Echó un vistazo al interior del tarro: no, no quedaba mucho. Entonces llamaron a la puerta. Stilton siguió untándose la pomada, ahora mismo no quería ninguna visita. Un par de segundos más tarde sí quiso. Cuando el rostro de su ex mujer apareció en la única ventana de la autocaravana. Sus miradas se cruzaron.
—Adelante.
Marianne abrió la puerta y echó un vistazo al interior. Llevaba un sencillo abrigo de corte recto, verde claro, y un paraguas. En la otra mano sostenía una carpeta gris.
—Hola, Tom.
—¿Cómo me has encontrado?
—Rönning. ¿Puedo pasar?
Él hizo un gesto con la mano y Marianne entró. Con unos periódicos había cubierto la mancha de sangre seca en el suelo. Esperaba que a las hormigas no se les ocurriera arrastrarse por encima de ellos. No en ese momento. Dejó a un lado el frasco de la pomada e hizo un gesto en dirección al banco de enfrente.
No era una situación precisamente cómoda.
Marianne plegó el paraguas y miró alrededor. ¿Realmente vivía allí? ¿En un lugar tan miserable? ¿Era posible? Se contuvo y miró la ventana.
—Bonitas cortinas.
—¿Te parece?
—Sí. No.
Marianne sonrió y se abrió el abrigo un poco. Se sentó despacio en el banco y volvió a mirar alrededor.
—¿Es tuya la caravana?
—No.
—¿No? Bueno, ya veo que… —Señaló uno de los vestidos de Vera que colgaba al lado de la oxidada cocina de gas.
—¿Es suya?
—Sí.
—¿Es simpática?
—Está muerta. Asesinada. ¿Cómo ha ido?
Directo al grano, como siempre. Para escabullirse. Siempre lo mismo. Sin embargo, parecía centrado. Asomaba cierto vestigio de su antigua mirada. La que la había afectado tanto emocionalmente. Hacía mucho tiempo.
—Coinciden.
—¿De verdad?
—El pelo del pasador procede de la propietaria de los pelos que me diste. ¿Quién es?
—Jackie Berglund.
—¿Aquella Jackie Berglund?
—Sí.
En 2005 Marianne todavía estaba casada con Stilton, cuando él se hizo cargo del caso Jill Engberg y a través de la investigación entró en contacto con su jefa, Jackie Berglund. Le había comentado todas las hipótesis acerca de Jackie. En la cocina, en el baño, en la cama. Antes de que sufriera su primera psicosis y acabara en el psiquiátrico. La psicosis no tenía nada que ver con su trabajo, aunque su duro ritmo en parte allanó el camino. Marianne sabía exactamente lo que había provocado la psicosis. Nadie más lo sabía, o eso creía ella, y sufrió con él. Entonces lo apartaron del caso. Medio año más tarde, su relación se rompió.
No fue de un día para otro. No fue una decisión precipitada. Fue una consecuencia del estado mental de Tom. Él la apartó de su lado. Conscientemente, cada vez más. No quería su ayuda, no quería que lo viera, no quería que lo tocara. Al final consiguió lo que se había propuesto. Marianne ya no pudo más, no le quedaban fuerzas para apoyar a alguien que no quería ningún apoyo.
Así pues, tomaron caminos distintos.
Y él acabó en una autocaravana.
Y ahora estaba sentado frente a ella.
—Eso significa que probablemente Jackie Berglund estuvo en la playa la misma noche que se cometió el asesinato —dijo él, un poco para sí.
Algo que ella había negado durante los interrogatorios.
Reflexionó acerca de aquel dato asombroso.
—Eso parece —dijo Marianne.
—Olivia —musitó Stilton.
—¿Ha sido ella quien ha puesto todo esto en marcha?
—Sí.
—¿Y qué hacemos ahora? ¿Con la concordancia?
—No lo sé.
—No creo que puedas seguir con esto. ¿Qué piensas?
¿Y por qué no iba a poder?, pensó él en un primer momento, ligeramente agresivo. Hasta que vio cómo Marianne miraba de reojo el tarro con la extraña pomada, luego un par de ejemplares de
Situation Stockholm
que había sobre la mesa y finalmente a él de nuevo.
—No —dijo Stilton—. Supongo que tendremos que pedirle ayuda a Mette.
—¿Qué tal está?
—Bien.
—¿Y Mårten?
—Bien.
Ya volvía a ser el de siempre, pensó Marianne. Encerrado en sí mismo y taciturno.
—¿Cómo es que has venido hasta aquí? —preguntó Stilton.
—Tengo que dictar una conferencia en la escuela de policía.
—¿Ah, sí?
—¿Te han pegado?
—Sí.
Stilton esperaba que Marianne no fuera una de las muchas personas que se dedicaban a buscar vídeos en el sitio Trashkick. La posibilidad de que ella reconociera su cuerpo encima del de Vera era bastante grande.
Copulando.
No quería que eso ocurriera, en absoluto.
—Gracias por echarme una mano —dijo.
—De nada.
Se hizo el silencio. Stilton la miró y ella le sostuvo la mirada. Había algo sumamente doloroso en aquella situación, los dos lo percibían. Ella sabía quién había sido él en otros tiempos y que ya no era. Él también lo sabía.
Era otro.
—Eres muy guapa, Marianne, lo sabes.
—Gracias.
—¿Estás bien?
—Sí. ¿Y tú?
—No.
La verdad es que no hacía falta que lo preguntara. Marianne tendió la mano por encima de la mesa de melamina y la posó sobre el dorso venoso de la de Stilton.
Él no la retiró.
En cuanto Marianne hubo abandonado la autocaravana, Stilton llamó a Olivia. Primero le habló de la llamada de Abbas entre dos vuelos.
—¿Adelita Rivera? —se sorprendió Olivia.
—Sí.
—¿De México?
—Sí.
—¿Y Nils Wendt era el padre del niño?
—Según Abbas, sí. Supongo que nos dará detalles en cuanto vuelva.
—¡Increíble!
—Sí.
En muchos sentidos, pensó Stilton. Luego le contó la visita de Marianne y la concordancia de los ADN.
—¿El de Jackie Berglund? —exclamó Olivia.
—Sí.
Cuando se hubo calmado un poco después de que una excitada Olivia llegara a decir que tal vez habían resuelto el caso de la playa, Stilton se vio obligado a señalar que el pasador pudo acabar en la playa en otro momento, no necesariamente cuando se cometió el crimen. Por ejemplo, durante el día. Ove Gardman no había dicho que Jackie lo hubiera perdido justo cuando él estaba allí.
—Pero ¿por qué siempre tienes que ser tan negativo?
—Al contrario, si quieres llegar a ser una buena policía tendrás que aprender a no aferrarte a nada si existe otra alternativa. Puede estallarte en la cara en un juicio.
Y propuso hablar con Mette Olsäter.
—¿Para?
—Ninguno de nosotros puede interrogar a Jackie.
Mette se encontró con Stilton y Olivia cerca de la comisaría de Polhemsgatan. Estaba muy ocupada y no podía quedar en el centro. Stilton había aceptado el lugar de encuentro a regañadientes. Estaba demasiado cerca de lugares y personas con las que compartía un pasado doloroso.
Pero la pelota estaba en el tejado de Mette.
En muchos sentidos.
Estaba sumida en el asesinato de Wendt y solo esperaba que Abbas aterrizara para analizar el material que este traía pegado a su cuerpo, tal como lo había expresado él. Cuando él le hubo contado los acontecimientos en Costa Rica en un relato ligeramente amañado, Mette supo que el material podía contener claves importantes para la resolución de su caso. Un móvil, tal vez. Y, en el mejor de los casos, un asesino.
O varios.
Así pues, estaba algo estresada.
Pero también era una policía experimentada e inteligente. Pronto cayó en la cuenta de que la coincidencia que Stilton y Olivia habían encontrado en el caso de la playa resultaba bastante incómoda para Jackie Berglund. También reparó en que, solos, aquellos dos no podrían hacer nada al respecto. Una estudiante y un vagabundo. No un vagabundo cualquiera, desde luego, pero actualmente no era una persona a quien dejarías entrar sola en una sala de interrogatorios oficial a raíz de una investigación de asesinato aún no prescrita.
Para hablar con una posible asesina.
Así que accedió.
—Os reuniréis conmigo dentro de cuatro horas.
Primero estudió por encima el caso de la playa. Luego consiguió un poco de información complementaria en Noruega. Cuando estuvo todo listo, escogió una sala de interrogatorios situada a una distancia prudencial de intromisiones innecesarias. Con un par de puertas entremedio que le permitiría a Stilton entrar a hurtadillas, sin miedo a atraer las miradas de la gente. Olivia tendría que esperar en Polhemsgatan.
—Tenemos algunos extractos de los interrogatorios que se te hicieron en 1987, con motivo del asesinato en Nordkoster —dijo Mette en tono pretendidamente neutral—. Estabas en la isla cuando se cometió el crimen, ¿verdad?
—Sí.
Jackie Berglund estaba sentada frente a Mette. Al lado de esta se hallaba Stilton. Hacía un rato, las miradas de Jackie y Stilton se habían cruzado, ambas bastante inescrutables. Probablemente, él adivinaba lo que ella estaba pensando en ese momento. En cambio, ella no tenía ni idea de lo que pensaba él. Ella vestía un traje amarillo que le sentaba muy bien y llevaba el pelo oscuro recogido en un ancho moño ajustado detrás de la cabeza.
—En dos de los interrogatorios, el primero realizado la misma noche del asesinato, el segundo en Strömstad al día siguiente, por Gunnar Wernemyr, afirmaste que nunca habías estado en Hasslevikarna, el escenario del crimen. ¿Es así?
—Nunca estuve allí, no.
—¿No estuviste allí en algún momento a lo largo del día?
—No. Nunca puse mis pies allí, estaba alojada en un yate atracado en el puerto, y eso lo saben, aparece en los interrogatorios.
Mette procedía tranquila y metódicamente. Con sentido pedagógico, le explicó a la antigua
escort
, antaño bastante dura de pelar, que la policía estaba en disposición de poder vincularla, gracias a un pasador de pelo, a la playa en cuestión.
—Sabemos que estuviste allí —sentenció.
Se hizo el silencio durante unos segundos. Jackie era una persona fría e inteligente, y comprendió que tendría que cambiar de estrategia.
—Nos acostamos —dijo.
—¿Nos?
—Yo y uno de los noruegos subimos allí y nos acostamos, debió de ser entonces cuando perdí el pasador.
—Hace menos de un minuto has dicho que nunca estuviste allí. Lo mismo declaraste durante dos interrogatorios en 1987. Y ¿ahora de pronto dices que sí estuviste?
—Estuve allí.
—¿Por qué mentiste entonces?
—Porque no quería verme enredada en un crimen.
—¿Cuándo estuviste allí y mantuviste relaciones sexuales con el noruego?
—Durante el día. O tal vez por la tarde, no lo recuerdo. ¡De todo eso hace más de veinte años!
—Había dos noruegos en el yate. Geir Andresen y Petter Moen. ¿Con cuál de ellos mantuviste relaciones sexuales?
—Con Geir.
—Entonces, ¿él podrá confirmar tu historia?
—Sí.
—Desgraciadamente, ha muerto. Lo hemos confirmado.
—¿De veras? Entonces no les queda más remedio que creerme.
—¿Ah, sí?
Mette miró a Jackie, recién guarnecida con un par de mentiras importantes. Parecía tan presionada como realmente se sentía.
—Quiero un abogado —dijo.
—Entonces damos por finalizado el interrogatorio en este punto.
Mette apagó la grabadora. Jackie se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—¿Conoces a Bertil Magnuson? ¿El director gerente de MWM? —preguntó Mette de pronto.
—¿Por qué iba a conocerlo?
—En 1987 tenía una casa de veraneo en Nordkoster. A lo mejor coincidisteis.
Jackie abandonó la sala sin responder.
Olivia se paseaba arriba y abajo por el parque de Kronoberg. Le parecía que estaban tardando una eternidad. ¿Qué hacían allí dentro? ¿Detendrían a Jackie? De pronto se acordó de Eva Carlsén. ¿Debería contárselo? Después de todo, era sobre todo gracias a Eva que ella se había fijado en Jackie.
La llamó.
—Hola. Soy Olivia Rönning. ¿Cómo estás?
—Bien. Ya no me duele la cabeza. —Eva se rio un poco—. ¿Y tú qué tal? ¿Con Jackie Berglund?
—¡Fantástico! Hemos conseguido su ADN y la vincula a la playa de Nordkoster. ¡La misma noche del asesinato!
—¿Hemos?
—Bueno, verás, ahora mismo estoy trabajando con un par de policías.
—¡Vaya! ¿De veras?
—Sí. En este momento están interrogando a Jackie en la Brigada Criminal.
—¿No me digas? ¡Vaya! O sea, que estuvo en la playa aquella noche…
—¡Pues sí!
—Qué extraño. ¿Y ahora la policía ha retomado la investigación?
—No lo sé, tal vez no del todo, puesto que principalmente hemos sido yo y el policía que entonces estaba a cargo de la investigación los que hemos trabajado en el caso.
—¿Y quién es él?
—Tom Stilton.
—Vaya. ¿Y ahora ha retomado el caso?
—Sí. ¡Aunque a regañadientes! —Ahora fue Olivia quien rio. En ese instante vio a Jackie Berglund salir de la comisaría.
—Oye, ¿puedo llamarte un poco más tarde?
—Sí, por supuesto. Hasta luego.
Olivia colgó y vio cómo Jackie subía a un taxi. Justo cuando este se alejaba, Jackie la miró. Directamente a ella. Olivia le sostuvo la mirada. Asesina de gatos, pensó, y sintió cómo todo su cuerpo se relajaba. Entonces el taxi desapareció.
Stilton salió del vestíbulo y Olivia corrió hacia él.
—¿Cómo ha ido? ¿Qué ha dicho?
De camino a la sala de interrogatorios, un alto cargo de la policía detuvo a Mette en un pasillo. Oskar Molin.
—¿Era Jackie Berglund a quien tenías allí dentro?
—¿Quién te lo ha dicho?
—Forss la vio entrar.
—¿Y te llamó?
—Sí. Además, afirma que vio a Tom Stilton escurrirse por un pasillo. ¿Estuvo allí dentro contigo?
—Sí.
—¿Mientras interrogabas a Jackie Berglund?
—Sí.
Oskar la miró. Habían trabajado juntos en muchas ocasiones y se profesaban un gran respeto mutuo. Menos mal, pensó Mette, porque es cierto que me he pasado un poco.
—¿De qué se trataba? ¿El asesinato de Nils Wendt?
—No; de Adelita Rivera.
—¿Y quién demonios es esa? —preguntó Oskar.
—La mujer que fue ahogada en Nordkoster en 1987.
—¿Estás metida en ese caso?
—Estoy echando una mano.
—¿A quién?
—¿Jackie Berglund es un tema delicado? —preguntó Mette.
—No. ¿A qué te refieres?