–Fo-Nar -dije yo-. ¿Eres panario?
–Debería decir que no -contestó con alguna aspereza-. Soy originario de Jahar, pero ahora no tengo patria. Soy un panthan.
–¿Estuviste allí durante el reinado de Tul Axtor? – le pregunté.
–Si -replicó él-. Es por su culpa que me convertí en un exiliado: intenté matarlo, y fui detenido; escapé apenas con vida. No puedo volver mientras él viva.
–Entonces, puedes volver -le dije-. Tul Axtor está muerto.
–¿Cómo lo sabes, mi señor?
–Conozco al hombre que lo mató.
–¡Maldita sea mi suerte! – exclamó-. Ahora que podría volver es imposible.
–¿Por qué es imposible?
–Por la misma razón, mi señor, por la que tú nunca volverás a tu lugar de origen, a menos que seas panario, cosa que dudo.
–No, no soy panario -le dije-. Pero ¿qué te hace pensar que nunca volveré a mi país?
–Porque nadie que caiga en las manos de Hin Abtol puede escapar nunca, excepto por medio de la muerte.
–Oh, vamos, Fo-Nar -le dije yo-. Esto es ridículo. ¿Qué puede evitar que uno de nosotros deserte?
–Si desertamos aquí -replicó él-. Seremos inmediatamente descubiertos y muertos por los gatholianos; cuando acabe la campaña no aterrizaremos en ningún sitio antes de alcanzar Panar: y de Panar no hay escape. Las naves de Hin Abtol nunca se detienen en alguna ciudad amiga donde uno tenga oportunidad de escaparse, ya que no hay ninguna ciudad que sea amiga de Hin Abtol. Ataca cualquier ciudad que se cree capaz de tomar, la saquea y se lleva todo el botín que puede reunir y todos los prisioneros que sus naves pueden transportar, principalmente hombres; dicen que ya dispone de un millón de hombres, y que planea conquistar Helium en su momento, y luego todo Barsoom. Me hizo prisionero cuando saqueó Raxor en su camino de Panar a Gathol; yo servía en el ejército del jed.
–¿Te gustaría volver a Jahar? – pregunté.
–Claro -contestó-. Mi mujer está allí, si vive aún; he estado ausente veinte años.
–¿No sientes lealtad hacia Hin Abtol?
–Absolutamente ninguna, ¿por qué?
–Creo que puedo contártelo. Tengo el mismo poder que todos los barsoomianos de leer la mente de otro cuando éste se descuida; y un par de veces, Fo-Nar, tu subconsciente ha bajado la guardia y me ha permitido leer tus pensamientos; he aprendido varias cosas acerca de ti. Una de ellas es que estás constantemente meditando acerca de mí, sobre quién soy y si soy de confianza. Otra es que desprecias a los panarios. También he descubierto que tú no eras un guerrero cualquiera en Jahar, sino un dwar al servicio del jeddak… Estabas pensando en ello cuando me viste por primera vez con el metal y el arnés de un dwar.
Fo-Nar sonrió.
–Lees bien -me dijo-. Debo tener cuidado. Lees mucho mejor que yo, y guardas tus pensamientos mucho más celosamente que yo; ya que no he sido capaz de obtener ni el más ligero indicio de lo que pasa por tu cabeza.
–Nadie ha sido capaz de leer en mi mente nunca -dije yo.
Era extraño, y bastante inexplicable. Los marcianos han desarrollado la capacidad para leer de la mente hasta el punto de convertirla en un arte, pero ninguno ha podido leer en la mía. Quizás era por ser la mente de un terrícola, y esto puede explicar el hecho de por qué la telepatía no ha avanzado demasiado en nuestro planeta.
–Eres afortunado -dijo Fo-Nar-, pero por favor, continúa con lo que habías empezado.
–Bien -dije-. En primer lugar, he reparado el motor. La
Dusar
puede ya volar.
–¡Magnífico! – exclamó Fo-Nar-. Ya te dije que no era un panario; es el pueblo más estúpido del mundo. Ningún panario hubiese podido repararla nunca; todo lo que saben hacer es dejar que las cosas se destruyan y se arruinen. Continúa.
–Ahora necesitamos una tripulación. ¿Puedes encontrar de quince a veinticinco hombres de confianza y capaces de combatir, hombres que me sigan a cualquier parte para ganar su libertad de Hin Abtol?
–Puedo encontrar todos los hombres que necesites -me contestó Fo-Nar.
–Pues ocúpate de ello; ahora eres primer padwar de la
Dusar
.
–Estoy naciendo otra vez -dijo Fo-Nar riendo-. Comenzaré inmediatamente, pero no esperes un milagro. Me llevará algún tiempo dar con los hombres adecuados.
–Diles que se presenten en la nave después de oscurecer, y que se aseguren de que nadie los ve. ¿Qué podemos hacer con respecto al centinela que hay al pie de la escalerilla?
–El que estaba de guardia cuando llegaste a bordo es de confianza -dijo Fo-Nar-, y nos acompañará. Estará de servicio de la octava rodé a la novena, y les comunicaré a los hombres que vengan a esa hora.
–¡Buena suerte, padwar! – dije mientras se dirigía a la borda.
El resto del día se arrastró con lentitud. Pasé algún tiempo en mi camarote hojeando los documentos de la nave. Al igual que las naves terrestres, las barsoomianas llevan un cuadro de bitácora, y ocupé varias horas en examinar el de la
Dusar.
La nave había sido capturada cuatro años atrás, durante una expedición científica al ártico, y, desde entonces, bajo comandantes panarios, el cuaderno había quedado muy descuidado. A veces no había ninguna anotación en una semana, y las que había eran chapuceras y no profesionales; cuanto más sabía de los panarios, tanto menos me gustaban… ¡Y pensar que la criatura que los gobernaba aspiraba a conquistar el mundo! Hacia el final de la séptima ronda, Fo-Nar retornó.
–He tenido mucha más suerte de lo que esperaba -dijo-. Cada hombre al que me acerqué sabía de tres a cuatro por los cuales podía responder; así que no me llevó mucho reunir veinticinco. Sabía, también, que tenía al hombre adecuado para que fuera el segundo padwar. Fue padwar del ejército de Helium, y ha servido en muchas de sus naves.
–¿Cómo se llama? – le pregunté-. Conozco a mucha gente de Helium.
–Tan Hadron de Hastor -contestó Fo-Nar.
¡Tan Hadron de Hastor! ¡Uno de mis mejores oficiales! ¿Qué mala pasada le habría llevado a la armada de Hin Abtol?
–Tan Hadron de Hastor -dije en voz alta-; el nombre me suena algo familiar; es posible que lo conozca.
No deseaba que nadie supiera que yo era John Carter, Príncipe de Helium; porque si se sabía, y yo era capturado, Hin Abtol podría arrancar un enorme rescate a Tardos Mors, Jeddak de Helium y abuelo de mi mujer, Dejah Thoris.
Los guerreros comenzaron a subir a bordo inmediatamente después de la octava ronda. Había instruido a Fo-Nar para que los enviara de inmediato a sus alojamientos, puesto que temía que demasiado movimiento en la cubierta de la
Dusar
llamara la atención; también le había indicado que mandara a Tan Hadron a mi camarote apenas llegase.
Hacia la octava ronda y cuarto, alguien golpeo a mi puerta; y, cuando le permití pasar, Tan Hadron entro en el camarote. Mi piel roja y mi correaje panario le confundieron, y no me reconoció.
–Soy Tan Hadron de Hastor; el padwar Fo-Nar me ha ordenado que me presentara a ti.
–¿No eres panario? – le pregunté. Él se puso rígido.
–Soy heliumita, de la ciudad de Hastor -dijo con orgullo.
–¿Dónde está Hastor? – inquirí yo. Pareció sorprendido por tal ignorancia.
–Se encuentra directamente al Sur del Gran Helium, mi señor; aproximadamente a quinientos haads. Perdóname -añadió-, pero creí oír al padwar Fo-Nar que conocías a mucha gentes de Helium, y por ello imaginé que habías visitado el imperio; de hecho, él me dio a entender que habías servido en nuestra armada.
–Esto no viene al caso. Fo-Nar te ha recomendado para el puesto de segundo padwar de la
Dusar.
Tendrás que servirme fielmente y seguirme a donde yo la conduzca; tu recompensa será la libertad de Hin Abtol.
Pude ver que, ahora que me había conocido, era un poco escéptico acerca de la proposición… un hombre que nunca había oído hablar de Hastor no podía valer demasiado; sin embargo, tocó la empuñadura de su espada y dijo que me seguiría lealmente.
–¿Es esto todo, mi señor? – preguntó.
–Sí, por el momento. Cuando todos los hombres estén a bordo, los haré formar bajo cubierta, y entonces designaré los oficiales; estáte allí, por favor.
Saludó y se volvió para irse.
–Ah, a propósito -le llamé-. ¿Cómo está Tavia?
Ante esto, se volvió como si le hubiesen pegado un tiro, y sus ojos se le dilataron.
–¿Que sabes de Tavia, mi señor? – exigió conocer. Tavia era su amante.
–Sé que es una chica adorable, y que no puedo comprender por qué no estás con ella en Hastor, ¿o estás destinado ahora en Helium?
Él se me acercó más, y me miró intensamente. En realidad, la luz de mi camarote no era muy buena, o me hubiera reconocido antes. Finalmente su boca se abrió, desenfundó la espada y la arrojó a mis pies.
–¡John Carter! – exclamó.
–No tan alto, Hadron -le amonesté-. Nadie conoce mi identidad; y nadie debe saberla, excepto tú.
–Te lo has pasado bien a mi costa ¿eh, mi señor? – me dijo riendo.
–Hacía tiempo que no tenía nada de que reírme -le dije- así que espero qué me perdones; ahora, cuéntame cómo te has metido en este lío.
–Casi la mitad de la armada de Helium os está buscando a Llana de Gathol y a ti. Han llegado rumores sobre el paradero del uno o del otro desde todos los rincones de Barsoom. Como muchos otros oficiales, yo estaba explorando en tu busca en una nave monoplaza, tuve mala suerte, mi señor, y aquí estoy. Una de las naves de Hin Abtol me derribó, y cuando aterricé me capturaron.
–Llana de Gathol y yo, junto con otros dos compañeros, también fuimos derribados por una nave de Hin Abtol -le conté-. Mientras yo estaba buscando comida, ellos fueron capturados, presumiblemente por guerreros de Hin Abtol, ya que aterrizamos detrás de sus líneas. Tenemos que intentar averiguar, si es posible, dónde está Llana; entonces podremos hacer planes. Quizás alguno de nuestros reclutas tenga información; investiga, a ver qué puedes descubrir.
Saludó y abandonó mi camarote. Era bueno saber que tenía a un hombre como Tan Hadron de Hastor como uno de mis tenientes.
Poco después de que Tan Hadron abandonara mi camarote, Fo-Nar entró para informarme de que todos los reclutas, salvo uno, se habían presentado, y que los tenía poniendo la nave en condiciones. Parecía preocupado por algo, y le pregunté lo qué era.
–Es por ese guerrero que no se ha presentado -me contestó-. El hombre que lo persuadió de que se nos uniera está preocupado también. Asegura que lo conocía desde hace poco tiempo, pero que en cuanto llegó a la
Dusar
se encontró con un par de hombres que lo conocían bien; y ellos dicen que es un ulsio.
–Bien, no podemos hacer nada ahora -dije-. Si ese hombre habla y levanta sospechas, podemos tener que despegar aprisa. ¿Has asignado un puesto a cada hombre?
–Tan Hadron lo está haciendo ahora. Creo que hemos encontrado un oficial espléndido en él.
–Estoy seguro de ello -convine-. Asegúrate de que cuatro hombres estén preparados para cortar las amarras instantáneamente, por si es preciso llevar a cabo una fuga rápida.
Cuando están en tierra, las naves marcianas más grandes son amarradas a cuatro ganchos enterrados, uno a cada lado de proa y uno a cada lado de popa. A menos que la nave vaya a retornar al mismo anclaje, estos ganchos son desenterrados y llevados a bordo antes de que despegue. En el caso de una partida forzosa, tal como anticipaba que podía ser la nuestra, las amarras atadas a éstos suelen ser cortadas.
Fo-Nar había salido de mi camarote, y cinco minutos después volvió apresuradamente.
–Supongo que tendremos que hacerlo, mi señor -dijo-. ¡El odwar Phor San está subiendo a bordo! El recluta desaparecido está con él; debe haberle contado todo lo que sabía.
–Cuando el odwar suba a bordo, bájalo a mi camarote; y luego ordena a los hombres que ocupen sus puestos; cuida de que los cuatro hombres destacados para el desamarre esperen con hachas junto a las maromas; pide a Tan Hadron que encienda el motor y esté listo para despegar; sitúa un hombre ante la puerta de mi camarote para pasar la orden de despegar cuando yo dé la señal, que será con dos palmadas.
Fo-Nar retornó a los dos minutos.
–No bajará -me informó-. Está vociferando como un thoat enloquecido, exigiendo que le suban a cubierta al hombre que dio la orden de reclutar una tripulación para la
Dusar.
–¿Está Tan Hadron a los mandos, listo para encender el motor? – le pregunté.
–Si.
–Entonces, que los encienda en cuanto yo suba a cubierta, y al mismo tiempo sitúa a tus hombres en las amarras; infórmales de cuál será la señal.
Esperé un par de minutos una vez que Fo-Nar hubo partido; luego subí a cubierta. Phor San esta caminando arriba y abajo, evidentemente invadido por una terrible cólera; también un poco bebido. Caminé hacia él y lo saludé.
–¿Me mandaste llamar, mi señor? – le pregunté.
–¿Quién eres? – exigió saber.
–El dwar al mando de la
Dusar,
mi señor -repliqué.
–¿Quién lo dice? – gritó-. ¿Quién te destinó a esta nave? ¿Quién te destinó a alguna nave?
–Tú, mi señor.
–¿Yo? – aulló-. Nunca antes te he visto. Estás bajo arresto. ¡Arrestadlo! – Se volvió hacía un guerrero que estaba junto a él (mi guerrero desaparecido, sospeché) y comenzó a hablarle.
–Espera un minuto -le dije yo-, mira esto; es una orden escrita con tu propia firma asignándome el mando de la
Dusar
.
Sostuve la orden donde pudiera leerla a la brillante luz de las dos lunas de Marte.
Pareció sorprendido y un poco avergonzado durante un momento, luego explotó:
–¡Esto es una falsificación! Y de cualquier modo, no te he dado autoridad para reclutar guerreros para la nave.
–¿De qué vale una nave de combate sin guerreros? – quise saber.
–Una nave que no puede volar no necesita guerreros, idiota -entonces comenzó a recordar-. Pensaste ser muy listo al hacerme firmar esa orden; pero yo fui un poco más listo… sabía que la
Dusar
no podía volar.
–Bien ¿entonces por qué todo este jaleo, mi señor? – le pregunté.
–Porque estás tramando algo. No sé qué es, pero voy a descubrirlo… ¡Trayendo hombres a bordo en secreto por la noche! Revoco esa orden, y te coloco bajo arresto.
Yo había esperado sacarlo de la nave pacíficamente, puesto que quería asegurarme del paradero de Llana antes de despegar. Un hombre me había contado que había oído que ella iba en una nave con rumbo a Pan-Kor, pero no era muy preciso. También deseaba saber si Hin Abtol estaba en ella.