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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (30 page)

BOOK: Llana de Gathol
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Cuando Motus tuvo la espada, vino a por mí furiosamente. Yo sabía perfectamente lo que tenía en la cabeza: iba a acabar conmigo de inmediato. Lo desarmé otra vez, y otra vez bajé mi espada, mientras el arbitro corría a por la otra sin esperar que se lo indicara.

Ahora Motus era más cauteloso. Noté que intentaba conducirme hacia un determinado lugar. Y me di cuenta entonces de que el arbitro no estaba dentro de mi campo de visión, y una rápida ojeada me reveló que se encontraba directamente detrás de mí; no fue mi intuición la que me avisó lo que pensaba hacer, puesto que, ya había presenciado aquel truco con anterioridad por parte de un espadachín sin escrúpulos y su cómplice. Escuché algunas protestas de entre el público; ninguna persona honorable puede presenciar tal tropelía sin manifestar su desaprobación.

Cuando Motus atacase, esperando obligarme a retroceder, el arbitro estaría «accidentalmente» pegado a mi espalda; yo tropezaría con él, y Motus me tendría a su merced. Es un truco despreciable, y Ptantus debía haberlo visto venir, pero no hizo nada para evitarlo.

Escudriñé los ojos de Motus y ellos me telegrafiaron sus intenciones un instante antes de que se tirara a fondo, con todo su peso tras él. Yo me había agazapado ligeramente, anticipándome, y mis músculos terráqueos me apartaron velozmente a un lado, y la espada de Motus se hundió hasta la empuñadura en el cuerpo del arbitro.

Durante un momento el pandemóniun reinó en el salón del Trono. Toda la audiencia se puso en pie, y se escucharon vítores y protestas, y algo me dijo que los vítores eran para mí y las protestas para Motus y el arbitro.

Motus era un hombre terriblemente trastornado y aturdido cuando desclavó su hoja del cuerpo del muerto, pero ahora no le concedí respiro. Fui a por él ansiosamente, aunque aún no para matarlo. Le abrí un profundo corte en su hinchada mandíbula.

–No vas a ser un cadáver de buena apariencia, Motus -dije- y, antes de que acabe contigo, vas a empeorar mucho más.

–¡Calot! – gruñó, abalanzándose sobre mí lanzando violentos tajos y estocadas.

Paré todos sus golpes, tejiendo una red de acero alrededor de él, y cada vez que fallaba, le hice sangre en algún nuevo punto de su cuerpo.

–Te quedan tres xates de vida, Motus -dije-. Será mejor que los aproveches.

Se lanzó sobre mí como un loco; pero yo salté a un lado y, mientras se volvía, le corté una de sus orejas tan limpiamente como pudiera haberlo hecho un cirujano. Pensé que iba a desvanecerse, porque sus rodillas parecieron ceder, y vaciló durante un momento.

Esperé que recobrara el control de sí mismo, y luego fui a «trabajarlo» de nuevo. Intenté grabar mis iniciales en su pecho, pero por aquel entonces no quedaba allí ningún sitio lo bastante grande; de cintura para arriba parecía una bandeja de hamburguesas crudas.

El suelo estaba cubierto con su sangre y, cuando se abalanzó furiosamente sobre mí una vez más, se resbaló y cayó. Se quedó allí tendido, esperando sin duda que yo acabaría entonces con él, en lugar de ello, dije:

–Aún te queda un xat y medio de vida, Motus.

Se puso de pie, vacilante, e intentó lanzarse sobre mí profiriendo imprecaciones. Creo que por entonces Motus ya se había vuelto bastante loco de terror. No sentía simpatía hacia él: era una rata, y ahora luchaba como una rata acorralada.

–El suelo está demasiado resbaladizo aquí -le dije-. Vayamos hacia el trono del jeddak, estoy seguro de que le gustará presenciar el final.

Lo hice maniobrar hacia la posición adecuada y luego lo obligué a retroceder hasta que estuvimos directamente delante de Ptantus.

Es muy raro que yo castigue a un hombre como castigué a Motus; pero yo opinaba que se lo merecía, y era el denunciante, fiscal, juez y jurado; y era también el verdugo.

Motus estaba ahora farfullando y efectuando fútiles amagos con su hoja. Ptantus me contemplaba, y la audiencia estaba en tensión, conteniendo el aliento. Vi a muchos echar rápidos vistazos al reloj.

–Un tal más, Motus -dije.

Un tal es aproximadamente las ocho décimas partes de un segundo terrestre.

En ese instante, Motus se volvió de improviso y corrió gritando hacia la gran puerta del salón del trono; y de nuevo la audiencia se puso de pie, protestando y gritando:

–¡Cobarde!

El combate era a muerte y Ptantus había apostado a que yo no mataría a Motus. Si no lo hacía, mucho me temía que Ptantus reclamaría el dinero; así que lo arriesgué todo en un arte que había practicado a menudo para mi propia diversión. Alcé mi mano armada por detrás de mi hombro derecho y luego la proyecté con todas mis fuerzas, soltando primero la hoja de la espada. La espada voló como una flecha, y atravesó el cuerpo de Motus por debajo del hombro izquierdo a la octava zode y once xates en punto.

XI

Me volví y, careciendo de espada con la que saludarlo, me incliné ante Ptantus. Él debía haber respondido a esta cortesía formal, pero no hizo nada de eso, limitándose a contemplarme y a ponerse de pie. La jeddara también se incorporó y, con las trompetas delante y los cortesanos detrás, los dos abandonaron ceremoniosamente el salón del trono, efectuando un amplio rodeo para evitar la sangre y los dos cadáveres.

Una vez que hubieron salido, el guerrero que me había traído desde el patio se acercó y me tocó en el brazo.

–Vamos -dijo-. Todo lo que has sacado de esto es ser encadenado de nuevo en tu árbol.

–He conseguido mucho más que eso -le repliqué, acompañándole a través del salón del trono-. Tuve la satisfacción de vengarme de la patada de un cobarde.

Mientras atravesábamos el umbral, alguien comenzó a vitorearme y prácticamente toda la audiencia le acompañó.

–Es una demostración poco corriente -dijo el guerrero-, pero te la mereces. Nadie en Barsoom ha visto jamás una demostración de esgrima tal como la que nos proporcionaste esta noche… ¡y yo pensé que fanfarroneabas! – se rió.

Sabía que teníamos que cruzar un par de patios antes de alcanzar aquél en el que había estado confinado; y me daba cuenta de que si desaparecía de pronto ante los ojos del guerrero, él sabría que yo había obtenido esferas de invisibilidad; y aunque, por supuesto, no podría encontrarme, con seguridad se iniciaría una investigación que trastornaría nuestros planes de fuga. Si sospechaban que estaba libre e invisible, una de las primeras cosas que harían, naturalmente, sería situar un guardia junto a mi nave.

Si por el contrario, creían que simplemente había escapado, y que no era invisible, considerarían que lo único necesario era buscarme y encontrarme con rapidez. Por supuesto, aun así podían situar una guardia junto a la nave; pero no estaría tan alerta, y podríamos abordar a la nave y escapar antes de que se dieran cuenta de nuestra presencia.

Mientras nos aproximábamos al primer patio, me separé de mi guardián y eché a correr con toda mi velocidad terrestre. El guerrero me gritó que me detuviera, y rompió a correr. Cuando alcancé la entrada del patio, simulé doblar la esquina, lo que, por supuesto, me hubiera ocultado de él aun estando visible.

Debo confesar que aquella carrera había tenido el corazón en la boca, porque no podía saber si me volvería de verdad invisible o no.

Sin embargo, en cuanto abandoné el corredor iluminado, desaparecí totalmente; no podía ver ninguna parte de mi cuerpo… era la sensación más extraña que había experimentado nunca.

Tenía trazado un plan, y ahora corrí hasta el otro extremo del patio y salté sobre el techo de la ciudad.

Pude escuchar a mi guardián corriendo y llamándome; mi desaparición debía haberlo dejado perplejo, puesto que, no teniendo la menor idea de que podía hacerme invisible, no podía explicárselo de ninguna manera, exceptuando el caso de que me hubiera escabullido por la entrada de otra calle. Sin embargo, estaría probablemente seguro de que no había tenido tiempo de eso.

Bien, no me preocupé mucho por lo que estuviera pensando; en vez de ello, me puse en marcha a través del tejado, en busca del patio donde me aguardaba Ptor Fak y donde esperaba verme con Rojas a medianoche; quedaba bastante poco para la medianoche, que tiene lugar en Barsoom a la octava zode y veinticinco xates.

Un día marciano se divide en diez zodes, habiendo cuatro tales en un xat, o doscientos en un zode. Las pantallas de sus relojes están marcadas con cuatro circunferencias concéntricas; entre la circunferencia interior y la siguiente se marcan los zodes de una a diez; en la siguiente circunferencia, se marcan los xates de uno a cincuenta entre cada dos zodes; y en la circunferencia exterior se marcan doscientos tales entre los radios que pasan a través de los números de los zodes y se extienden hasta la periferia. Sus relojes tienen tres manecillas de diferentes colores y longitudes, una indicaba la zode, la segunda el xat y la más larga el tal.

No me fue difícil encontrar el patio en el que había estado confinado; me puse a silbar cuando lo alcancé y Ptor Fak respondió. Vagué hacia el sonido hasta tropezar con él.

–¡Que buena pinta tienes! – dijo él, y ambos nos reímos-. Te llevó mucho más tiempo del que habías previsto acabar con Motus.

–Tuve que demorarlo hasta estar seguro de que sería invisible a mi vuelta -le expliqué.

–¿Y ahora qué? – preguntó él. Averigüé dónde estaba su cabeza y puse mis labios muy cerca de una de sus orejas.

–Cuando venga Rojas -susurré- cruzaremos los tejados hasta los alojamientos de las esclavas y recogeremos a Llana de Gathol. Mientras tanto, tú escalarás este árbol que alcanza los tejados y nos esperarás allí.

–Silba cuando vuelvas -dijo, dejándome.

Había descubierto que la invisibilidad era muy desconcertante; no podía ver ninguna parte de mi cuerpo; era sólo una voz sin sustancia visible… una voz en un patio aparentemente desierto que, por lo que yo sabía, podía estar lleno de enemigos. Si estaban allí, yo no sería capaz de oírlos, porque los invakenses toman la precaución de recubrir todas las partes metálicas de sus equipos de forma que no produzcan ruido al moverse.

Sospechando que debía haberse organizado una búsqueda, presentí que debía haber guerreros invakenses en el patio, aunque no había visto ni oído a ninguno.

Mientras aguardaba a Rojas, tomé la precaución de no moverme para no tropezar inadvertidamente con alguien que pudiera requerir que me identificara: pero con ello no podía prevenir que alguien tropezara conmigo, y eso fue exactamente lo que sucedió. Unas manos me agarraron y una voz malhumorada preguntó imperiosamente.

–¿Quién eres tú?

¡En buen jaleo me había metido! ¿Qué hacer? Dudaba de que pudiera hacerme pasar por un invakense… sabía demasiado poco de ellos para poder hacerlo con éxito; así que hice lo primero que se me ocurrió.

–Soy el fantasma de Motus -dije, con voz sepulcral-. Estoy buscando al hombre que me mató, pero no está aquí.

Las manos me soltaron; pude casi sentir aquel tipo retroceder temblando, y entonces otra voz dijo:

–¡Nada de fantasma de Motus! Reconozco esa voz: es la del esclavo que mató a Motus. ¡Agárralo!

Salté a un lado, pero salté entre los brazos de otra voz que me cogió.

–¡Lo tengo! – gritó la voz-. ¿Cómo conseguiste el secreto de la invisibilidad, esclavo?

Tanteé con mi mano izquierda en busca de la empuñadura de la espada de aquel tipo y, cuando la encontré, dije:

–Has cometido un error -y atravesé el corazón de la voz.

Un breve gemido y estuve libre. Manteniendo la parte de mi espada a la altura del pecho, me volví y corrí hacia el árbol por el cual Ptor Fak había ascendido al tejado. Uno de mis hombros empujó un cuerpo, pero alcancé el árbol sin problemas.

Mientras subía cuidadosamente hacia una rama baja, intentando no revelar mi presencia agitando el follaje, escuché un silbido. Era Rojas.

–¿Quien silbó? – preguntó imperiosamente una voz en algún lugar del patio. No hubo respuesta.

Rojas no podía haber aparecido en peor momento; no le respondí; no había qué hacer, mas Ptor Fak pensó evidentemente que sí, y contestó al silbido. Debió haberse imaginado que era yo el que lo llamaba.

–¡Están en el tejado! – gritó una voz-. ¡Rápido! ¡Subamos por este árbol!

Bien, el único árbol que alcanzaba el tejado era aquél que ocupaba yo, y si permanecía allí era seguro que me descubrirían. Sólo podía hacer una cosa, y era subir yo también al tejado, y lo hice tan rápidamente como pude.

No había dado media docena de pasos una voz arriba, cuando me tropecé con alguien.

–¿Zodanga? – susurré.

No deseaba pronunciar el nombre de Ptor Fak, pero sabía que él me entendería si mencionaba el nombre de su país.

–Sí -contestó él.

–Busca la nave y quédate cerca de ella hasta que yo llegue.

Él apretó mi brazo para indicarme que me había entendido, y se fue. Pude ver agitarse violentamente el árbol por el cual había subido, así que supe que algunos guerreros lo estaban trepando en mi persecución, aunque no podía imaginarme cómo demonios pensaban dar conmigo.

Era la más fantástica situación concebible; debía haber al menos una docena de hombres en el tejado y posiblemente otros en el patio donde permanecía Rojas, aunque tanto el tejado como el patio estaban aparentemente desiertos: ni el oído ni el ojo podían percibir bicho viviente alguno en ellos; la ilusión desaparecía solamente cuando alguien hablaba, y en ese momento escuché una voz a corta distancia.

–Probablemente ha tomado esta dirección: es la más cercana a las murallas de la ciudad. Extendeos y peinad todo el tejado hasta las murallas.

–Es un gasto inútil de tiempo -dijo otra voz-. Si alguien le ha proporcionado el secreto de la invisibilidad, jamás lo encontraremos.

–De todos modos -habló otra voz-, no creo que fuese él; no hay forma de que se haya hecho invisible… sin duda era de verdad el fantasma de Motus.

Por aquel entonces, las voces se apagaban en la distancia, y me pareció que podía suponer que todos los guerreros habían partido en mi búsqueda; así que me acerqué al borde del tejado y salté sobre el patio. Me detuve allí un momento, concentrando todos mis poderes mentales en el intento de sentir la presencia de otros hombres cerca de mí, como Kandus me había dicho que él podía hacer, pero no obtuve reacción alguna. Esto podía significar que yo no era capaz de sentir la presencia de otros hombres, o que no había ninguno allí, al menos en mis cercanías; así que aproveché la oportunidad y silbé de nuevo. Una respuesta llegó desde el otro extremo del patio; esperé. Entonces escuché un leve silbido mucho más cercano, y lo contesté. Un momento después, la mano de Rojas me tocó. No pronuncié palabra por temor de atraer a otros perseguidores, mas la conduje hasta el árbol y la ayudé a treparlo.

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