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Authors: Manel Loureiro

Tags: #Fantástico, Terror

Los días oscuros (14 page)

BOOK: Los días oscuros
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La última frase retumbó como un cañonazo en mi cabeza durante unos segundos. Si no hubiera pasado un año viviendo en el filo de la navaja, luchando permanentemente contra esos monstruos, habría pensado que todo era una invención, o una deformación de la realidad. Sin embargo, sabía perfectamente que todo era real. Y al mismo tiempo, y paradójicamente, todo seguía sonando terriblemente irreal.

-Todo esto es... absurdo. -No atiné a decir nada más. Me sentía abrumado.

-Por supuesto que es absurdo -replicó Pons, mientras se levantaba de la mesa y se acercaba a una pequeña neverita situada en una esquina-. El mero hecho de hablar de personas que se levantan de entre los muertos y que atacan a los vivos es absurdo en sí mismo, pero sin embargo ahí están. El hecho de que aparentemente no necesiten comer, respirar ni dormir también es absurdo. El hecho de que no sufran ningún tipo de merma, putrefacción o desgaste, pese a que están condenadamente muertos y aun así se muevan, no es menos absurdo. Y pese a todo lo irreal que le pueda parecer, usted sabe tan bien como yo que todo lo que le acabo de decir es jodidamente real, y que están ahí fuera.

Su voz sonaba amortiguada, mientras revolvía en el interior de la pequeña nevera. Botellas de cristal tintinearon al chocar entre ellas, mientras Alicia rebuscaba en el interior. Finalmente, con un gesto de triunfo sacó una lata de refresco de cola del fondo del aparato y se incorporó. Dándose media vuelta, se acercó a la mesa con la lata y un vaso en la mano.

-Quizá le apetezca beber algo -dijo, mientras abría la lata con un chasquido-. Suele ser un shock enfrentarse a acontecimientos que la razón, el sentido común y la ciencia dicen que no pueden ser posibles, y sin embargo, están ahí. La reacción de todo el mundo suele ser muy parecida. Y ahora mismo, no tiene muy buena cara.

Acepté agradecido el vaso de refresco que me tendía Alicia Pons. Sentía la boca espantosamente seca. Tras beberme el contenido del vaso en un par de largos tragos, comencé a sentirme un poco mejor. Pese a todo mi cabeza era un auténtico torbellino.

-A lo largo de todo este tiempo me he visto salpicado más de una vez por sangre y vísceras de esos seres, Alicia, más veces de las que hubiese deseado, créame -dije con voz ronca, tratando de templar mis nervios-. Si la transmisión de ese... TSJ o como diablos se llame es como usted dice, ¿cómo es que no me he infectado?

Alicia contempló pensativamente el vaso de cristal vacío que había apoyado encima de la mesa, como si su mente estuviese muy lejos de allí.

-¿Sabe? -dijo-. No debería haberse bebido tan rápidamente ese vaso de Cocacola. Las latas de refresco están empezando a escasear, incluso en el mercado negro, y puede que pase bastante tiempo antes de que pueda permitirse beber otra. Trate de paladearla. Por lo que tengo entendido, ya se cotizan a precios astronómicos.

Su mirada cargada de tristeza se volvió a posar sobre la lata medio vacía y de repente se alzó de nuevo hasta mi rostro.

-Si hubiera sido infectado se habría transformado en uno de esos seres y ya tendría una buena dosis de plomo en el cerebro, amigo mío -me explicó, sencillamente, mientras me servía un poco más de refresco-. Además, la cuarentena es precisamente para eso, para asegurarnos al ciento por ciento de que los nuevos habitantes no van a suponer un... «problema».

»Por otra parte -añadió mientras se repantigaba en la silla-, para ser infectado es preciso que un fluido corporal se ponga en contacto con otro fluido corporal infectado, es decir, es preciso que su sangre, saliva, líquido lacrimal o fosas nasales se vean salpicadas por algún vector con el virus, y es evidente que ni en usted ni en sus amigos se ha dado el caso.

Pensé que aquella explicación no resultaba muy tranquilizadora. De haber tenido algún corte abierto cada vez que me había visto salpicado, o si me hubiera entrado algo de líquido en los ojos, mi historia se hubiese terminado bruscamente y habría ingresado sin saberlo en la cofradía de los No Muertos. Vaya tela.

-Una vez que empezaron a aflorar los pacientes cero, todo el planeta se convirtió en un infierno en cuestión de días. -Alicia continuó monocorde su relato del Apocalipsis-. Los servicios sanitarios se vieron colapsados durante las primeras horas, hasta que quedó claro que los cientos de pacientes ingresados, afectados por aquellos terribles síntomas, estaban más allá de toda cura. Lamentablemente, para cuando el ejército tomó cartas en el asunto, ya era demasiado tarde. Docenas, si no cientos, de No Muertos habían transformado los hospitales en auténticos mataderos, trampas mortales para los que estaban allí. No tenemos datos de otros países, pero creemos, en base a estadísticas, que cerca del setenta por ciento del personal médico de España falleció en las primeras cuarenta y ocho horas desde los brotes iniciales.

-¿El setenta por ciento? ¿Tanto? -pregunté, incrédulo.

-Ésas son las estimaciones más conservadoras. Si nos atenemos a la cantidad de médicos y enfermeras titulados que sobrevivieron y que tenemos en las islas en este momento, la cantidad debió de ser muchísimo más alta. -La cara de Alicia Pons se ensombreció-. Algo por el estilo sucedió con la policía, los bomberos, las ambulancias... todo aquel que intentaba ayudar en las primeras horas del caos invariablemente se veía sometido a un riesgo mortal.

El zumbido del aire acondicionado sonaba monocorde en la habitación, mientras las palabras de Alicia flotaban en el ambiente. Todos los pequeños retazos del dramático lienzo empezaban a tener forma.

-En ese momento los gobiernos fueron realmente conscientes de lo que se les venía encima, y los teléfonos de las distintas cancillerías comenzaron a echar humo -suspiró-. Incluso hubo una reunión de jefes de gobierno de la Unión Europea para abordar el asunto.

-La recuerdo. Sus caras eran un auténtico poema al salir.

-Porque entonces se asustaron de verdad. -La voz de Alicia se endureció en ese instante-. Sin embargo, ni siquiera entonces fueron capaces de adoptar una decisión conjunta y determinada que podría haber salvado a todo el continente, quizá hasta a todo el mundo. Simplemente se limitaron a nombrar un Gabinete de Crisis Único, decretar el bloqueo informativo y volverse cagando leches cada uno a su país. A continuación, casi todos militarizaron las fronteras, confiando en que los No Muertos diesen media vuelta al llegar a sus límites. Sin embargo, ya todos tenían No Muertos dentro de sus países. -Dio un trago a su taza y chasqueó la lengua-. Y además los No Muertos no entienden de fronteras, ni de países. Son cazadores letales sin ningún tipo de limitación.

-Pero lo que me está contando... ¿fue así en todo el mundo?

Alicia rió sin ganas, mientras me miraba incrédula, como preguntándose cómo era posible que supiese tan poco.

-Oh, por supuesto que no -contestó, con una mirada oscura-. En el resto del mundo fue todavía peor.

-¿Peor? ¿Qué significa peor? -pregunté, asombrado.

-Peor significa más rápido, más fuerte y con peores consecuencias, según la zona -me explicó-. Por ejemplo, en Estados Unidos tuvieron más vectores de infección simultáneamente que en ningún otro lugar del mundo. Eso es debido a que los americanos enviaron más personal médico y más militares a Daguestán que cualquier otro país. Además, parte de las tropas destacadas en el Kurdistán iraquí fueron las encargadas de organizar alguno de los gigantescos campos de los refugiados de Daguestán que cruzaron hacia esa zona huyendo de su país, y también se vieron afectados. En conjunto, una gigantesca bola de mierda que nadie supo parar a tiempo. Cuando se dieron cuenta de lo que les venía encima, tenían el virus fuera de control en más de treinta ciudades a lo largo de todo el país.

Silbé por lo bajo. Me imaginé lo que aquello tuvo que suponer en un país como Estados Unidos.

-Cuando un grupo de reporteros de la CBS descubrió lo que estaba pasando, la cadena emitió un informativo especial, al parecer saltándose la censura. Inmediatamente después de la emisión del reportaje cundió el pánico en todo el país. Millones de personas colapsaron los aeropuertos y las autopistas, pugnando por salir de las ciudades. Familias enteras metieron todos sus bártulos en un coche y salieron espantadas hacia pequeños pueblos rurales o ciudades que consideraban seguras. Lo que muchos de ellos no sabían es que ya portaban el virus, y así lo extendieron rápidamente por todo el país. El gobierno estadounidense trató precipitadamente de copiar el modelo europeo de los Puntos Seguros, pero ya era tarde. La histeria colectiva había tomado el control y las instituciones de la nación comenzaron a colapsarse a medida que más y más funcionarios no acudían a sus puestos de trabajo, bien porque estaban muertos o porque habían huido.

Podía ver la escena. Estados Unidos es (era, me tuve que corregir) una nación enorme, con una densa e intrincada red de comunicaciones. Con un escalofrío comprendí que cada uno de los miles de personas que ya estaban infectadas había actuado como un pequeño caballo de Troya, repartiendo el TSJ por todos los rincones del país. Era terrible.

-Creemos que todavía existen zonas libres de No Muertos, sobre todo en el Medio Oeste del país. Las enormes distancias, los desiertos, la baja población de la zona y sobre todo, el hecho de que la posesión de armas entre la población estaba generalizada en el país antes del Apocalipsis ha ayudado sobremanera a que esas zonas hayan resistido. Lo que no sabemos es cuáles son las condiciones de vida en esas regiones, si hay alguien al mando o ha cundido la anarquía total. Por las pocas informaciones que tenemos, la situación oscila enormemente de ciertas zonas libres a otras. En algunas partes están, como nosotros, tratando de reconstruir un remedo de sociedad organizada desde las cenizas. En otras simplemente es la ley del más fuerte -concluyó-. No debe de ser fácil vivir por ahí.

-¿Y Sudamérica? -pregunté-. ¿Cómo les ha ido a ellos?

-Pues la cosa ha ido de distinta manera según la zona. México ha sido sin duda uno de los más afectados, prácticamente al nivel de Europa y Estados Unidos. Cientos de miles de norteamericanos creyeron que cruzando la frontera estarían a salvo de la pandemia, pero sin embargo lo que consiguieron fue expandir el virus con ellos. -Sonrió amargamente-. Imagínese lo surrealista de la situación para los guardias de fronteras mexicanos cuando una mañana descubrieron atónitos que los «espaldas mojadas» habían pasado a ser los ricos y orgullosos vecinos del norte. Evidentemente cerraron las fronteras, pero ya era demasiado tarde. El pánico se desató y cientos de miles consiguieron cruzar la frontera clandestinamente. Sabemos que en amplias zonas del país se llevó a cabo durante al menos una semana la «caza del gringo». Todo aquel que tuviese pinta de yanqui tragaba «una balacera de plomo», según animaba la propia prensa del país. Disparen primero y pregunten después, ése era el lema. Lamentablemente para todos, en menos de diez días los mexicanos tuvieron otros problemas de los que preocuparse. Algo por el estilo sucedió en Venezuela, sólo que allí...

-Recuerdo que pocos días antes de que desapareciesen las redes de noticias se hablaba de una guerra entre Chile y Bolivia -la interrumpí, al recordar súbitamente aquel acontecimiento.

-Efectivamente -confirmó Alicia-. Por lo visto, en medio del caos, los chilenos arrollaron al pobre ejército boliviano y llegaron a internarse en gran parte del sur del país. Sin embargo, la situación de caos que se empezaba a vivir en su propia nación les obligó a regresar. Eso, y los refugiados argentinos, que cruzaban masivamente sus fronteras.

-¿Los argentinos?

-En medio de todo el inmenso océano de locura en el que se estaba transformando el mundo durante esos días, a los argentinos les tocó quizá uno de los pedazos de mierda más grandes -me dijo Alicia, con cierta sorna.

Sonreí al oír el colorido lenguaje de Alicia Pons. A medida que avanzaba la conversación se iba sintiendo más cómoda, y se relajaba visiblemente mientras hablaba. He de decir que el efecto era exactamente el mismo en mí.

-Buenos Aires -continuó Alicia-. O, mejor dicho, el Gran Buenos Aires, era quizá una de las mayores aglomeraciones humanas del hemisferio sur. Hablamos de millones de personas viviendo en una superficie relativamente pequeña. Pues bien, cuando el resto del mundo se estaba cayendo en pedazos, en Buenos Aires aún no se había dado ni un solo caso de infección. Ni uno solo. Era, posiblemente, uno de los pocos lugares civilizados «limpios» del planeta, pero aun así, nadie tomó medidas preventivas. Una semana después, cuando miles de refugiados comenzaron a afluir a la ciudad, nadie se encargó de organizar su llegada, verificar su estado de salud o establecer una cuarentena. Nada, por sorprendente que pueda parecer. Y cuando una semana después, se empezaron a dar casos de la epidemia en una zona urbana hipermasificada, nadie, absolutamente nadie, se molestó en tomar medidas de control. Por lo visto, los militares querían imitar a sus vecinos chilenos y tomar el control del país, y el gobierno civil no se lo quería poner fácil. Manifestaciones en las calles, tiroteos, un golpe de Estado abortado in extremis... Y mientras tanto el mundo se caía y los argentinos asistían atónitos a la lucha de poder que absorbía por completo a sus dirigentes. Finalmente alguien se asustó de verdad (demasiado tarde). El gobierno en pleno arrambló con todo el dinero que pudo agarrar y salieron en avión en dirección desconocida.

Alicia sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo y me tendió uno. Lo cogí en silencio, y acepté el fuego de su encendedor. Curiosamente, no encendió otro cigarrillo para ella, sino que simplemente se metió el paquete de nuevo en el bolsillo. Absorto, contemplé cómo jugueteaba con el encendedor mientras seguía hablando.

-No sé dónde se metieron esos irresponsables políticos, pero espero que alguno de esos podridos de ahí fuera haya dado cuenta de todos y cada uno de ellos. -Suspiró, meneando la cabeza-. Dos semanas después de esto, la central nuclear de Embalse, cercana a la ciudad argentina de Córdoba, voló por los aires, proyectando una nube radiactiva sobre todo el norte del país. Ningún responsable ordenó la paralización de la central. Nadie tomó ninguna medida para evitar que el sistema fallase a medida que los operarios desaparecían. En un ejercicio de negligencia brutal, todos los responsables ministeriales se lavaron las manos durante esos días. Suponemos que la central siguió funcionando sin personal durante un tiempo hasta que el uranio se desestabilizó por falta de mantenimiento y provocó una reacción en cadena que terminó en explosión nuclear. El resultado ha sido que todo el norte de Argentina y el sur de Brasil son ahora un páramo radiactivo donde la vida es imposible, excepto para los No Muertos, claro, aunque eso es un poco absurdo porque ellos ya están muertos, ¿verdad? -preguntó retóricamente, con cara de fastidio.

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