—Pero ¿eso no está en Estados Unidos?
—¿Cómo dices que se llama la tienda?
—Udda y Rätt. Está allí delante, en Sibyllegatan.
Olivia se detuvo a cierta distancia de la tienda. Le describió a Jackie y le explicó lo que necesitaba.
—¿Un pelo te irá bien? —dijo el Visón.
—O saliva.
—O una lentilla, fue así como pillamos al tipo de Halmstad. Había pasado la aspiradora por todo el apartamento después de matar a su esposa. Encontramos su lentilla en la bolsa de la aspiradora y pudimos sacar su ADN. Así fue como lo pillamos.
—No sé si Jackie Berglund usa lentillas.
—Entonces tendré que improvisar.
El Visón se fue dando botes en dirección a Udda Rätt.
Sin duda su concepto de la improvisación era dudoso. Entró en la tienda, vio a Jackie Berglund de espaldas frente a una percha con vestidos atendiendo a una clienta, fue hacia ella y le arrancó unos pelos. Jackie gritó y se volvió de un brinco. El Visón puso cara de sorpresa.
—Pero ¿qué demonios…? Disculpa. Pensé que eras esa maldita Nettan.
—¿Quién?
El Visón agitó los brazos a la manera clásica de los drogatas. En ese momento le salía perfecto.
—¡Maldita sea! Lo siento mucho. Disculpa. Tiene el mismo color de pelo que tú y me robó una bolsa de coca y salió corriendo hacia aquí. ¿La has visto?
—¡Fuera de aquí!
Jackie lo agarró por la americana y lo arrastró hasta la puerta. El Visón no tardó en escabullirse, con el puño aferrando su botín. Jackie se volvió hacia la clienta ligeramente conmocionada.
—¡Drogadictos! Suelen andar por Humlegården y de vez en cuando vienen e intentan robar algo. Qué gentuza. Lo siento.
—No pasa nada. ¿Ha robado algo?
—No creo.
Se equivocaba.
Erik Grandén se disponía a revisar su agenda. Siete países en siete días. Le encantaba viajar. Volar. Estar en continuo movimiento. No era del todo compatible con su cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero hasta la fecha nadie se había opuesto. Al fin y al cabo, siempre estaba disponible a través de Twitter. Entonces llamó Lisa Hedqvist solicitando una reunión.
—No puede ser.
No tenía tiempo para una reunión. Su tono arrogante dejó bien a las claras que tenía cosas mejor que hacer que hablar con una joven policía. Así que Lisa tuvo que plantearle sus preguntas a través del móvil.
—Se trata de la antigua sociedad Magnuson Wendt Mining.
—¿Qué pasa con ella?
—Usted estuvo en el consejo de administración en su día…
—Eso fue entonces. Hace veintisiete años. ¿Lo sabía usted?
—Sí. ¿Hubo alguna controversia en el consejo por aquel entonces?
—¿En qué sentido?
—No lo sé. ¿Hubo algún enfrentamiento entre Nils Wendt y Bertil Magnuson? ¿Algún desacuerdo?
—No que yo recuerde.
—¿Seguro?
—Ya le digo que no.
—¿Sabe que han asesinado a Nils Wendt recientemente en Estocolmo?
—Menuda pregunta estúpida. ¿Hemos terminado?
—De momento.
Lisa Hedqvist colgó.
Grandén todavía sostenía su móvil. Esto no le gustaba nada.
Todo había sido más fácil de lo que imaginaba. Durante todo el camino hasta la autocaravana había ido preparando una batería de argumentos e intentado adelantarse a posibles repreguntas a fin de poder responderlas, y lo único que él dijo fue:
—De acuerdo.
—¿De acuerdo?
—¿Dónde la tienes?
—Aquí.
Olivia le tendió la bolsita de plástico con los pelos que el Visón le había arrancado a Jackie Berglund. Stilton se la metió en el bolsillo. Olivia no se atrevía a preguntar por qué solo había dicho eso. ¿De acuerdo? ¿Era porque estaba de mal humor? ¿Por el caso de la playa? ¿O por mostrarse amable con ella? ¿Por qué iba a hacerlo?
—¡Perfecto! —dijo Olivia—. ¿Cuándo crees que podrá…?
—No lo sé.
Stilton no tenía ni idea de cuándo su ex mujer podría volver a echarle una mano. Ni siquiera sabía si estaría dispuesta a hacerlo. Cuando Olivia se fue, la llamó.
Sí estaba dispuesta.
—¿Queréis que contraste esos pelos con el del pasador?
—Sí. Podría pertenecer a uno de los asesinos.
En masculino, aunque podría tratarse de una mujer, pensó Stilton.
—¿Mette lo sabe? —preguntó Marianne.
—Todavía no.
—¿Quién correrá con los gastos?
Stilton también lo había pensado. Sabía lo caro que resultaba un análisis de este tipo. Ya se había propasado una vez. Había mendigado. Hacerlo una vez más sería excesivo.
Así que no contestó.
—De acuerdo —dijo Marianne—. Tendrás noticias mías.
—Gracias.
Stilton colgó. Es Rönning quien debería correr con los gastos, pensó. Al fin y al cabo es ella quien está apretando. Podría vender ese destartalado Mustang.
Tenía cosas más importantes que hacer.
Llamó al Visón.
Bertil se dirigía a casa en su Jaguar gris. Estaba tenso y nervioso. Todavía no había descubierto en qué andaba metido ese crupier. Abbas el Fassi. Había averiguado su nombre completo y su dirección y le había pedido a K. Sedovic que vigilara su apartamento en Dalagatan, por si aparecía por allí. También se había ocupado de enviar a alguien al aeropuerto de Arlanda, por si aparecía por allí. Lo más probable era que estuviera volviendo a Suecia en ese momento. Con la cinta de casete original. ¿Para qué la quería? ¿Conocía a Nils? ¿Intentaría alguna especie de chantaje? ¿O estaba vinculado a la policía? Pero ¡si no era más que un maldito crupier! Lo veía en el Cosmopol casi cada vez que iba a jugar allí. Bertil no entendía nada, y eso lo ponía tenso y nervioso.
Al menos había una cosa positiva en todo aquello: probablemente, la cinta original pronto estaría en Suecia. Ya no estaba en Costa Rica y no acabaría en manos de la policía de allí. Ahora se trataba de que no acabara en manos de la policía de aquí.
Entonces llamó Erik Grandén.
—¿Ha hablado contigo la policía? —preguntó.
—¿Sobre qué?
—El asesinato de Nils. Me acaba de llamar una impertinente que quería saber si había habido alguna controversia entre tú y Nils cuando yo estaba en el consejo de administración.
—¿Qué controversia?
—¡Eso mismo me pregunto yo! ¿Por qué le interesa eso a la policía?
—No lo sé.
—Es muy desagradable.
—¿Qué les dijiste?
—Que no.
—¿Que no hubo ninguna controversia?
—Supongo que no la hubo. Que yo recuerde.
—Ninguna.
—A veces me pregunto si la policía sueca es competente en algo.
Bertil dio por finalizada la llamada.
Acke Andersson estaba sentado en el centro comercial de Flempan, Flemingsberg, con el amigo de su madre, el Visón, y un amigo de este. Un tipo con una ancha tirita en la nuca. Comían hamburguesas. O mejor dicho, el Visón y él comían hamburguesas. El otro estaba tomando un batido de vainilla; era él quien quería conocerle.
—No sé gran cosa —dijo Acke.
—Pero ¿sabes quién lo organiza? ¿Quiénes son? —preguntó Stilton.
—No.
—¿Cómo te enteras cuando tienes que luchar?
—Por SMS.
—¿Te envían un SMS?
—Sí.
—¿Tienes su número?
—¿De quién?
—De los que te envían los SMS. Tienes un móvil, supongo que podrás ver quién te los envía.
—No.
Stilton se rindió. Le había pedido al Visón que organizara un encuentro con Acke para dilucidar si el niño sabía algo más acerca de la lucha en jaulas. Nombres. Direcciones. Pues no sabía nada. Recibía un SMS y luego iba a donde le decían o alguien lo recogía.
—¿Quién te recoge?
—Unos tipos.
—¿Sabes cómo se llaman?
—No.
Stilton se rindió una vez más y se acabó su batido.
No muy lejos de la hamburguesería estaban Liam e Isse con sus habituales cazadoras con capucha. Habían recogido a Acke un par de veces para llevarlo al lugar donde se celebraban las luchas en jaulas. Ahora tenían pensado volver a recogerlo. De pronto lo vieron hablando con el tío al que habían grabado en una autocaravana mientras se follaba a una vagabunda. Y que los había espiado durante la última sesión de lucha en jaulas y había recibido una paliza.
Un sin techo.
¿Por qué coño hablaría Acke con él?
—A lo mejor no es un sin techo. A lo mejor es de la pasma.
—¿Un secreta?
—Pues eso.
Los tres abandonaron la hamburguesería. Minken
el Visón
y Stilton se dirigieron a la estación de tren. Acke se marchó en la dirección contraria, sin advertir que Liam e Isse lo seguían. Le dieron alcance cerca del campo de fútbol.
—¡Acke!
El niño se detuvo. Reconoció a los tipos. Lo habían recogido una vez para una sesión de lucha. ¿Estarían preparando otra? Pero él ya no quería participar. ¿Cómo se las apañaría para explicárselo?
—Hola —dijo.
—¿Con quién estabas en la hamburguesería? —preguntó Liam.
—¿Cuándo?
—Hace un rato. Te hemos visto. ¿Quiénes son?
—Un amigo de mi madre y un amigo suyo.
—¿El de la tirita? —dijo Isse.
—Sí.
—¿Qué le has contado?
—¿Sobre qué? ¡Yo no he dicho nada!
—El tipo de la tirita estuvo en la última sesión de lucha. ¿Cómo se enteró? —preguntó Liam.
—No lo sé.
—No nos gustan los tíos que se van de la lengua.
—Yo no he…
—¡Cállate! —ordenó Isse.
—¡Lo juro! Yo no…
Acke recibió una bofetada en la cara. Y a continuación, otra. Liam e Isse agarraron a Acke de la cazadora, miraron alrededor y se lo llevaron a rastras. El niño sangraba profusamente. Aterrorizado, echó la vista atrás queriendo ver a los adultos.
Los adultos se encontraban en un andén lejos de allí.
La llamada llegó en mitad de la noche, poco después de las tres. Stilton tardó un rato en contestar. Era Abbas. Estaba haciendo escala entre dos vuelos y fue breve. Lo que vino a decirle fue que la mujer asesinada en la playa se llamaba Adelita Rivera, era mexicana y esperaba un hijo de Nils Wendt.
Luego colgó.
Stilton se quedó sentado en calzoncillos en la litera, mirando el móvil que sostenía en la mano. El informe de Abbas le resultaba increíble. Después de casi veinticuatro años tenía lo que nunca había conseguido averiguar: el nombre de la víctima y quién era el padre del niño.
Adelita Rivera y Nils Wendt.
Ella, asesinada hacía casi veinticuatro años; él, hacía una semana.
Increíble.
Cuando le hubo dado vueltas a lo increíble durante un rato, tal vez media hora, pensó en Olivia. ¿Debía llamarla y contárselo todo? ¿Directamente? ¿O no? ¿Qué hora era? Volvió a mirar el móvil. Las tres y media. Un poco temprano.
Dejó el móvil a un lado y bajó la mirada al suelo. Una hilera de hormigas que nunca se extinguía avanzaba a escasos centímetros de sus pies. Las contempló. Había dos filas, una en cada dirección, casi pegadas. Todas iban en la misma dirección que las demás. Ninguna se daba la vuelta y tomaba otra dirección. Ni se detenía.
Apartó la mirada de las hormigas.
Una mexicana y Nils Wendt.
Siguió con lo increíble. Intentó reflexionar. Buscar conexiones, vínculos. Hechos. Hipótesis. Empezaba a recuperar lo que llevaba varios años adormecido. Volvía a funcionar, al menos en un plano elemental. Relacionar y sacar conclusiones. Analizar.
No como antes, ni mucho menos. Si entonces era un Porsche ahora era un Skoda. Sin ruedas. Pero aun así.
Ya no se hallaba en el vacío.
Ovette Andersson estaba esperando a unos metros de Gallerian, en Hamngatan. Lloviznaba. Habían quedado a las diez y ya casi eran las diez y media. Su pelo rubio estaba húmedo.
—¡Disculpa la tardanza!
El Visón apareció a pasitos e hizo un gesto con el brazo a modo de disculpa. Ovette asintió con la cabeza. Echaron a andar en dirección a Norrmalmstorg. Una pareja un tanto descompensada en aquel ambiente, precisamente a esa hora, justo después del almuerzo, cuando los adictos a las compras y los lacayos del mundo financiero atestaban las calles. El Visón miró a Ovette. Iba maquillada, pero no le servía de gran cosa. Su rostro denotaba preocupación y lágrimas enjugadas de cualquier manera.
Acke había desaparecido.
—¿Cómo?
—No estaba en casa cuando volví, no llegué muy tarde anoche y no estaba cuando llegué. Ni en la cama ni en ningún otro lado. Y tampoco había jugado allí, y la comida seguía en la nevera, ¡como si no hubiera estado en casa!
—Me encontré con él ayer.
—¿Ah, sí?
—Hablamos en el sitio de los kebabs del centro comercial y lo vi como siempre. Luego se fue y yo volví a la ciudad. ¿No estará en el centro de actividades extraescolares?
—No, ya llamé. ¿Qué estará haciendo?
Naturalmente, el Visón no tenía ni idea, pero se dio cuenta de que Vettan estaba a punto de desmoronarse. Rodeó sus hombros con el brazo. Ella medía al menos una cabeza más que él, así que no fue precisamente un gesto natural.
—Estas cosas pasan, seguro que está bien, ya aparecerá.
—Pero no he podido evitar pensar en lo que me constaste, aquello, ya sabes, ¿crees que puede tener algo que ver?
—¿Lo de las peleas?
—Sí.
—No lo creo, estoy seguro de que lo ha dejado.
—¿Cómo lo sabes?
—Da igual, pero acude a la pasma si estás preocupada.
—¿La pasma?
—Sí.
El Visón sabía lo que estaba pensando Vettan: era una puta ajada, no la recibirían precisamente con los brazos abiertos. Pero aun así. A lo mejor podrían ayudarla en algo. Al fin y al cabo, la pasma estaba para eso. Los dos se detuvieron al llegar a Kungsträdgårdsgatan.
—Si quieres, puedo preguntar por ahí —se ofreció el Visón.
—Gracias.
La lluvia golpeteaba la sucia burbuja de plexiglás del techo. Stilton estaba sentado en un banco, tratándose las heridas en el pecho con la pomada de Vera. El tarro empezaba a vaciarse. Difícilmente conseguiría otro. Tanto Vera como su abuela estaban fuera de su alcance. Miró una pequeña fotografía de Vera que había sobre un estante con el rabillo del ojo. Había pedido una copia de su carné de vendedora de revistas y se la habían dado. Con una foto suya. Pensaba a menudo en ella. Antes no lo hacía, cuando aún vivía. Entonces pensaba en gente muy distinta. Gente que había significado algo para él y a la que había abandonado. Abbas, Mårten y Mette. Siempre acababa reducido a ellos tres. De vez en cuando aparecía un destello de Marianne. Pero era demasiado grande, demasiado doloroso, demasiado triste. Le consumía demasiado las limitadas fuerzas con que a duras penas conseguía sobrevivir.