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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (4 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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Hoy en día para la mayoría los métodos que el centro empleaba por aquel entonces serían muy duros. No se recompensaba a los perros con comida ni existía el refuerzo positivo. Sólo cadenas de estrangulación y collares de castigo. Si las primeras no funcionaban, pasábamos a los segundos, y por último al collar electrónico si todo lo demás fallaba. Ése era el protocolo. Ahora que he trabajado con cientos de perros, creo que esas herramientas son válidas para determinadas situaciones muy concretas, pero casi nunca para la obediencia de formación. Para mí toda la metodología de entrenamiento que usaba aquel centro fallaba porque se basaba en ir a contrarreloj, pero con un reloj nada realista. He llegado a la conclusión de que la paciencia es la mayor cualidad que puede tener cualquiera que trabaje con animales. Cuando trabajamos con ellos hemos de prepararnos para ganarnos antes su confianza y luego esperar el tiempo que sea necesario para poder comunicarnos con ellos y que nos respeten.

No digo que los entrenadores de aquel centro fueran crueles con los animales: estoy seguro de que la mayoría no lo hacía adrede. Hoy se lanzan muchas acusaciones de malos tratos a animales cuando alguien no está de acuerdo con determinados métodos, y yo mismo he sido objeto de dichas acusaciones. Me gustaría recordar a esos críticos que la mayoría de los que nos dedicamos a los animales realmente nos preocupamos por ellos, y que son muy pocos los que se hacen ricos entrenando o trabajando con animales. Lo hacen por amor al trabajo y a sus animales. Y no es fácil encontrar trabajo.

La primera vez que entré en el centro de adiestramiento los métodos allí empleados no me parecieron ni bien ni mal, pero tras un tiempo me di cuenta de que aquellos métodos sólo funcionaban porque creaban cambios a corto plazo en su comportamiento externo, no tenían consecuencia alguna en su forma de ser. Dado que los perros adoptaban esa conducta sólo el tiempo necesario para que el entrenador los dejase en paz, dudo mucho que asimilaran las lecciones aprendidas. Además muchos de aquellos perros no estaban motivados para aprender esos comportamientos no sólo porque no tuvieran una relación verdadera con el entrenador, sino porque el proceso de aprendizaje no les resultaba divertido.

El director de aquel centro sería muy buen entrenador de perros, pero nunca lo vi adiestrar personalmente a ninguno. Su trabajo en la empresa consistía sobre todo en vender. Era el mejor vendedor del mundo. Compraba un perro en Alemania, donde había recibido un adiestramiento especial durante años, lo traía para llevar a cabo una exhibición y luego decía: «Esto es lo que su perro podrá hacer cuando salga de aquí».

El gran problema es que no decía a los dueños cómo aprendería todo eso su perro, pero por aquel entonces la mayoría no sabía lo suficiente como para hacer esa pregunta. No recuerdo que a nadie le preocupara el modo en que sería adiestrado su perro; nadie preguntaba: «¿Qué método emplea?, ¿utiliza refuerzos positivos?, ¿sus entrenadores son titulados?». Y no era por falta de interés. Estoy seguro de que se preocupaban mucho por sus perros, como casi todos los dueños. Creo que no disponían de la información adecuada para saber qué preguntas tenían que hacer.

Durante el tiempo que pasé en la perrera observaba mucho el entorno. Empecé a preguntarme: «¿Realmente lo que este perro necesita ahora es obediencia de formación?». Muchos de aquellos perros estaban asustados e inseguros, y el proceso de adiestramiento empeoraba las cosas. Tal vez al salir del centro pudieran obedecer una orden, pero seguían teniendo el problema de conducta con el que llegaron. Al observar a aquellos perros empecé a pensar en la idea de la rehabilitación canina en lugar del adiestramiento canino. También advertí que nadie animaba a los dueños a tomar parte en el proceso. Dejaban a sus perros en el centro con la esperanza de que se los arreglaran, como si fueran un coche o un electrodoméstico. Nadie pensó en la posibilidad de que la conducta de sus dueños pudiera afectar a la de aquellos perros.

La cuestión era que los dueños no sabían qué buscaban. Lo que sus perros necesitaban era modificar su conducta; la obediencia de formación no los ayudaba, sobre todo a los más nerviosos, a los asustadizos y a los agresivos en extremo. Al enfrentarse a un problema de conducta de su perro, se decía a los dueños: «Tienen que adiestrar a su perro». Nadie les decía: «Tienen que rehabilitar a su perro» o «tienen que satisfacer las necesidades de su perro». La palabra que solucionaba todo aquello —todo cuanto estuviera relacionado con la conducta— era adiestramiento, dando por sentado que un perro adiestrado no presentaría problemas. A juzgar por los perros que pasaron por el centro día tras día era evidente que no se trataba en absoluto de eso.

Las normas de César para elegir un entrenador de perros

  1. En primer lugar pregúntese qué quiere que aprenda su perro. ¿Es como uno de esos casos extremos de mi programa
    El encantador de perros
    ? Si es así, quizá la primera lección que su perro necesita no sea aprender «sentado», «quieto», «ven» y «atrás». Hay entrenadores de perros que no hacen rehabilitación, otros no trabajan la obediencia y algunos recurren a ambas cosas. Escoja la herramienta adecuada para la tarea que necesita realizar.
  2. Piense en su propia filosofía y ética. Por ejemplo, hay quienes se oponen a las cadenas de estrangulación. Yo no me opongo a ellas, y creo que son útiles en determinados casos si se usan correctamente. Pero nunca usaré una cadena de estrangulación si el dueño se opone, porque si éste no se siente a gusto con ese instrumento le garantizo que el perro tendrá una mala experiencia con ella. Hay otras razones por las que quizá yo no sería el entrenador que usted busca. Hay infinidad de opciones en cuanto a entrenadores de perros, como espero que les demuestre este libro. Asegúrese de que el elegido esté de acuerdo y respalde sus propios valores, porque es usted quien va a vivir y trabajar con su perro día tras día.
  3. Verifique el título del entrenador
    [1]
    . Hay entrenadores de perros con mucho talento que carecen de título (¡yo mismo fui uno de ellos!), y lo cierto es que no hay reglas inflexibles que conviertan a un entrenador titulado en un experto. Pero el hecho de contar con un título le asegura que la persona contratada ha tenido que pasar una serie de requisitos, tratar con perros durante un tiempo y estudiar. El título también obliga al entrenador a seguir una serie de normas y directrices básicas que usted mismo podrá estudiar.
  4. Pida referencias. Puede que esto le parezca obvio, pero aunque encuentre un entrenador en una guía de teléfonos pregúntele si puede hablar con alguno de sus anteriores clientes. Le darán una idea de los métodos de ese entrenador, cómo trata a sus pacientes, si es de fiar y si está dispuesto a acabar la tarea.
  5. Asegúrese de que el entrenador cuenta con usted para el proceso de entrenamiento. No hay nada malo en que un entrenador le pida que le deje el perro para trabajar con él. Yo mismo lo hago de vez en cuando, porque a menudo la causa de las malas costumbres del perro es su propio dueño, y necesita estar alejado de él para aprender otras. Pero siempre dejo bien claro a mis clientes que no
    arreglo
    perros estropeados. Trabajo estrechamente con el dueño para identificar sus propios problemas y comportamientos, de modo que puedan cambiar tanto como su perro. Si han visto mi programa, ya sabrán que en muchos casos es el dueño quien necesita más
    entrenamiento
    .
Entrenando en el tren de lavado

Sabía que quería ser un entrenador de perros distinto, pero aún no sabía exactamente cómo lo haría. De todos modos, dejé aquel centro y me puse a trabajar para un empresario que había quedado impresionado con la forma en que había manejado a su perro. Me contrató para que lavara su flota de limusinas y me consiguió un trabajo extra entrenando a los perros de sus amigos. Al ser amigos suyos me pidió que no les cobrara mucho, así que me llevaba los perros al trabajo y los entrenaba allí en mis descansos. Mientras trabajaba quería que los perros siguieran ocupados con algo que les supusiera un reto. Así que les enseñé a ayudarme a lavar las limusinas.

Había un pastor alemán, llamado Howie. El dueño de este perro me pidió que le enseñara a obedecer. No quería recurrir a los métodos del centro y recordé lo fácil que me resultaba adiestrar a los perros de la granja de mi abuelo, sobre todo cuando querían participar en lo que yo estuviera haciendo. Así que me las ingenié para enseñar a Howíe a traerme cubos de agua mientras yo lavaba las trece limusinas. Por supuesto, a casi todos los perros les encanta buscar presas, y muchos son cobradores por naturaleza. Con Howie empecé por lanzar el cubo, en lugar de la pelota, para que me lo trajera. Lo mordía para tenerlo bien agarrado y me lo traía ladeado. Comprendí que aquello no serviría de nada si quería que el cubo estuviera lleno de agua, así que coloqué una pelota de tenis en el asa del cubo. Howie se sintió inmediatamente atraído por la pelota de tenis y así aprendió a agarrar el asa y traerme el cubo vertical. Estuvimos mucho tiempo trabajando eso. Al final aprendió a levantar la cabeza y a andar erguido y muy orgulloso con el cubo en el hocico. Entonces empecé a llenarlo con un poco de agua. Pero antes de eso le decía, con mi energía y mi lenguaje corporal, que se quedara quieto para que tuviera más ganas de agarrar el cubo. En cuanto su postura reflejaba esa intensidad —que realmente quería coger el cubo— lo soltaba. Aquello era una novedad: ya no le lanzaba el cubo, ahora estaba en un sitio y me lo tenía que traer él. Al final quité la pelota de tenis del asa y la sustituí por varias capas de cinta para que a Howie le costara menos agarrarlo con la boca.

Luego le puse un nombre a esa actividad: «Trae el cubo». Howie aprendió a traerme el cubo desde cualquier lugar. Más tarde enseñaría esa misma rutina a los perros de otros clientes.

Ahora que tenía un portador de cubo, necesitaba que alguien llevara la manguera. Elegí a Sike, un rottweiler cuyo dueño quería que le enseñara obediencia. Resultó mucho más fácil enseñar a coger la manguera. Mediante una combinación muy primaria de psicología y entrenamiento caninos, empecé el ejercicio asegurándome de que el perro no se pusiera nervioso con el agua de la manguera. Una vez conseguido —simplemente fui graduando poco a poco el chorro de agua y el tiempo que tardaba en acercárselo— tenía que entrenar a Sike para que no agujereara la manguera cuando tirara de ella. Aprendí esa lección a la fuerza: mi jefe se enfureció conmigo la primera vez que Sike mordió una manguera y me hizo comprarle una nueva. Es fácil enseñar a un perro cobrador a tratar una manguera con suavidad —los crían para que no dañen con la boca a los patos cuando se los llevan a los cazadores— pero lograr que un pastor alemán o un rottweiler no claven el diente es más peliagudo. Lo solucioné envolviendo con una gruesa capa de cinta la parte de la manguera que quería que buscara el perro —cerca de la boquilla, donde la superficie era más dura—, así le resultaría más fácil agarrarla.

Tardaba unas dos semanas en enseñar cada nuevo comportamiento, pero, una vez hecho, la gente se acercaba al garaje a ver cómo lavaba el coche mientras un pastor alemán me traía cubos de agua y un rottweiler aclaraba las ruedas con una manguera. Cuando acabábamos con un coche premiaba a los perros con comida, pero no siempre. Las tareas eran lo suficientemente complejas como para llamar su atención, así que no había riesgo de que perdieran interés en medio del ejercicio y se les fuera a caer el cubo o la manguera. La tarea les suponía un reto, y se divertían participando en mis actividades. Me decía a mí mismo: ok, si acabo este coche me pagan, y si me pagan puedo daros comida. Así que el proceso me reportaba tanto como a los perros. Sabían que si acabábamos un coche comerían. Y con su ayuda tardé mucho menos en lavar los trece coches.

Entrenamiento para una protección básica

Por aquel entonces vivía en Inglewood, un barrio muy peligroso de California. Había muchos robos y mucho movimiento de bandas. La gente deseaba poder pasear tranquilamente por la calle y por el parque, por lo que empezó a comprar perros para protegerse. Muy pronto comprendí que entrenar a un perro para que ofreciera protección sería un gran negocio en nuestra zona. Al margen de mi empleo en el centro de entrenamiento y las cabriolas y los ejercicios de obediencia en mis descansos mientras lavaba limusinas, el entrenamiento de perros para tareas de protección había sido mi primera experiencia profesional como entrenador canino. Ya había empezado a experimentar con mi teoría del adiestramiento relacionado con el poder de la manada, y mi habilidad para lograr que las manadas trabajaran en equipo me estaba granjeando cierta fama, sobre todo cuando iba al parque seguido por una manada de rottweilers que mostraban un comportamiento intachable a pesar de ir sin correa. Gracias a esa creciente reputación tuve a mi primera clienta famosa: Jada Pinkett.

Jada y yo nos hicimos amigos nada más conocernos y juntos hemos pasado por muchas cosas. Después se casaría con el actor Will Smith, con quien tiene una preciosa familia, pero cuando la conocí era sólo otra actriz joven que daba sus primeros pasos. Al vivir sola en Los Ángeles pensó que necesitaba perros que la protegieran. No tenía mucha experiencia ni sabía mucho acerca de razas poderosas, pero carecía de prejuicios y estaba dispuesta a aprender. Jada es diminuta, y tenía que arreglárselas sola con los perros, así que era fundamental que aprendiera a superar la fase de dar órdenes en plan «sentado», «quieto», «ven», incluso «ataca»: necesitaba alcanzar la posición de líder de la manada entre sus perros. Con ellos fuimos mucho más allá del entrenamiento para la protección avanzada. Los llevábamos de excursión a la montaña, a la playa y por los barrios más duros del sur de Los Ángeles. Ensayábamos con muñecos que representaban a los
malos
entre árboles y arbustos, y Jada aprendió a activar y detener la protección. Quería que no le quedara la menor duda de que podría controlar a todos sus rottweilers en cualesquier momento y situación. Además de saber qué órdenes debía dar o qué correa o qué estilo de adiestramiento canino eran los más adecuados, aprendió a sentirse segura como líder de sus perros. Lo logramos después de practicar durante semanas y también con su lenguaje corporal, con su pensamiento y con la energía que proyectaba cuando estaba con los perros.

Compartir aquella experiencia con Jada fue una revelación para mí. Trabajando con ella comprendí hasta qué punto es importante el dueño a la hora de adiestrar un perro. Entonces supe que ése sería mi nuevo reto, mi misión: adiestrar a las personas para que aprendieran a comunicarse con sus perros.

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