica se queda sentada con las manos en la cara y da un respingo cuando oye que Daniel cambia una silla de sitio. La arrastra por el suelo. A Vicky le tiemblan las piernas, pero no se quita las manos de la cara.

166

Elin conduce a gran velocidad. Un llavero traquetea en el cuenco que hay junto al cambio de marchas. Una rama azota el parabrisas y rasca el techo del coche. Pisa el freno justo antes de una curva cerrada y el vehículo empieza a derrapar. Los neumáticos resbalan en la grava suelta, pero Elin pisa el embrague, sale de la curva y vuelve a acelerar.

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