—¿Y si llamamos a la policía, por si hubiesen averiguado algo más?
Kerstin meneó la cabeza.
—Ya hemos llamado dos veces hoy. Se pondrán en contacto con nosotros en cuanto sepan algo.
—¡Pero, qué demonios, no podemos quedarnos aquí sentados! —gritó levantándose con brusquedad, de modo que se golpeó la cabeza con el armarito que había sobre la mesa—. ¡Mierda!, esto es tan estrecho. ¿Por qué tuvimos que obligarla a venir con nosotros de vacaciones otra vez? Ella no quería acompañarnos en la caravana. Si nos hubiésemos quedado en casa… Si la hubiésemos dejado quedarse con sus amigos, en lugar de forzarla a estar encerrada en esta caja de cerillas.
Se ensañó con el armario con el que acababa de golpearse. Kerstin lo dejó hacer y, cuando el acceso de ira derivó en llanto, se levantó sin decir una palabra y lo rodeó con sus brazos. Así permanecieron largo rato, en silencio, por fin unidos en un miedo y un dolor a los que, pese a sus intentos por conservar la esperanza, ya habían empezado a rendirse por anticipado.
Kerstin seguía sintiendo en sus brazos el peso de su bebé.
E
n esta ocasión brillaba el sol mientras caminaba por Norra Hamngatan. Patrik vaciló un instante antes de llamar. Sin embargo, enseguida se impuso su sentido del deber y dio un par de golpes firmes en la puerta. Nadie le abría. Lo intentó una vez más, con más fuerza, pero siguió sin recibir respuesta. Lógico, tendría que haber llamado por teléfono antes, pero cuando Martin fue a contarle lo que le había dicho el padre de Tanja, reaccionó como por impulso. Miró a su alrededor y vio a una mujer que trajinaba con las plantas del jardín vecino.
—Perdone, ¿sabe dónde están los Struwer? Su coche está ahí aparcado y supuse que estarían en casa.
La mujer interrumpió su tarea y asintió:
—Sí, están en el cobertizo —explicó al tiempo que, con la pala que tenía en la mano, señalaba una de las casetas rojas que daban al mar.
Patrik le dio las gracias y bajó una pequeña escalera de piedra que conducía a la parte delantera de la caseta. En el embarcadero había una tumbona en la que vio a Gun, concentrada en tomar el sol y con un bikini minúsculo. Tomó nota de que tenía el cuerpo tan arrugado como el rostro y con el mismo color de galleta de canela y pimienta. Evidentemente, había personas que no se preocupaban por los riesgos del cáncer de piel. Se aclaró la garganta para llamar su atención.
—Buenos días, perdone que le moleste tan temprano, pero quisiera hacerle un par de preguntas —la saludó Patrik con el tono formal que solía utilizar cuando se presentaba con malas noticias. Como policía, no como persona, esa era la única forma de poder llegar a casa y dormir bien después.
—Sí…, claro —respondió ella en tono inquisitivo—. Un momento, voy a ponerme algo de ropa —advirtió antes de entrar en la caseta.
Patrik se sentó a esperar junto a una mesa y, por un momento, se permitió disfrutar de las vistas. El puerto estaba más vacío que de costumbre, pero el mar centelleaba y las gaviotas volaban impertérritas sobre los muelles en busca de algo que comer. Le llevó un buen rato, pero cuando Gun salió por fin, lo hizo en pantalón corto y camiseta y con Lars pisándole los talones. El hombre saludó a Patrik con seriedad y se sentó a la mesa junto con su mujer.
—¿Qué ha sucedido? ¿Han encontrado al asesino de Siv? —preguntó Gun ansiosa.
—No, no es ese el motivo de mi presencia aquí —aclaró Patrik antes de hacer una pausa durante la que sopesó lo que diría a continuación—. Resulta que esta mañana hemos estado hablando con el padre de la joven alemana cuyo cadáver encontramos junto con el esqueleto de Siv —e hizo una nueva pausa.
Gun preguntó, alzando una ceja:
—¿Sí?
Patrik mencionó entonces el nombre del padre de Tanja y la reacción de Gun no lo decepcionó. La mujer dio un respingo y lanzó un hipido como para tomar aire. Lars la miró inquisitivo, pues no estaba lo suficientemente informado como para advertir enseguida la conexión.
—Pero si ese es el padre de Malin… ¿Qué me está diciendo? Si Malin murió…
No era fácil expresarse con diplomacia, pero tampoco consistía en eso su misión, por duro que fuese admitirlo, de modo que resolvió decir la verdad tal y como era.
—No, no murió. Eso fue lo que él le dijo, pero no era cierto. Según confesó, sus exigencias de compensación económica empezaron a resultarle…, ¿cómo decirlo?…, demasiado molestas. Por eso se inventó la historia de que su nieta había muerto.
—Pero la chica que murió aquí se llamaba Tanja, no Malin… —replicó Gun sin comprender.
—Al parecer, le cambió el nombre por otro más alemán. Pero no cabe la menor duda de que Tanja era su nieta Malin.
Por una vez en la vida, Gun Struwer quedó muda. Al cabo de unos minutos, Patrik se dio cuenta de que empezaba a ponerse furiosa. Lars intentó ponerle la mano en el hombro para tranquilizarla, pero ella la apartó.
—¿Quién demonios se cree que es? ¿Has oído en tu vida semejante desfachatez, Lars? ¡Mentirme de forma tan descarada diciéndome que mi nieta, mi carne y mi sangre, estaba muerta! Durante todos estos años he vivido en la más absoluta tranquilidad, convencida de que mi querida niña había sufrido una muerte terrible. Y desde luego, tener la cara dura de decir que lo hizo porque yo lo importunaba, ¿has oído mayor insolencia, Lars? Sólo porque le exigía aquello a lo que tenía derecho, dice que lo importunaba.
Una vez más, Lars intentó calmarla, pero ella volvió a zafarse de su mano. Estaba tan indignada que empezaron a formársele pequeñas burbujas de saliva en las comisuras de los labios.
—Pues le diré la verdad a la cara, vaya si pienso hacerlo. Ustedes tienen su número de teléfono, así que me lo van a dar, por favor, y así se enterará ese alemán de mierda de lo que pienso de todo esto.
Patrik suspiró para sus adentros. Comprendía que la mujer tenía razón en estar indignada, pero, a su juicio, se le había escapado lo más importante de lo que acababa de contarle. La dejó desfogarse un poco más, antes de proseguir muy tranquilo:
—Comprendo que es duro de entender, pero la chica que encontramos asesinada hace una semana junto a los esqueletos de Siv y Mona era su nieta. De modo que es mi deber preguntarle: ¿se puso en contacto con ustedes en algún momento una joven llamada Tanja Schmidt? ¿No intentó entablar relación de algún modo?
Gun negó vehemente con la cabeza, pero Lars parecía reflexionar, hasta que, muy despacio, le preguntó a su esposa:
—Alguien llamó un par de veces pero luego no decía nada. ¿No te acuerdas, Gun? Fue hará dos o tres semanas y creíamos que era alguien que nos quería gastar una broma pesada. ¿No pudo ser…?
Patrik asintió.
—Es muy posible. Su padre le había contado la historia hacía un par de años y, seguramente, a ella le costaba ponerse en contacto con usted después de conocerla. Además, estuvo en la biblioteca y sacó copias de los artículos relativos a la desaparición de su madre, así que lo más probable es que viniese a Fjällbacka para averiguar qué le pasó.
—Pobrecilla mía —Gun había comprendido por fin qué actitud se esperaba que mostrase y lloraba, como de costumbre, con lágrimas de cocodrilo—. Imagínese, mi niña aún vivía y estaba muy cerca de mí… Si al menos hubiésemos podido vernos antes… ¿Qué clase de persona es capaz de hacerme tal cosa? Primero, Siv y ahora mi pequeña Malin. —De repente se le ocurrió una idea—: ¿Creen que estoy en peligro? ¿Habrá alguien por ahí que esté pensando en venir a por mí? ¿Tal vez necesite protección policial?
Los ojos de Gun deambulaban obsesivos entre Patrik y Lars.
—No, no creo que sea necesario. No pensamos que los asesinatos estén relacionados con usted de ningún modo, así que yo en su lugar no me preocuparía lo más mínimo. —Dicho esto, no pudo resistirse a la tentación de añadir—: Además, el asesino parece sentir más inclinación por mujeres jóvenes. —Patrik se arrepintió enseguida de su comentario y se levantó resuelto, a fin de señalar que daba por concluida la conversación—. Sinceramente, lamento haber venido como mensajero de tan triste noticia, pero agradecería que me llamasen si recuerdan algún otro detalle. Para empezar, comprobaremos esas llamadas.
Antes de marcharse, y con cierta envidia, echó un último vistazo al panorama que se abría al mar. Gun Struwer era la prueba definitiva de que lo bueno no sólo iba a parar a manos de quienes lo merecían.
—¿
Q
ué te dijo?
Martin estaba con Patrik en la sala de personal. Como de costumbre, el café llevaba demasiado rato calentándose en la cafetera eléctrica, pero ya se habían habituado, así que ambos lo bebían con avidez.
—No debería hablar así de ella, pero, ¡mecachis!, qué persona más espantosa. Lo que más la indignó no fue que se hubiese perdido tantos años de la vida de su nieta ni que la hubiesen asesinado, sino que el padre encontrase un método tan eficaz para librarse de sus exigencias de compensación económica.
—Sí, terrible.
Ambos reflexionaron sobre la mezquindad humana en medio del lúgubre ambiente reinante. La comisaría gozaba de una calma inusitada. Mellberg no se había presentado aún, quizá se hubiese quedado en la cama un buen rato más aquella mañana. Gösta y Ernst habían salido a la caza de los piratas de la carretera o, más bien, estarían sentados tomándose algo en algún área de servicio, a la espera de que los piratas acudiesen a ellos, se presentasen con santo y seña, y les pidiesen ser conducidos al calabozo. «Trabajo policial preventivo», lo llamaban ellos. Y, en cierto modo, tenían razón: aquella área de servicio, al menos, sería un lugar seguro mientras ellos estuviesen allí.
—¿Qué crees que pretendía conseguir Tanja viniendo aquí? Supongo que no pensaría jugar a los detectives y averiguar qué había sido de su madre…
Patrik meneó la cabeza.
—No, no lo creo. Aunque comprendo que sintiese curiosidad por lo ocurrido, que quisiera verlo con sus propios ojos. Tarde o temprano, se habría puesto en contacto con la abuela. Sin embargo, me figuro que la descripción que de ella le ofreció su padre no era demasiado halagadora, así que también entiendo que se lo pensase. Cuando tengamos la información de Telia, la compañía telefónica, no me sorprendería lo más mínimo comprobar que las llamadas de las que hablaba Lars se hubiesen realizado desde alguno de los teléfonos públicos de Fjällbacka; por ejemplo, desde el camping.
—Pero ¿cómo fue a parar a Kungsklyftan junto con los huesos de su madre y de Mona Thernblad?
—Tus sospechas son tan válidas como las mías, pero lo único que se me ocurre es que debió ver algo o, más bien, a alguien relacionado con la desaparición de su madre y de Mona.
—De ser así, Johannes queda automáticamente excluido, pues sabemos con certeza que está enterrado en el cementerio de Fjällbacka.
Patrik alzó la mirada.
—¿Lo sabemos con certeza? ¿Sabemos, sin asomo de dudas, que está muerto de verdad?
Martin rompió a reír.
—¿Estás bromeando? Sabemos que se colgó en 1979. No podría estar más muerto.
La voz de Patrik dejó traslucir cierta excitación.
—Ya sé que suena increíble, pero escúchame: imagina que, durante aquella investigación, la policía empieza a acercarse demasiado a la verdad y a acorralarlo más de la cuenta. Se trata de un Hult y puede disponer de grandes sumas de dinero, sino propio, de su padre. Algún que otro soborno aquí y allá y, como por arte de magia, consigue un certificado de defunción falso y un féretro vacío.
Martin volvió a reír de buena gana.
—Pero, hombre, ¡tú no estás bien de la cabeza! Estamos hablando de Fjällbacka, no de Chicago en los años veinte. ¿Estás seguro de que no te ha dado demasiado el sol mientras hablabas con los Struwer en el muelle? Porque me está dando la sensación de que has pillado una insolación. Piensa, por poner un ejemplo, en un hecho tan simple como que fue su hijo quien lo encontró. ¿Cómo se puede conseguir que un niño de seis años cuente algo así si no es verdad?
—No lo sé, pero pienso averiguarlo. ¿Vienes conmigo?
—¿Adónde?
Patrik alzó la vista al cielo y le habló articulando con claridad cada palabra:
—A hablar con Robert, por supuesto.
Martin lanzó un suspiro, pero se levantó y masculló:
—Como si no tuviésemos ya bastantes cosas que hacer… —De camino a la salida, recordó un detalle—: Pero ¿y lo del abono? Tenía pensado ponerme a ello antes del almuerzo.
—Díselo a Annika —le gritó Patrik por encima del hombro.
Martin se detuvo en la recepción y le dejó a Annika los datos que necesitaba. La joven no tenía mucho que hacer, así que le encantó poder dedicarse a una tarea concreta.
Martin no pudo por menos de preguntarse si no se disponían a perder un tiempo precioso. La ocurrencia de Patrik se le antojaba demasiado rebuscada, demasiado fantasiosa para tener algún vínculo con la realidad. Pero él era el jefe de aquel caso…
A
nnika se aplicó enseguida a la tarea. Los últimos días habían sido muy estresantes ya que, como la araña tejedora, había sido ella la encargada de organizar las batidas con perros policía en busca de Jenny. Ahora, después de tres jornadas de búsqueda infructuosa, las habían interrumpido y, puesto que buena parte del contingente de turistas había abandonado la zona como consecuencia directa de los sucesos de la última semana, el teléfono de la comisaría guardaba un silencio fantasmal. Incluso los periodistas habían empezado a perder su interés en favor de otras noticias más urgentes y recientes.
Encontró la hoja de papel donde anotó los datos que le había proporcionado Martin y buscó un número de teléfono en la guía. Tras un vía crucis por distintas secciones de la empresa, le dieron finalmente el nombre del jefe de ventas. La dejaron a la espera y, con el ronroneo de la música ambiental en el oído, se dedicó a soñar de nuevo con Grecia, que ahora le parecía tan lejana. Al volver de su semana de vacaciones, se sentía relajada, fuerte y hermosa, pero tras haberse visto arrojada a la corriente demoledora de la comisaría, los efectos de sus vacaciones se habían consumido. Llena de añoranza, recreó ante sí las blancas playas, el agua de un intenso azul turquesa y los grandes cuencos de
tzatziki
. Tanto ella como su marido habían engordado un par de kilos a causa de la excelente cocina mediterránea, pero ninguno sentía especial preocupación por ello. No eran menudos en ningún sentido y ambos lo habían aceptado como un hecho objetivo de la vida y permanecían impermeables y felices ante los consejos de adelgazamiento de las revistas. Cuando estaban tumbados, uno junto a la otra, sus curvas se adaptaban perfectamente y se convertían en una única y cálida ola ondulante y carnosa, algo de lo que habían podido gozar sin contención durante las vacaciones…