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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (28 page)

BOOK: Llana de Gathol
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–Si, ¿por qué no? – repitió Rojas-. ¿Pero cómo?

–Si yo pudiese hacerme invisible… -sugerí. Ella consideró la idea durante un momento, y luego dijo:

–Eso sería traición. Significaría la muerte, una muerte horrible, cuando me prendan.

–Nunca podría pedírtelo -protesté sintiéndome hipócrita, puesto que sabía que se lo pediría si pensara que ella lo haría. Hubiera sacrificado a sabiendas la vida de cualquier persona de Invak, incluyendo la mía propia, si ello me permitiera liberar a Llana de Gathol. Estaba desesperado, y cuando un hombre está desesperado recurre a cualquier medio para lograr sus fines.

–Soy muy infeliz aquí -dijo Rojas, en un intento bastante natural y humano de justificarse a sí misma-. No importaría quién supiese lo que había hecho, porque nunca nos encontrarían otra vez. Ambos seríamos invisibles, y podríamos marcharnos a tu país -lo planeaba todo estupendamente.

–¿Sabes dónde está la nave que trajo a la muchacha prisionera? – la interrogué.

–Sí, aterrizó en el techo de la ciudad.

–Esto simplifica mucho el asunto. Si todos nos hiciéramos invisibles, podríamos alcanzarla y escaparnos con facilidad.

–¿Qué quieres decir con «todos»? – me preguntó ella imperiosamente.

–Que quiero llevar conmigo a Ptor Fak y a Llana de Gathol, que fue capturada al mismo tiempo que yo.

Rojas se heló instantáneamente y sus brazos me soltaron.

–La chica no -dijo.

–Pero, Rojas, debo salvarla -insistí.

No hubo contestación. Esperé un momento y la llamé, pero ella no respondió, y poco después vi su esbelta espalda materializarse en la entrada de una de las calles opuestas a mí. Una esbelta espalda coronada por una cabeza desafiantemente alzada. Aquella espalda irradiaba furia femenina.

VII

Una vez Rojas hubo partido, me hundí en los abismos de la desesperación. Si ella hubiera esperado a que yo hubiese podido explicárselo todo, los cuatro podríamos habernos escapado juntos. Debo admitir que nunca he sido capaz de desentrañar el comportamiento de las mujeres, pero ahora presentía que Rojas no retornaría jamás. Presumo que mi convicción estaba influenciada por una cita de
La Novia de Enlutada:
«El Cielo no conoce pasión como la del amor vuelto en odio, ni el Infierno furia como la de una mujer despechada».

Sin embargo, no me desesperé completamente: nunca lo hago. En vez de afligirme, me dispuse a hurgar en la cerradura de mis grilletes con el trozo de alambre que me había traído Kandus. Ptor Fak se acercó para observarme. Yo me sentaba de cara al árbol, pegado a él, e inclinándome sobre mi trabajo; y Ptor Fak se me acercó y se inclinó también sobre mí. Tratábamos así de ocultar a ojos curiosos lo que intentábamos conseguir; como ya la noche estaba bien entrada, confiábamos en estar solos en el patio.

Finalmente di con la forma de abrirla, y después de esto sólo me llevó unos pocos segundos despojar a Ptor Fak de sus grilletes. Entonces se dejó oír una voz detrás de nosotros.

–¿Qué estáis haciendo? – preguntó imperativamente-. ¿Por qué no estáis dormidos?

–¿Cómo podemos dormir si nos están molestando continuamente? – repliqué, ocultando el alambre detrás de mí.

–Levantaos -ordenó la voz, y cuando nos levantamos los grilletes cayeron de nuestros tobillos-. Me lo había imaginado -dijo la voz.

Entonces vi el trozo de alambre elevarse del suelo y desaparecer.

–Eres muy ingenioso, pero no creo que Ptantus sepa apreciar tu ingenio cuando conozca esto. Colocaré a un guardia para que os vigile constantemente de aquí en adelante.

–Todo sale mal -dije un momento después a Ptor Fak, en cuanto vi a un guerrero entrar en una de las calles, suponiendo que aquél era el que nos había hablado, y que no había otro por los alrededores.

–Parece que no hay esperanza ¿verdad? – dijo Ptor Fak.

–No -le reconvine-, no mientras esté con vida.

La tarde siguiente, la voz de Kandus llegó y se sentó a mi lado.

–¿Cómo va todo? – me preguntó.

–Terriblemente.

–¿Qué ha pasado?

–No puedo contártelo -dije- porque probablemente hay un guardia por ahí cerca escuchando todo lo que diga.

–No hay nadie aquí, excepto nosotros -dijo Kandus.

–¿Cómo lo sabes? Tu gente es tan invisible para ti como lo eres tú para mí.

–Aprendemos a presentir la presencia de otros -me explicó él- aunque no puedo decirte cómo.

–Si estás seguro de que nadie nos está escuchando -dije- da lo mismo de qué forma puedes saberlo. Seré totalmente franco contigo; logré abrir los grilletes de Ptor Fak y los míos. Alguien me sorprendió y se llevó el trozo de alambre.

No le revelé a Kandus que había partido en dos el pedazo de alambre que me había traído, y que aún guardaba en mi bolsillo la otra mitad. No es útil decir todo lo que sabes, incluso a un amigo.

–¿Y cómo demonios pensabas escapar, aun sin los grilletes?

–Era sólo el primer paso -le dije-. En realidad, no teníamos ningún plan, pero sabíamos que, ciertamente, era imposible escapar mientras estuviésemos encadenados.

Kandus se rió.

–Tienes algo de razón -dijo, y luego se mantuvo en silencio un instante-. La chica que fue capturada contigo… -dijo al fin.

–¿Qué hay de ella? – pregunté.

–Ptantus se la ha dado a Motus -me contestó-. Todo se efectuó con mucha rapidez. Nadie parece saber el porqué, ya que Ptantus nunca ha mostrado un aprecio particular por Motus.

Si Kandus no conocía el porqué, yo creía que sí. Vi allí la mano de Rojas, y en ella un demonio de ojos verdes: los celos son un monstruo sin corazón.

–¿Harías algo más por mi, Kandus? – le pregunté.

–De buena gana, si puedo.

–Puede parecer una petición un poco tonta pero, por favor, no me pidas que te la explique. Quiero que veas a Rojas y le digas que Llana de Gathol, la chica que Ptantus le ha dado a Motus, es la hija de mi hija.

Puede parecer extraño a los habitantes de la Tierra el que Rojas pudiera enamorarse locamente de un abuelo, pero debes recordar que Marte no es la Tierra, y que yo soy distinto al resto de los terrícolas. No conozco mi edad. No recuerdo ninguna infancia. Me parece que siempre he existido, y que siempre he sido el mismo. Tengo ahora la misma apariencia que cuando luchaba con el Ejército Confederado en la Guerra de Secesión: la de un hombre de unos treinta años. Y aquí en Barsoom, donde la esperanza de vida normal es de alrededor de mil años, y donde la gente no comienza a mostrar los estragos de la vejez hasta poco antes de su disolución, las diferencias de edad no cuentan. Puedes enamorarte de una hermosa joven en Barsoom y, en lo que respecta a su apariencia, puede tener tanto dieciséis años como setecientos.

–Por supuesto, no lo comprendo -dijo Kandus- pero haré lo que pides.

–Y otro favor más. Ptantus me ha prometido que va a dejarme celebrar un duelo con Motus, y me ha asegurado que Motus me matará. ¿Existe alguna posibilidad de arreglar que el duelo se celebre hoy?

–Te matará.

–Eso no es lo que te he preguntado.

–No sé cómo podrá hacerse -dijo Kandus.

–Si Ptantus tiene espíritu competitivo -sugerí- le gustará hacer apuestas en cualquier momento. Apuéstale a que, si Motus lucha conmigo siendo visible, no logrará matarme, y que en cambio yo podré matarlo en cualquier momento que quiera.

–Pero no puedo hacer eso -dijo Kandus-. Motus es el mejor espadachín de Barsoom. Te matará y perderé mi dinero.

–¿Cómo podría convencerte? Sé que puedo matar a Motus en un combate. Si tuviera algo de valor, te lo daría como fianza de tu apuesta.

–Yo tengo algo de valor -intervino Ptor Fak- y lo apostaría por Dotar Sojat, junto con cualquier otra cosa que tuviera.

Alcanzó su bolsillo y extrajo de él un magnífico medallón enjoyado.

–Es digno del rescate de un jeddak -dijo a Kandus-. Trátalo con cuidado y apuesta su valor por Dotar Sojat.

Un segundo más tarde, el medallón desapareció en el aire, y supimos que Kandus lo había cogido.

–Tendré que ir adentro a examinarlo -dijo la voz de Kandus- porque, por supuesto, ahora que se ha hecho invisible no puedo verlo. No tardaré mucho.

–Ha sido muy amable de tu parte, Ptor Fak. Ese medallón debe ser casi inapreciable.

–Uno de mis antepasados remotos fue jeddak -me explicó Ptor Fak-. Ese medallón le perteneció, y ha permanecido en la familia durante miles de años.

–Debes estar bastante seguro de mi maestría con la espada.

–Lo estoy -contestó-, pero aunque hubiera estado menos seguro, habría hecho lo mismo.

–Esto es amistad, y lo aprecio.

–Posee un valor incalculable -dijo una voz a mi lado, indicándome que Kandus había retornado-. Iré inmediatamente a ver qué puedo hacer sobre el duelo.

–No olvides lo que te pedí que dijeras a Rojas -le recordé.

VIII

Una vez que Kandus nos dejó, el tiempo se arrastró con lentitud. La tarde transcurrió, y se hizo tan de noche que era seguro que Kandus había fracasado en su misión. Me descorazoné, pensando en el destino que pronto se abatiría sobre Llana de Gathol. Sabía que ella se suicidaría, y me sentía impotente para evitar la tragedia. Y, mientras me hundía así en los abismos de la desesperación, una mano se posó sobre mí. Una mano suave; y una voz dijo:

–¿Por qué no me lo dijiste?

–No me diste ocasión -dije yo-. Echaste a correr sin darme oportunidad de explicártelo.

–Lo siento -dijo la voz- y siento el daño que le he hecho a Llana de Gathol, y ahora te he condenado a muerte a ti.

–¿Qué quieres decir? – pregunté.

–Ptantus ha ordenado a Motus que luche contigo y que te mate.

Rodeé a Rojas con mis brazos y la besé. No pude evitarlo de tan feliz que me sentía.

–¡Bien! – exclamé-. Aunque ninguno de nosotros se diera cuenta en su momento, me has hecho un gran favor.

–¿Qué quieres decir?

–Me han dado la oportunidad de enfrentarme a Motus en una lucha limpia; y ahora estoy seguro de que Llana de Gathol está a salvo… al menos en lo que concierne a Motus.

–Motus te matará -insistió Rojas.

–¿Presenciarás el duelo?

–No deseo verte morir -replicó ella, aferrándose fuertemente a mí.

–No tienes por qué preocuparte, no voy a morir; y Motus nunca poseerá ni a Llana de Gathol ni a ninguna otra mujer.

–Puedes decir a sus amigos que empiecen ya a cavar su tumba -intervino Ptor Fak.

–¿Estás seguro? – le dijo Rojas.

–Tenemos a la princesa en nuestro poder -dijo Ptor Fak. La expresión deriva del ajedrez marciano, el jetan, en el cual la captura de la princesa decide el vencedor y termina el juego.

–Espero que tengas razón -le dijo Rojas-. Al menos me has alentado, y no es difícil esperar cualquier cosa de Dotar Sojat.

–¿Sabes cuándo voy a luchar contra Motus? – le pregunté.

–Esta noche -respondió Rojas-. Ante toda la corte, en el salón del trono de Palacio.

–¿Y qué pasará cuándo lo mate?

–Será de temer también -dijo Rojas- porque Ptantus se pondrá furioso. No sólo habrá perdido un guerrero, sino todo el dinero que ha apostado en el duelo. Pero pronto llegará el momento -añadió- y debo irme ya.

Vi cómo abría mi bolsillo y dejaba caer algo dentro de él, y luego se fue.

Por la forma subrepticia en que lo había realizado, sabía que no deseaba que nadie supiese qué había puesto en mi bolsillo, o el que había puesto algo allí; y, por lo tanto, no lo examiné inmediatamente, temiendo que hubiese alguien espiando y que sospechase algo. La constante tensión de sentirse visto y escuchado por ojos y oídos invisibles comenzaba a afectarme; estaba tan nervioso como una gata con siete cachorrillos.

Después de un largo silencio, Ptor Fak dijo:

–¿Qué piensas hacer con ella?

Sabía lo que quería decir, porque la misma cuestión me preocupaba a mí.

–Si logramos escapar de aquí -dije- me la llevaré a Helium y dejaré que Dejah Thoris la convenza de que allí hay muchos hombres más atractivos que yo.

Ya me las había visto con otras mujeres enamoradas, y no sería la primera vez que Dejah Thoris me sacaba de apuros. Porque ella sabía que, sin importar cuántas mujeres me amaran, ella era la única mujer a la que yo amaba.

–Eres un hombre atrevido -dijo Ptor Fak.

–Lo dices porque no conoces a Dejah Thoris -repliqué-. No es que yo sea un hombre atrevido, es que ella es una mujer juiciosa.

Esto me hizo una vez más comenzar a pensar en ella, aunque debo confesar que rara vez está ausente de mis pensamientos. Podía describirla ahora en nuestro palacio de mármol en Helium, rodeada por los brillantes hombres y mujeres que llenan nuestros salones. Podía sentir su mano en la mía mientras bailábamos las majestuosas danzas barsoomianas que ella ama tanto. Podía verla con el pensamiento como si estuviera delante de mí; y podía ver a Thuvia de Ptarth, a Carthoris, a Tara de Helium, a Gaham de Gathol. A ese magnífico grupo de hombres atractivos y mujeres hermosas, unidos por lazos de amor y de matrimonio. ¡Qué recuerdos evocaban!

Una suave mano acarició mi mejilla y una voz, tensa por el nerviosismo, dijo:

–¡Vive! ¡Vive para mí! ¡Volveré a medianoche y debes estar aquí! – Luego se fue.

Por una u otra razón que no puedo explicar, su voz tranquilizó mis nervios. Me dieron confianza en que a medianoche estaría libre. Su presencia me recordó que había dejado caer algo en mi bolsillo y metí la mano en él con aire casual. Mis dedos entraron en contacto con una esfera del tamaño de canicas, y supe que el secreto de la invisibilidad era mío. Me acerqué a Ptor Fak y, una vez más, abrí la cerradura de su grillete con el resto del pedazo de alambre, y luego alcancé una de las esferas que me había dado Rojas. Me incliné muy cerca de su oreja.

–Tómate esto -susurré- y en una hora serás invisible. Vete entonces al extremo del patio y espera allí. Cuando yo vuelva, también seré invisible, y, cuando silbe esto, respóndeme. – Silbé las notas iniciales del himno nacional de Helium, una señal que Dejah Thoris y yo habíamos usado a menudo.

–Entendido -dijo Ptor Fak.

–¿Qué has entendido? – dijo una voz.

¡Maldita sea! Otra vez la dichosa invisibilidad, y todos nuestros planes podían haberse ido al garete ¿Qué había oído aquel tipo? ¿Qué había visto? Temblé interiormente, temiendo la respuesta. Luego sentí unas manos en mi tobillo y vi caer abierto mi grillete.

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