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Authors: Daniel Mares

Tags: #Histórico, Intriga, otros

Los horrores del escalpelo (66 page)

BOOK: Los horrores del escalpelo
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—Padre...

—Creo que te he proporcionado una buena educación, mucho mejor que la que el dinero de que disponía te hubiera procurado. Fue una aventura arriesgada el llegar a esta casa, al servicio del conde, pero creo que al final no pudo ser más venturosa. Por eso, y con independencia a otros bienes que te legue...

—Señor, no quiero hablar de ese asunto, no sin antes intentar...

—No he hecho de ti un pusilánime, Jim. Has de afrontar todas las circunstancias que la vida te presente con cordura y serenidad. Esto es un trance más, triste, no voy a ocultarlo, pero uno por el que todos pasamos. Así que ahora escúchame con más atención de lo que lo has hecho nunca. Debes permanecer junto al conde de Gondrin por siempre. Sé que él te aprecia, de modo idéntico a como lo hace su hijo, y su protector abrazo nos ha procurado estabilidad y creo que en tu caso, hasta un considerable grado de felicidad, ¿es correcto?

—Sin duda, señor —Jim no podía negar la felicidad encontrada, aunque cierta soberbia le impelía a alejarla de su mente, frente a la furia, el miedo y otras emociones igualmente intensas que habían llenado sus días en la casa. Era feliz, y tal vez por esa felicidad debía marchar—, pero debo...

—Déjame acabar. He visto cómo miras a Camille, y cómo ella recibe tus miradas. La amas.

—En absoluto, señor. —Jim enrojeció—. La desprecio, tanto o más que ella a mí.

—Sí, sí... amores juveniles. Aún confundes amor y odio, pues son sentimientos demasiado profundos para que un alma joven los domine.

—Es la persona más cruel que conozco.

—Puede, pero tú la amas. No, no me tengas miedo a mí, apruebo ese amor. Sería feliz... soy feliz en saber que cuando me vaya, tú podrás colmarlo junto a la hija del conde. Sí, Jim. Deja que el tiempo madure vuestros sentimientos, ella aceptará tus requerimientos de matrimonio, cuando sea oportuno que los hagas, estoy seguro.

—Deliráis, señor.

—Haz caso a la edad, hijo.

—Pero el conde...

—Accederá.

—No trato de ofender vuestra sabiduría, pero el conde no podría considerarme digno de su «preciosa» hija ni aunque mi cuna fuera diez veces más alta y dispusiéramos de fortunas ilimitadas...

—Te equivocas. Sé que te tiene en muy alta estima...

—Un criado, poco más.

—¿Por qué dices eso?

Porque lo dice su maldito hijo, y lo que uno piensa lo piensa el otro...

—Hazme caso y deja ya de protestar. No son más que pucheros de niño. Quédate junto a ellos y...

—No padre, he decidió alistarme en el ejército.

____ 29 ____

Residencia de Ntra. Señora del Santo Socorro

Domingo, lo que se tarda en leer dos páginas después

—Dios mío... —Lento cierra el librillo y sigue murmurando—: Vete a la guerra, vuelve hecho un héroe, la niña se habrá casado con un villano... vamos Jim, tú también tienes que haberlo leído antes. —Se ríe, coge un par de folletos más y revuelve cartas y papeles—. Señor William, ¿llegó a vender algo de esta basura?

Un ruido.

Las noches allí siempre están llenas de ruidos. Este es diferente. Tanto que con cierta agitación al respirar, Lento apila las cajas contra la puerta de la alcoba, como hiciera Alto. Muchas cajas. Todas.

Una vez emparedado tras las pilas de papeles, sin resuello, escucha.

Nada.

La noche y los insectos.

—Mierda...

Mira los capítulos del libro arrojados al suelo, desparramados en el esfuerzo de bloquear el acceso a cualquier peligro. Papeles, cartas que conoce bien... curiosea...

—Dios mío... —susurra. Hay piezas únicas que se tenía por extraviadas. Coge alguna, la acaricia, la lee con veneración... la primera carta, la del veintiocho:

Sep 24 1888

Estimado Señor:

No quiero resignarme al hecho de que vivo en la miseria con una pesadilla yo soy el hombre que ha cometido todos esos asesinatos de los últimos seis meses y mi nombre es...

—Increíble... —Toma el bastón de Abberline. Se levanta sin soltar la carta, apoyándose con suavidad en la elegante vara de madera, disfrutando de su solidez—. Sí... ¿Por qué? Con todo esto... —Sigue leyendo:

He encontrado a la mujer que quería que es chapman y le he hecho lo que yo llamo desplazarla pero si cualquiera viene a buscarme me rendiré aunque no voy a ir andando a la comisaría yo mismo así que quedo vuestro servidor...

Deja la carta. Coge otra más... y otra que ha quedado entre las hojas de un capítulo de la novela. Lo abre. Lee.

____ 30 ____

Lee Lento

El 13
er
trabajo de Heracles por

M. R. William

Capítulo 13: Los experimentos de Louis Faubert

Para Jim ya era evidente, tras cuatro años en Château Ravin, que sus protestas respecto a las crueldades de Camille para con su persona nunca iban a ser oídas por su padre. No entendía ese odio, debía de haber algo en él que impulsaba a la muchacha a verter sobre su persona toda la maledicencia de que era capaz y esa maldad era mucha. Más confundido que enfadado, recurrió a Louis, su condiscípulo y ya amigo.

—Jim, eres demasiado joven —dijo mientras ambos miraban pensativos al furioso mar, a través del balcón de lo más alto de la Tour Isolée—, y me temo que no sabes nada de mujeres. —Louis tenía a lo sumo dos años más que Jim, incluso menos, pese a su hábito de vestir ropas oscuras y sobrias que le conferían mayor edad, y desde luego su vida monacal, allí encerrado en esa torre desde pocas horas después de su nacimiento, no le confería una mayor experiencia en nada, y menos que en nada en mujeres, género cuyo contacto con él se había limitado a su madre y hermana. Sin embargo, Jim le dejó hablar. Ya estaba habituado al modo soberbio de proceder de Louis, como si su saber del mundo, extraído por completo de viejos y apolillados tomos de rancio saber, le procurara más conocimientos que cualquiera que le pudiera ofrecer el inhóspito exterior. Recordaba con claridad las crípticas palabras del conde, su padre, al respecto, cuando él preguntó.

—¿Acaso Louis...? Perdón; ¿el barón de Montrevere... padece alguna enfermedad?

—En absoluto, señor Billingam, goza de excelente salud. Es el mundo quien está enfermo.

Desde ese día, la cuestión del aislamiento del barón no se comentaba, salvo en la intimidad, con su padre.

—Extrañas costumbres tienen las viejas familias —decía el profesor Billingam—, costumbres que debemos respetar, en tanto sean acordes con la ley de Dios y de los hombres.

Así que Jim escuchaba los consejos de Louis como si de un hermano mayor muy vivido viniera, aunque en su fuero interno, su espíritu inquisitivo se cuestionaba todo.

Bien, pues dímelo tú —continuaba en esa ocasión, frente al rugiente mar que era un reflejo perfecto de su ánimo—. ¿Por qué me odia tanto Camille? ¿En qué he podido faltarle?

—No es odio, querido amigo, sino desprecio.

—¿Desprecio?

—Desprecio.

—No entiendo...

—No has de tenérselo en cuenta. Mi hermana ha sido educada como corresponde a una señorita de su rango, y a ti te considera inferior. Lo eres, y en ello no hay desdoro alguno, que el orden social es como es en los tiempos que nos toca vivir. Pero la voluntad de mi padre y nuestra amistad, fuerzan tu presencia ante ella casi como la de un igual, y eso la irrita y la molesta.

—Nunca he pretendido...

—No es mujer para ti, Jim. No me malinterpretes. Eres la persona más cercana a mi corazón, y te considero el hombre más honesto, cabal y digno de admiración de cuantos he conocido. —Es decir, de entre su padre, el de Jim, el propio Jim y una veintena de personal del servicio, con los que apenas tenía conversación alguna—. Serías el compañero perfecto para cualquier mujer, incluido alguien de carácter tan indómito como mi hermana, pero el veneno de la educación rígida y absurda que ha recibido no saldrá nunca de su pecho. Para ella eres menos que nada. Encontrará algún pisaverde pedante y vacuo que satisfará a la perfección las exigencias de su fatuo espíritu. Por otro lado, la oposición de mi padre es indudable.

—Eso último lo daba por supuesto. Además, me bastaba con preguntarte a ti, ambos sois siempre de la misma opinión.

—¿Te molesta que respete el juicio de mi padre?

—Todo lo contrario. Me consta que el conde es un hombre cuya opinión se ha de tener en cuenta, y yo la sigo tanto como tú, Louis, te lo aseguro. Ese no es el tema... yo jamás he albergado sentimiento alguno hacia tu hermana.

—¿Seguro?

—Seguro —mintió. En el momento de pronunciar esa sentencia, Jim sintió algo revolverse en su interior, y por primera vez intuyó lo profundo de ciertas pasiones que creía conocer. Supo que esa rabia y ese odio eran otra cosa. Y tuvo miedo, miedo de lo que significaba, fue dolorosamente consciente de su posición y del futuro de tristezas que le aguardaba si fomentaba tales sentimientos.

Todas las discusiones, las peleas, el buscarse uno al otro para quedar por encima en una absurda contienda de orgullos sostenida durante cuatro años... todo cobró entonces un fatídico destino, todo quedó definido en una palabra que Jim se resistió, no solo a pronunciar, a pensar en ella.

—Olvídate de todo. —Agradeció que su amigo interrumpiera la temida corriente por la que discurrían ya desbocados sus pensamientos. Sospecho que a ambos nos aguardan las soledades de los espíritus inquietos. Eso era impensable para Jim, cuyo corazón ansiaba de forma desmedida atrapar dentro de él todo lo hermoso y vibrante del mundo al que solo se había asomado a través de tantos libros leídos. Deseaba la aventura, la emoción, la vida que podía ofrecerle el exterior. Poseedor de ese irredento espíritu aventurero que tanto trataba de dominar su padre, no anhelaba el sosiego de formar una familia, no sin ver antes al menos la mitad de todo el mundo. En cuanto a su amigo... el heredero del conde de Gondrin, último vástago de tan antiguo linaje, no iba a quedar célibe—. Ahora empiezo a sentir frío aquí fuera. ¿Qué estábamos leyendo...? Sí, discutíamos sobre los escritos de Fabriccio de Megara. Tú sostenías...

—Tu padre me ha pedido que juguemos una partida de ajedrez.

—Oh... —Entraron en el estudio. Ese lugar, calentado por la enorme chimenea, era tan acogedor ya para Jjm, tras tantos años pasados allí entre libros y papeles, que sus temores se desvanecieron al olor de los viejos aromas familiares—. ¿Ahora? Pues te esperaré cuando acabes...

—No. Es contigo. Con el conde ya estoy jugando otra. Quiere que juegue partidas paralelas con ambos.

—Entiendo. —Louis pareció consternado.

—¿Tienes miedo?

—¿De jugar contigo? —La sonrisa en su rostro desvaneció los nubarrones que por un momento se posaron en su frente—. Vamos, Jim. Eres inteligente, pero algo impetuoso. No eres rival para mí.

—Entonces...

—Adelante, cuando desees. Y espero que la apuesta sea a tenor del reto.

—No puedo competir contigo por dinero...

Me ofendes si piensas que una apuesta en metal puede interesarme. Vamos. —Se acercaron al viejo tablero de ajedrez—. Si ganas accederé a hacer cualquier cosa que me pidas, cualquiera. Otro tanto ocurrirá si soy yo el vencedor, situación ineludible, por cierto.

—Eso lo veremos. La fanfarronería te pierde, Louis.

—Y a ti tu propia sobreestimación. ¿Aceptas el reto?

—Jamás rechacé uno.

—Bien, pues a la palestra. —Se sentaron enfrentados, como caballeros armados en la lid—. ¿Blancas o negras? —Vuestro padre ha elegido por ambos.

____ 31 ____

Residencia de Ntra. Señora del Santo Socorro

Lunes de madrugada

Hace diez minutos que la respiración de Lento ha tomado una cadencia relajada, constante. Sus ojos cerrados, la cabeza apoyada en la pared, sentado en el sucio jergón. El folleto que reposa entre sus manos está ya medio cerrado va resbalándose, hasta que cae.

Lento despierta. Sobresaltado.

La vela dejó de lucir hace tiempo. Enciende otra. Se despereza. Mira los papeles que han caído de sus manos.

—¿Ajedrez...?

Se levanta y sale a los pasillos, a la oscuridad. Baja al piso de Aguirre. Demasiadas horas sin hacer nada, con la noción del tiempo trastocada, eso cambia el ánimo de los hombres, modifica su valor, su paciencia.

Llega ya sin dudar a la habitación de Aguirre, una gruesa cadena roñosa y un candado la cierra. Gruñe, incómodo, enojado. Si tuviera luz, podría tratar de forzar la cerradura. Ha dejado las velas en su alcoba, y opta por golpearla con su arma, de la que no se separa. El ruido, que no produce eco, suena irreverente en el reino del silencio y la suciedad. No podrá romperlo. Palpa la cerradura, con cuidado apunta con el revólver, si disparara ahora, se volaría la mano. Un ruido a su espalda.

—No van a dejarme una noche tranquilo, ¿verdad? —Es la voz de Celador. Lento da la vuelta y apunta con su arma a la oscuridad. Una luz repentina lo alumbra, una sombra se ve a la entrada del corredor techado en medio punto que lleva hasta la puerta de Aguirre. En la mano lleva algo, no es la escopeta—. ¿Qué hace con esa arma? ¿Cómo se le ocurre traer un revólver aquí?

—No se acerque o disparo, no es amenaza. Deme llaves de candado.

—Claro que no me acercaré, yo no. —Se echa a un lado, desaparece la luz. Medio minuto después llega la música. Música dulce de concertina. Los pasos del oso retumban.

—¿Qué está haciendo? ¡Voy a disparar! —Un rugido afónico. El oso suena extraño, y cercano. La música aumenta de velocidad. Siente la presencia al fondo del pasillo, todo está oscuro, y aun así nota que el animal ocupa el espacio entero, de techo a suelo.

Otro gruñido, y oye a la bestia correr hacia él, al compás de la melodía. Dispara. Una vez, otra, otra más. A cada fogonazo puede ver la monstruosa criatura abriendo sus fauces, voraz. Es imposible fallar, y el animal ni se queja de los impactos.

Al tercer disparo ve que al oso le falta la parte izquierda del torso, allí puede vislumbrar sus vísceras al aire. Extrañas, frías, agitándose y resoplando, escupiendo humores oleaginosos, decididas a impulsar al animal muerto hacia él, hasta arrollarlo.

Al cuarto, un zarpazo le arrebata el arma. Luego, solo es necesario otro más, y la oscuridad, el miedo y el dolor desaparecen, junto al resto de las cosas.

____ 32 ____

Dios no se fía de los británicos a oscuras

Martes

¿Su amigo ya se ha cansado de mis historias? Oh... cuánto lo lamento. Si usted no se encuentra... podemos posponerlo, a fin de cuentas yo no me voy a mover y tal vez prefiera... ¿Sí?, como desee. Entonces volvemos a... ¿eh...? No, ya está bien de hablar de mí y mis hurtos en Forlornhope. Retomemos la parte interesante de la historia.

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