Marea viva (42 page)

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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Marea viva
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—Eso parecía en 2005, cuando Stilton se acercó a ella.

—¿Por qué iba a ser delicado?

—¿Tal vez porque los dos sabemos a qué se dedica y es posible que algunos de sus clientes prefieran preservar su anonimato?

Oskar la miró.

—¿Cómo está Mårten? —preguntó.

—Bien. ¿Crees que aparece en la cartera de clientes de Jackie Berglund?

—Nunca se sabe.

Los dos sonrieron, un poco tensos.

Probablemente Oskar Molin habría contenido su sonrisa de haber sabido que Mette había conseguido lo que Stilton nunca consiguió en 2005: un registro domiciliario en casa de Jackie Berglund. Eso sí, bajo unas premisas bastante dudosas, pero Mette tenía sus canales de influencia.

Lisa Hedqvist había entrado en el apartamento de Jackie en Norr Mälarstrand mientras la interrogaban. Al fin y al cabo se trataba de un caso de asesinato no prescrito. Lisa abrió, entre otras cosas, el ordenador de Jackie y copió su contenido en un
pendrive
USB.

Eso no le habría gustado nada a Oskar Molin.

Había pasado horas por Flemingsberg buscando a su hijo. Había preguntado a todos los niños que andaban por allí si habían visto a Acke Andersson. Nadie lo había visto.

Ahora estaba en la habitación de Acke con un par de botas de fútbol gastadas en las manos, sentada sobre su cama. Su mirada se detuvo en el monopatín desvencijado. Acke había intentado arreglarlo con cinta adhesiva de cajas. Se volvió a secar las mejillas. Llevaba un buen rato llorando, varias horas, el Visón la había llamado para decirle que no tenía noticias. Acke había desaparecido. Sabía que había pasado algo, lo sentía en todo su cuerpo, algo relacionado con esas peleas en jaulas. En su cabeza volvió a ver todos sus morados, todas las heridas repartidas por su pequeño cuerpo. ¿Por qué lo había hecho? ¡Por Dios, pelear en jaulas! Él no era así. ¡En absoluto! Nunca pegaba a nadie. ¿Quién lo había engañado para inducirlo? Ovette retorció las botas entre sus delgadas manos. Ojalá apareciera ahora mismo. Si lo hacía, le compraría unas botas nuevas. Inmediatamente. Y también irían al parque de atracciones de Gröna Lund… Se volvió y cogió el móvil.

Debía llamar a la policía.

El contenedor estaba frente a un portal de Diagnosvägen. Dentro había unos colchones raídos, un sofá de piel parcialmente quemado y un montón de escombros, restos de un sótano que había sido vaciado. La niña que se asomó para ver el interior descubrió la funda de un DVD entre los escombros. ¿A lo mejor había un vídeo dentro? Con cierta dificultad consiguió auparse y aterrizar en el sofá. Se arrastró a gatas hasta el estuche. ¿A lo mejor estaba vacío, a lo mejor era un chollo? Justo cuando fue a cogerlo, lo vio: una parte de un bracito delgado que sobresalía entre los cojines del sofá.

En el antebrazo alguien había dibujado las letras KF con un círculo alrededor.

20

Stilton se encontraba frente al centro comercial de Söderhallarna vendiendo revistas. No le iba demasiado bien. Estaba realmente cansado. La noche antes había subido y bajado escaleras más de dos horas. Durante gran parte del ejercicio había reflexionado en la visita de Marianne a la autocaravana de Vera. Ahora una de ellas había muerto y la otra estaba felizmente casada. Suponía. Antes de quedarse dormido en la caravana había pensado en la mano de Marianne sobre la suya. ¿No había sido más que un gesto de compasión?

Probablemente.

Alzó la mirada hacia el cielo y vio cómo se concentraban oscuros nubarrones. No pensaba quedarse allí si empezaba a llover. Recogió sus revistas, las metió en la mochila y se fue. Mette lo había llamado hacía un rato para decirle que tendría que dejar en paz a Jackie Berglund por un tiempo. Volvería a ponerse en contacto con él cuando llegara el momento de más interrogatorios, si los había.

—Solo quiero que te andes con cuidado —le había dicho.

—¿Por qué?

—Ya conoces a Berglund, ahora sabe quién va por ella.

—De acuerdo.

Stilton no le había mencionado el episodio de Olivia en el ascensor. ¿A lo mejor lo había dispuesto la propia Jackie ¿O se trataba de una advertencia en general?

Cuando abandonó Medborgarplatsen volvió a pensar en su hipótesis, la que le había presentado a Janne Klinga: que tal vez elegían a sus víctimas frente a Söderhallarna.

No tenía fuerzas para pensar más.

Recorrió el último tramo por el bosque a paso lento. Estaba agotado. Soltó un largo suspiro y abrió la puerta de la autocaravana, la que pronto retirarían. Pero el ayuntamiento llevaba un tiempo sin manifestarse por culpa del asesinato y, por tanto, todavía seguía allí.

Esa noche no pensaba subir ninguna escalera de piedra.

El bosque de Ingenting no vale nada como bosque, comparado con cualquiera del norte del país, pero sí es lo bastante grande y rocoso para esconder a quien desee esconderse. O a quienes. En este caso, unas figuras vestidas con ropa oscura. El escaso bosque las ocultaba muy bien.

Detrás de una autocaravana gris.

Stilton cerró la puerta. Justo cuando se dejó caer en una litera llamó Olivia para hablarle de Jackie. Él no tenía ganas.

—Necesito dormir un poco —dijo.

—Bueno, de acuerdo. Pero podrías dejar el móvil encendido, ¿no crees?

—¿Por qué?

—Por si pasa algo.

¿También habrá hablado Mette con ella?, pensó Stilton.

—Vale, lo dejaré encendido. Nos vemos.

Colgó, se reclinó en la litera y apagó el móvil. No quería que le molestara nadie más. El interrogatorio a Jackie del día anterior le había supuesto cierta tensión, pero había otras cosas que le habían exigido un mayor tributo. Moverse por el edificio donde había pasado años de exitosa vida profesional lo había trastocado. El hecho de tener que escurrirse como una rata para evitar las miradas de antiguos colegas.

Le había dolido.

Así pues, la herida no estaba ni mucho menos cicatrizada. La que se abría cuando se veía obligado a reconocer que estaba desconectado del mundo. Lo habían tachado más o menos de tipo acabado. De acuerdo, había sufrido un brote psicótico, una crisis de angustia, y había necesitado cuidados. Pero el gato no estaba encerrado allí.

Según él.

Según él, lo habían marginado con tretas.

Es cierto que algunos colegas lo habían apoyado, pero las habladurías malintencionadas a sus espaldas se habían incrementado día a día. Sabía quién había avivado el fuego. En un puesto de trabajo donde todo el mundo trabaja codo con codo resulta fácil envenenar el ambiente. Una palabra malintencionada por aquí, una insinuación por allá. Miradas sesgadas, gente que cambia de dirección cuando te ve sentado solo a una mesa del comedor.

Al final no le había quedado más remedio que dejarlo.

Si es que quería salvaguardar algún tipo de dignidad.

Y Stilton la tenía.

Había llenado un par de cajas de cartón, habló brevemente con su jefe y se fue.

Después se había hundido.

Ahora se hundió en un duermevela exhausto sobre la litera.

De pronto llamaron a la puerta. Stilton se sobresaltó. Se incorporó en el lecho. ¿Debía abrir? Volvieron a llamar. Stilton maldijo un poco, se levantó de la litera, fue hasta la puerta y abrió.

—Hola. Me llamo Sven Bomark y vengo del ayuntamiento de Solna. —El hombre tendría unos cuarenta años, de abrigo marrón y gorra gris—. ¿Puedo pasar?

—¿Para qué?

—Para hablar un poco, de la autocaravana.

Stilton volvió a la litera y se sentó. Bomark cerró la puerta.

—¿Puedo sentarme?

Stilton asintió con la cabeza y Bomark tomó asiento en el banco de enfrente.

—¿Es usted quien vive aquí ahora?

—¿A ti qué te parece?

Bomark sonrió levemente.

—A lo mejor sabe que tenemos que llevarnos la caravana.

—¿Cuándo?

—Mañana. —Bomark hablaba en un tono tranquilo y amable.

Stilton miró las palmas blancas e inmaculadas de sus manos.

—¿Adónde os la lleváis?

—A un vertedero.

—¿Pensáis quemarla?

—Probablemente. ¿Tiene algún otro sitio donde pueda estar?

—No.

—Disponemos de un albergue en…

—¿Algo más?

Ambos hombres se miraron.

—Lo siento —dijo Bomark, y se puso en pie—. ¿Puedo comprar una de estas?

Señaló una pequeña pila de
Situation Stockholm
que había sobre la mesa. Stilton le tendió una revista.

—Cuarenta coronas.

Bomark sacó una cartera y le dio un billete de cincuenta.

—No tengo cambio —dijo Stilton.

—No importa.

Bomark cogió la revista y se fue.

Stilton se dejó caer sobre la litera. No tenía fuerzas para pensar. Mañana se llevarían la autocaravana. Él tendría que irse. Todo tenía que irse. Sintió que se hundía en las profundidades, hasta llegar al fondo.

Las dos figuras oscuras esperaron hasta que el hombre de la gorra gris hubo desaparecido. Entonces se acercaron a hurtadillas con el tablón. Era grueso. Se ingeniaron para apalancarlo debajo del pomo de la puerta, sin hacer ruido. Uno de ellos colocó una piedra grande a modo de tope al pie del madero. El otro destapó rápidamente un pequeño bidón.

Stilton se removía en la litera. Sintió una leve punzada en la nariz. Seguía sumergido en un profundo sopor, demasiado cansado para reaccionar. La picazón aumentó, el olor se tornó cada vez más penetrante, desatando su subconsciente, unas violentas y fragmentadas imágenes de fuego y humo y gritos de mujer recorrieron su aturdido cerebro. De pronto se incorporó.

Entonces vio las llamas.

Unas altas llamas amarillo-azuladas lamían el exterior de la caravana. Un humo pesado y cáustico empezaba a filtrarse al interior. Stilton fue presa del pánico. Con un alarido, brincó de la litera y se golpeó la cabeza contra un armario. Cayó al suelo, se volvió a levantar y se lanzó contra la puerta. No se abrió.

Gritó y volvió a arremeter contra la puerta.

No se abrió.

A unos metros, en el bosque, las figuras oscuras contemplaban el espectáculo. El grueso tablón de madera cumplía su cometido: la puerta estaba bloqueada. Además, habían vertido gasolina todo alrededor de la caravana. El fuego se abría paso literalmente a través de las paredes. Una autocaravana normal puede resistir el fuego un buen rato, hasta que el plástico empieza a derretirse. Una autocaravana como la de Vera se convierte en un infierno en llamas en pocos instantes.

Ahora casi habían llegado esos instantes.

Cuando toda la caravana estuvo envuelta en un estruendo de fuego, las figuras negras recularon.

Corrieron a través del bosque y desaparecieron.

Abbas el Fassi se disponía a desembarcar. El hueco de la puerta era estrecho y estaba cansado. El dolor a raíz del golpe recibido en la cabeza persistía. Además, tenía a sus espaldas otro suplicio sufrido en el aire.

Como mínimo.

Un ataque bastante fuerte de sudor junto con un par de inesperadas turbulencias sobre Dinamarca lo habían obligado a sacar el material que llevaba debajo del jersey y meterlo en una bolsa de plástico. Ahora la llevaba en la mano. Una bolsa de plástico azul. Su único equipaje.

No era un hombre que gastara en sí mismo.

Había regalado los cuchillos a dos niños de Mal País.

En el pasillo de plexiglás entre el avión y el vestíbulo sacó su móvil y llamó a Stilton. No obtuvo respuesta.

En cuanto salió del pasillo se encontró con Lisa Hedqvist y Bosse Thyrén. Sabía quiénes eran. Juntos se dirigieron al vestíbulo de llegadas. Tanto Lisa como Abbas sacaron sus móviles. Ella llamó a Mette para decirle que todo iba bien. Estaban saliendo.

—¿Adónde vamos?

Mette lo pensó un momento. Le parecía justo que Stilton estuviera presente cuando mostrara el material conseguido en Costa Rica. Tenía mucho que ver con el caso de la playa, lo había comprendido durante la breve conversación mantenida con Abbas entre vuelo y vuelo. La comisaría no es un buen sitio, pensó.

—Llevadlo a su apartamento en Dalagatan —decidió—. Nos veremos allí.

Abbas hablaba por su móvil con Olivia.

—¿Sabes dónde está Stilton?

—En la autocaravana.

—No contesta.

—¿No? Pero está allí, llamé hace un rato y entonces estaba. Parecía muy cansado, creo que quería dormir. Aunque dijo que tendría el teléfono encendido. A lo mejor no tiene ganas de contestar.

—De acuerdo.

Abbas salió al vestíbulo de llegadas con Bosse y Lisa a cada lado. Se dirigieron directamente a la salida. Ninguno de ellos se fijó en el hombre que estaba apoyado en una pared y seguía con la mirada al crupier del Cosmopol que en aquel momento cruzaba el vestíbulo. K. Sedovic sacó su móvil.

—¿Está solo? —preguntó Bertil Magnuson.

—No. Lo acompañan un chico y una chica. De paisano.

Bertil repasó la información mentalmente. ¿Se había encontrado con ellos en el avión? ¿O se trataba de gente con la que trabajaba? ¿Eran policías de paisano?

—Síguelos.

Olivia estaba sentada en la cocina, pendiente del móvil. ¿Por qué Stilton no había respondido cuando Abbas lo llamó? Habían quedado en que no apagaría su móvil. Era evidente que habría contestado al ver que llamaba Abbas. ¿Lo había apagado, a pesar de todo? Marcó el número de Stilton. No hubo respuesta. ¿Se había quedado sin saldo en la tarjeta? Pero aun siendo así debería poder recibir llamadas. Bueno, no estaba del todo segura.

Su imaginación se disparó.

¿Habrá pasado algo? ¿Lo han vuelto a agredir? ¿O será esa maldita Jackie Berglund? Al fin y al cabo, Stilton había participado en el interrogatorio.

Cuando salió a la calle estaba muy excitada y tomó una decisión.

¡El Mustang!

Corrió en dirección al aparcamiento de residentes y se detuvo al llegar al coche, con sentimientos encontrados. No había subido al coche desde lo de
Elvis
. Ahora
Elvis
estaba muerto y el coche le resultaba abominable. Había amado a ambos y ahora todo había cambiado. No solo le habían quitado a
Elvis
y el coche, también le habían arrebatado una parte de su padre. El olor a su padre en el descapotable. Ya nunca volvería a sentir ese olor. Pero ahora se trataba de Stilton, ¡podía haberle pasado algo! Consiguió abrir la puerta y se sentó al volante. Temblorosa, introdujo la llave en el contacto y la giró. Se obligó a poner la marcha y salir del aparcamiento.

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