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Authors: Frederik Pohl

Tags: #ciencia ficción

Los exploradores de Pórtico (7 page)

BOOK: Los exploradores de Pórtico
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—Órdenes del médico —dije—. Tengo que dejar las grasas por un tiempo. Me parece que piensa que estoy engordando demasiado.

Cochenour me sopesó con la mirada, pero se limitó a preguntar:

—¿Y la charla?

—Ah, bien, empecemos por lo más importante —dije al tiempo que servía el café cuidadosamente—. Mientras estemos dentro del aerotaxi podéis hacer lo que queráis: ir de un lado a otro, comer, beber, fumar si tenéis cigarrillos, lo que os apetezca. El sistema de refrigeración está concebido para el triple de pasajeros, incluidos la cocina y los aparatos, con un factor de seguridad de dos. En cuanto al aire y el agua, hay de sobra para dos meses. Combustible suficiente para tres viajes de ida y vuelta, contando las maniobras. Si tuviésemos problemas, gritaríamos pidiendo auxilio, y un par de horas después, como máximo, alguien vendría a rescatarnos. Seguramente serían los muchachos de Defensa, porque son los que están más cerca y además tienen vehículos muy rápidos. Lo peor sería que el casco se agrietase y que toda la atmósfera de Venus intentara colarse aquí dentro. Si esto sucediese con gran rapidez, moriríamos. Sin embargo, suele haber un margen. Tendríamos tiempo de ponernos los trajes, y dentro de ellos podríamos vivir treinta horas. Nos rescatarían mucho antes.

—Suponiendo, claro, que la radio no se estropease al mismo tiempo.

—Sí. Suponiendo eso. Ya sabes que es posible morir en cualquier parte si se producen varios accidentes al mismo tiempo.

Se sirvió otra taza de café y añadió un poco de coñac.

—Continúa.

—Bueno, fuera del aerotaxi la cosa se complica. Dependemos del traje para seguir existiendo, y su vida útil, como ya he dicho, es de treinta horas. Se trata de un problema de refrigeración. Podemos llevar aire y agua en abundancia, y no hay que preocuparse por la comida en ese plazo de tiempo. Pero requiere mucha energía compacta deshacerse de toda la energía difusa que hay alrededor. Para eso hace falta combustible. Los sistemas de refrigeración gastan mucho combustible, y cuando se agota, mejor no estar fuera. El calor no es la peor manera de morir. Pierdes el conocimiento antes de sentir dolor, pero el caso es que mueres de todas formas.

»También es importante que no olvidéis comprobar el traje cada vez que os lo pongáis. Controlad la presión y observad el indicador para ver si hay fugas. Yo también lo comprobaré, pero no os fiéis de mí. Se trata de vuestra vida. Y vigilad la visera. Es muy fuerte, puedes clavarle clavos sin romperla, pero si recibe un golpe fuerte de algo suficientemente duro, se romperá de todas formas. En ese caso, también moriréis.

—¿Alguna vez has perdido a un turista? —preguntó Dorrie en voz baja.

—No —respondí al instante—, aunque otros guías sí. Mueren cinco o seis cada año.

—Me arriesgaré —dijo Cochenour con seriedad—. De todas formas, yo no me refería a este tipo de charla, Audee. Claro que quiero saber cómo seguir vivo, pero supongo que de todas formas nos habrías contado todo esto antes de abandonar la nave. En realidad quería saber por qué has decidido explorar ese mascón en concreto.

Aquel hombre empezaba a preocuparme con su molesta costumbre de hacerme preguntas que yo no quería responder. Claro que tenía mis razones para escoger aquel lugar, relacionadas con cinco años de investigación, mucho trabajo de excavación y una correspondencia por valor de un cuarto de millón de dólares en cuotas de correo espacial con gente como el profesor Hegramet, de la Tierra.

Pero no quería enseñar todas mis cartas. Me había propuesto explorar alrededor de media docena de yacimientos. Si aquél resultaba ser uno de los lugares que valían la pena, él se haría mucho más rico que yo. Los contratos te obligan a ello: 40% para el patrocinador, 5% para el guía, el resto para el Gobierno. En ese caso, él se daría por satisfecho. Si el lugar no merecía la pena, no quería que se buscase otro guía para explorar el resto. Así que me limité a decir:

—Llamémoslo una fundada conjetura. Te prometo una buena batida a un túnel sin explorar y espero cumplir mi promesa. Y ahora será mejor guardar la comida; estamos a diez minutos de nuestro destino.

Con todo el material asegurado y los arneses abrochados, descendimos de las capas relativamente tranquilas hacia los fuertes vientos de la superficie.

Nos encontrábamos encima del gran macizo central, más o menos a la misma altura que las tierras que rodean el Huso. En Venus, casi todo el movimiento tiene lugar a ese nivel. En tierras bajas y en las profundas grietas de los valles, la presión alcanza los ciento veinte mil milibares o más. Mi aerotaxi no la habría soportado mucho tiempo, ni tampoco ningún otro, excepto unas cuantas naves de investigación especial y militares. Por suerte, parece ser que a los Heechees tampoco les interesaban las tierras bajas. Nunca se ha encontrado nada relacionado con ellos por debajo de los noventa bares, aunque eso no significa que no esté ahí, claro.

Sea como fuere, comprobé nuestra posición en la esfera virtual y en los mapas detallados y dejé caer las tres primeras sondas autosónicas. En cuanto abandonaron la nave, los vientos las zarandearon de un lado a otro. Hasta ahí, todo iba bien. No importa demasiado dónde aterricen las sondas; pueden hacerlo dentro de unos márgenes bastante amplios, lo cual es de agradecer. Al principio surcaron el aire como jabalinas, después revolotearon como pajas al viento hasta que asomaron los pequeños cohetes y los controles buscadores de tierra los dispararon a la superficie.

Todas se incrustaron correctamente. No siempre se tiene tanta suerte, así que habíamos empezado con buen pie.

Comprobé las posición de éstas en los mapas detallados. Habían formado algo muy parecido a un triángulo equilátero, que es más o menos lo que se espera que hagan. A continuación me aseguré de que todo el mundo estuviera bien sujeto, encendí el escáner y empecé a volar en círculo.

—¿Y ahora qué? —gritó Cochenour intrigado. Observé que la chica se había vuelto a poner los tapones, pero él no quería perderse ni una palabra.

—Ahora esperaremos a que las sondas tanteen el terreno en la búsqueda de túneles Heechees. Tardarán un par de horas.

Mientras hablaba, guié el aerotaxi hacia los estratos de la superficie. Las rachas de viento nos zarandeaban de un lado a otro. Los golpes eran de lo más molesto, pero encontré lo que estaba buscando, una formación superficial semejante a un arroyo ciego, y encajé la nave en ella. Cochenour lo observaba todo con atención y yo hice una mueca. Aquella maniobra requería un buen pilotaje, a diferencia de la navegación en ruta o por las plataformas dispuestas sobre el Huso. Cuando fuera capaz de hacer lo que yo estaba haciendo, podría pasarse sin alguien como yo. No antes.

Nuestra posición parecía correcta, de modo que disparé cuatro estacas de amarre con cabezas explosivas que se hundieron en el suelo. Tensé las cuerdas con el cabrestante y todas resistieron.

Aquello también era buena señal. Bastante satisfecho de mí mismo, abrí los cierres del arnés y me levanté.

—Estaremos aquí al menos un par de días —les dije—, más si tenemos suerte. ¿Qué tal el paseo?

Dorrie se estaba quitando los tapones; las paredes protectoras de la quebrada habían convertido el estruendo en un mero aullido.

—Me alegro de no marearme en los aviones —respondió.

Cochenour reflexionaba en silencio. Examinaba los mandos del aerotaxi al tiempo que encendía otro cigarrillo.

—Una pregunta, Audee —dijo Dorotha—. ¿Por qué no podemos quedarnos arriba, donde hay más silencio?

—El combustible. Tengo suficiente para ir de un lado a otro, pero no para permanecer varios días en suspensión. ¿Te molesta el ruido?

Hizo una mueca.

—Ya te acostumbrarás —dije—. Es como vivir cerca de un puerto espacial. Al principio te preguntas cómo puede soportar alguien el ruido, aunque sea una hora. Cuando llevas allí una semana, lo echas de menos si cesa.

Avanzó hacia la portilla y contempló el paisaje con expresión pensativa. Nos habíamos trasladado a la zona nocturna y no había mucho que ver, aparte de polvo y pequeños objetos que cruzaban como remolinos los rayos de luz de nuestros faros.

—Lo que me preocupa es la primera semana —apuntó.

Encendí el lector de sondas. Las pequeñas cabezas percursoras estaban disparando sus cargas sonoras y midiendo los ecos de cada una, pero era demasiado pronto para distinguir nada. Apenas se empezaba a entrever una figura borrosa en el monitor. Había más huecos que detalles.

—¿Cuánto tardarás en interpretar lo que aparece en el lector? —inquirió Cochenour por fin. Otra sorpresa: no había preguntado qué era el aparato.

—Depende de lo grande que sea la zona y de lo cerca que estés. Al cabo de una hora puedes aventurarte, pero prefiero obtener toda la información posible. Seis u ocho horas, creo yo. No hay prisa.

—Yo sí tengo prisa, Walthers —protestó.

—¿Qué podemos hacer mientras, Audee? —intervino la chica—. ¿Jugar unas partidas de bridge versión moderna?

—Lo que queráis, pero os recomiendo dormir un poco. Tengo pastillas, si os hacen falta. Si encontramos algo, y recordad que las probabilidades son mínimas al primer intento, querremos permanecer un buen rato con los ojos bien abiertos.

—Muy bien —dijo Dorotha, alargando la mano para tomar los somníferos. Pero Cochenour la detuvo.

—¿Y tú qué vas a hacer? —me preguntó.

—Me meteré en la cama enseguida. Estoy esperando... algo.

No preguntó el qué. Seguramente porque ya lo sabía, pensé. Decidí que cuando me metiese en la cama, esperaría antes de tomar una pastilla para dormir. Aquel Cochenour no sólo era el turista más rico que me había contratado, sino uno de los mejor informados. Quería meditarlo un rato.

De modo que ninguno de nosotros se fue a dormir de inmediato, y lo que yo esperaba tardó al menos una hora en llegar. Los muchachos de la base se estaban volviendo un tanto descuidados; deberían haber tardado menos en pillarnos.

La radio se puso a zumbar, y a continuación sonó a plena potencia.

—Vehículo sin identificar en uno tres cinco, cero siete, cuatro ocho y siete dos, cinco uno, cinco cuatro. Por favor, identifíquense y comuniquen por qué motivo están aquí.

Cochenour alzó la vista inquisitivamente. Estaba jugando al
gin rummy
con la chica. Esbocé una sonrisa tranquilizadora.

—Mientras digan «por favor», no hay problema —dije, y abrí el transmisor.

—Aquí el piloto Audee Walthers, aerotaxi Papá Tara Nueve Uno procedente del Huso. Tenemos autorización y nuestros planes de vuelo están registrados y aprobados. Llevo a dos turistas Terry a bordo para una exploración de recreo.

—Recibido. Por favor, esperen —bramó la radio. Los militares siempre emiten a toda potencia. Reminiscencias de los días en que debían soportar al sargento de instrucción, sin duda.

Desconecté el micrófono.

—Están comprobando nuestro plan de vuelo —les dije a mis pasajeros—. Todo va bien.

Al cabo de un momento volvió el radiooperador de Defensa, tan escandaloso como siempre.

—Están ustedes a once coma cuatro kilómetros dirección dos ocho tres grados de los límites de un área restringida. Prosigan con cuidado, conforme a las normas militares uno siete y uno ocho, secciones...

—Conozco el reglamento —lo interrumpí—. Tengo el permiso en regla y he explicado las restricciones a los pasajeros.

—Recibido —bramó la radio—. Los mantendremos vigilados. Si observa vehículos o patrullas en la superficie, son nuestros equipos de perímetro. No interfieran bajo ningún concepto. Respondan de inmediato a cualquier petición de identificación o información que se les requiera.

Cesó el zumbido de la línea.

—Parecen nerviosos —dijo Cochenour.

—No. Son así. No es algo nuevo para ellos ver gente como nosotros por aquí. Están aburridos, eso es todo.

—Audee —dijo Dorrie con voz insegura—, les ha dicho que ya nos habías explicado las restricciones, pero yo no recuerdo esa parte de la conversación.

—Oh, sí os las he explicado. Nos quedaremos fuera de la zona restringida, porque si no lo hacemos abrirán fuego. Toda la ley consiste en eso.

7

Dispuse las cosas para despertar cuatro horas más tarde, y cuando me oyeron moverme se levantaron también. Dorrie puso café a calentar y lo tomamos de pie, mirando los gráficos que habían aparecido en el monitor.

Los estuve examinando durante varios minutos, aunque los gráficos parecían muy claros a simple vista. Mostraban ocho grandes anomalías que tal vez fueran galerías Heechees. Una estaba prácticamente al lado de la nave. No tendríamos que mover el aerotaxi para excavar.

Les mostré las anomalías una a una. Cochenour se limitó a contemplarlas con gesto pensativo.

—¿Quieres decir que todos esos borrones son túneles sin explorar? —preguntó Dorotha.

—Ojalá lo fueran, pero incluso en ese caso no podríamos cantar victoria. En primer lugar, alguno de esos túneles, o todos, podrían haber sido explorados por alguien que no se molestó en registrarlos. En segundo lugar, quizá no se trate de túneles. Podrían ser fracturas de fallas, o canales, o rieras formadas a partir de algún material fundido que escapó de alguna parte, se endureció y quedó enterrado hace mil millones de años. De momento, sólo estamos seguros de que no puede existir ningún túnel sin explorar a excepción de estos ocho puntos.

—¿Y qué vamos a hacer entonces?

—Excavar. Ya veremos lo que encontramos.

—¿Y dónde excavamos? —preguntó Cochenour.

Señalé justo al lado de los brillantes contornos del delta de nuestro aerotaxi.

—Aquí.

—¿Es el lugar que ofrece más posibilidades?

—Bueno, no necesariamente.

Consideré cómo aclarárselo y decidí probar con la verdad.

—En total hay tres señales que parecen más prometedoras que el resto... Las indicaré. —Tecleé los mandos del ordenador y las tres señales quedaron marcadas de inmediato con las letras A, B y C—. El punto A es el que pasa justo por debajo de la quebrada donde nos hemos posado, así que lo excavaremos en primer lugar.

—Los más brillantes son los mejores, ¿no es eso?

Asentí.

—Pero el C es el más brillante de todos. ¿Por qué no empezamos por él?

Escogí las palabras con cuidado.

—En parte porque tendríamos que mover el aerotaxi. Y en parte porque queda fuera del perímetro de la zona sondeada; eso quiere decir que los resultados no son tan fiables como los que se refieren a los puntos situados alrededor de la nave. Pero ésas no son las razones principales. La razón de peso es que el punto C está rozando la línea de la reserva y nuestros quisquillosos amigos de Defensa quieren que nos mantengamos alejados.

BOOK: Los exploradores de Pórtico
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