–Necesito algo, lo que sea -murmuro, abriendo los ojos y las sábanas, la guitarra junto a las sábanas, cubierta de sangre seca, y algunas de las manchas son tan grandes que me llevan a abrir la boca, luego trago saliva-. Necesito algo, tío.
–¿Qué? – dice Roger-. ¿Qué pasa, tío? ¿Te has vuelto majara, o qué?
–No, necesito un médico, tío.
–¿Por qué? – Roger suspira.
–Me hice un corte en la mano.
–¿De verdad? – Roger parece aburrido.
–Estuve sangrando, bueno, bastante.
–Claro que sí. ¿Cómo te lo hiciste? – pregunta Roger-. En otras palabras: ¿te ayudó alguien?
–Me lo hice afeitándome… ¿qué huevos importa? Consígueme un médico.
Al cabo de un rato, Roger pregunta:
–Si ya no te sangra, será porque no tiene importancia, ¿no?
–Pero hay mucha… sangre, tío.
–Pero ¿te duele? – pregunta Roger-. ¿Te la notas?
Una larga pausa, luego:
–No, bueno, en realidad no. – Espero un momento antes de decir-: Más o menos.
–Te conseguiré un médico. Dios santo.
–Y una doncella. Un aspirador. Necesito un… aspirador, tío.
–Tú sí que estás hecho un aspirador, Bryan -dice Roger. Oigo risas al fondo, que Roger hace que callen chistando bien fuerte, luego me dice-: Tu padre llama sin parar. – Oigo que Roger enciende un pitillo-. Lo digo por si te interesa.
–Los dedos, Roger, no los puedo mover.
–¿No me oyes? ¿Qué coño te pasa?
–¿Qué quiere? ¿Es lo que quieres que te diga? – Suspiro-. ¿Cómo sabe dónde estoy?
–No lo sé. Un asunto urgente. ¿Está tu madre en el hospital? No estoy seguro. ¿Quién sabe?
Intento sentarme, luego enciendo un pitillo con la mano izquierda. Cuando se hace evidente que Roger no va a decir nada más, Roger dice:
–Te daré tres horas para que estés listo. ¿Necesitas más? Por el amor de Dios, espero que no, ¿vale?
–Sí.
–Y ponte algo de manga larga -advierte Roger.
–¿Qué? – pregunto, confuso.
–De manga larga, tío. Ponte algo de manga larga. Algo que no llame la atención.
Me miro los brazos.
–¿Por qué?
–Por varias cosas: porque, primero, estás mejor con manga larga; segundo, porque tienes marcas de pinchazos en los brazos; tercero, porque tienes marcas de pinchazos en los brazos; y cuarto, porque tienes marcas de pinchazos en los brazos.
Una larga pausa que finalmente rompo yo al decir:
–¿Coca?
–Bueno -dice Roger, luego cuelga.
Un productor de la Warner Brothers que está en Tokio para reunirse con unos representantes japoneses de Sony tiene treinta años y está calvo y tiene una cara como de máscara mortuoria y lleva puesto un kimono con zapatillas de tenis, mientras pasea con languidez por su suite, fumándose un canuto, y todo es estupendo y para morirse y Roger hojea un
Billboard
sentado en una cama gigantesca pero aún sin hacer, y el productor señala a Roger y dice fundamentalmente:
–Esa cola de caballo tan pequeña te queda bien de verdad.
Y Roger, encantado de que el productor se haya fijado en su pelo, asiente con la cabeza, se da la vuelta y enseña la cola de caballlo.
–¿Es como la de Adam Ant? – pregunta el productor.
–¿Tú qué crees? – Roger, que parece molesto, vuelve al
Billboard.
–Sírvete sake.
Roger me lleva a la terraza de la mano, donde dos chicas orientales, puede que de quince o hasta de catorce años, están sentadas a una mesa llena de platos de sushi y de lo que parecen gofres.
–Uau -digo yo-. Gofres.
–No parece que tengas mucho que contar -dice Roger.
–¿Por qué no me dejas en paz? – imploro.
–Otra idea -dice Roger, poniendo una expresión espantosa-. ¿Por qué no te sientas aquí afuera?
Una de las chicas orientales lleva una braga de raso color rosa y los pechos al aire y es con la que estuve ayer por la noche y la otra chica lleva puesta una camiseta de PÓLICE, tiene un walkman y los ojos vidriosos. El productor se dirige a las puertas de la terraza y ahora habla con Manuel y le dice que comer algo que no tenga conservantes es fabuloso de verdad. Chasca los dedos al sentarse con expresión de dolor, haciendo gesto de que se cubra a la chica con la braga de raso color rosa. La chica, que tiene un corazón de hielo, se pone de pie, se dirige lentamente al interior de la habitación, enciende la televisión y cae al suelo dándose un porrazo.
El productor está sentado junto a la chica oriental del walkman, suspira, da una calada al canuto. Se lo ofrece a Roger, que dice no con la cabeza, luego a mí. Roger niega con la cabeza también por mí.
–¿Sake? – pregunta el productor-. Está muy frío.
–Estupendo -dice Roger.
–¿Bryan? – pregunta el productor.
Roger vuelve a negar con la cabeza.
–¿No habéis notado el terremoto? – pregunta el productor, sirviendo el sake en las copas de champán.
–Sí, yo lo noté -dice Roger, encendiendo un pitillo-. Terrorífico de verdad. – Y luego, después de echarme una ojeada-: Bueno, tampoco fue tan espantoso.
–No me fío de estos jodidos japos -dice el productor-. Espero que consiga sacarles algo.
–¿De qué se trata, tío? – Roger suspira, asintiendo cansinamente con la cabeza.
–Están construyendo un océano artificial -dice el productor-. En realidad, varios.
Me ajusto las gafas de sol, me miro las manos. Roger me reajusta las gafas. Esto impulsa al productor a volver a ocuparse de los negocios.
Comienza con gran seriedad:
–Una idea para una película. De hecho es una idea que ya se ha llevado a cabo a medias. Está, como si dijéramos, guardada en una caja fuerte protegida por algunos de los hombres más peligrosos de la Warner. – Pausa-. El motivo por el que recurrimos a ti, Bryan, es porque hay personas que recuerdan lo intensa que resultó aquella película sobre la vida del grupo. – Su voz se hace más aguda y se desvanece y examina mi cara a la espera de una reacción. Un trabajo duro.
–Quiero decir, Dios santo, que vosotros cuatro… Sam, Matt y… -El productor se interrumpe, chasca los dedos, mira a Roger en busca de ayuda.
–Ed -dice Roger-. Se llamaba Ed. – Pausa-. De hecho, cuando se formó el grupo se llamaba Tabasco. – Pausa-. Se lo cambiamos.
–Ed, eso es -dice el productor, haciendo una tímida pausa con tan falsa reverencia que casi consigue que se me salten las lágrimas-. Fue, como suele decirse, una «tragedia de verdad». Una auténtica pena. ¿No es así?
Roger suspira, asiente con la cabeza.
–Por entonces ya se habían separado.
El productor da una profunda calada a su canuto y mientras aspira el humo se las arregla para decir lo siguiente:
–Chicos, vosotros probablemente fuisteis unos de los pioneros del rock durante la década pasada y es una pena que os separaseis… ¿Te apetecen unos gofres?
Roger bebe delicadamente sake y dice:
–Una auténtica pena -y luego me mira-. ¿Verdad?
Yo suspiro y contesto:
–Sí,
señor.
–Dado que la cosa va a ser tan moderna y tan rentable, sin explotar a nadie, pensamos que, bueno, con tu… -el productor mira a Roger en busca de ayuda, titubea- presencia, pensamos que quizá te interesara protagonizar una película.
–Recibimos muchos guiones. – Roger suspira, añadiendo-: Bryan rechazó
Amadeus,
de modo que se encuentra en una situación de privilegio.
–La película -continúa el productor- es básicamente del tipo estrella de rock del espacio exterior. Un alienígena, un E.T. que sabotea el…
Agarro el brazo de Roger.
–E.T. Un extraterrestre -dice Roger, en voz bastante baja.
Le suelto. El productor continúa.
–El E.T. sabotea la limusina del tipo después de una actuación en el Fórum y después de una persecución encarnizada le lleva al planeta donde mantienen cautiva a la estrella de rock. Bueno, también hay una princesa, por cuestiones de amor y todo eso. – El productor hace una pausa, mira esperanzado a Roger-. Para ese papel estamos pensando en Pat Benatar. Estamos pensando en una go-go.
Roger suelta una carcajada.
–Parece una pasada.
–El único modo en que el tipo se puede liberar es grabando canciones y dando un concierto para el emperador del planeta, que es básicamente, bueno, una tipa cachonda. – El productor hace una mueca, se estremece, luego mira preocupado a Roger.
Roger se aprieta el puente de la nariz y dice:
–Es una auténtica locura, ¿no?
–No es de mal gusto y tienes un ejemplar -le dice el productor a Roger-. Y en los estudios a todos les parece fabuloso que la idea esté metida en la caja fuerte.
Roger sonríe, asiente con la cabeza, mira a la chica oriental y saca la lengua, guiñando el ojo. Le dice al productor:
–A mí tampoco me aburre la idea.
Recuerdo la película que hicieron sobre el grupo y la película era bastante ajustada a no ser porque los que la rodaron se olvidaron de añadir las interminables demandas por paternidad, la vez que yo le rompí el brazo a Kenny, el líquido claro de las jeringuillas, a Matt llorando durante horas, los ojos de las fans y las «vitaminas», la cara que puso Nina cuando pidió un Porsche nuevo, la reacción de Sam cuando le dije a Roger que quería hacer un disco en solitario, unos cuantos datos que pasaron por alto los que rodaron la película. Los que rodaron la película al parecer eliminaron la vez en que llegué a casa y encontré a Nina sentada en el cuarto de baño de la casa de la playa, con unas tijeras en la mano, y cortaron el plano de la cama de agua agujereada y vaciándose. El montador pareció situar equivocadamente la escena en la que Nina trató de ahogarse una noche durante una fiesta en Malibú y cortaron la secuencia que seguía donde le apretaban el estómago y también lo siguiente, donde se acercaba a mí y decía: «Te odio», y apartaba de mí su cara pálida, hinchada, con el pelo todavía empapado y pegado a las mejillas. La película la hicieron antes de que Ed se tirara desde el tejado del Clift Hotel de San Francisco, de modo que tuvieron una excusa para que esa escena no apareciese en la película, pero no parece que hubiera excusa para que omitieran el resto y para que la película, hecha a base de cosas inventadas, pasta y porno, y un conjunto de datos idiotas, se hiciera tremendamente popular.
Un farol verde que cuelga de un toldo que protege la terraza me lleva de vuelta a la conversación: porcentajes, aprobación del guión, ganancias netas, condiciones que, incluso ahora, sigo encontrando raras, y miro la copa de champán de Roger llena de sake y la chica oriental de dentro se retuerce y patalea en el suelo, moviéndose en círculos, sollozando, y el productor se pone de pie, sin dejar de mirar a Roger, cierra la puerta y sonríe cuando dice: -Estoy muy agradecido.
Llamo a Matt. A la telefonista le lleva siete minutos ponerme con su número. Contesta Úrsula, la cuarta mujer de Matt, y suspira cuando le digo que soy yo. Espero cinco minutos a que vuelva y me imagino a Matt junto a Úrsula en la cocina de la casa de Woodland Hills, con la cabeza gacha. En lugar de eso, Ursula dice:
–Ahora viene.
Y oigo la voz de Matt al otro lado de la línea.
–¿Bryan?
–Sí, tío, soy yo.
Matt suelta un silbido.
–Vaya, tú. – Larga pausa-. ¿Dónde estás?
–En Japón, en Tokio, creo.
–¿Han sido… dos, tres años?
–No, tío, no ha sido… tanto -digo yo-. No lo sé.
–Bien, tío, me han contado que estabas, bueno, de gira.
–La gira mundial del 84, tío.
–Algo de eso había oído… -Su voz se desvanece.
Un tenso silencio roto únicamente por «sí» y «bueno».
–He visto el vídeo -dice.
–¿En el que sale Rebecca De Mornay?
–Bueno, no, en el que sale el mono.
–Ah… claro.
–Oí el álbum -dice por fin Matt.
–Oye… bueno, ¿te gustó, tío?
–¿Estás de cachondeo, tío? – dice él.
–¿Te pareció… bueno, tío? – pregunto.
–Un acompañamiento estupendo. Fuerte de verdad.
Otro largo silencio.
–Es, bueno, válido, tío, válido -dice Matt. Pausa-. ¿La que cuenta lo del coche, tío? Vi a John Travolta comprar un ejemplar en Tower. – Larga pausa.
–Te agradezco lo que dices, tío -digo-. ¿Vale?
Larga pausa.
–¿Estás, bueno, estás haciendo algo ahora? – pregunto.
–Estoy liado con algo de material -dice Matt-. A lo mejor me meto en el estudio dentro de un par de meses.
–Tre-men-do -digo yo.
–Vaya…
–¿Has hablado… con Sam? – pregunto.
–Precisamente hace… bueno, ¿como un mes? Con uno de sus abogados. Me tropecé con él. Por casualidad.
–¿Sam… está bien?
Sin parecer demasiado seguro, Matt dice:
–Estupendamente.
–¿Y… sus abogados?
Responde con una pregunta:
–¿Cómo le va a Roger?
–Roger es… Roger.
–¿Ya ha dejado la clínica de rehabilitación?
–Ya hace mucho tiempo.
–Sí, ya sé a qué te refieres. – Matt suspira-. Ya sé a lo que te refieres, tío.
–Bien, tío. – Respiro a fondo, me pongo tenso-. Me preguntaba si a lo mejor te apetecía, bueno, no sé, si a lo mejor nos veíamos y componíamos unas canciones juntos cuando haya terminado esta gira, si a lo mejor grabamos algo, tío.
Matt tose, luego al cabo de no demasiado tiempo, dice:
–Oye, tío, no sé si sabes que los viejos tiempos se han terminado y yo no creo que…
–Bueno, joder, tío, es que… -me interrumpo en mitad de la frase.
–Tienes que seguir por tu cuenta.
–Es que yo… yo, ya sabes, pero… -Empiezo a dar patadas a una pared y mis uñas se han hundido tanto en el vendaje de la herida que éste se mancha de sangre.
–La cosa se terminó, tío -dice Matt.
–Bueno, ¿crees que miento, tío?
No digo nada más, me limito a soplarme la palma de la mano.
–Bien, estuve viendo algunas de esas antiguas películas que Nina y Dawn rodaron en Monterrey -está diciendo Matt.
Trato de no escuchar, de no pensar en Dawn.
–Y lo más raro, pero también lo más cojonudo, es que Ed estaba bien de verdad, tío. De hecho, tenía una pinta estupenda. Moreno y en buena forma y no sé qué pasó. – Pausa-. No sé qué coño pasó, tío.
–¿Y a quién le importa, tío?
–Sí. – Matt suspira-. Tienes razón.
–Porque a mí no me importa, tío.