Marea viva (23 page)

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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Marea viva
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Ahora mismo la había llevado a subir dos plantas, hasta una pequeña terraza donde estaba sentado un hombre encorvado en una silla de ruedas.

El antaño rey del porno: Carl Videung.

Ahora pronto cumpliría noventa años, descubrió Olivia. Sin familia y feliz de que alguien irrumpiera en su vida languideciente. Quien fuera.

En este caso era Olivia Rönning. Pronto se dio cuenta de que Videung oía muy mal y que, además, tenía ciertos problemas de dicción. Así pues, tuvo que explicarse con brevedad, claridad y voz alta.

—¡Jackie Berglund!

Sí, pasado un tiempo, dos tazas de café y unas galletas de jengibre, su nombre apareció en la cabeza de Videung.

—Era una
escort
—farfulló.

—¿Recuerda a otras chicas
escort
?

Más café, más galletas de jengibre, hasta que Videung asintió con la cabeza.

—¿A quién?

El café ya no servía de nada, y las galletas se habían terminado. El hombre en la silla de ruedas se quedó mirándola con una sonrisa en los labios. ¿Me está evaluando?, pensó Olivia. ¿Para ver si doy la talla como chica
escort
? ¿Un viejo verde? Entonces el hombre hizo un gesto dando a entender que quería escribir algo. Olivia se apresuró a sacar una pequeña libreta y un bolígrafo y se los tendió. El anciano no podía sujetar la libreta por sí solo. Olivia tuvo que aguantarla contra sus delgadas rodillas. El anciano empezó a escribir, con una caligrafía que evidenciaba sus noventa años pero, no obstante, legible.

«Miriam Wixell.»

—¿Una de las chicas
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se llamaba Miriam Wixell?

Videung asintió con la cabeza y soltó una pedorreta. Olivia apartó el rostro del hedor putrefacto y cerró la libreta.

—¿Recuerdas si alguna de las chicas era extranjera?

Videung sonrió un poco y asintió con la cabeza al tiempo que levantaba el dedo índice.

—¿Una de ellas?

Él volvió a asentir.

—¿Recuerda de dónde era?

Videung sacudió la cabeza.

—¿Tenía el pelo negro?

El viejo se retorció un poco y señaló hacia una violeta africana en una maceta en el alféizar de la ventana. Olivia miró la flor.

Era de un azul intenso.

—¿Tenía el pelo azul?

Videung asintió con la cabeza y volvió a sonreír. Pelo azul, pensó Olivia. O sea, teñido. ¿Te tiñes el pelo de azul si lo tienes negro? Posiblemente. ¿Qué sabía ella si las chicas
escort
de los años ochenta se teñían o no el pelo?

No podía saberlo.

Se levantó, le dio las gracias y se marchó, dejando solo al antiguo rey del porno. Al menos había conseguido sacarle un nombre.

Miriam Wixell.

Ovette había elegido un lugar al fondo de la cafetería. No quería encontrarse con ninguna compañera de trabajo. Estaba sentada de espaldas a la entrada con una taza de café delante. No se podía fumar. Sus manos se movían inquietas sobre la mesa. Cambiaba los terrones de azúcar de sitio y se preguntaba si él aparecería.

—¡Hola!

Apareció.

El Visón.

Se deslizó hasta el otro lado de la mesa y apartó su corta coleta a un lado. Se sentó de un espléndido humor. Acababa de pasar por un establecimiento de apuestas y había conseguido colocar un caballito. Cuatrocientas coronas al contado. Ya le estaban quemando en el bolsillo.

—¿Cuánto has ganado?

—¡Cuatro mil!

El Visón siempre añadía al menos un cero a sus beneficios. Si se trataba de su edad siempre tiraba para el otro lado. Tenía cuarenta y un años, pero fácilmente podías echarle entre veintiocho y treinta y cinco, según con quién estuviera. Cuando le soltaba un «veintitantos» a una chica de Borlänge rayaba el límite, pero la chica era nueva en la ciudad y tenía ganas de divertirse y compraba todo el paquete, aunque le pareciera que aparentaba más edad.

—Esta ciudad se cobra su diezmo —dijo, y con ello hizo que Nueva York pareciera un suburbio de Estocolmo.

Sin embargo, Ovette no era de Borlänge y sabía la edad que tenía el Visón que, así, se libró de tener que seguir aparentando.

—Gracias por venir.

—El Visón siempre cumple —dijo con una amplia sonrisa, creyéndose un maestro del doble sentido. No había muchos más que lo pensaran. La mayoría lo mantenían lejos de sí después de un tiempo, cuando habían calado sus revelaciones bastante insustanciales y le habían oído hablar de sus aventuras sin igual una vez más. Como que había resuelto el asesinato de Palme o que había descubierto a
Roxette
. Llegados a este punto, la mayoría se largaba. Lo que a menudo se le escapaba a la gente era que el Visón tenía un corazón muy grande, profundamente oculto tras una apariencia y una jerga medio desesperada. Un corazón que en ese mismo momento latía con fuerza al ver las fotografías que Ovette le mostraba en su móvil. Fotografías de un niño casi desnudo con un cuerpo cubierto de morados y costras.

—Las tomé mientras dormía.

—¿Qué ha pasado?

—No tengo ni idea. En el centro de actividades extraescolares dicen que no ha sido allí, él dice que ha sido en los entrenamientos de fútbol.

—No te haces esas heridas jugando al fútbol, lo sé porque jugué muchos años en el Bajen. Es cierto que recibes algún que otro golpe cuando te metes en el área chica, yo era delantero centro, pero nunca sufrí este tipo de golpes.

—Ya.

—¡Joder, vaya paliza que le han dado!

—Sí.

Ovette se secó los ojos rápidamente. El Visón la miró y cogió su mano.

—¿Quieres que hable con él?

Ella asintió con la cabeza.

El Visón decidió que tendría una charla con el joven Acke.

¿Acerca de fútbol?

Ni hablar.

La hora de cierre estaba cerca. Las tiendas de Sibyllegatan empezaban a bajar las persianas. En Udda Rätt todavía había luz. Jackie Berglund siempre mantenía la tienda abierta una hora más que las demás. Su clientela lo sabía, y eso facilitaba que pudieran acudir en el último momento para escoger una prenda de vestir o algún objeto decorativo que le diera un toque especial a la fiesta de la noche. Ahora mismo era un señor del barrio de Östermalm quien estaba buscando algo para aplacar la ira de su esposa. Se había olvidado de su onomástica el día antes y había sido un calvario, según él.

—Un verdadero calvario. —Estaba sopesando unos pendientes que colgaban entre otras joyas de marca—. ¿Qué pides por estos?

—Para ti, setecientas coronas.

—¿Y para los demás?

—Quinientas.

Así seguían, Jackie y su círculo de clientes más o menos acaudalados, bromeando de una manera bastante estúpida.

Pero todo sea por los negocios.

—¿Crees que le gustarán estos? —dijo el caballero.

—Las mujeres sienten debilidad por los pendientes.

—¿De veras?

—Ajá.

Puesto que el caballero de edad avanzada no tenía ni idea de lo que les gustaba a las mujeres, se fio de Jackie y abandonó la tienda con un par de pendientes envueltos en un elegante papel rosa. Cuando la puerta de la tienda se cerró, sonó el móvil de Jackie.

Carl Videung.

Con una voz llamativamente inteligible y buen oído informó a Jackie de una visita que había recibido aquel mismo día. Una joven de la Escuela Superior de Policía que había preguntado por su antigua empresa de chicas
escort
. Él había hecho el papel de viejo comatoso para enterarse de lo que la chica realmente buscaba.

—Aún siento curiosidad cuando algo huele a podrido —añadió.

—¿Y qué quería?

—No lo sé, pero me preguntó por ti.

—¿Por mí?

—Sí. Y quién más trabajaba cuando tú trabajabas para mí.

—¿En Gold Card?

—Sí.

—¿Y tú qué le dijiste?

—Le entregué a Miriam Wixell.

—¿Por qué?

—Porque Miriam se rajó de mala manera, no fue muy bonito por su parte. Supongo que lo recordarás, ¿no?

—Sí. ¿Y?

—Así que pensé que a lo mejor la distinguida Miriam se sentiría un poco molesta al ver aparecer a una futura policía hurgando en su pasado.

—Eres malvado.

—Eso espero.

—Entonces, ¿qué le dijiste de mí?

—Nada. No soy tan malvado.

Y así finalizó la conversación. Para Videung. Porque Jackie la prolongó un rato más, en su cabeza. ¿Por qué una chica andaba por ahí preguntando por sus tiempos de
escort
? ¿Y quién era?

—¿Cómo se llama?

—Olivia Rönning —respondió Videung cuando Jackie lo volvió a llamar.

¿Olivia Rönning?

Olivia estaba sentada en el sofá de su casa, consultando el anuario
Crónica criminal nórdica
, de 2006. El relato de la policía de diversas causas del año anterior. Había aprovechado para sacarlo de la biblioteca de la escuela de camino de regreso a Rådan. Por una razón muy especial: quería ver si había alguna causa en 2005 en la que hubiera estado involucrado Tom Stilton y hubiera dado lugar a un conflicto. Lo que Åke Gustafsson creía que había ocurrido.

Habían pasado muchas cosas en el panorama criminal de 2005. La atrapó algún que otro artículo. Entre otros, uno sobre la fuga espectacular de Hall en la que estuvo involucrado el asesino de Malexander, Toni Olsson. Así que tardó un rato en llegar a la página 71.

Ahí lo encontró.

El brutal asesinato de una joven en Estocolmo, Jill Engberg, con detalles que le pusieron los pelos de punta. Jill era una
escort
y estaba embarazada. El caso seguía sin resolverse. Un asesinato perpetrado en 2005, el mismo año en que Stilton dejó la policía. ¿Había trabajado en ese caso? No se deducía del artículo, firmado por Rune Forss. ¿No era el de la tele que ahora se ocupaba del caso de los sin techo?, pensó Olivia, al tiempo que llamaba a Åke Gustafsson.

Había cogido velocidad.

—¿Stilton trabajó en el asesinato de Jill Engberg? ¿En 2005?

—No lo sé —contestó Gustafsson.

La velocidad disminuyó, pero no la imaginación. Jill era una
escort
embarazada. Jackie había sido
escort
dieciséis años atrás. La mujer asesinada en la playa estaba embarazada. Jackie estaba en la isla. ¿Estarían Jill y Jackie conectadas? ¿Habría trabajado Jill para Jackie? ¿En Red Velvet? ¿Habría Stilton descubierto este vínculo y lo habría relacionado con el caso de la playa? ¿Sería por eso que se había hecho el silencio unos segundos en el cuarto de los contenedores?

Olivia respiró hondo. Había creído que aquel encuentro sería el último contacto que necesitaría mantener con Tom Stilton. Cuando hubo respirado hondo una vez más, lo llamó.

—¿Trabajaste en el asesinato de Jill Engberg en 2005?

—Sí, un tiempo —contestó él y colgó.

Un comportamiento al que Olivia empezaba a acostumbrarse. Seguramente volvería a llamarla en diez minutos para encontrarse con ella en algún lugar acogedor y sentarse en medio de alguna hedionda oscuridad para jugar a preguntas y respuestas.

Sin embargo, no lo hizo.

Stilton estaba sentado en la redacción de
Situation Stockholm
, casi solo (una chica se entretenía paseándose por la recepción). Le habían prestado un ordenador y se había metido en la red para ver los vídeos del sitio Trashkick. Habían retirado los dos primeros, pero el resto seguía allí. Tres en total. Una agresión bajo el puente de Väster a un inmigrante sin techo, Julio Hernández, la penúltima a Benseman y finalmente la de Vera
la Tuerta
. Tras su asesinato no habían colgado nada más.

Stilton revisó las grabaciones obligándose a mirar minuciosa y detalladamente, a buscar en la pantalla algo más de lo que estaba en foco. Probablemente gracias a eso lo descubrió en la grabación del puente de Väster. Maldijo no poder hacer un zoom, congelar la imagen y acercarse. Lo que sí podía hacer era detenerla. Y si se acercaba a la pantalla lo veía con toda nitidez. En el antebrazo de uno de los agresores: un tatuaje. Dos letras, KF, con un círculo alrededor.

Stilton se reclinó en la silla y alzó la mirada hacia la foto enmarcada de Vera colgada en la pared. En un extremo de la hilera de los demás muertos. Stilton se acercó una libreta, anotó «KF» y rodeó las siglas con un círculo.

Luego volvió a mirar la fotografía de Vera.

La última sesión de
Cisne negro
acababa de finalizar y la gente salía del cine Grand en Sveavägen. Muchos iban en dirección a Kungsgatan. Era una maravillosa y clara noche de verano con una brisa bastante cálida. Una brisa que barría el cementerio de Adolf Fredrik y que mecía las flores de los sepulcros. Allí dentro estaba un poco más oscuro. Al menos en ciertos lugares. El sepulcro de Palme estaba en penumbra. Vistas desde Sveavägen, las cuatro personas que acababan de encontrarse apenas se distinguían.

Dos de ellas eran Bertil Magnuson y Nils Wendt.

Las otras dos habían sido convocados con poco tiempo de antelación, a través de K. Sedovic, el hombre al que Bertil siempre llamaba cuando había que atender asuntos incómodos. Daba por supuesto que el caso de esa noche podría llegar a serlo.

Wendt también lo daba por supuesto.

Sabía quién era Bertil. No era alguien que se reunía contigo sin antes tomar precauciones. Por eso no había reaccionado al ver a los otros dos hombres. Tampoco reaccionó cuando Bertil le explicó amablemente que sus dos «asesores» pensaban registrarlo para asegurarse de que Wendt no portaba ningún dispositivo de grabación.

—Supongo que comprenderás por qué.

Wendt lo comprendía perfectamente. Dejó que los asesores hicieran su trabajo. No llevaba ninguna grabadora encima. Esta vez. En cambio, llevaba una casete con una conversación grabada, que uno de los gorilas le dio a Bertil. La sostuvo frente a Wendt.

—¿La conversación?

—Sí. O mejor dicho, una copia. Puedes escucharla si quieres —dijo Wendt.

Bertil echó un vistazo a la cinta.

—¿Incluye el resto de la conversación?

—Sí, está toda.

—¿Y dónde está la cinta original?

—En un lugar al que espero volver antes del uno de julio. Si no lo hago, será enviada a la policía.

Bertil sonrió.

—¿Un seguro de vida?

—Exacto.

Bertil paseó la mirada por el cementerio. Hizo un gesto con la cabeza hacia los asesores para que se retiraran un poco. Wendt contempló al premiado hombre de negocios. Sabía que Bertil sabía que Wendt nunca dejaba nada al azar. Toda su colaboración profesional se había basado en ello. Bertil podía volverse loco, pero Wendt nunca. Él llevaba tanto cinturón como tirantes, y un cinturón de seguridad extra, para cada situación. Si él afirmaba que lo había organizado de tal manera que la cinta original sería enviada a la policía si él no aparecía antes del 1 de julio, es que era verdad. Sabía que Bertil lo daría por cierto.

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