Las mujeres de César (42 page)

Read Las mujeres de César Online

Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Las mujeres de César
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

Un colegio de encrucijada era un semillero de actividad espiritual, y había que protegerla contra las fuerzas del mal. Era un lugar donde se congregaban los lares, y los lares eran las miríadas de fantasmas que poblaban el Otro Mundo y que hallaban un foco natural para concentrar sus fuerzas en los colegios de encrucijada. Así, cada uno de ellos tenía su propio altar dedicado a los lares, y una vez al año, más o menos a principios de enero, se celebraban unas fiestas llamadas compitales que estaban dedicadas a aplacar a los lares de los colegios de encrucijada. La noche antes de las compitales todo ciudadano libre que residiera en el barrio que iba a dar a un colegio de encrucijada estaba obligado a colgar un muñeco de lana, y cada esclavo una pelota de lana; en Roma los altares estaban tan sobrecargad.os de muñecos y pelotas que uno de los deberes de los colegios de encrucijada era instalar cuerdas para contenerlos. Los muñecos tenían cabeza, y todas las personas libres tenían cabezas que los censores contaban; las pelotas no tenían cabeza, porque a los esclavos no se les contaba. No obstante, los esclavos eran una parte importante de las festivicjades. Como en las saturnales, celebraban las fiestas como iguales con los hombres y mujeres libres de Roma, y era deber de los esclavos —despojados de las insignias serviles— realizar la ofrenda de un cerdo bien cebado a los lares. Todo lo cual quedaba bajo la autoridad de los colegios de encrucijadas y del pretor urbano, que era su supervisor.

Así pues, un colegio de encrucijada era una hermandad religiosa. Cada uno tenía un custodio, el vilicus, que se encargaba de que los hombres del barrio se reunieran regularmente en locales gratuitos cercanos a los colegios de encrucijada y al altar de los lares; mantenían limpios el altar y el colegio de encrucijada para que no resultasen atractivós a las fuerzas del mal. Muchas de las intersecciones de las calles de Roma no tenían altar, pues éstos se limitaban únicamente a los cruces más importantes.

Uno de tales colegios de encrucijada estaba situado en la planta baja de la ínsula de Aurelia, y quedaba al cuidado de Lucio Decumio… Hasta que Aurelia lo domesticó después de haberse trasladado ella a vivir eñ la ínsula, Lucio Decumio había dirigido un negocio paralelo extremadamente provechoso, pues les garantizaba protección a los tenderos y a los propietarios de fábricas del barrio; cuando Aurelia se puso a ejercer aquella formidable fuerza suya y le demostró a Lucio Decumio que a ella no se la contradecía, éste solucionó el problema trasladando su negocio de protección a la parte exterior de la vía Sacra y al Vicus Fabricii, donde los colegios locales carecían de tal empresa. Aunque estaba censado en la cuarta clase y pertenecía a la tribu urbana Suburana, Lucio Decumio tenía decididamente una influencia que había que tener en cuenta.

Aliado con sus colegas custodios de otros colegios de encrucijada de Roma, había luchado con éxito contra el intento de Cayo Pisón de cenar estos colegios debido a que Manilio había sacado beneficio de ellos. Cayo Pisón y los
boni
, por tanto, se habían visto obligados a buscarse una víctima propiciatoria en otra parte, y habían elegido al propio Manilio, que logró sobrevivir a un juicio en el que lo acusaban de extorsión, pero luego fue declarado culpable de traición, por lo que lo exiliaron de por vida y le confiscaron hasta el último sestercio de su fortuna.

Por desgracia, la amenaza a los colegios de encrucijada no desapareció cuando Cayo Pisón dejó el cargo. Al Senado y a los caballeros de las Dieciocho se les había metido en la cabeza que la existencia de los colegios de encrucijada daba lugar a que hubiera locales exentos de alquiler donde los disidentes políticos podían reunirse y confraternizar bajo excusas religiosas. Y ahora Lucio César y Marcio Fígulo iban a prohibirlos.

Lo cual dio lugar a que Lucio Decumio apareciese, lleno de ira, en las habitaciones de César en el Vicus Patricii:

—No es justo! —repitió.

—Ya lo sé, papá —le dijo César suspirando.

—Entonces, ¿qué vas a hacer tú para impedirlo? —le exigió el anciano.

—Intentaré que no se lleve a cabo, papá, eso ni que decir tiene. No obstante, dudo que haya algo que yo pueda hacer. Ya sabía que vendrías a yerme, así que ya he hablado con mi primo Lucio, pero sólo me ha servido para enterarme de que Marcio Fígulo y él están completamente decididos a hacerlo. Con muy pocas excepciones, piensan declarar ilegales todos los colegios, cofradías y asociaciones de Roma.

—¿Quiénes son la excepción? —ladró Lucio Decumio con la mandíbula apretada.

—Algunas cofradías religiosas, como los judíos, las asociaciones funerarias legítimas, los colegios de funcionarios del Estado, los gremios de comerciantes.

—¡Pero nosotros somos religiosos!

—Según mi primo Lucio César, no sois lo bastante religiosos. Los judíos no beben y cotillean en las sinagogas, y los salios y los lupercos, los hermanos arvales y otros rara vez se reúnen. Los colegios de encrucijada tienen locales donde todos los hombres son muy bien recibidos, incluidos los esclavos y los manumitidos. Y por ahí se dice que es precisamente eso lo que los hace muy peligrosos en potencia.

—¿Y quién cuidará de los lares y de sus altares?

—El pretor urbano y los ediles.

—¡Ellos ya están demasiado ocupados!

—Estoy de acuerdo, papá, estoy de acuerdo de todo corazón —le dijo César—. Incluso intenté decirle eso a mi primo, pero no me hizo caso.

—¿No puedes ayudarnos, César? ¿Sinceramente?

—Votaré en contra e intentaré persuadir a tantos como pueda para que hagan lo mismo que yo. Aunque parezca extraño, hay bastantes miembros de los
boni
que también se oponen a esa ley; los colegios de encrucijada son una tradición muy antigua, por lo que abolirlos es una ofensa a la
mos maiorum
; Catón grita mucho a ese respecto. Sin embargo, se aprobará, papá.

—Tendremos que cerrar nuestras puertas.

—Oh, no necesariamente —le dijo César sonriendo.

—¡Sabía que no me abandonarías! ¿Qué vamos a hacer?

—Oficialmente perderás el puesto, pero eso sóJo te supone una desventaja económica. Te sugiero que instales un bar y llames al lugar taberna, y que trabajes en ella en calidad de propietario.

—No puedo hacer eso, César. El viejo Roscio, que es el vecino de al lado, se quejaría al pretor urbano en un periquete: le hemos comprado el vino a él desde que yo era niño.

—Pues ofrécele a Roscio la concesión del bar. Si cierras el local, papá, a él se le acabará el negocio.

—Podrían hacer eso todos los colegios?

—¿En toda Roma, quieres decir?

—Sí.

—No veo por qué no. Sin embargo, debido a ciertas actividades que no voy a nombrar, el tuyo es un colegio rico. Los cónsules están convencidos de que los colegios se verán obligados a cerrar sus puertas porque tendrán que pagar alquileres de planta baja. Como tendrás que pagarle tú a mi madre, papá. Ella es una mujer de negocios, insistirá en que pagues. Entu caso quizás consigas un poco de descuento, pero… ¿y los otros? —César se encogió de hombros—. Dudo que la cantidad de vino que se consuma sirva para pagar los gastos.

Lucio Decumio se quedó pensando con el entrecejo fruncido.

—Los cónsules están al corriente de cómo nos ganamos la vida en realidad, César?

—Si yo no se lo he dicho, ¡y no se lo he dicho!, no sé quién iba a hacerlo.

—Entonces no hay problema! —dijo alegremente Lucio Decumio—. La mayor parte de nosotros nos dedicamos al mismo negocio de protección. —Resopló lleno de satisfacción—. Y además seguiremos ocupándonos de los colegios de encrucijada. No podemos dejar que los lares se alboroten, ¿verdad? Convocaré una reunión de todos los custodios… jTodavfa les venceremos, Pavo!

—jAsí se habla, papá!

Y allá se fue Lucio Decumio, radiante de contento.

Aquel año el otoño trajo lluvias torrenciales én los Apeninos, y el Tiber inundó su valle a lo largo de doscientas millas. Hacía varias generaciones que la ciudad de Roma no padecía un desastre como aquél. Sólo las siete colinas sobresalían de las aguas: el Foro Romano, Velabrum, el Circo Máximo, el Foro Boarium y el Holitorium, toda la vía Sacra por fuera de las murallas Servias y las fábricas del Vicus Fabricii estaban inundadas. Las alcantarillas rebosaban; los edificios que carecían de cimientos firmes se derrumbaron; las escasamente pobladas cimas del Quirinal, Viminal y Aventino se convirtieron en extensos campos de refugiados; y las enfermedades respiratorias hacían estragos. El increíblemente antiguo puente de madera sobrevivió milagrosamente, quizás porque estaba situado más abajo en el río, mientras que el puente Fabricio, situado entre la isla del Tíber y el circo Flaminio, se derrumbó. Como cuando esto ocurrió el año ya estaba demasiado avanzado para presentarse a tribuno de la plebe para el año siguiente, Lucio Fabricio, que en la actualidad era el miembro prometedor de su familia, anunció que se presentaría al cargo de tribuno de la plebe al año siguiente. El cuidado de los puentes y carreteras que conducían a Roma recaía en los tribunos de la plebe, ¡y Fabricio no estaba dispuesto a permitir que ningún otro hombre reconstruyera el que era el puente de su familia! Era el puente Fabricio, y puente Fabricio seguiría siendo.

Y César recibió una carta de Cneo Pompeyo Magnus, conquistador del Este:

Bien, César, qué campaña. Los dos reyes han caído y todo parece marchar bien. No comprendo por qué Lúculo tardó tanto tiempo. Fíjate, él no podía controlar a sus tropas, y sin embargo yo tengo a todos los hombres que sirvieron bajo su mando y nunca se quejan de nada. Marco Silio te manda recuerdos; un buen hombre, por cierto. Qué lugar tan extraño es el Ponto. Ahora comprendo por qué el rey Mitrídates siempre tenía que utilizar mercenarios y gente del norte en su ejército. Hay gente en el Ponto tan primitiva que vive en los árboles. También fabrican cierta clase de licor nauseabundo hecho con ramas de todas clases, aunque no sé cómo logran bebérselo y continuar con vida. Algunos de mis hombres iban de marcha por el bosque en el este del Ponto y se encontraron en el suelo grandes recipientes de dicha sustancia. ¡Ya conoces a los soldados! Se lo engulleron todo y se lo pasaron en grande. Hasta que de repente todos cayeron de bruces, muertos. ¡Aquello los mató!

El botín es increíble. He conquistado todas esas fortalezas, de las que se dice que son inexpugnables, que él construyó por toda Armenia Parva y por el este del Ponto, desde luego. No ha resultado muy difíciL Oh, quizás no sepas de quién te estoy hablando. Me refiero a Mitrídates. Sí, bueno, los tesoros que había logrado amasar llenaban cada una de esas fortalezas —setenta y tantas en total— a rebosar. Me llevará años transportarlo todo a Roma; tengo un ejército de empleados haciendo inventario. Calculo que con ello doblaré lo que hay actualmente en el Tesoro y luego doblaré los ingresos que Roma obtenga de los tributos de ahora en adelante.

Llevé a Mitrídates a la batalla en un lugar del Ponto al que he puesto el nombre de Nicópolis —antes ya le había puesto Pompeyópolis a otra ciudad— y lo derrotamos de forma contundente. Huyó a Sinoria, donde echó mano a seis mil talentos de oro y salió corriendo Éufrates abajo para ir a reunirse con Ti granes, que tampoco lo estaba pasando muy bien que digamos. Fraates, de los partos, invadió Armenia mientras yo estaba poniendo en orden a Mitríd ates, y asedió Artasata. Ti granes le venció, y los partos se volvieron a su casa. Pero eso acabó con Ti granes. ¡No estaba en condiciones de mantenerme a mí a raya, te lo aseguro! Así que solicitó la paz por su cuenta, y no dejó entrar en Armenia a Mitrídates. Entonces éste se fue hacia el norte, en dirección a Cimmeria. Lo que él no sabía era que yo había estado manteniendo correspondencia con el hijo que él había instalado en Cimmeria como sátrapa, que se llamaba Machares.

Así que dejé que Ti granes se quedara con Armenia, pero como región tributaria de Roma, y me apoderé de todo lo que queda al oeste del Éufrates junto con Sophene y Corduene. Le obligué a pagarme los seis mil talentos de oro que Mitrídates se había llevado, y le pedí doscientos cuarenta sestercios para cada uno de mis hombres.

¿Qué crees, que no me preocupaba Mitrídates? La respuesta es no. Mitrídates tiene bien cumplidos los sesenta años. Bien cumplidos, César. Táctica de Fabio. Dejé que el viejo corriera, ya no me parecía que fuera un peligro para mL Y además yo tenía a Machares. Así que mientras Mitrídates corría, yo marchaba. De lo que le echo la culpa a Varrón, que no tiene en el cuerpo ni un hueso que no sienta curiosidad. Se moría por mojarse los dedos de los pies en el mar Caspio, y yo pensé: «Bueno, ¿por qué no?» Así que allá fuimos, en dirección nordeste.

No hubo mucho botín, pero sí demasiadas serpientes, enormes arañas malignas y escorpiones gigantescos. Resulta curioso ver cómo nuestros hombres son capaces de luchar contra toda clase de enemigos humanos sin inmutarse y luego chillan como mujeres cuando ven bichos que se arrastran por el suelo. Me mandaron una delegación para suplicarme que nos diéramos media vuelta cuando estábamos tan sólo a unas millas del mar Caspio. Y me di la vuelta. No me quedó más remedio que hacerlo. A mí también me hacen chillar los bichos que se arrastran. Ylo mismo le sucede a Varrón, quien por esta vez se quedó muy contento de mantener secos los dedos de los pies.

Probablemente sabrás que Mitrídates está muerto, pero te contaré cómo ocurrió en realidad. Llegó a Panticapaeum, en el Bósforo cimerio, y empezó a reclutar otro ejército. Había tenido la precaución de llevar consigo a muchísimas hijas, y las utilizó como cebo para conseguir la leva de escitas; se las ofreció como esposas a los reyes y a los príncipes escitas.

Tienes que admirar la persistencia del viejo, César. ¿ Sabes lo que pensaba hacer? ¡Reunir un cuarto de millón de hombres y ponerse en marcha para caer sobre Italia y Roma! Iba a rodear la parte de arriba de Euxino y a bajar por las tierras de los roxolanos hasta la desembocadura del Danubio. Luego pensaba marchar Danubio arriba reuniendo a todas las tribus que hay a lo largo del camino e incorporándolas a sus ejércitos: dacios, besos, dardanios, los que quieras. Tengo entendido que Burebistas, de los dacios, se mostró muy entusiasta. ¡Luego iba a cruzar hasta Drave y el río Saya y entrar en Italia por los Alpes Carnicos!

Ah, se me olvidaba decirte que cuando llegó a Panticapaeum obligó a Machares a suicidarse. Son sanguinarios con su propia familia, nunca podré entender eso en los reyes orientales. Mientras él se encontraba muy atareado reuniendo un ejército, Phanagoria —la ciudad que hay al otro lado del Bósforo— se rebeló contra éL El líder de la rebelión era Farnaces, otro de sus hijos. Yo también había estado escribiendo a Farnaces. Mitrídates sofocó la rebelión, desde luego, pero cometió un grave error. Perdonó a Farnaces. Debía de estar quedándose sin hijos. Farnaces le pagó reuniendo un nuevo grupo de revolucionarios y arremetiendo contra la ¡brtaleza de Panticapaeum. Aquello era el fin, y Mitrídates lo sabía. Así que asesinó a cuantas hijas le quedaban, a algunas esposas y concubinas e incluso a unos cuantos hijos que aún eran niños. Y luego se tomó una enorme dosis de veneno. Pero no dio resultado, ya que llevaba tantos años envenenándose a sí mismo de forma deliberada que se había inmunizado. La hazaña la llevó a cabo uno de los galos de su guarda personal. Atravesó al viejo con una espada. Lo enterré yo mismo en Sinope.

Mientras tanto me iba adentrando en Siria con intención de poner orden allí para que Roma pudiera heredar. No más reyes de Siria. Yo, por mi parte, ya estoy cansado de los potentados orientales. Siria se convertirá en una provincia romana, lo cual resulta mucho más seguro. Me gusta la idea de poner buenas tropas romanas contra el Éufrates: eso daría algo que pensar a los partos. También acabé con las luchas entre los griegos y árabes a los que Tigranes había desplazado. Los árabes son bastante mañosos, creo, así que envié a algunos de ellos de vuelta al desierto. Pero los compensé por ello. Abgaro —tengo entendido que le hizo la vida tan difícil en Antioquía al joven Publio Clodio que éste salió huyendo, aunque no he conseguido averiguar qué fue exactamente lo que Abgaro le hizo— es el rey de los esquenitas; luego yo puse a alguien con el tremendo nombre de Sampsiceramus a cargo de otro grupo, y así sucesivamente. Esta clase de cosas es realmente un trabajo con el que uno disfruta, César; proporciona muchas satisfacciones. Por aquí todo el mundo es muy poco práctico, y riñen y se pelean unos con otros incesantemente. Qué tontería. Es un lugar tan rico que uno diría que bien podían aprender a llevarse bien, pero no. Sin embargo, no puedo quejanne. ¡Eso significa que Cneo Pompeyo, de Picenum, tiene reyes entre su clientela! Me he ganado lo de Magnus, te lo aseguro.

La peor parte de todo resultan ser los judíos. Son un grupo verdaderamente raro. Se mostraron muy razonables hasta que Alexandra, la anciana reina, murió hace un par de años. Pero dejó dos hijos que se pusieron a pelear por la sucesión, cosa complicada además por el hecho de que para ellos la religión es tan importante como el estado. Así que uno de los hijos tiene que ser sumo sacerdote, por lo que tengo entendido. El otro hijo quería ser rey de los judíos, pero el que había de ser sumo sacerdote, Hircano, pensó que sería bonito combinar ambos cargos. Tuvieron una pequeña guerra, e Hircano fue derrotado por su hermano Aristó bulo. Luego viene un príncipe idumeo llamado Antípatro, que va y le cuchichea unas cuantas cosas a Hircano al oído y a continuación lo convence para que se alíe con el rey Aretas de los nabateos. El trato era que Hircano le entregaría doce ciudades a Aretas que estaban gobernadas por los judíos. Entonces le pusieron sitio a Aristóbulo en Jerusalén.

Envié a mi cuestor, el joven Escauro, a resolver el embrollo. Pero debí haber sido más sabio. Él decidió que era Aristóbulo quien tenía razón, y le ordenó a Aretas que volviera a Nabatea. Entonces Aristóbulo le tendió una emboscada a su hermano en Papyron o en un lugar parecido, y Aretas perdió. Yo llegué a Antioquía y me encontré con que Aristóbulo era el rey de los judíos, y Escauro no sabía qué hacer. Acto seguido me llegan regalos de ambas partes. Deberías ver el regalo que me mandó Aristó bulo; bueno, ya lo verás cuando haga mi entrada triunfal en Roma. Una cosa mágica, César, una cepa de oro puro, con racimos de uvas doradas por todas partes.

De todos modos he ordenado a ambos afectados que se reúnan conmigo en Damasco la próxima primavera. Creo que Damasco tiene un clima estupendo, así que me parece que pasaré allí el invierno y acabaré de resolverel embrollo entre Tigranes y el rey de los partos. Al que me interesa conocer es al idumeo, Antípatro. Parece, por lo que me dicen, que es un tipo listo. Probablemente esté circuncidado. Casi todos los semitas lo están. Una práctica peculiar. Yo le tengo apego a mi prepucio, tanto literalmente como metafóricamente. ¡Mira! Eso me salió bastante bien. Será porque aún tengo conmigo a Varrón, así como a Lenaeus y a Teófanes, de Mitilene. Creo que Lúculo anda pavoneándose por ahí porque se llevó consigo a Italia esa fabulosa fruta llamada cereza, pero cuando yo regrese llevaré toda clase de plantas, incluido esa especie de limón dulce y suculento que encontré en Media: una naranja limón, ¿no te parece raro? Creo que en Italia se dará bien, le conviene el verano seco y florece en invierno.

Bueno, basta de charla. Es hora de que vaya al grano y te diga por qué te escribo. Tú eres un tipo muy sutily listo, César, y no me ha pasado inadvertido que siempre hablas a mi favor en el Senado, y con buen efecto. Nadie más lo hizo en lo referente a los piratas. Creo que pasaré otros dos años en el Este, y supongo que iré a parar a casa por la misma época aproximadamente en que tú estés dejando el cargo de pretor, si es que vas a aprovechar la ley de Sila que pernzite que los patricios se presenten al cargo dos años antes.

Pero yo sigo con mi política de tener por lo menos un tribuno de la plebe en mi grupo romano hasta que yo regrese a Roma. El próximo es Tito Labieno, y sé que tú lo conoces porque los dos estuvisteis entre el personal privado de Vatia Isáurico en Cilicia hace diez o doce años. Es un hombre muy bueno, procede de Cingulum, justo en el centro de mis tierras. Y listo, además. Me dice que vosotros dos os llevabais bien. Sé que no ostentarás una magistratura, pero quizás puedas echarle una mano de vez en cuando a Tito Labieno. O a lo mejor puede echártela él a ti… considérate con libertad para pedírselo. Ya le he dicho todo esto a él. Al año siguiente, el año que serás pretor, supongo, mi hombre será el hermano más joven de Mucia, Metelo Nepote. Yo debería llegar a casa en cuanto él termine en su cargo, aunque no puedo estar seguro de ello.

Así que lo que me gustaría que hicieras, César, es que estuvieras alerta por mí y por los míos. ¡Tú llegarás lejos, aunque yo no te haya dejado mucho mundo para conquistar! Nunca he olvidado que tú fuiste quien me enseñó a ser cónsul, mientras no se podía molestar al corrupto y viejo Filipo.

Tu amigo de Mitilene, Aulo Gabinio, te manda afectuosos saludos. Bien, será mejor que te lo diga. Haz lo que puedas para ayudarme a conseguir tierras para mis tropas. Es demasiado pronto para que lo intente Labieno, esa tarea pasará a Jepote. Voy a mandarlo a Roma antes de las elecciones del año que viene. Es una lástima que no puedas ser cónsul cuando se libre la lucha por conseguir mis tierras, es un poco pronto para ti. Sin embargo, puede que el problema se arrastre hasta que seas elegido cónsul, y entonces sí que podrás serme de gran ayuda. No va a resultar nada fácil.

Other books

Many Worlds of Albie Bright by Christopher Edge
Brave the Wild Wind by Johanna Lindsey
Mark of the Black Arrow by Debbie Viguie
Master and Fool by J. V. Jones
Bittersweet Seraphim by Debra Anastasia
The Mirror of Fate by T. A. Barron
A Witch's Fury by Kim Schubert