Marea viva (21 page)

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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Marea viva
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—¿Hay ratas aquí?

Olivia hizo la pregunta en el mismo instante en que Stilton abrió la sólida puerta de acero.

—No.

Stilton desapareció en la oscuridad. Olivia empujó la puerta un poco y entró detrás de él.

—Cierra la puerta.

Olivia no sabía si hacerlo o no. Al fin y al cabo, la puerta era una vía de escape. Pero acabó haciéndolo. Fue entonces cuando le llegó el hedor. Un hedor del que ciertos contenedores de basura se libran, contenedores cuyo sistema de ventilación funciona debidamente. Este no era el caso.

El tufo era terrible.

Olivia se tapó la nariz y la boca con la mano e intentó que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. No era total, en medio del suelo ardía una pequeña vela de té. Gracias a ella divisó el contorno de Stilton contra una pared, sentado en el suelo de cemento.

—Dispones de la vela de té —dijo.

—¿Yo?

—Hasta que se consuma. —La voz de Stilton era serena y concisa. Había decidido comportarse.

Y Olivia había decidido conseguir respuestas a sus preguntas. Luego se iría y nunca volvería a poner los pies cerca de Tom Stilton.

El queso apestoso.

—Bueno, estaban esas preguntas acerca de…

—La mujer en la playa no estaba anestesiada. La cantidad de Rohypnol en su cuerpo tuvo un efecto relajante, pero no soporífero. Así pues, estaba consciente cuando la enterraron. Su abrigo fue la única prenda que encontramos. Supusimos que los autores del asesinato se llevaron consigo el resto, pero se dejaron el abrigo en medio de la oscuridad. Lo único de valor que encontramos en el abrigo fue un pequeño pendiente.

—No decía nada en el…

—Le hicimos un análisis de sangre al feto. Posteriormente se pidió una prueba de ADN a un laboratorio inglés para poder establecer una posible paternidad, por si aparecía alguien. No fue así. No estábamos seguros de que solo hubiera tres personas en la playa, además de la víctima. El testigo tenía nueve años y estaba asustado; además, lo vio todo desde una distancia de unos cien metros, a oscuras. No disponíamos de más datos para trabajar. Nunca pudimos rebatir esta información en la investigación. Probablemente, la mujer era de origen latinoamericano, pero nunca pudimos establecerlo con seguridad. Ove Gardman vivía cerca de la playa, avisó a sus padres y pasaron unos cuarenta y cinco minutos hasta que llegó el helicóptero ambulancia. ¿Más preguntas?

Olivia miró a Stilton en medio de la oscuridad. La vela de té osciló levemente. Había contestado a todas las preguntas planteadas por teléfono, siguiendo el orden en que las había formulado. ¿Quién demonios era aquel tipo?

Sin embargo, intentó concretar.

—¿Por qué era importante ese pendiente?

—Porque la víctima no tenía agujeros en las orejas. ¿Has acabado?

—No. Me gustaría que me contaras qué hipótesis barajasteis entonces —dijo Olivia.

—Muchas.

—¿Por ejemplo?

—Droga: que la mujer era una mula, que trabajaba para un cártel instalado en la costa oeste por aquellos tiempos, que algo fue mal en una entrega. Interrogamos a un drogadicto que se encontraba en la isla antes del asesinato, pero no nos condujo a ningún sitio. Inmigración ilegal: que la mujer no había sido capaz de pagar a sus transportadores. Trata de blancas: que la mujer era prostituta y había intentado huir de su proxeneta y entonces la asesinaron. Ninguna de esas hipótesis se sostuvo. El mayor problema fue que nunca pudimos identificar a la mujer.

—¿Y nadie denunció su desaparición?

—No.

—Pero debía de haber un padre del niño, ¿no?

—Sí, pero no tenía por qué saber nada. Del niño. O a lo mejor era uno de los asesinos.

Olivia no había caído en la cuenta.

—¿Alguna teoría acerca de una posible secta? —preguntó.

—¿Secta?

—Sí, que hubiera alguna detrás del asunto, que todo esto de la marea alta y baja y la luna y…

—Nunca abordamos ese enfoque.

—De acuerdo. Pero entonces lo del lugar en sí, Nordkoster. Al fin y al cabo, es bastante complicado llegar hasta allí. No es un lugar ideal para perpetrar un asesinato.

—¿Y cómo es un lugar ideal para un asesinato?

—Uno que puedas abandonar rápidamente si has planeado un crimen bastante sofisticado.

Stilton se quedó en silencio unos segundos.

—El lugar nos desconcertó.

Justo entonces se apagó la vela.

—Ha acabado tu tiempo.

—Jackie Berglund —dijo Olivia.

La habitación de los contenedores se había quedado a oscuras. Solo se oía su respiración. ¿Es ahora cuando salen los castores?, pensó Olivia.

—¿Qué pasa con Jackie Berglund?

Stilton le concedió unos segundos más.

—Se me ha ocurrido que pudo estar involucrada de alguna manera, al fin y al cabo entonces era una chica
escort
, y tal vez la víctima también lo fuera, o al menos conocida de Jackie… Que había algo que las vinculaba. ¿Lo pensaste tú entonces?

Stilton no contestó inmediatamente. Tenía su cabeza en otro lugar. En Jackie Berglund, y en el hecho de que la chica que estaba sentada en la oscuridad había seguido algunos de sus razonamientos de entonces. Sin embargo, contestó:

—No. ¿Has acabado?

Olivia no había acabado, ni mucho menos, pero se dio cuenta de que Stilton sí y se puso en pie.

Tal vez fuera la oscuridad, el relativo anonimato, pero mientras avanzaba a tientas hacia la puerta metálica hizo una última pregunta. Hacia atrás, hacia la oscuridad.

—¿Por qué duermes en la calle?

—No tengo casa.

—¿Y por qué no la tienes?

—Porque no tengo dónde vivir.

No dijo nada más. Olivia llegó a la puerta y se disponía a abrir cuando lo oyó, a sus espaldas.

—Oye.

—¿Sí?

—Tu padre participó en la investigación.

—Lo sé.

—¿Por qué no se lo preguntas a él?

—Murió hace cuatro años.

Olivia abrió la puerta y salió.

O sea, que no sabía que papá había muerto, pensó Olivia mientras se dirigía hacia el coche. ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo en la calle? ¿Desde que dejara la policía? ¿Durante los últimos seis años? Pero es difícil acabar tan abajo tan rápido. ¿O no? Se supone que se tarda un tiempo. ¿Simplemente había cortado todo contacto con la gente con la que solía tratar?

Qué extraño.

Sea como fuere, Olivia había conseguido respuestas a sus preguntas y probablemente nunca volvería a ver al tal Stilton. Ahora lo único que le quedaba era reunir lo que había obtenido y llegar a alguna conclusión. Luego se lo entregaría todo a Åke Gustafsson.

Aunque eso del pendiente la intrigaba.

La mujer de la playa guardaba un pendiente en el bolsillo de su abrigo. Pero no tenía agujeros en las orejas. ¿De dónde provenía el pendiente?

Olivia decidió esperar un tiempo más antes de hacer el informe.

Stilton había encendido otra vela en el cuarto de los contenedores. Pensaba quedarse allí hasta estar seguro de que Olivia se había ido. Seguramente se había librado de ella para siempre. Era consciente de que le había dado demasiada información. Información sujeta a secreto de sumario, detalles. Pero le importaba un carajo. Su relación con su pasado policial estaba bajo mínimos. A lo mejor alguna vez le contaría a alguien por qué.

No tenía ni idea de a quién.

Sin embargo, se había guardado un detalle muy importante: el niño en el vientre de la mujer asesinada había sobrevivido tras una cesárea de urgencias practicada por el médico de la ambulancia. Una información que nunca se había hecho pública, precisamente para proteger al niño.

Y entonces pensó en Arne Rönning. ¿Así que había muerto? Triste. Arne había sido un buen policía. Y un buen hombre. Durante unos años habían mantenido una relación bastante estrecha. Se caían bien, se fiaban el uno del otro, habían compartido más de un secreto.

Y ahora estaba muerto.

Y su hija había aparecido de la nada.

Stilton se miró las manos huesudas. Le temblaban ligeramente. La inmersión en el asesinato de Koster lo había revuelto todo. Y luego estaba la muerte de Arne. Sacó rápidamente su frasquito de Diazepam y lo abrió. Y se arrepintió.

Tenía que aguantar.

No debía convertirse en otro Ljugarbenke.

Tenía que encontrar a un par de asesinos.

Apagó la vela y se levantó. Tenía que volver a las escaleras de piedra.

Era una herida considerable. Si el golpe hubiera caído un poco más arriba podría haberle fracturado la base del cráneo.

Eso le dijo la doctora a Eva Carlsén.

Sin embargo, bastarían unos cuantos puntos, un vendaje fuerte y analgésicos. La doctora, una mujer tunecina, era exactamente tan empática como necesitaba Carlsén que fuera. No por las lesiones, ya se le pasarían, sino por el asalto en sí. Había calado más hondo. El ultraje, unos desconocidos que habían revuelto sus pertenencias en su propio hogar. Era repugnante.

¿Ladrones?

¿Qué tenía de valor en su casa? ¿Cuadros? ¿Una cámara? ¿Ordenadores? No tenía dinero en efectivo, eso lo sabía. ¿O tal vez no fueran ladrones? ¿Acaso alguien que iba por ella, personalmente? ¿Que había esperado en su casa hasta que ella apareció? ¿Para hacerle daño?

¿Violencia juvenil?

¿El programa de debate?

Lo primero que hizo cuando volvió a casa, ligeramente drogada, fue registrar todas las habitaciones y constatar que no se habían llevado nada. Tan solo la habían ultrajado.

Y se notaba.

Luego se dirigió a la comisaría de Västerort, en Solna.

De camino, se maldijo por aparecer en la guía de Eniro. No debería, teniendo en cuenta en lo que trabajaba. Tendría que enmendarlo.

El crepúsculo se había posado sobre Estocolmo, el tráfico en el centro de la ciudad había disminuido. La gran oficina en Sveavägen se había vaciado de gente hacía un par de horas. El único que todavía seguía allí se encontraba en el despacho de gerencia, en lo alto del edificio. Bertil Magnuson. Intentaba mantenerse calmado con la ayuda del alcohol. Whisky. No era una buena solución a la larga, pero sí temporalmente, de momento, y no en grandes cantidades. Pronto se iría a casa y sabía que Linn tendría encendido el radar. El mínimo desvío de la normalidad la llevaría a atacar.

Tal vez fuera demasiado suponer, estaba siendo injusto. Ella no era así. Atacar era lo que se hacía en su otro mundo. A diestro y siniestro. Aquí no se cogían rehenes ni se mataba a la gente si resultaba beneficioso. Eso formaba parte de la cultura del negocio. Y allí de vez en cuando matabas, aunque en realidad no quisieras hacerlo, pero estabas obligado a ello. De la misma manera en que lo había estado él, indirectamente. Por desgracia, este mundo había empezado a hacer aguas. Había una persona que estaba filtrando información.

Nils Wendt.

Que tenía en su poder una conversación grabada con la que Bertil no había contado. Que ni siquiera sabía que existiera.

Bebió un largo trago de whisky, encendió un purito y contempló Sveavägen, el cementerio de Adolf Fredrik. Pensó en su propia muerte. Había leído en un folleto americano que había ataúdes climatizados. Interesante. Le gustaba la idea de un ataúd climatizado, ¿tal vez con un motor de masajes incorporado que mantuviera el cadáver en forma? Sonrió levemente.

Pero ¿y la tumba?

¿Dónde debería dejarse enterrar? Tenían un sepulcro familiar en Norra, pero no quería que lo metieran allí. Quería su propia tumba. Un mausoleo. Un monumento en honor a uno de los grandes empresarios de Suecia.

O como los Wallenberg: una cámara sepulcral secreta en sus tierras. Aunque no era ningún Wallenberg. No era un Mygge ni un Pygge ni nada que se le pareciera. Era más bien un hombre hecho a sí mismo, aunque su padre y su tío lo hubieran ayudado. Tanto con esto como con aquello.

Él era Bertil Magnuson.

De momento, el whisky había cumplido con su función.

Lo había confirmado en su valía.

Ahora solo tenía que ocuparse de una vez por todas de ese mal bicho de Nils.

Olivia había comprado comida india para llevar en Shanti. Buena, rápida y bien condimentada. Se permitió el lujo de una breve siestecita en el sofá después de la cena. Con
Elvis
sobre el estómago. Luego la cabeza empezó a darle vueltas de nuevo. Empezó a recapitular. La reunión en el cuarto de los contenedores. Alguna vez se lo contaré todo a mamá, pensó. El encuentro con Stilton en un cuarto lleno de basura selectiva, donde ratas del tamaño de un castor se escurrían a lo largo de las paredes y el hedor era indescriptible, habría encajado a la perfección en un vídeo de… No se le ocurrió nadie adecuado, así que volvió a empezar desde el principio, con la basura selectiva.

Cuando hubo repasado cada réplica hubo algo que se quedó fijo en su mente. Fue cuando expuso su pequeña hipótesis acerca de Jackie Berglund y le preguntó a Stilton si él también había seguido ese mismo razonamiento. En ese momento se había producido una mella en el diálogo. Silencio, muchos más segundos que durante el intercambio de réplicas. Stilton no había dicho nada directamente, al contrario de lo que había hecho hasta entonces. Cuando llegaron a ese punto, se lo pensó dos veces antes de contestar.

O eso creía Olivia.

¿Y por qué lo había hecho?

¡Porque había algo con esa tal Jackie!

Echó a un
Elvis
ofendido del sofá y cogió la carpeta que Eva Carlsén le había dado. Eran casi las nueve, es cierto, pero era verano y apenas empezaba a anochecer. Tendría que pedirle perdón por la intromisión.

—Disculpa que me presente tan tarde.

—Está bien, pasa.

—Gracias.

Eva invitó a Olivia a entrar en el vestíbulo con un gesto de la mano. Justo cuando Olivia le tendió la carpeta vio la venda que Eva llevaba en la parte posterior de la cabeza.

—¿Qué te ha pasado?

—Alguien entró en mi casa y me atacó. Acabo de volver del hospital y de la comisaría.

—¡Uf! Perdona. Entonces será mejor que…

—Está bien, ya me encuentro mejor.

—Pero ¿qué ha pasado? ¿Han entrado en tu casa? ¿Aquí?

—Sí.

Eva se encaminó al salón delante de Olivia. Un par de lámparas bajas arrojaban una luz suave y apacible sobre el tresillo. Estaba casi todo recogido después del robo. Eva señaló una butaca y Olivia se sentó.

—¿Qué se han llevado?

—Nada.

—¡No me digas! ¿Entonces? ¿Qué…?

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