Yo me levanté, y él me cogió por el correaje e intentó ponerme de pie tirando de él; y al mismo tiempo, me lanzó un puñetazo.
Paré su golpe, y agarré su correaje; luego me puse de pie y lo levanté por encima de mi cabeza. Lo sostuve allí un momento, y luego lo lancé a través de la sala.
–Esto te enseñará a ser más respetuoso con los que son mejores que tú.
Alguno de los otros guardias me miraron ceñudamente, enfadados; pero muchos se rieron de Ul-To, que se puso en pie trabajosamente, sacó su espada larga y vino hacia mí. Aún no me habían desarmado, y desenvainé la mía; pero antes de que pudiéramos enfrentarnos, un par de los compañeros de Ul-To lo agarraron y lo contuvieron. Estaba maldiciendo y forcejeando para liberarse cuando el oficial de guardia, evidentemente atraído por el disturbio, entró en la sala. Cuando supo lo que había pasado, se volvió airadamente hacia mí.
–Deberías ser flagelado -me dijo- por insultar a un guerrero panario.
–Quizás te gustaría intentarlo -le respondí.
Ante esto, se puso del color de la grana y casi saltó, de tan furioso que estaba.
–¡Agarradlo! – ordenó a voz en grito a los guerreros-. Y dadle una buena paliza.
Todos se acercaron hacia mí y desenvainé la espada. Estaba de espalda a la pared, y hubiera habido varios panarios muertos por la sala en pocos minutos, si el oficial que me había llevado allí no hubiese entrado en ese preciso instante.
–¿Qué significa esto? – preguntó imperativamente.
El oficial de guardia se explicó, mintiendo descaradamente.
–Miente -le dije al oficial-. Fui atacado sin provocación.
Él se volvió hacia el oficial de guardia.
–No sé quién empezó esto -le dijo-, pero será mejor para vuestros cuellos que nada le pase a este hombre -luego me desarmó y me dijo que lo siguiera.
Me condujo de nuevo fuera de palacio, al lado del edificio donde estaba mi nave. Me di cuenta de que no estaba amarrada, no existiendo peligro de viento bajo la gran cúpula; deseé que estuviera al aire libre para poder huir volando si era capaz de encontrar a Llana de Gathol; hubiera sido una oportunidad espléndida para escapar de no haber sido por aquella cúpula cerrada.
Me llevó al centro de una extensión de césped bien cuidado, ante un grupo de gente que se había reunido junto al edificio. Había tantos hombres como mujeres, y estaban acercándose más desde el palacio, finalmente se oyó una fanfarria de trompetas y apareció el jeddak, acompañado por cortesanos y cortesanas.
Entre tanto, un hombre de gran tamaño había salido al césped y se había situado junto a mí; era un guerrero que llevaba el metal que lo identificaba como miembro de la guardia de corps de Hin Abtol.
–El jeddak ha oído historias de tu gran fuerza -dijo el oficial que me había traído allí- y desea ver una demostración de ella. Rab-Zov, aquí presente, se supone que es el hombre más fuerte de Pankor…
–Yo soy el hombre más fuerte de Pankor, señor -le interrumpió Rab-Zov-. Soy el hombre más fuerte de Barsoom.
–Debes ser bastante fuerte -le dije-. ¿Qué vas a hacerme?
–Vais a luchar entre vosotros para entretener al jeddak y a su corte. Rab-Zov demostrará cuan fácilmente puede derribarte al suelo y mantenerte allí. ¿Estás listo, Rab-Zov?
Rab-Zov dijo que estaba listo, y el oficial nos indicó que comenzáramos. Rab-Zov se me acercó contoneándose, echando ocasionalmente rápidos vistazos a la audiencia para ver si todos lo miraban. Así lo hacían; lo miraban y admiraban su gran corpulencia.
–¡Vamos, amigo! – dijo Rab-Zov-. Hazlo lo mejor que puedas; quiero atraer la atención del jeddak.
–Espero hacerlo interesante para ti, Rab-Zov -le dije. Él se rió muy alto ante mi frase.
–No tendrás tantas ganas de bromear cuando esté encima de ti.
–¡Vamos, charlatán! – le azucé-. ¡Hablas demasiado!
Estaba inclinado hacia adelante, intentando agarrarme, cuando hice presa de una de sus muñecas, la torcí rápidamente, y lo arrojé por encima de mi hombro. Lo dejé caer con fuerza a propósito. Aún estaba un poco atontado cuando se levantó. Yo lo esperaba muy cerca; lo cogí por el correaje y lo levanté por encima de mi cabeza; entonces comencé a hacerlo girar. Estaba absolutamente inerme; y cuando pensé que estaba lo suficientemente mareado, lo lancé con fuerza ante Hin Abtol. Rab-Zov estaba en el suelo… y fuera de combate.
–¿No hay hombres fuertes en Pankor? – pregunté, y entonces vi a Llana de Gathol de pie junto al jeddak. Se me ocurrió una idea descabellada casi con la rapidez de una revelación.
–Quizás sería mejor que enviara a dos hombres contra ti -me dijo Hin Abtol de buen humor; evidentemente, había disfrutado con el espectáculo.
–¿Por qué no un espadachín? – le pregunté-. Soy bastante bueno con la espada.
Quería una espada como fuera… la necesitaba para ejecutar mi plan.
–¿Quieres morir, esclavo? – quiso saber Hin Abtol-. Tengo a los mejores espadachines del mundo en mi guardia.
–Entonces, preséntame al mejor -le dije yo-. Puedo darte alguna sorpresa a ti… y a alguien más -y miré directamente a Llana de Gathol y le guiñé un ojo. Entonces, por primera vez, ella me reconoció pese a mi disfraz.
–¿A quien estás guiñando el ojo? – me preguntó imperiosamente Hin Abtol, mirando alrededor de él.
–Se me metió algo en el ojo -le respondí.
Hin Abtol habló a un oficial.
–¿Quién es el mejor espadachín de la guardia?
–No hay ninguno como Ul-To -le contestó el oficial.
–Ve a buscarlo.
¡Vaya! Iba a cruzar mi espada con la de mi viejo amigo Ul-To. A él le gustaría… durante un momento.
Trajeron a Ul-To; y cuando descubrió que iba a luchar conmigo, su satisfacción fue evidente.
–Ahora, esclavo, te voy a enseñar la lección que te prometí.
–¿Otra vez? – le pregunté.
–Esta vez será diferente.
Cruzamos las espadas.
–¡A muerte! – le dije.
–¡A muerte, esclavo! – replicó Ul-To.
Al principio, luché sobre todo a la defensiva, intentando colocar a mi rival en la posición donde lo quería tener. Cuando lo tuve allí, comencé a acosarlo, y él retrocedió. Lo mantuve de espaldas a la audiencia y, empecé a hacerle cortes… sólo unos pocos. Quería que adquiriera respeto por mi punta y por mi habilidad. Pronto estuvo cubierto de sangre, y yo lo estaba forzando a ir a donde quiera que yo deseara.
Lo empujé dentro de la multitud, que reculó; y entonces capté la mirada de Llana, y le indiqué con mi cabeza que se pusiera a mi lado; luego acosé a Ul-To hasta más cerca de ella.
–Cuando lo mate -susurré-, corre hacia la nave y enciende el motor.
Hice entonces retroceder a Ul-To lejos de la multitud, vi a Llana siguiéndonos, y pensé que estaba tan interesada en el duelo que no se daba cuenta de lo que hacía.
–¡Ahora, Llana! – susurré, y la vi retirarse lentamente hacia la nave.
Para desviar la atención de Llana, hostigué a Ul-To hacia un lado con una exhibición de esgrima tal que atrajo todas las miradas; entonces lo rodeé y lo hice casi correr hacia atrás, llevándolo hacia mi nave. De repente, oí gritar a Hin Abtol:
–¡La chica! ¡Atrapadla! ¡Ha subido a bordo de la nave!
Mientras comenzaba a moverse, le atravesé el corazón a Ul-To y corrí hacia mi nave. Una docena de guerreros con las espadas desenvainadas iba tras mis talones. El que había salido primero, y que era más rápido que los demás, me alcanzó justo cuando acababa de detenerme junto a la nave para asegurarme de que no estaba amarrada a ninguna parte. Me di la vuelta y paré un violento tajo; mi hoja se movió una vez más con la ligereza de un rayo, y la cabeza del guerrero cayó rodando de sus hombros.
–¡Vamonos! – le grité a Llana, saltando a cubierta.
Mientras la nave se levantaba, acudí apresuradamente a los mandos y me hice cargo de ellos.
–¿Adónde vamos, John Carter? – me preguntó Llana.
–A Gathol -repliqué.
–¿Cómo…? – comenzó a decir, pero vio que yo había alzado el morro de la nave hasta formar un ángulo de cuarenta y cinco grados, y que había apretado el acelerador… ésa era la respuesta.
La pequeña nave, la más veloz y maniobrable que yo había manejado nunca cruzaba el aire templado de Pankor a tremenda velocidad. Ambos nos acurrucamos contra el suelo de la pequeña cabina de pilotaje, y esperamos.
La nave se estremeció ante el terrorífico impacto; cristales rotos saltaron en todas direcciones… y luego salimos al frío y limpio aire del Ártico.
Enderecé entonces la nave, y puse rumbo a Gathol a toda velocidad; había peligro de que nos congelásemos si no alcanzábamos pronto un clima más cálido, puesto que no contábamos con pieles.
–¿Qué fue de Pan Dan Chee y de Jad-Han? – le pregunté.
–No los he visto desde que fuimos capturados en Gathol -contestó Llana-. Pobre Pan Dan Chee; luchó por mí y fue gravemente herido; me temo que nunca lo volveré a ver… -la voz se le rompió.
Yo deploraba mucho el probable destino de Pan Dan Chee y Jad-Han, pero al menos Llana de Gathol estaba al fin a salvo. ¿O estaba exagerando? Ella estaba al fin a salvo de Hin Abtol, pero ¿qué nos aguardaba en el futuro? Estaba en peligro inmediato de morir congelada si algún contratiempo demoraba nuestro vuelo hacia regiones más cálidas, y habría otros innumerables peligros al cruzar los desiertos de este planeta moribundo.
Pero, siendo un optimista incorregible, aún sentía que Llana estaba a salvo; y ella también. Quizás porque no era concebible ningún peligro mayor que el que la había amenazado mientras estuvo en poder de Hin Abtol.
En ese momento, me di cuenta de que ella se estaba riendo, y le pregunté qué la divertía.
–Hin Abtol te teme a ti más que a ningún otro hombre de Barsoom -me dijo ella-, y te tuvo en su poder y no lo supo. Y enfrentó a un torpe ceporro contra ti, el mejor espadachín de dos mundos, cuando podía haberte lanzado encima todo un utan para destruirte. Aunque sin duda hubiera perdido la mitad de su utan. Sólo pido que algún día sepa la oportunidad que desperdició dejando escapar a John Carter, Señor de la Guerra de Barsoom.
–Sí -convine- es divertido. Y también lo es el agujero que dejamos en el techo de su ciudad; pero me temo que el sentido del humor de Hin Abtol no sepa apreciarlo.
Volamos rápidamente hacia el sur y a climas más cálidos, felices de nuestra milagrosa huida del tirano de Panar; y, afortunadamente, ajenos a lo que nos deparaba el futuro.
Llana de Gathol estaba a salvo, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuándo veríamos de nuevo a Gathol o Helium?
Sí, Llana de Gathol estaba a salvo al fin. La había rescatado de su cautiverio en la ciudad de Pankor; lo hice ante las mismísimas narices de Hin Abtol, el que se titulaba a sí mismo jeddak de jeddaks del Norte, y volamos apresuradamente a través del aire poco denso del moribundo Marte en mi propia nave rápida hacia Gathol. Estaba muy satisfecho por lo que había conseguido, pero también tenía mucho frío.
–Dices que me vas a llevar a Gathol -me dijo Llana cuando Pankor hubo quedado bien atrás-. Nada me haría más feliz que retornar a mi ciudad con mis padres; pero ¿cómo podemos confiar en aterrizar allí, estando Gathol rodeada por los guerreros de Hin Abtol?
–Los panarios son una gente estúpida e ineficaz -le respondí-. La mayoría de los guerreros de Hin Abtol son conscriptos forzosos, que no ponen el corazón en hacer la guerra por cuenta de su tiránico amo. Estos pobres diablos congelados sólo lo soportan porque saben que no hay escape, y prefieren la vida y la consciencia a que los devuelvan a Pankor para ser congelados de nuevo hasta que Hin Abtol necesite sus espadas en una futura guerra.
–¡Hombres congelados! – exclamó Llana-. ¿Qué quieres decir?
–¿No oíste hablar nada de ellos mientras estuviste prisionera en Pankor? – le pregunté, sorprendido.
–Nada -me aseguró Llana-. Hablame de ellos.
–Enseguida. Fuera de los muros de la ciudad-invenadero, hay filas y filas de picotas expuestas al cortante viento y al amargo frío de la región polar. De estos soportes, como vacas congeladas en un almacén de carne, cuelgan por los pies millares de guerreros, congelados y en estado de animación suspendida. Son cautivos capturados en numerosas incursiones durante un período de cien años. He hablado con uno que estuvo congelado más de cincuenta años.
»Estaba en la sala de resurrección cuando algunos de ellos fueron revividos; después de unos pocos minutos, no parecían haber sufrido ningún mal por su experiencia, pero la idea en sí es repulsiva.
–¿Por qué lo hace? – quiso saber Llana-. ¿Por qué miles de ellos?
–Mejor sería decir miles de millares -le dije-. Un esclavo me dijo que había al menos un millón. Hin Abtol sueña en conquistar todo Barsoom con ellos.
–¡Qué grotesco! – exclamó Llana.
–Si no fuera por la armada de Helium, podría llegar bastante lejos en su gran ambición; y debes agradecer a tus reverenciados antepasados, Llana, que exista la armada de Helium. Cuando te haya devuelto a Gathol, volaré a Helium y organizaré una expedición que pondrá punto final a los sueños de Hin Abtol.
–Desearía que, antes de que hicieras eso, intentásemos averiguar qué ha sido de Pan Dan Chee y de Jad-Han -me dijo Llana-. Los panarios nos separaron al poco de nuestra captura.
–Deben de haber sido conducidos a Pankor y congelados -sugerí.
–¡Oh, no! – exclamó Llana-. Sería demasiado terrible.
–Estás muy encariñada con Pan Dan Chee, ¿no? – pregunté.
–Se ha comportado como un buen amigo -dijo ella, algo envarada.
La muy testaruda nunca admitiría que estaba enamorada de él… y quizás no lo estuviera; nunca se puede afirmar nada respecto de las mujeres. Lo había tratado abominablemente mientras estuvieron juntos; pero cuando se separaron y él estuvo en peligro, había mostrado la mayor preocupación por su seguridad.
–No me imagino cómo podemos descubrir algo de su destino, a menos que preguntemos directamente a los panarios; y eso puede ser más bien peligroso. También me gustaría saber qué ha sido de Tan Hadron de Hastor.
–¿Tan Hadron de Hastor? ¿Dónde está?
–La última vez que le vi estaba a bordo de la
Dusar
, la nave panaria que robé de su base aérea ante Gathol; y había sido hecho prisionero por la tripulación amotinada que me echó de ella. Había un montón de asesinos entre ellos, y estaban determinados a matar a Tan Hadron en cuando hubiera conducido la nave al destino que hubiesen elegido; ya ves, nadie de la tripulación sabía nada de navegación.