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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (8 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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Al comenzar su segunda semana entre nosotros era evidente que Gavin se había relajado y empezamos a conocernos y a construir una confianza mutua. Nos divertimos, fuimos de excursión, jugamos al escondite, corríamos por la playa: ¡cosas que ayudarían a que Gavin recordara la alegría de ser un perro! La verdad sea dicha: ya me estaba enamorando de ese tipo.

El equipo de
El encantador de perros
se trasladó a San Diego, y decidí llevar a Gavin con nosotros para poder observar cómo reaccionaba ante situaciones nuevas. Lo hizo muy bien. Incluso le dejé interpretar el papel de un perro tranquilo y sumiso para que ayudara en el programa a otros perros descontrolados. Ya tuvo un flechazo con Daddy cuando nos conocimos en Florida, y él y Gavin se convirtieron en un gran equipo de asistentes caninos de
El encantador de perros
. Era fácil ver la dulzura y la suavidad del corazón de Gavin. Estaba todo el día tranquilo y confiado, y no ofrecía signo alguno del miedo que lo había llevado a rehabilitación. Empezaba a pensar que esta rehabilitación sería pan comido.

Me equivocaba. Aquella noche, cuando volvimos al hotel, entré en el ascensor con Gavin y, cuando sonó el aviso de que habíamos llegado a un piso, volvió a asustarse, agachó la cabeza y metió la cola entre las patas. No echó a correr ni trató de esconderse, únicamente se quedó sentado, en la misma postura que aprendió a adoptar siempre que encontrara explosivos. De algún modo, su respuesta adquirida se había convertido en su falta de respuesta ante el estrés. Sabía que tenía que planear una nueva estrategia para eliminar su miedo.

Durante el mes siguiente seguí recurriendo a la manada y a los juegos para crear una relación de confianza con Gavin mientras le presentaba poco a poco nuevas experiencias y sonidos. L. A. me había contado que las zanahorias eran la chuchería preferida de Gavin, así que le lanzaba una a la vez que le reproducía un ruido que no supusiera una amenaza, como unas pisadas fuertes o una bolsa de papel al arrugarse. Muy lentamente iba aumentando la intensidad del sonido mientras Gavin no diera indicios de que fuera a bloquearse. En las primeras fases de la terapia a veces se quedaba sentado o petrificado o evitaba el ruido. Mi respuesta consistía en ignorarlo durante un momento. Poco a poco dejó de huir y venía a mi lado. Aquello fue un gran cambio, porque antes, cuando estaba nervioso, no quería estar con L. A. y Cliff. «Si vienes a mi lado, colega, puedo contagiarte mi energía tranquila», le susurraba. Me resultaba muy gratificante que me mirara esperando un gesto mío para saber cómo comportarse.

El siguiente reto consistía en animar a Gavin para que caminara hacia un sonido fuerte, y recompensarlo cuando llegara a él. Me aproveché de su adiestramiento en la ATF y escondí chucherías dentro y alrededor de un altavoz. Y le ordené que buscara su recompensa. La mezcla de su arraigado adiestramiento y su amor por las chucherías funcionó, y así superó su aversión a los altavoces y a los sonidos que de ellos salían. Poco después empecé a convertir su hora de comer en una experiencia atronadora. Agitaba la comida dentro de un tazón metálico y lo llamaba y daba de comer. El hecho de asociar la comida con mucho ruido también ayudó a disipar su ansiedad.

Para asegurarme de que Gavin no estaba demasiado expuesto antes de tiempo cada ejercicio no duraba más de cinco minutos. Lo exponía durante cinco minutos al estrés y luego corríamos y jugábamos en la piscina. Gavin captó enseguida que tendría su recompensa favorita —jugar o estar en la piscina— después de completar cada ejercicio, así que incluso los desafíos se convirtieron en algo que deseaba.

A medida que transcurrían las semanas, seguía trayendo a Gavin al plató para distintas historias de
El encantador de perros
. Me parecía tan fascinante que quería estar con él a todas horas. Incluso me lo llevé a casa, donde ensayamos cabriolas en el garaje mientras mi hijo Calvin, que entonces tenía 8 años, ensayaba con su batería nueva. Gavin jamás rechistó siquiera por el ruido de Calvin, ¡muy al contrario que nuestros vecinos!

Otra parcela de la rehabilitación de Gavin era un tratamiento metódico con acupuntura. La acupuntura estimula las endorfinas —los analgésicos naturales de nuestro cerebro— y otros neurotransmisores que nos producen bienestar
[2]
. He descubierto que la acupuntura me puede producir increíbles beneficios para tratar el estrés y la ansiedad, y me parece que los animales responden con mucha más facilidad que las personas a este milenario arte chino. Ha sido especialmente útil en casos de miedo extremo, depresión o ansiedad.

El juego seguía siendo un elemento básico en la recuperación del equilibrio de Gavin. El cuadragésimo octavo día de su rehabilitación vinieron al Centro de Psicología Canina a visitar a Gavin dos amigos de su época de adiestramiento en la ATF: el adiestrador Todd y su labrador negro, el agente de la ATF Corey. Corey y Gavin se reconocieron de inmediato y se arrancaron en una bulliciosa danza de celebración a lo labrador. Su reunión se convirtió en una improvisada fiesta en la piscina para todos los perros del centro; ocupando la pista central, Carey y Gavin saltaban al agua desde el trampolín, salpicando a todo el que estuviera cerca. Ya había visto muchas veces el lado juguetón de Gavin, pero nunca tan despreocupado y desenfrenado como aquel día con Carey. Una vez más otro perro había conseguido precipitar la rehabilitación de Gavin, justo cuando empezaba a preocuparme que se estancara. Esta visita fue otro hito en el progreso de Gavin.

Al trabajar con perros tengo fe ciega en la madre naturaleza, pero ¡no hay motivo para no aprovecharse de la tecnología moderna si nos puede ayudar! El día quincuagéismo por fin presenté a Gavin el sofisticado remolque de realidad virtual que había inventado para llevarlo a la siguiente fase de su rehabilitación. Tuneé una vieja caravana Airstream con un proyector de vídeo, sonido envolvente y una rejilla de luces, incluso coloqué varias plantas tropicales y un sistema de aspersores para simular una tormenta. Con la ayuda de tres miembros del equipo de
El encantador de perros
, que formaron parte de la manada de Gavin en la fiesta de la piscina —Murray Summer, Todd Henderson y Kevin Lublin—, diseñé tres escenarios de realidad virtual basados específicamente en aquello que Gavin más temía: una tormenta con truenos, unos fuegos artificiales y un campo de batalla.

Un perro puede centrarse bien en una cosa cada vez y por eso suelo usar una rueda para distraer su ansiedad y obligarlo a centrarse en su energía física. Al final a casi todos los perros les encanta caminar en la rueda: ¡Los hay que incluso se convierten en adictos! Con Gavin empecé a un ritmo lento, unos tres kilómetros por hora, y lo puse a prueba con un poco de lluvia y algún trueno. Al estar centrado en la rueda, no había problema, así que añadí un poco más de lluvia y algunos fogonazos que simulaban ser relámpagos. A medida que subíamos el volumen y la intensidad de la tormenta, ordené a Gavin que buscara las chucherías en las plantas que había en el remolque y que, cuando las encontrara, hablara. Durante todo el proceso se le vio feliz, tranquilo y motivado. Sin embargo, a pesar de nuestro éxito, me aseguré de que la primera sesión sólo durara unos minutos. Como premio echamos una carrera para chapotear en la piscina.

Estaba muy orgulloso del montaje del remolque de realidad virtual y espero utilizarlo en otros casos de perros con miedos extremos. Con todo, es importante tener en cuenta que no obligué a Gavin a enfrentarse a sus peores miedos de cualquier manera. Llevábamos casi dos meses de rehabilitación intensa y diaria antes de aplicarle esa estrategia. Antes de eso me había centrado en restaurar su paz interior permitiéndole ser un perro.

Durante varios días expuse a Gavin a los fuegos artificiales y al campo de batalla en el remolque, y lo premiaba con enérgicos juegos cuando conseguía acabar cada una de las breves sesiones. Para su último reto en el remolque hice que Tina Madden disparara una pistola de fogueo. Las dos primeras veces Gavin trató de salir de la rueda. Aminoré la velocidad de la misma mientras suavemente lo animaba a seguir como si no hubiera sucedido nada. La tercera vez me miró para tranquilizarse, pero siguió caminando. Al acabar aquella sesión recibió mis mayores elogios y el premio de poder jugar más tiempo que nunca. Los dos estábamos felices por su éxito.

En cuanto estuve seguro de que Gavin tenía dominadas las pruebas del remolque de realidad virtual lo llevé al escenario de su verdadero examen final: un campo de tiro auténtico. Para darle cierta ventaja también llevé a Chipper, un cruce de boxer y ridgeback que no se alteraba por ningún ruido o alboroto. Sabía que Chipper contagiaría su tranquilidad a Gavin. Mientras el dueño del campo de tiro disparaba su rifle, Gavin, Chipper y yo corríamos de un lado a otro detrás de él. Después de que Gavin superara con nota los primeros minutos fuimos corriendo a una piscina para niños que había llevado, de modo que pudiera disfrutar de una pequeña recompensa con lo que más le gusta a un labrador: el agua. Después de unas cuantas vueltas por el campo de tiro me convencí de que mi buen soldado Gavin estaba preparado para abandonar la pista de prácticas.

Setenta días después de que Gavin hubiera llegado al centro L. A. y Cliff se lo llevaron a casa. Tardó un momento en reconocerlos, pero en cuanto su memoria olfativa funcionó se lanzó sobre ellos, saltando alegremente. Orgulloso, mostré a los dueños de Gavin el remolque de realidad virtual que le había hecho. Pero lo que los dejó boquiabiertos fue ver cómo un extasiado Gavin chapoteaba en la piscina con sus nuevos amigos de la manada. «Nunca lo habíamos visto así», dijo L. A. Me gusta decir que no tengo favoritos entre los perros del Centro de Psicología Canina, pero Gavin tenía algo tan increíble, tan especial, que se me saltaron las lágrimas al despedirme de él. Sin embargo estaba contento porque la transformación de Gavin, el agente de la ATF, en Gavin, el despreocupado y feliz labrador, era total.

Su adiestramiento lo había perjudicado a la hora de enfrentarse a una batalla, un huracán o unos fuegos artificiales, porque no sabía ser sencillamente un perro. Hasta un perro con tanto talento como Gavin necesita satisfacer sus necesidades como animal, perro y miembro de una raza antes de pretender que cumpla con las obligaciones que le ha impuesto el ser humano.

Viper, el perro del móvil

Viper, el del móvil, es otro ejemplo de perro bien adiestrado y gravemente desequilibrado. Los problemas de comportamiento de Viper —miedo extremo y falta de confianza— no sólo le impedían desempeñar las funciones para las que había sido adiestrado, sino también tener una relación íntima y cariñosa con sus dueños, algo que éstos deseaban.

La mayoría no sabe que el contrabando de teléfonos móviles es el más peligroso dentro de una prisión de máxima seguridad. Con un móvil un preso puede organizar un crimen, ordenar que asesinen a un testigo, controlar la violencia entre bandas y supervisar el tráfico de drogas dentro y fuera de la cárcel. En 1995 Harlen Lambert, un laureado oficial de policía ya jubilado, de Fullerton, California, creó la Agencia Multiestatal de Detección K-9, que en 2007 se convirtió en el primer centro en todo el país dedicado a adiestrar perros para la detección del olor específico de los móviles.

Harlen abandonó su retiro para supervisar ese adiestramiento olfativo tan especializado. Según dice: «Es mi forma de devolver a la sociedad todo lo que me ha dado». Los perros de Harlen están tan adiestrados que pueden buscar y encontrar los componentes de un móvil, como la batería o la tarjeta SIM en el caso de que un preso lo haya desmontado y haya escondido las piezas en distintos sitios. Los presos también tratan de despistar a los perros escondiendo sus móviles en contenedores de comida con la idea de disimular el olor de los componentes con otros olores más penetrantes, pero los perros de la ASK-9 no se dejan engañar tan fácilmente. Esos perros tan tenaces están entrenados para encontrar móviles dentro de colchones, congeladores, libros, tarros de manteca de cacahuete y cabezas de ajo, e incluso debajo del agua en una cisterna.

Harlen ha adiestrado a cientos de perros durante más de treinta años, pero uno de ellos se ganó un lugar muy especial en su corazón:

Viper, un pastor belga malinois de 3 años. Según Harlen: «Es el perro más listo de todos los que tengo. Puede encontrar un móvil en un campo de unos noventa metros cuadrados. No parará hasta dar con él». El único premio que Viper busca es un juguete y la alegría y la satisfacción de su adiestrador, Harten.

El problema es que, a pesar de su inteligencia, le dan miedo la gente y los ruidos repentinos y muy fuertes. Una cárcel es un entorno ruidoso e impredecible. Viper no puede utilizar sus espectaculares dones a no ser que esté totalmente relajado. Para que el equipo de
El encantador de perros
viera el problema de Viper Harlen nos hizo esperar en una sala y mirar a través de un espejo falso cómo encontraba los móviles que habían escondido en una habitación especialmente preparada. A solas con Harlen movía alegremente el rabo y se le veía juguetón, lleno de energía y alegría. Entonces Todd Henderson, operador de cámara y productor, entró en la habitación y Viper se transformó por completo. Encogió el cuerpo, escondió el rabo entre las patas y se bloqueó.

Negando con la cabeza, incapaz de creer que un animal tan bello quedara tan anulado, Harlen me dijo: «Después de que llegara a nosotros supimos que pasó los primeros ocho meses de vida encerrado en una jaula. Así que su nerviosismo no es sólo una manía, es algo mucho más profundo».

Harlen es un policía duro y corpulento, pero a medida que hablábamos de Viper los ojos se le iban empañando cada vez más por la emoción. «Odio verlo triste. Si alguna vez tengo que arrastrarlo u obligarlo de algún modo, creo que me disgusta más a mí que a él. Es tan amable. Sólo quiere complacer. Este perro nunca estará en venta. Viper jamás me abandonará».

Pregunté a Harlen si Viper había tenido la menor posibilidad de ser sólo un perro. Me contestó que lo llevaba a un parque para perros, pero siempre estaba solo. Pensé para mis adentros: «Necesita estar en una manada con otros perros. Está totalmente estresado, bajo mínimos. ¡Viper realmente necesita unas vacaciones!».

Después de que Harlen y su esposa, Sharron, me dieran permiso para llevarme a Viper al Centro de Psicología Canina de Santa Clarita, en California, quise asegurarme de que pasaría tiempo con él antes de darle el alta. Pero incluso después de haber estado sentado con él unos minutos mientras se tranquilizaba y acostumbraba a mi presencia, seguía bloqueándose cuando trataba de sacarlo de debajo de la litera en la que estaba yo sentado, aunque tirara con suavidad de su correa. Así que hice lo que he hecho durante años cuando un caso se me resiste: llamé a un
encantador de perros
más sabio que yo: Daddy.

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