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Authors: Fredric Brown

Tags: #Cicncia Ficción, Humor

Marciano, vete a casa (2 page)

BOOK: Marciano, vete a casa
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Estaba en el peor bache de su carrera de escritor, y casi le volvía loco el pensar que no había escrito una sola línea en varios meses. Su editor le bombardeaba con frecuentes cartas por correo aéreo desde Nueva York, pidiendo por lo menos un título que pudieran anunciar como su próximo libro. ¿Y cuándo terminaría el libro y podrían preparar su edición? Teniendo en cuenta que le habían adelantando quinientos dólares a cuenta, había que admitir que tenían derecho a preguntar todo aquello.

Finalmente, una sombría desesperación —y hay pocas desesperaciones más sombrías que la de un escritor que debe crear y no puede— le había impulsado a pedir prestadas las llaves de la cabaña de Carter Benson y el permiso para utilizarla mientras fuese necesario. Por suerte, Benson acababa de firmar un contrato de seis meses con unos estudios de Hollywood y no la usaría, por lo menos durante ese tiempo.

De manera que aquí estaba Luke Deveraux y aquí seguiría hasta que hubiera encontrado un argumento y empezado su libro. No sería necesario que lo terminase aquí; una vez que hubiese arrancado, sabía que podía continuar en su ambiente habitual, sin negarse el placer de pasar las tardes con Rosalind Hall.

Durante los tres últimos días, desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, había paseado por la cabaña, tratando de concentrarse. Sobrio, y a veces sintiendo que estaba a punto de enloquecer. Por las tardes, comprendiendo que esforzar su cerebro durante más horas le haría más mal que bien, se permitía descansar y beber unas copas. Exactamente cinco copas; una cantidad que sabía que le aflojaría los nervios, sin llegar a emborracharle ni darle un terrible dolor de cabeza a la mañana siguiente. Espaciaba cuidadosamente sus cinco copas para que durasen hasta las once de la noche. Las once en punto era su hora de irse a la cama mientras vivía en la cabaña. No hay nada como la regularidad, pero hasta el momento no le había servido de nada.

A las 8:14 ya estaba en su tercera copa —la que debía durarle hasta las nueve— y acababa de beber el segundo sorbo. Estaba tratando de leer sin mucho éxito, porque su mente, ahora que quería concentrarse en la lectura, prefería pensar en el posible argumento de su novela. Las mentes demuestran con frecuencia ese tipo de perversidad.

Y quizá porque no la perseguía, estaba mucho más cerca de la idea de un argumento de lo que lo había estado en mucho tiempo. Se hallaba vagamente pensando que sucedería si los marcianos...

Llamaron a la puerta. La miró por un instante, sorprendido, antes de dejar el vaso y levantarse de la silla. La noche era tan tranquila que no era posible que un coche se hubiera acercado sin que él lo oyera, y desde luego no era posible que nadie hubiese llegado andando hasta allí.

Se repitió la llamada, más fuerte. Luke se acercó a la puerta y la abrió, mirando hacia el desierto iluminado por la luna. En el primer momento no vio a nadie; luego miró hacia abajo.

—¡Oh, no! —dijo.

Era un hombrecillo verde, de unos setenta y cinco centímetros de altura.

—Hola, Mack —dijo el hombrecillo—. ¿Es esto la Tierra?

—¡Oh, no! —dijo Luke Deveraux—. No puede ser.

—¿Por qué no puede ser? Tiene que serlo. Mira —señaló hacia arriba—. Una luna, y del tamaño y distancia correctos. La Tierra es el único planeta en el sistema con una sola luna. Mi planeta tiene dos.

—Oh, Dios —dijo Luke—. Sólo hay un planeta en el sistema solar que tenga dos lunas.

—Mira, Mack, a ver si te espabilas. ¿Es esto la Tierra o no?

Luke movió la cabeza asintiendo, sin poder pronunciar una sola palabra.

—Muy bien —dijo el hombrecillo—. Eso ya está arreglado. Ahora, ¿qué diablos te pasa?

—G... g... g —dijo Luke.

—¿Estás loco? ¿Y ésa es la forma en que recibes a los forasteros? ¿No vas a invitarme a entrar?

Luke dijo:

—Eh... entra...

Y se apartó a un lado.

Una vez dentro, el marciano miró a su alrededor y arrugó el ceño.

—Vaya un lugar más destartalado —dijo—. ¿Todos vosotros vivís así, o tú eres uno de los que llaman basura blanco? Argeth, qué muebles más feos.

—No los escogí yo —dijo Luke, pasando a la defensiva—. Pertenecen a un amigo mío.

—Entonces, tienes un pésimo gusto para escoger a tus amigos. ¿Estás solo?

—Eso es lo que me pregunto es este instante —dijo Luke—. No estoy seguro de que crea en tu existencia. ¿Cómo puedo saber que no eres una alucinación?

El marciano se sentó ágilmente en una silla y se quedó balanceando las piernas.

—No puedes saberlo. Pero si lo piensas es que te falta un tornillo.

Luke abrió la boca y volvió a cerrarla. De repente recordó su vaso y tanteó a sus espaldas sin volverse, haciendo caer el vaso con la mano en vez de sujetarlo. No se rompió, pero derramó su contenido encima de la mesa y por el suelo antes de que pudiera ponerlo derecho. Luke maldijo en voz baja y luego recordó que de todos modos la mezcla no era muy fuerte. Y en vista de las circunstancias quería un trago que fuese un trago. Se acercó al fregadero, donde se hallaba la botella de whisky, y se sirvió medio vaso, solo.

Bebió un sorbo y casi se ahogó. Cuando se aseguró de que el licor iba a seguir el camino adecuado, volvió a sentarse en una silla con el vaso bien apretado en la mano, observando al visitante.

—¿Me estás estudiando? —dijo el marciano.

Luke no contestó. Lo estaba examinando con atención, tomándose todo el tiempo necesario. Su visitante era humanoide, pero decididamente no era humano. La ligera sospecha de que uno de sus amigos hubiese contratado a un enano de circo para gastarle una broma desapareció.

Marciano o no, el hombrecillo no era humano. No podía ser un enano porque su torso era muy corto con respecto al largo de sus delgadas piernas y brazos; los enanos tienen torsos largos y piernas cortas. En proporción, la cabeza resultaba grande, y mucho más esférica que una cabeza humana; el cráneo era completamente calvo. No se veía ninguna señal de barba, y Luke tuvo el presentimiento de que aquella criatura estaba desprovista de pelo en todo el cuerpo.

El rostro... bueno, tenía todos los elementos que debía tener un rostro, pero también resultaban desproporcionados. La boca era el doble de grande que una boca humana, al igual que la nariz; los ojos, tan pequeños como brillantes, y muy juntos. Las orejas también eran muy pequeñas, y carecían de lóbulo. A la luz de la luna la tez le pareció de un verde oliva; pero bajo la luz artificial, notó que era de un color verde esmeralda.

Cada una de sus manos disponía de seis dedos. Probablemente significaba que también tendría seis dedos en cada pie, pero como llevaba zapatos no era posible comprobarlo.

Los zapatos eran de un verde oscuro, igual que el resto de sus ropas, unos ajustados pantalones y una camisa suelta, confeccionados en el mismo material, algo que se parecía a la gamuza o a una piel de antílope muy suave. No llevaba sombrero.

—Empiezo a creer en ti —dijo Luke, dudoso.

Volvió a levantar el vaso. El marciano gruñó:

—¿Todos los humanos son tan estúpidos como tú? ¿Y tan mal educados? ¡Estar bebiendo sin ofrecer una copa a un invitado!

—Perdón —dijo Luke.

Se levantó y se dirigió en busca de la botella y de otro vaso.

—No es que yo la quiera —dijo el marciano—. No bebo. Un vicio muy desagradable. Pero podías haberla ofrecido.

Luke volvió a sentarse y suspiró.

—Debí hacerlo —dijo—. Lo siento. Empecemos de nuevo. Me llamo Luke Deveraux.

—Un nombre muy tonto.

—Quizás el tuyo me parezca tonto a mí. ¿Puedo preguntar cuál es?

—Claro, pregunta.

Luke suspiró de nuevo.

—Los marcianos no usamos nombres. Es una costumbre ridícula.

—Sin embargo, son útiles cuando queremos que alguien venga. Igual que... ¿Oye, no me has llamado Mack?

—Claro. Nosotros llamamos a todo el mundo Mack, o su equivalente en el idioma que estemos hablando. ¿Por qué molestarse en aprender un nuevo nombre para cada persona a la que te diriges?

Luke volvió a levantar el vaso.

—Hum —dijo—, quizá tengas razón en eso, pero pasemos a algo más importante. ¿Cómo puedo estar seguro de que estás realmente aquí?

—Mack, ya te he dicho que te falta un tornillo.

—Esa es la cuestión —dijo Luke—. ¿Estaré loco? Si estás realmente aquí estoy dispuesto a admitir que no eres un humano, y si admito eso no hay ninguna razón para que no acepte tu palabra respecto al sitio de donde vienes. Pero si no estás aquí, entonces es que estoy borracho o padezco una alucinación. Antes de que llegaras sólo había tomado dos copas, muy flojas, y no me hicieron ningún efecto.

—Entonces, ¿por qué te las bebiste?

—Eso no tiene nada que ver con lo que discutimos. Así pues, sólo quedan dos posibilidades: o realmente estás aquí, o me he vuelto loco.

El marciano emitió un sonido desagradable y descortés.

—¿Y que te hace pensar que esas dos posibilidades son autoexcluyentes? Naturalmente que estoy aquí. Pero no estoy tan seguro respecto a que no estés loco, y tampoco me importa.

Luke suspiró. Parecían requerirse muchos suspiros para tratar a los marcianos. O mucha bebida. Su vaso estaba vacío. Se levantó para volverlo a llenar. Whisky solo otra vez, pero ahora con un par de cubitos de hielo.

Antes de sentarse, tuvo una idea. Dejó el vaso encima de la mesa, dijo: «Perdona», y salió al exterior. Si el marciano era real, debería tener su nave espacial por allí cerca.

¿Probaría algo el que la viese?, se preguntó. Si veía al marciano, ¿por qué no podía llegar su alucinación hasta ver su nave espacial?

Pero no había ninguna aeronave imaginaria o real. La luna brillaba alegremente y el terreno era liso como la palma de la mano; Podía ver a gran distancia. Dio la vuelta a la cabaña y alrededor de su coche, aparcado a espaldas de la casita, a fin de poder ver en todas direcciones. Ninguna nave espacial.

Regresó al interior, se puso cómodo y bebió una generosa parte del contenido del vaso. Luego apuntó al marciano con un dedo acusador.

—No hay ninguna nave espacial —dijo.

—Desde luego que no.

—Entonces, ¿cómo llegaste aquí?

—Maldito si te importa, pero te lo diré. Kwimmé.

—¿Qué quieres decir?

—Sólo esto —dijo el marciano.

Y desapareció de la silla. La palabra «sólo» llegó desde la silla y la palabra «esto» desde detrás de Luke.

Éste se volvió con rapidez. El marciano estaba sentado en el borde de la cocina de gas.

—¡Dios mío —dijo Luke— teleportación!

El marciano desapareció de nuevo. Luke se volvió y lo encontró otra vez sentado en la silla.

—No es teleportación —dijo el marciano—. Se necesitan aparatos para teleportarse. Para kwimmar basta la mente. El motivo de que vosotros no podáis hacerlo es que no sois lo bastante listos.

Luke bebió otro sorbo.

—¿Y has hecho todo el camino desde Marte?

—Desde luego. Salí un segundo antes de llamar a tu puerta.

—¿Habéis kwimmado aquí antes? Oye —Luke le apuntó otra vez con el dedo—, apostaría que lo habéis hecho muchos de vosotros, lo que explicaría las supersticiones sobre fantasmas y...

—Tonterías —dijo el marciano—. A vosotros os faltan tornillos en la cabeza y eso explica vuestras supersticiones. Nunca hemos estado aquí antes. Ninguno de nosotros. Acabamos de aprender la técnica necesaria para kwimmar a larga distancia. Antes sólo podíamos hacerlo a distancias muy cortas. Para realizar el viaje interplanetario hay que aprender hokima.

Luke volvió a señalar con el dedo.

—Ya te he pescado. ¿Cómo es que hablas inglés entonces?

El marciano hizo una mueca. Sus labios eran muy aptos para las muecas.

—Puedo hablar todos vuestros sencillos y tontos idiomas. Por lo menos todos los que se oyen en los programas de radio, y los demás los puedo aprender en cosa de una hora cada uno. Algo muy fácil. Tú no podrías aprender el marciano ni en mil años.

—¡Así me condene! —dijo Luke—. No me extraña que no te gustemos si todas tus ideas sobre nosotros las has aprendido en los programas de radio. Debo admitir que la mayoría son una porquería.

—Igual que la mayoría de vosotros, o no los lanzaríais al éter.

Luke contuvo con dificultad su ira y volvió a beber otro sorbo. Finalmente, empezaba a creer que se trataba realmente de un marciano y no de un producto de su imaginación. Y además, pensó de repente, ¿qué iba a perder por creerlo? Si estaba loco, la cosa y no tenía remedio. Pero si se trataba de un marciano de veras, constituía una magnífica oportunidad para un escritor de ciencia ficción.

—¿Cómo es Marte? —preguntó.

—No te importa un pito, Mack.

Luke bebió de nuevo. Contó hasta diez y trató de mostrarse tan tranquilo y razonable como le era posible.

—Escucha —dijo—, me mostré un poco descortés al principio porque estaba sorprendido. Pero lo siento te presento mis excusas ¿Por qué no podemos ser amigos?

—¿Por qué tenemos que serlo? Tu eres un miembro de una raza inferior.

—Aunque sólo sea por eso, la conversación resultará más agradable para los dos.

—No para mí, Mack. Me gusta mostrarme desagradable. Me gusta pelearme. Si vas a ser fino y educado conmigo, me iré a buscar a alguien con quien pueda discutir un poco.

—Espera, no te... —Luke comprendió de repente que llevaba el camino equivocado si quería que el marciano se quedara. Dijo—: Por mí puedes irte al infierno, si lo prefieres.

El marciano hizo una mueca de burla.

—Eso ya está mejor. Creo que llegaremos a entendernos.

—¿Por qué has venido a la Tierra?

—Tampoco te importa nada, pero me agradará darte una pista. ¿Porqué vais a los parques zoológicos en este planeta pobretón?

—¿Cuánto tiempo pensáis quedaros?

El marciano inclinó la cabeza a un lado.

—Eres un tipo difícil de convencer, Mack. No soy la oficina de información. Lo que hago o por qué lo hago no es nada que te concierna. A lo que es seguro que no vine es a enseñar a niños.

El vaso de Luke volvía a estar vacío. Lo llenó de nuevo. Miró al marciano con irritación. Si aquel tipo quería pelea, ¿por qué no complacerle?

—Oye, verruga verde... —dijo—, creo que debería...

—¿Deberías hacer qué? ¿Hacerme algo a mí? ¿Tú y cuántos más?

—Yo, una cámara y un flash —dijo Luke, recriminándose por no haber pensado en ello antes—. Por lo menos voy a sacarte una foto. Luego, cuando la revele...

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