—Hola.
—Conozco a tu madre Ovette. ¿Quieres una hamburguesa?
Acke se comió una hamburguesa con queso doble en el Flempans Kebab Grill del centro. El Visón estaba sentado frente a él, pensando cómo plantearlo. Los niños de diez años no eran precisamente su especialidad, así que decidió ir al grano.
—Tu madre dice que tienes un montón de morados y que le has dicho que te los has hecho jugando al fútbol. Creo que mientes.
Al principio, Acke pensó levantarse e irse. ¿Su madre le había hablado a ese tipo de sus morados? ¿Por qué?
—¿Tú que pintas en todo esto?
—¿En que mientas?
—¡Yo no miento!
—Yo jugué al fútbol al más alto nivel durante muchos años, así fue como conocí a Zlatan, sé qué lesiones se sufren en el campo. Tus morados no son lesiones de fútbol, tendrás que inventarte algo mejor.
—Mamá me cree.
—¿Te gusta mentirle?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo haces?
Acke se volvió. No le gustaba mentirle a su madre, pero no se atrevía a contarle la verdad.
—Muy bien, Acke, puedes seguir mintiéndole a Ovette, por mí no hay problema, yo también le he mentido a mi madre muchas veces, pero entre nosotros, solo entre nosotros, admite que no son lesiones de fútbol.
—No.
—¿De una pelea?
—Algo así.
—Podrías contármelo, ¿no?
Acke dudó unos segundos. Luego se subió la manga del jersey un poco.
—Yo soy uno de esos.
El Visón miró su brazo desnudo. En la piel, escritas con rotulador, aparecían las siglas KF con un círculo alrededor.
—¿Qué significan?
Diez minutos más tarde, el Visón salió del establecimiento para hacer una llamada. Acke se quedó esperándolo dentro.
Llamó a Stilton.
—¿Kid Fighters? ¿Chavales Guerreros?
—Sí —dijo el Visón—. Los llaman así. Los chicos mayores se tatúan las siglas KF en el brazo, rodeadas por un círculo.
—¿Dónde se reúnen?
—No lo sabe exactamente, en algún lugar de Årsta, bajo tierra.
—¿Siempre en el mismo lugar?
—Sí.
—¿Cada noche?
—Eso cree.
—¿Sigues en contacto con UE?
—Eso creo. Tengo algún número…
—Envíamelo por SMS.
Stilton sabía que el Visón no se deshacía de ningún contacto. Su supervivencia dependía en gran parte de ellos.
Acompañó a Acke a su casa. Se sentía más cómodo así. Cuando Ovette les abrió la puerta, recibió un cariñoso abrazo. De Acke, que entró a toda prisa para coger su equipo de fútbol.
—¿Vas a jugar ahora?
—¡Sí!
Ovette miró al Visón, que miró a Acke, quien le lanzó un guiño antes de irse.
—¿Va a jugar al fútbol? —preguntó Ovette. Parecía algo intranquila.
—Sí.
El Visón entró en la cocina sin que ella lo invitara a hacerlo.
—Pero ¿qué te ha dicho? ¿Has podido sonsacarle algo? —preguntó Ovette.
—No son lesiones que se haya hecho jugando al fútbol. ¿Tienes que trabajar esta noche?
—No.
Se sentó frente al Visón. La fría luz del fluorescente sobre la mesa acentuaba la flacidez inclemente de su rostro. Por primera vez, el Visón se dio cuenta de la dureza de la vida de Vettan. La dureza física. Siempre la había visto maquillada, incluso en la cafetería del centro de la ciudad. Ahora no llevaba nada en la cara que pudiera ocultar lo que implicaba ganarse la vida como lo hacía ella.
—¿Tienes que seguir con esta mierda?
—¿Te refieres a la calle?
—Sí.
Ovette entreabrió la ventana y encendió un cigarrillo. El Visón la conocía bastante bien, de antes, sabía cosas de su vida. Muchas. Ignoraba por qué hacía la calle, suponía que por razones económicas, de supervivencia, y con la constante creencia de que esta noche sería la última. O la penúltima. O solo una noche más y luego lo dejaría.
Sin embargo, esa noche no llegaba nunca.
—¿Qué quieres que haga si no?
—¿Coger un trabajo? ¿Cualquiera?
—¿Como tú?
El Visón sonrió levemente y se encogió de hombros. Tal vez, en este caso, no fuera el mejor ejemplo a seguir. Él no había tenido un trabajo normal desde que se ocupara del ascensor de Katarina durante una temporada, cuando era joven. Arriba y abajo nueve horas seguidas y luego directamente al fango.
—¿Tienes café?
—Sí.
Mientras Ovette preparaba un par de tazas de café intentó contarle con tacto la procedencia de los morados de Acke, para que no le afectara demasiado.
Años atrás, el Visón había ayudado a Stilton a ponerse en contacto con UE, policialmente. En aquella ocasión se trataba de una sospecha de intrusión en una zona militar subterránea. Las siglas UE correspondían a Urban Exploration, una agrupación de individuos que se dedicaba a cartografiar lugares subterráneos en ámbitos urbanos. El sistema de túneles; fábricas desmanteladas; refugios excavados en las montañas, refugios antiaéreos; lugares abandonados, a menudo de acceso restringido o directamente prohibido.
Una empresa no del todo legal.
El Visón le había enviado un SMS con el número de su contacto en la UE y Stilton había llamado para solicitar una reunión. Explicó que pretendía hacer un reportaje para
Situation Stockholm
sobre lugares peculiares y ocultos en el área metropolitana. El tipo conocía la revista y le gustaba.
Así que funcionó.
Como ya se ha dicho, las actividades de la organización no eran del todo legales, así que a Stilton no le sorprendió que los dos tipos ocultaran sus rostros con pasamontañas cuando se reunieron con él. A Stilton le pareció bien. Incluso el lugar de encuentro había sido elegido por razones no del todo claras. Una furgoneta aparcada en el puente de Hammarby, uno de los tipos sentado al volante, el otro en el asiento de atrás y Stilton en el asiento del copiloto. Su aspecto general no despertó sospechas al presentarse como columnista de la revista
Situation Stockholm
; ninguno de los tipos reaccionó.
—¿Qué quieres saber?
Stilton explicó en que consistía el reportaje. Mostrar la infinidad de espacios ocultos diseminados por el subsuelo de una ciudad como Estocolmo. Probablemente la gente de UE fuera la que más sabía al respecto. Lisonjas y mentiras inocuas. Uno de los tipos soltó una risotada y preguntó si se trataba de mostrar ciertos lugares donde los sin techo podrían reunirse. Stilton le siguió la corriente y dijo que cabía contar con esa posibilidad. Luego los tipos se miraron y se retiraron los pasamontañas. Resultó que uno de ellos era una chica.
Me lo merezco por tener prejuicios, pensó Stilton.
—¿Tienes un mapa? —preguntó la chica.
Stilton se había provisto de uno. Lo sacó y lo desdobló.
La chica y el chico dedicaron la siguiente media hora a señalar los extraños lugares que había bajo tierra. Stilton se fingió ora fascinado, ora sorprendido. O mejor dicho, no fingió del todo. De hecho, algunos lugares lo dejaron sinceramente perplejo. Tanto porque existieran tales lugares, en el subsuelo, como porque esa joven pareja los conociera. La verdad es que le faltó poco para sentirse impresionado.
—¡Increíble! —exclamó varias veces.
Pero pasada media hora consideró que había llegado la hora. Dijo que uno de sus compañeros sin techo afirmaba que existía un lugar subterráneo alucinante en la zona de Årsta del que casi nadie tenía constancia.
—¿De veras?
Ambos se sonrieron. Lo que ellos no supieran del subsuelo de Estocolmo, no lo sabía nadie, etcétera, etcétera.
—Hay un lugar subterráneo allí —dijo el chico—. Lo llaman
Vin och Sprit
(Vino y Alcohol).
La chica se acercó el mapa y señaló el lugar.
—Aquí.
—¿Es grande? —preguntó Stilton.
—Enorme. En un principio iban a construir una planta depuradora, ahora está totalmente devastado. Hay varias plantas subterráneas.
—¿Habéis estado?
La pareja se miró de reojo. ¿Cuánto debían contar?
—No escribiré vuestros nombres ni sacaré ninguna foto, nadie sabrá con quién he hablado, tranquilos —dijo Stilton.
Lo sopesaron unos segundos.
—Hemos estado allí —dijo la chica.
—¿Cómo se llega? ¿Es difícil?
—Según como se mire —dijo el chico.
—¿A qué te refieres?
—Se puede entrar a través de las verjas en la parte delantera y bajar por un túnel en la montaña bastante largo, un túnel para cables desmantelado, y luego hay una puerta de acero que da a la gruta directamente, suele estar precintada. Ese es el acceso fácil —explicó el chico.
—¿Y el complicado?
La chica miró al chico, sentado al volante, quien a su vez miró a Stilton. Se habían adentrado en aguas pantanosas que podrían llevarlos a desvelar secretos oficiales.
—Hay un pozo muy estrecho, se baja a él a través de una tapa en la calle. Aquí. —El chico volvió a señalar un punto en el mapa—. Hay unos estrechos peldaños metálicos en la pared debajo de la tapa. Se baja unos quince metros por el pozo, y una vez allí encontrarás una escotilla de hierro, al otro lado de la cual hay un pasillo…
—¿Que conduce hasta la gruta?
—Sí. Aunque… —El chico se interrumpió.
—¿Aunque?
—Es un pasillo condenadamente estrecho.
—Y largo —añadió la chica—. Y totalmente a oscuras.
—De acuerdo. —Stilton asintió con la cabeza.
Ella dobló el mapa y el chico miró a Stilton.
—¿Supongo que no intentarás entrar a través del pasillo?
—Por supuesto que no.
—Bien, porque nunca conseguirías recorrerlo.
El Visón llamó cuando Stilton dejaba el puerto de Hammarby.
—¿Has contactado con ellos?
—Sí.
—¿Sabían algo?
—Sí.
—¿Hay una gruta allí, en Årsta?
—Sí.
—Muy bien, ahora lo sabemos.
«Sabemos.» Stilton pensó que el Visón volvía a sonar un poco como antes. ¿Acaso creía que eran un equipo?
—Entonces, ¿qué piensas hacer? —preguntó el Visón.
—Comprobarlo.
Y colgó.
Debía bajar por el estrecho pozo debajo de la tapa de la calle. Quince metros más abajo encontraría una escotilla de metal en la pared de la montaña. Si tenía suerte estaría abierta. Si tenía aún más suerte a lo mejor conseguiría introducir su cuerpo a través de la misma y abrirse camino hacia el interior de la gruta arrastrándose boca abajo por un pasillo negro como el betún. No podría dar media vuelta. Si no atinaba a avanzar estaría obligado a recular.
De lo contrario, se quedaría atrapado.
Era una de sus pesadillas más recurrentes. Quedarse atrapado. En lugares distintos en cada sueño, siempre en distintas circunstancias: atrapado, atascado, bloqueado, sabiendo que jamás lograría liberarse, que se consumiría lentamente en un tornillo de sujeción de terror. Ahora se disponía a someterse a su pesadilla voluntariamente. Se arrastraría por un pasadizo desconocido de una montaña y solo un poco más ancho que el cuerpo de un ser humano.
Si se quedaba atascado, todo habría acabado para siempre.
Empezó a bajar lentamente los peldaños metálicos. Unas enormes y gordas arañas negras trepaban por las paredes. A medio camino se le ocurrió que quizá la escotilla no estaba abierta. Una especie de esperanza irracional se apresuró a apartar ese pensamiento de su mente.
La escotilla estaba abierta.
O medio abierta. Stilton la abrió todo cuanto pudo con un pie y consiguió introducir el torso a través de la abertura. Miró hacia el interior, un gesto bastante baladí. No había más que un agujero oscuro de un par de metros de profundidad y luego solo negro. Cuando encendió su pequeña linterna vio que el pasillo se curvaba un poco y desaparecía. Metió todo el cuerpo por la abertura y jadeó. Era más estrecho de lo que había imaginado. Estaba echado boca abajo con los brazos hacia delante cuando se dio cuenta de lo estúpida que era la idea que había tenido. Luego pensó en Vera. Apagó la linterna y empezó a arrastrarse.
Tuvo que impulsarse con los dedos de los pies para desplazarse. Si levantaba la cabeza se daba contra la roca; si la bajaba demasiado, su mentón rascaba el suelo. Avanzaba muy lento, pero avanzaba. Centímetro a centímetro, arrastrándose por aquel pasadizo oscuro, el sudor corriéndole por el cuello. Tardó lo suyo en alcanzar el recodo que había divisado. Allí tendría que tomar una decisión. Si resultaba demasiado curvo nunca lograría pasar. El riesgo de quedarse atrapado ganaba enteros.
El riesgo anticipado en la pesadilla era máximo.
Volvió a encender la linterna y vio los ojos amarillos de la rata a un metro escaso de su rostro. No le impresionó. Si has vivido como un sin techo durante unos años llegas a conocer de cerca a la
rattus norvegicus
, la rata de alcantarilla. A menudo, la única compañía que tienes a mano. Probablemente, la rata sintió algo parecido, pues tras unos segundos dio media vuelta y desapareció por el recodo.
Stilton la siguió a rastras por el recodo. A medio camino tuvo que detenerse. El ángulo era unos centímetros demasiado estrecho, algo que lamentablemente descubrió demasiado tarde, cuando ya había introducido la mayor parte del torso. No conseguiría pasar. Y aún peor: tampoco podía retroceder. Su cuerpo estaba inmovilizado en el recodo.
Atrapado.
Como en un tornillo de sujeción.
Había aparcado su Jaguar gris a cierta distancia del Museo de Historia Marítima, con el morro hacia el canal de Djurgård. Era casi el único coche en el aparcamiento. Aun así, había escudriñado alrededor antes de sacar la cinta de casete de Wendt. Era vieja. ¿Por qué no la habrá copiado en un CD?, pensó. Típico de Nils. Por suerte, su exclusivo vehículo disponía también de un reproductor para casetes.
Poco después, sacó la cinta de casete del reproductor y lo cogió en la mano. Había escuchado toda la conversación grabada y se acordaba de cada una de las réplicas.
Se había torturado a sí mismo.
Quitó muy lentamente la estrecha cinta de plástico marrón del casete. Poco a poco, hasta que tuvo toda la madeja en la mano. No porque le sirviera de mucho destruirla. Al fin y al cabo, existía una original en algún lugar, con idéntico intercambio de réplicas e idéntica información devastadora. Un original que, de alguna manera, tendría que encontrar. A poder ser, dentro de los próximos tres días. No tenía la menor intención de complacer a Wendt, de acceder a su ultimátum, jamás. Eso no tenía cabida en su hoja de ruta.