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Authors: Carlo Collodi

Tags: #Clásico, Cuento, Ensayo

Las aventuras de Pinocho (6 page)

BOOK: Las aventuras de Pinocho
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El Perro, para dar a entender que había comprendido, meneó tres o cuatro veces la funda de raso azul que tenía detrás y partió como un rayo. Poco después se vio salir de la cuadra una hermosa carroza del color del aire, acolchada con plumas de canario y forrada en su interior con nata, crema y pastelillos. Tiraban de la carroza cien pares de ratones blancos, y el perro, sentado en el pescante, restallaba el látigo a derecha e izquierda, como un cochero que teme llegar con retraso.

Aún no había pasado un cuarto de hora y ya estaba de vuelta la carroza. El Hada, que esperaba en la puerta de la casa, tomó en sus brazos al pobre muñeco y, llevándolo a la habitación que tenía las paredes de madreperla, mandó llamar inmediatamente a los médicos más famosos de la vecindad.

Los médicos llegaron en seguida, uno tras otro. Eran un Cuervo, una Lechuza y un Grillo-parlante.

—Señores, quisiera saber por ustedes —dijo el Hada, dirigiéndose a los tres médicos reunidos en torno al lecho de Pinocho—, quisiera saber por ustedes si este desgraciado muñeco está vivo o muerto…

Ante esta invitación, el Cuervo, adelantándose el primero, tomó el pulso a Pinocho; luego le tocó la nariz y los dedos meñiques de los pies; cuando hubo palpado todo bien, pronunció solemnemente estas palabras:

—A mi entender, el muñeco está bien muerto; pero, si por desgracia no estuviera muerto, entonces sería indicio seguro de que está vivo.

—Lo siento —dijo la Lechuza—, pero tengo que contradecir al Cuervo, mi ilustre amigo y colega. Para mí, el muñeco está vivo; pero, si por desgracia no estuviera vivo, entonces sería señal de que está verdaderamente muerto.

—Y usted, ¿no dice nada? —preguntó el Hada al Grillo-parlante.

—Yo digo que el médico prudente, cuando no sabe lo que dice, lo mejor que puede hacer es callarse.

Además, este muñeco no es una cara nueva para mí. ¡Lo conozco hace mucho!

Pinocho, que hasta entonces había estado inmóvil como un verdadero pedazo de madera, tuvo una especie de temblor convulsivo que hizo vibrar todo el lecho.

—Este muñeco —continuó el Grillo— es un pícaro redomado…

Pinocho abrió los ojos y los cerró inmediatamente.

—Es un pilluelo, un perezoso, un vagabundo… Pinocho escondió la cara bajo las sábanas.

—¡Este muñeco es un hijo desobediente, que hará morir de pena a su pobre padre!

En este momento se oyó en la habitación un sonido ahogado de llantos y sollozos. Figúrense cómo se quedaron todos cuando, levantando un poco las sábanas, ádvirtieron que quien lloraba y sollozaba era Pinoho.

—¡Cuando el muerto llora, es señal de que está en vías de curación! -dijo solemnemente el Cuervo.

—Lamento contradecir a mi ilustre amigo y colega —intevino la Lechuza—; para mí, si el muerto llora, es señal de que no le gusta morir.

XVII

Pinocho come el azúcar pero no quiere tomar el purgante; mas cuando ve a los enterradores que vienen a llevárselo, se purga. Después dice una mentira y en castigo le crece la nariz.

A
PENAS SALIERON LOS tres médicos de la habitación, el Hada se acercó a Pinocho y, tras haberle tocado la frente, se dio cuenta de que tenía una fiebre altísima.

Entonces disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y, tendiéndoselo al muñeco, le dijo cariñosamente:

…Bébetela y te curarás en pocos días.

Pinocho miró el vaso, torció un poco el gesto y después preguntó, con voz quejicosa:

…¿Es dulce o amarga?

…Es amarga, pero te hará bien.

…Si es amarga, no la quiero.

…Créeme, bébetela.

…No me gusta lo amargo.

…Bébetela; cuando te la hayas bebido, te daré un terrón de azúcar para que se quite el mal sabor.

…¿Dónde está el terrón de azúcar?

…Aquí …dijo el Hada, sacándolo de un azucarero de oro.

…Primero quiero el terrón de azúcar y luego me beberé esa agua amarga.

…¿Me lo prometes?

…Sí…

El Hada le dio el terrón y Pinocho, tras chuparlo y tragárselo en un instante, exclamó, relamiéndose:

…¡Qué bueno si el azúcar fuera una medicina!… Me purgaría todos los días.

…Ahora cumple tu promesa y bébete estas gotitas de agua que te devolverán la salud.

Pinocho tomó de mala gana el vaso y metió dentro de él la punta de la nariz, después se lo acercó a la boca, después volvió a meter la punta de la nariz, y por último dijo:

…¡Es demasiado amarga! ¡Demasiado amarga! No me la puedo beber.

…¿Cómo dices eso si ni siquiera la has probado?

…¡Me lo figuro! Lo he notado por el olor. Primero quiero otro terrón de azúcar…, y luego me la beberé.

Entonces el Hada, con toda la paciencia de una buena madre, le metió en la boca otro poco de azúcar y después le presentó el vaso.

…¡Así no me la puedo beber! …exclamó el muñeco, haciendo mil muecas.

…¿Por qué?

…Porque me molesta ese almohadón que tengo ahí, a los pies. El Hada le quitó el almohadón.

…¡Es inútil! ¡Ni siquiera así me la puedo beber!…

…¿Qué otra cosa te molesta?

…Me molesta la puerta de la habitación, que está abierta. El Hada fue y cerró la puerta de la habitación.

…¡No! …gritó Pinocho, estallando en llanto…. No quiero beberme esta agua amarga. No quiero beberla, no, no y no.

…Hijo mío, te arrepentirás…

…No me importa…

…Tu enfermedad es grave…

…No me importa…

…La fiebre te llevará en pocas horas al otro mundo…

…No me importa…

…¿No tienes miedo a la muerte?

…¡No tengo miedo! … Es mejor morir que tomar esa medicina tan mala…

En aquel momento se abrió de par en par la puerta de la habitación y entraron cuatro conejos, negros como la tinta, que llevaban a hombros un pequeño ataúd.

…¿Qué quieren de mí? …gritó Pinocho, sentándose en la cama muy asustado.

…Hemos venido a buscarte …contestó el Conejo más grande.

…¿A buscarme?… ¡Pero si aún no estoy muerto!

…Aún no, ¡pero te quedan pocos minutos de vida, porque te has negado a beber el remedio que te hubiera cesado la fiebre!

…¡Oh, Hada! ¡Oh, Hada! …empezó a chillar entonces el muñeco…. Dame enseguida ese vaso… Date prisa, por caridad, porque no quiero morir, no…. no quiero morir…

Tomó el vaso con ambas manos y se lo bebió de un trago.

…¡Paciencia! …dijeron los conejos…. Esta vez hemos hecho el viaje en balde,.

Y, echándose de nuevo el ataúd a hombros, salieron de la habitación, murmurando y refunfuñando entre dientes.

A los pocos minutos, Pinocho saltó del lecho completa- mente curado; pues hay que saber que los muñecos de madera tienen el privilegio de enfermar raras veces y de curarse velozmente.

El Hada, viéndolo correr y retozar por la habitación, ágil y alegre como un gallito joven, le dijo:

…¿Así que mi medicina te ha hecho bien?

…¡Mucho más que bien! ¡Me ha devuelto al mundo!…

…Entonces, ¿por qué te hiciste rogar tanto para beberla?

…¡Nosotros, los niños, somos así! Tenemos más miedo a los remedios que a la enfermedad.

…¡Qué vergüenza! Los niños deberían saber que un buen medicamento, tomado a tiempo, puede salvarlos de una grave enfermedad y hasta de la muerte…

…¡Oh! ¡Otra vez no me haré rogar tanto! me acordaré de aquellos conejos negros con el ataúd a hombros…, tomaré el vaso en seguida y… ¡adentro!

…Ven ahora junto a mí y cuéntame cómo llegaste a caer en manos de los asesinos.

…Sucedió que el titiritero Comefuego me dio algunas monedas de oro y me dijo: “Toma, llévaselas a tu padre”, y yo, en cambio, por el camino, encontré una Zorra y un Gato, dos bellísimas personas, que me dijeron: “¿Quieres que esas monedas se conviertan en mil y dos mil? Ven con nosotros y te llevaremos al Campo de los Milagros”.

…Y yo dije: “Vamos”; y ellos dijeron: “Detengámonos aquí, en la hostería del Camarón Rojo, y saldremos después de medianoche”. Cuando me desperté, ellos ya no estaban, se habían ido. Entonces empecé a andar. Había una oscuridad muy grande y encontré en el camino a dos asesinos dentro de dos sacos de carbón que me dijeron: “Saca el dinero”; y yo dije: “No lo tengo”, porque me había escondido las cuatro monedas de oro en la boca, y uno de los asesinos intentó meterme la mano en la boca, y yo de un mordisco le corté la mano y luego la escupí, pero en vez de una mano escupí una zarpa de gato.

Y los asesinos corrían detrás de mí, y yo corre que te corre, hasta que me alcanzaron y me ataron por el cuello a un árbol de este bosque, diciendo: “Mañana volveremos aquí y entonces estarás muerto y con la boca abierta y así te quitaremos las monedas de oro que has escondido bajo la lengua”.

…¿Y dónde has puesto ahora las cuatro monedas? …le preguntó el Hada.

…Las he perdido …contestó Pinocho; pero dijo una mentira, porque las tenía en el bolsillo.

Tan pronto dijo la mentira, su nariz, que ya era larga, le creció de repente dos dedos más.

…¿Dónde las has perdido?

…En el bosque vecino.

Ante esta segunda mentira, la nariz siguió creciendo.

…Si las has perdido en el bosque vecino, las buscaremos y las encontraremos …dijo el Hada…, porque todo lo que se pierde en el bosque vecino se encuentra siempre.

…¡Ah! Ahora que me acuerdo …replicó el muñeco, haciéndose un lio, las cuatro monedas no las he perdido; me las he tragado sin darme cuenta mientras bebía su medicina.

Ante esta tercera mentira, la nariz se le alargó de forma tan extraordinaria que el pobre Pinocho no podía volverse hacia ningún lado. Si se volvía hacia una parte, chocaba con la nariz en la cama o los cristales de la ventana; si se volvía hacia la otra, chocaba con las paredes o con la puerta del cuarto; si levantaba un poco la cabeza, corría el riesgo de metérsela en un ojo al Hada.

El Hada lo miraba y se reía.

…¿Por qué te ríes? …le preguntó el muñeco, muy confuso y preocupado por aquella nariz que crecía a ojo, vistas.

…Me río de las mentiras que has dicho.

…¿Cómo sabes que he dicho mentiras?

…Las mentiras, niño mío, se reconocen en seguida, porque las hay de dos clases: las mentiras que tienen las piernas cortas y las mentiras que tienen la nariz larga; las tuyas, por lo visto, son de las que tienen la nariz larga.

Pinocho, avergonzado, no sabía dónde esconderse e intentó escapar de la habitación; pero no lo logró. Su nariz había crecido tanto que no pasaba por la puerta.

XVIII

Pinocho vuelve a encontrar a la Zorra y al Gato y se va con ellos a sembrar las cuatro monedas en el Campo de los Milagros.

C
OMO SE PUEDEN imaginar, el Hada dejó que el muñeco llorara y chillara una buena media hora, con motivo de aquella nariz que no pasaba por la puerta del cuarto. Así le dio una severa lección para corregirle el feo vicio de decir mentiras, el vicio más feo que puede tener un niño. Pero cuando lo vio transfigurado y con los ojos fuera de las órbitas, por la desesperación, entonces, movida a piedad, dio unas palmadas y, a aquella señal, entró en la habitación por la ventana un millar de grandes pájaros llamados carpinteros, que se posaron en la nariz de Pinocho y empezaron a picoteársela tanto y tan bien que en pocos minutos aquella nariz enorme y disparatada se encontró reducida a su tamaño natural.

—¡Qué buena eres, Hada! —exclamó el muñeco, secándose los ojo—. ¡Y cuánto te quiero!

—También yo te quiero —aseguró el Hada—, y, si quieres quedarte conmigo, serás mi hermanito y yo tu buena hemanita…

—Me quedaría encantado… pero, ¿y mi pobre padre?

—He pensado en todo. Tu padre ya está avisado; y antes de la noche llegará aquí.

—¿De veras? —gritó Pinocho, saltando de alegría—. Entonces, Hadita, si te parece, querría ir a su encuentro. ¡No veo la hora de poder dar un beso a ese pobre viejo, que tanto ha sufrido por mí!

—Vete, pero ten cuidado de no perderte. Sigue el camino del bosque y estoy segurísima de que lo encontrarás.

Pinocho se fue; apenas entró en el bosque, empezó a correr como un corzo. Cuando hubo llegado a cierto sitio, casi enfrente de la Gran Encina, se detuvo, pues le pareció oír gente en medio de las frondas. ¿Adivinan a quién vio aparecer en el camino? A la Zorra y al Gato, sus compañeros de viaje, con quienes había cenado en la posada del Camarón Rojo.

—¡Mira, nuestro querido Pinocho! —gritó la Zorra, abrazándolo y besándolo—. ¿Cómo estás aquí?

—¿Cómo estás aquí? —repitió el Gato.

—Es una larga historia —dijo el muñeco—, se la contaré despacio. Han de saber que la otra noche, cuando me dejaron solo en la posada, encontré a los asesinos en el camino…

—¿Los asesinos? ¡Oh, mi pobre amigo! ¿Y qué querían?

—Querían robarme las monedas de oro.

—¡Infames! —dijo la Zorra.

—¡Infamísimos! —repitió el Gato.

—Pero yo empecé a escapar —continuó el muñeco— y ellos siempre detrás, hasta que me alcanzaron y me colgaron de una rama de esa Encina…

Y Pinocho señaló la Gran Encina, que estaba a dos pasos de allí.

—¿Se puede oír algo peor? —dijo la Zorra—. ¡En qué mundo estamos condenados a vivir! ¿Dónde encontraremos un refugio seguro las personas decentes?

Mientras hablaban así, Pinocho se dio cuenta de que el Gato cojeaba de la pata delantera derecha, porque le faltaba toda la zarpa, incluso con las uñas; así que le preguntó:

—¿Qué has hecho de tu zarpa?

El Gato quería contestar algo, pero se hizo un lío, Entonces la Zorra dijo en seguida:

—Mi amigo es demasiado modesto y por eso no contesta. Contestaré yo por él. Has de saber que hace una hora encontramos en el camino a un viejo lobo, casi desfallecido de hambre, que nos pidió una limosna. Y como no teníamos nada que darle, ¿qué hizo mi amigo, que tiene un corazón de oro? Se cortó con los dientes una zarpa de sus patas delanteras y se la echó al pobre animal, para que pudiera quitarse el hambre.

Y la Zorra, al decir esto, se enjugó una lágrima.

Pinocho, también conmovido, se acercó al Gato, susurrándole al oído:

—¡Si todos los gatos fueran como tú, felices ratones!

—¿Qué haces por estos lugares? —preguntó la Zorra al muñeco.

—Espero a mi padre, que debe llegar de un momento a otro.

—¿Y tus monedas de oro?

—Las tengo en el bolsillo, menos una que gasté en la hostería.

—¡Y pensar que, en vez de cuatro monedas, podrían convertirse en mil o dos mil! ¿Por qué no sigues mi consejo? ¿Por qué no vas a sembrarlas al Campo de los Milagros?

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