Además, en las veladas nocturnas se ejercitaba en leer y escribir. Había comprado en el pueblo cercano, por pocos céntimos, un gran libro sin tapas ni índice, y en él leía. En cuanto a escribir, utilizaba una pajita suave a modo de pluma; y como no tenía tintero ni tinta, la mojaba en un frasquito lleno de zumo de moras y cerezas.
El caso es que, dada su buena voluntad de ingeniárselas, de trabajar y de salir adelante, no sólo había conseguido mantener casi cómodamente a su padre, siempre enfermizo, sino también ahorrar cuarenta centavos para comprarse un trajecito nuevo.
Una mañana le dijo a su padre:
—Voy al mercado cercano a comprarme una chaqueta, un gorrito y un par de zapatos. Cuando vuelva a casa —añadió riendo—, estaré tan bien vestido que me tomará por un gran señor.
Salió de casa y empezó a correr alegre y contento. De pronto sintió que lo llamaban por su nombre; volviéndose, vio un bonito Caracol que asomaba por el seto.
—¿No me reconoces? —dijo el Caracol.
—No sé, no sé…
—¿Te acuerdas de aquel Caracol que estaba de criado en casa del Hada de cabellos azules? ¿No te acuerdas de aquella vez que bajé a llevarte una luz y te quedaste con un pie clavado en la puerta de la casa?
—Me acuerdo perfectamente —gritó Pinocho—. Contéstame pronto, Caracolito guapo, ¿dónde has dejado a la buena Hada? ¿Qué hace? ¿Me ha perdonado? ¿Se acuerda de mí? ¿Me sigue queriendo? ¿Está muy lejos de aquí? ¿Podría ir a verla?
A todas estas preguntas, hechas precipitadamente y sin tomar aliento, el Caracol respondió con su habitual flema:
—¡Pinocho mío! La pobre Hada yace en un lecho del hospital…
—¿En el hospital?…
—¡Desgraciadamente! Abrumada por tantos infortunios, ha enfermado gravemente y no tiene ni para comprarse un trozo de pan.
—¿De verdad?… ¡Oh, qué gran dolor me has causado! ¡Oh, pobre Hadita! ¡Pobre Hadita! ¡Pobre Hadita!… Si tuviese un millón correría a llevárselo… Pero sólo tengo cuarenta centavos… ahí los tienes: iba a comprarme un traje nuevo. Cógelos, Caracol, y llévaselos en seguida a mi buena Hada.
—¿Y tu traje nuevo?
—¿Qué me importa el traje nuevo? ¡Vendería incluso estos harapos que llevo encima con tal de ayudarla!… vete, Caracol, y date prisa; y vuelve aquí dentro de dos días, que espero poder darte más dinero. Hasta ahora he trabajado para mantener a mi padre; de hoy en adelante, trabajaré cinco horas más para mantener también a mi buena madre. Adiós, Caracol; te espero dentro de dos días.
El Caracol, en contra de su costumbre, empezó a correr como una lagartija en pleno sol de agosto.
Cuando Pinocho regresó a casa, su padre le preguntó:
—¿Y el traje nuevo?
—No pude encontrar uno que me sentara bien. ¡Paciencia!… Lo compraré en otra ocasión.
Aquella noche, Pinocho, en vez de velar hasta las diez, veló hasta pasada la medianoche; y en vez de hacer ocho canastos de mimbre, hizo dieciséis.
Después se fue a la cama y se durmió. En sueños le pareció ver al Hada, muy bella y sonriente, que, tras darle un beso, le dijo así:
—¡Muy bien, Pinocho! Gracias a tu buen corazón te perdono todas las trastadas que has hecho hasta hoy. Los niños que ayudan amorosamente a sus padres en la miseria y en la enfermedad merecen siempre alabanzas y cariño, aunque no puedan ser citados como modelos de obediencia y de buena conducta. Ten juicio en lo sucesivo y serás feliz.
En ese momento el sueño terminó y Pinocho se despertó con los ojos fuera de las órbitas.
Imagínense ahora cuál sería su asombro cuando, al despertarse, advirtió que ya no era un muñeco de madera, sino que se había convertido en un niño como todos los demás. Echó una ojeada a su alrededor y en vez de las habituales paredes de paja de la cabaña vio una bonita habitación amueblada y adornada con una sencillez casi elegante. Y al saltar de la cama se encontró preparado un vestuario nuevo, un gorro nuevo y un par de botas de piel que eran un verdadero sueño.
Tan pronto como se vistió, se le ocurrió meter las manos en los bolsillos y sacó un pequeño portamonedas de marfil, en el que estaban escritas estas palabras: «El Hada de los cabellos azules devuelve a su querido Pinocho los cuarenta centavos y le agradece su buen corazón». Abrió el portamonedas y, en vez de cuarenta centavos de cobre, encontró cuarenta monedas de oro recién acuñadas.
Después fue a mirarse al espejo y le pareció que era otro. Ya no vio reflejada la habitual imagen de una marioneta de madera, sino que vio la cara viva e inteligente de un guapo chico de cabellos castaños, ojos celestes y un aspecto alegre y festivo como unas pascuas.
En medio de todas estas maravillas, que se sucedían una tras otra, Pinocho ya no sabía si estaba de verdad despierto o si seguía soñando con los ojos abiertos.
—¿Dónde está mi padre? —gritó de pronto; y entrando en la estancia vecina encontró al viejo Geppetto, sano, lozano y de buen humor, como antaño, el cual, habiendo vuelto a su profesión de tallista, estaba dibujando un bellísimo marco con hojarascas, flores y cabecitas de diversos animales.
—Sáqueme de esta duda, papaíto: ¿cómo se explican todos estos repentinos cambios? —le preguntó Pinocho, saltando a su cuello y cubriéndole de besos.
—Estos repentinos cambios en nuestra casa son mérito tuyo —dijo Geppetto.
—¿Por qué mérito mío?
—Porque cuando los niños que eran malos se vuelven buenos, tienen la virtud de conseguir un aspecto nuevo y sonriente en el interior de su familia.
—Y ¿dónde se habrá escondido el viejo Pinocho de madera?
—Ahí lo tienes —contestó Geppetto; y señaló hacia un gran muñeco apoyado en una silla, con la cabeza vuelta a un lado, los brazos colgando y las piernas cruzadas y medio dobladas, que parecía un milagro que se tuviera derecho.
Pinocho se volvió a mirarlo; y cuando lo hubo mirado un rato, se dijo con gran complacencia:
—¡Qué cómico resultaba cuando era un muñeco! ¡Y qué contento estoy de haberme convertido en un muchacho como es debido!…
CARLO COLLODI es el seudónimo de Carlo Lorenzini, escritor nacido en Florencia, Italia, el 24 de noviembre de 1826, en un hogar de condición muy humilde (su padre era cocinero). En su época de estudiante fue un alumno poco dado al estudio.
A los veinte años entró como vendedor en una librería de su ciudad, donde pudo desarrollar una gran afición por la lectura, la que muy pronto lo impulsó a escribir y publicar colaboraciones en diarios y, sobre todo, en La Rivista de Firenze, de orientación liberal.
En 1848 luchó en Lombardía junto a los toscanos en contra de los austríacos del mariscal Radetzki.
A su retorno a Florencia fundó y editó el periódico satírico
Il Lampione
(El Farol), con el objeto de iluminar a quien se tambalea en las tinieblas. Simultáneamente fue nombrado secretario del Senado toscano y colabora con otros periódicos que le ayudaban a estrenar la libertad cívica recién conseguida para su ciudad. Razones políticas llevaron a la eliminación de su periódico y la suspensión de su cargo senatorial. Por ello debe solamente escribir en
Scaramuccia
, una revista teatral. Durante ese período escribe algunas obras de teatro hoy olvidadas y una novela,
In vapore
(1856).
En 1859 nuevamente se enroló como voluntario, en esta ocasión en el regimiento
Cavalleggeri di Novara
. A su retorno a la vida civil volvió a publicar
Il Lampione
, y al calor de las refriegas políticas nació su seudónimo —que nunca abandonó— que copia el nombre del pueblo de su madre. Por esos años obtuvo dos cargos burocráticos, empleado en la censura teatral y funcionario de la prefectura, que le dieron tranquilidad para dedicarse a escribir. A partir de 1875, Collodi empezó a incursionar en la literatura infantil. Primero lo hizo con la traducción de algunos cuentos de Perrault y después con una modernización del tradicional relato
Giannetto
, de Parravicini.
Así nació Giannettino (1877), donde la historia de un niño en edad escolar está impregnada de un humor al que no estaban acostumbrados los estudiantes de la época.
Minuzzolo
(1878) es la continuación de Giannettino, material sobre el cual se va preparando el futuro Pinocho.
El primer capítulo del relato del muñeco de madera aparece el 7 de julio de 1881 en el número uno del semanario infantil
Giornale per i Bambini
. La historia completa de esta
Storia di un burattino
(Historia de un muñeco) se publicó a lo largo de dos años y fue un buen ejemplo de colaboración entre autor y lector: los niños enviaban frecuentemente preguntas y sugerencias sobre el héroe de madera. En un momento, Collodi finalizaba su relato con el ahorcamiento del protagonista. De inmediato, los pequeños lectores protestaron por semejante final.
El editor debió entonces apaciguarlos con promesas de la que la historia continuaría, mientras urgía a Collodi para que siguiera con las aventuras de Pinocho. El número del 10 de diciembre de 1881, el editor escribía que:
El señor Collodi me escribe que su amigo Pinocho sigue aún vivo y que podrá contarnos más cosas estupendas sobre él. Era natural: un muñeco de madera como Pinocho tiene los huesos duros y no resulta fácil mandarlo al otro mundo.
La popularidad de Pinocho se expandió rápidamente hacía otros países, desde que comenzó a publicarse como libro, en 1883, convirtiéndose a la larga en un personaje universal. La clave de su éxito debe encontrarse en que estas vertiginosas aventuras del muñeco escapan a la noción de literatura educativa o formativa a que tradicionalmente tendían los relatos infantiles. De este modo, la sinvergüenzura de Pinocho, sus peripecias fantásticas, su desplante, unidos a su gran emotividad, rompieron con los moldes tradicionales de los relatos de su tiempo. Incluso se ha criticado su final, algo artificioso, donde el muñeco se transforma en un buen niño, escapando así al tono general de la obra. Cuando se le hizo notar esto a Collodi, respondió:
Será, pero no me acuerdo haber acabado de ese modo, dejando abierta la posibilidad de que el fin de la historia haya sido inventado en realidad por el editor Paggi, acostumbrado a publicar libros con moraleja final.