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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (26 page)

BOOK: Los héroes
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Calder se revolvió en su silla, lo cual le supuso un gran esfuerzo al llevar esa cota de malla encima; no obstante, intentó dar la impresión de que únicamente estaba agarrotado tras una dura cabalgada.

—Scale, gordo cabrón, ¿cómo has…?

Scale le dio un abrazo con el que no lo aplastó por muy poco, con el que lo levantó en el aire, y, a continuación, le dio un beso muy húmedo en la frente. Calder le devolvió el abrazo como pudo, pues apenas le quedaba aire en los pulmones y se le estaba clavando en la tripa la empuñadura de una espada; de repente, se sintió tan patéticamente feliz de poder estar con alguien que lo quería que le entraron ganas de llorar.

—¡Aparta! —resolló, a la vez que golpeaba a Scale en la espalda con la parte inferior de la palma de la mano, como cuando un luchador se rinde—. ¡Aparta!

—¡Me alegro de volver a verte!

Scale le hizo girar en el aire sin que pudiera hacer nada, como un marido haría con su nueva esposa, de tal modo que pudo ver fugazmente a Pálido como la Nieve y Ojo Blanco Hansul mientras daba vueltas. No parecía que ninguno de ellos tuviera muchas ganas de abrazar a Calder. Los Grandes Guerreros que se encontraban desperdigados por todo el claro tampoco lo miraban con mucho más entusiasmo. Esos hombres a los que conocía de antaño, de esos viejos tiempos tan buenos en que se habían arrodillado ante su padre o se habían sentado a aquella larga mesa o habían lanzado vítores tras una victoria. Sin lugar a dudas, se estaban preguntando si ahora tendrían que aceptar las órdenes de Calder y esa idea no les hacía mucha gracia. ¿Acaso debería? Scale encarnaba todas las virtudes que los guerreros tanto admiraban: era leal, fuerte y valiente hasta el punto de la estupidez. Calder no era como ellos y eso todo el mundo lo sabía.

—¿Qué te ha pasado en la cabeza? —preguntó Calder a Scale, en cuanto éste permitió que sus pies tocaran el suelo de nuevo.

—¿Te refieres a esto? Bah. No es nada —Scale se quitó la venda y la tiró lejos. «Nada» no era, ya que tenía su pelo rubio manchado de sangre seca marrón en un lado—. Además, me parece que tú también tienes una herida —comentó, dándole un golpecito a Calder en su labio magullado sin demasiados miramientos—. ¿Te ha mordido alguna mujer?

—Ojalá fuera así. Brodd Tenways intentó matarme.

—¿Qué?

—Lo digo en serio. Envió a tres hombres al campamento de Caul Reachey con orden de matarme. Por suerte, Deep y Shallow me estaban vigilando y… bueno, ya sabes…

Scale pasó rápidamente del desconcierto a la furia, ésas eran sus dos emociones favoritas y siempre pasaba de una a otra con suma facilidad, sus ojillos se abrieron cada vez más y más hasta que el blanco de sus ojos quedó totalmente al descubierto.

—¡Voy a matar a ese cabrón, a ese viejo asqueroso! —exclamó, mientras desenvainaba la espada, como si fuera a cargar, a través del bosque, contra las ruinas donde Dow el Negro tenía la silla de su padre, donde masacraría a Brodd Tenways en el acto.

—¡No, no, no! —Calder lo agarró de la muñeca con ambas manos y logró que no desenvainara la espada del todo, lo cual provocó que su hermano prácticamente lo arrastrara.

—¡Que se joda! —exclamó Scale, quitándose de encima a Calder. Acto seguido, golpeó el tronco del árbol más cercano con un puño enguantado y logró hacer saltar un trozo de su corteza—. ¡Lo voy a joder vivo! ¡Matémosle!
¡Matémosle
sin más!

Volvió a golpear el árbol y una lluvia de semillas cayeron revoloteando. Ojo Blanco Hansul lo observó con recelo, Pálido como la Nieve lo contempló con hartazgo, daba la tremenda sensación de que no era la primera vez que eran testigos de un ataque de furia de Scale.

—No podemos ir por ahí matando a personalidades muy importantes —aseveró Calder con un tono de voz persuasivo, con las palmas de la mano vueltas hacia arriba.

—Ha intentado matarte, ¿no?

—Pero yo soy un caso especial. Medio Norte quiere verme muerto —eso era mentira, era más bien las tres cuartas partes—. Además, no contamos con pruebas —Calder le puso una mano en el hombro a Scale y le habló con un tono suave, como solía hacer en su día su padre—. Así es la política, hermano. ¿Recuerdas? El equilibrio de poder siempre es muy delicado.

—¡Que le den a la política! ¡Me cago en el equilibrio! —no obstante, su ira ya había menguado. Tanto que Scale ya no corría peligro de que los ojos se le fueran a salir de sus cuencas. Volvió a envainar del todo su espada, cuya empuñadura impactó con fuerza contra la vaina—. ¿No podemos luchar sin más?

Calder respiró hondo. ¿Cómo era posible que ese matón incapaz de razonar fuera hijo de su padre? ¿Y, encima, su heredero?

—Ya habrá tiempo de luchar, pero, por ahora, debemos andarnos con cuidado. No contamos con muchos aliados, Scale. He hablado con Reachey; no hará nada contra mí pero tampoco a mi favor.

—¡Cobarde de mierda! —exclamó Scale, alzando el puño para golpear de nuevo al árbol, pero Calder lo obligó con suma delicadeza a bajarlo con un solo dedo.

—Simplemente, está preocupado por su hija —y no era el único—. Además, Cabeza de Hierro y Dorado tampoco están demasiado dispuestos a apoyarnos. Si no fuera porque están enfrentados entre ellos, me atrevería a decir que han estado implorándole a Dow que les diera la oportunidad de matarme.

Scale frunció el ceño.

—¿Crees que Dow está detrás de tu intento de asesinato?

—¿Quién si no? —Calder tuvo que disimular lo frustrante que le resultaba todo aquello y mantuvo un tono de voz sereno. Había olvidado que hablar con su hermano podía ser como hablar con una pared—. Además, Reachey ha oído de boca del propio Dow que quiere matarme.

Scale negó con la cabeza, muy preocupado.

—No era eso lo que tenía entendido.

—No creo que te fuera a contar algo así, ¿verdad?

—Pero si eras su rehén —replicó Scale, quien tenía el entrecejo arrugado por culpa del esfuerzo que estaba haciendo para poder pensar—. ¿Por qué te ha dejado volver?

—Porque espera que conspire, para poder luego revelar el complot y ahorcarme con un motivo justo.

—Pues no conspires y nadie te incordiará.

—No seas
idiota
—un par de Caris, que hasta entonces tenían la mirada centrada en sus cuencos con agua, alzaron la vista, lo que le obligó a bajar el tono de voz. Scale se podía permitir el lujo de dejarse llevar por la furia, Calder no—. Tenemos que protegernos. Tenemos enemigos por todas partes.

—Es cierto, pero hay uno del que todavía no has dicho nada. El más peligroso de todos, que yo sepa —dijo Scale. Calder se quedó helado por un momento, preguntándose a quién había omitido en sus cálculos—. ¡La maldita Unión! —Scale señaló, a través de los árboles y con un dedo muy grueso, en dirección hacia el sur—. ¡Kroy, el Sabueso y sus cuarenta mil soldados! ¡Esa gente contra la que hemos estado librando una guerra! O, al menos, yo la he estado librando.

—Ésa no es mi guerra, sino la de Dow el Negro.

Scale volvió a negar con la cabeza lentamente.

—¿Has pensado alguna vez que tal vez el camino más fácil, menos costoso y más seguro sería hacer simplemente lo que te ordenan?

—Sí, he pensado mucho al respecto, pero decidí que ése no era mi camino. Lo que necesitamos…

—Escúchame —Scale se le acercó y le miró directamente a los ojos—. Una batalla va a tener lugar y tenemos que luchar. ¿Me entiendes? Esto es el Norte. Tenemos que luchar.

—Scale…

—Tú eres el hermano listo. Eres mucho más listo que yo, todo el mundo lo sabe. Los muertos saben que lo sé —entonces, se aproximó aún más—. Pero los hombres no siguen a los más inteligentes. No si no les respalda la fuerza. Tienes que ganarte su respeto.

—Oh —Calder echó un vistazo a su alrededor y se topó con las duras miradas que le lanzaban esos hombres desde los árboles—. ¿No te puedo pedir prestado ese respeto?

—Algún día, yo ya no estaré aquí y tendrás que hacerte respetar tú solo. No tienes que participar en ningún baño de sangre. Sólo tienes que compartir las penalidades y el peligro con esta gente.

Calder esbozó una sonrisa muy frágil.

—Es el peligro lo que me asusta.

Aunque tampoco le gustaba soportar penalidades, a decir verdad.

—El miedo es bueno —lo cual para él era muy fácil de decir, ya que era tan grueso de mollera que el miedo no podía penetrar en su cabeza—. Nuestro padre tuvo miedo todos los días de su vida. Eso lo mantuvo alerta —Scale cogió a Calder del hombro de tal modo que éste no pudo resistirse y se vio obligado a girarse hacia el sur. Entre los troncos de los árboles situados en los lindes del bosque, pudo ver una gran extensión repleta de campos dorados y verdes y de terrenos marrones sin sembrar. La estribación occidental de los Héroes se alzaba imponente a la izquierda, el dedo de Skarling sobresalía de su cima y tenía un camino a sus pies que era una mancha gris que atravesaba las cosechas—. Ese camino lleva al Puente Viejo. Dow quiere que lo tomemos.

—Quiere que

lo tomes.

—No, que lo tomemos. Apenas cuenta con defensas. ¿Tienes un escudo?

—No —tampoco tenía el más mínimo deseo de ir allá donde pudiera necesitar uno.

—Pálido como la Nieve, préstame tu escudo.

El viejo guerrero, que tenía la cara blanca como la cera, se lo entregó a Calder. Estaba pintado de blanco, lo cual resultaba bastante apropiado. Como hacía mucho tiempo que no sostenía un escudo entre sus manos, desde la época en que recibía unas buenas palizas mientras practicaba con la espada en el patio, había olvidado cuánto pesaban esos malditos chismes. La sensación de su peso en el brazo le trajo malos recuerdos de antiguas humillaciones, la mayoría sufridas a manos de su propio hermano. Aunque, probablemente, esas humillaciones se verían eclipsadas por otras nuevas antes de que el día acabara. Si es que sobrevivía a él.

Scale volvió a dar a Calder una palmadita en su mejilla magullada. De un modo desagradablemente fuerte de nuevo.

—Si permaneces cerca de mí y mantienes tu escudo en alto, saldrás de ésta sin un rasguño —entonces, Scale giró la cabeza en dirección a los hombres que se hallaban desperdigados entre los árboles—. Y te ganarás su estima si te ven al frente del ataque.

—Bien —dijo Calder, alzando el escudo con poco entusiasmo.

—¿Quién sabe? —su hermano le dio una palmada en la espalda que estuvo a punto de hacerle caer al suelo—. Quizá con esto también ganes autoestima.

No debemos preguntarnos por qué

—Le encanta esa puñetera yegua, ¿verdad, Tunny?

—Tiene mejor conversación que usted, Forest, eso seguro, y montar a lomos de ella es bastante mejor que caminar, ¿verdad, querida? —Tunny acarició con la nariz la larga cara de su corcel y le dio de comer un puñado extra de grano—. Es mi animal favorito en todo este puñetero ejército.

Entonces, sitió un leve golpecito en el brazo.

—¿Cabo?

Era Yema, quien tenía la mirada clavada en la colina.

—No, Yema, me temo que he reconocer que usted no está entre mis favoritos, ni por asomo. De hecho, va a tener que esforzarse mucho más para no acabar siendo el animal que más desprecio…

—No es eso, cabo. ¿Ése de ahí no es Gurts?

Tunny frunció el ceño.

—Gorst.

El espadachín sin cuello venía del manzanar situado en la ribera más lejana y estaba cruzando a caballo el río, donde los cascos de su montura levantaban espuma y su armadura centelleaba tenuemente bajo la brillante luz del sol. Espoleó a su montura para que ascendiera la ribera y se mezcló con los oficiales del regimiento, incluso estuvo a punto de derribar a un joven teniente. Eso podría haberle hecho gracia a Tunny, pero había algo en Gorst que era capaz de acabar con todas las risas del mundo. Se bajó del caballo con suma destreza a pesar de su corpulencia, y se acercó caminando pesadamente al coronel Vallimir, a quien saludó de manera envarada.

Tunny arrojó el cepillo y dio unos cuantos pasos hacia ellos, mientras los observaba detenidamente. Los muchos años que había pasado en el ejército le habían hecho desarrollar un sexto sentido por el que siempre sabía cuándo estaban a punto de joderle; ahora mismo, estaba teniendo una dolorosa premonición en ese sentido. Gorst habló durante unos instantes, con un rostro totalmente inexpresivo. Vallimir señaló la colina con el brazo y luego al oeste. Gorst volvió a hablar. Tunny se acercó un poco más, intentando captar más detalles. Vallimir alzó las manos súbitamente, presa de una gran frustración, y luego se alejó, gritando.

—¡Sargento primero Forest!

—Señor.

—Según parece, hay un sendero que recorre esas ciénagas situadas al oeste.

—¿Señor?

—El general Jalenhorm quiere que el Primer Batallón lo cruce. Para cerciorarnos de que los Hombres del Norte no puedan usarlo en nuestra contra.

—¿Se refiere a la ciénaga situada más allá del Puente Viejo?

—Sí.

—No seremos capaces de lograr que los caballos atraviesen esa…

—Lo sé.

—Los acabamos de recuperar, señor.

—Lo sé.

—Pero… ¿y qué vamos a hacer con ellos mientras tanto?

—¡Los tendrán que dejar aquí, maldita sea! —le espetó Vallimir—. ¿Acaso cree que me gusta la idea de tener que enviar a la mitad del regimiento a que cruce una puñetera ciénaga sin sus caballos? ¿Acaso cree que me gusta?

Forest tensó la mandíbula, lo cual provocó que la cicatriz que tenía bajo la mejilla cambiara de forma.

—No, señor.

Vallimir se alejó a grandes zancadas e hizo una seña a uno de sus oficiales para que se acercara. Forest se quedó inmóvil por un momento, a la vez que se frotaba con fuerza la parte posterior de la cabeza.

—¿Cabo? —susurró Yema, en voz muy baja.

—¿Sí?

—¿Es éste otro ejemplo más de cómo todo el mundo se caga sobre el que tiene debajo?

—Muy bien, Yema. A lo mejor acabamos haciendo de usted todo un soldado.

Forest se detuvo delante de todos ellos, con las manos en las caderas, y observó con el ceño fruncido la zona superior del río.

—Al parecer, el Primer Batallón tiene una misión.

—Maravilloso —comentó Tunny.

—Vamos a dejar aquí nuestros caballos y nos dirigiremos al oeste para cruzar esa ciénaga —esas palabras fueron recibidas por un coro de quejidos—. ¿Acaso creen que a mí me gusta la idea? ¡Recojan sus cosas y muévanse!

Acto seguido, Forest se marchó deprisa para comunicar la feliz noticia en otra parte.

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