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Authors: Dominique Lapierre

Tags: #Drama, Histórico

Más grandes que el amor (63 page)

BOOK: Más grandes que el amor
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El equipo de la sala Bru del Instituto Pasteur de París ha sufrido también una disgregación similar. Jean-Claude Chermann y Françoise Barré-Sinoussi se emanciparon de la tutela de Luc Montagnier. Después de recibir la medalla Louis Pasteur, en 1987, el profesor Jean-Claude Chermann se marchó a Marsella para hacerse cargo de la dirección de un equipo del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica, especializado concretamente en el estudio del papel del virus HIV en enfermedades asociadas al sida, tales como ciertas neumonías y trastornos psíquicos, y en la experimentación de sustancias antivirales. Françoise Barré-Sinoussi, por su parte, creó un nuevo grupo de trabajo en el Instituto Pasteur de París. El laboratorio de biología de los retrovirus que ella dirige se dedica, entre otros temas de investigación, a la comparación en profundidad de los virus del sida de origen africano y los de otros lugares del mundo. Sus trabajos tienen por objeto, además, la obtención de una vacuna. La bióloga parisiense está más convencida que nunca de que para ello hace falta tener un mejor conocimiento de las relaciones entre el virus y las células que lo albergan. Puesto que el ensayo directo de las vacunas en el hombre es imposible, y el número de monos resulta insuficiente para experimentos a gran escala, su equipo trabaja intensamente en la creación de un modelo de animal prolífico y poco costoso: ratas u otro pequeño mamífero. Una vez se cuente con el cobaya, se podrá avanzar en el objetivo de esta investigación: inmunizar al hombre contra el virus del sida.

Por lo que respecta al profesor Luc Montagnier, su fama mundial le obliga actualmente, como le ocurre a su colega americano Robert Gallo, a consagrar gran parte de su tiempo a múltiples actividades asociadas con su trabajo pero desarrolladas fuera del laboratorio. En su agenda se alternan los congresos con las conferencias, las charlas con personal sanitario y con enfermos, la participación en toda clase de comités y las apariciones en los medios de comunicación. En una carta dirigida a finales de 1989 al autor de este libro, Luc Montagnier escribe: «El sida sigue siendo mi mayor preocupación… La investigación avanza rápidamente y tanto mis colaboradores como yo mismo contribuimos a ella activamente, pero encuentro una motivación nueva en los contactos con los enfermos condenados a una extinción lenta e ineluctable. Cada muerte es un fracaso de nuestra ciencia, un fracaso que vivo personalmente. Por ello, el objetivo actual de mis investigaciones es comprender la enfermedad y el papel del virus, con tres perspectivas:
in vitro
, dentro de la probeta de cultivo;
in vivo
, con modelos animales; y, finalmente, a la cabecera del enfermo. De esta comprensión saldrá una estrategia terapéutica racional y una vacuna. A pesar del aparente estancamiento actual, me siento optimista de cara a un futuro bastante próximo. Espero vivir la época de “después del sida”».

Nadie comparte esta esperanza con tanto fervor como el norteamericano que, durante los primeros años de la epidemia, no cesó de porfiar con el mundo científico para inducirle a volcarse en la búsqueda de un medicamento. El profesor Sam Broder, nombrado en 1989 director del Instituto Nacional Americano del Cáncer por el presidente de los Estados Unidos, coordina hoy el esfuerzo más vasto realizado hasta ahora a escala mundial para prevenir y curar
the dread disease
(la enfermedad terror). Esta responsabilidad no lo ha alejado del laboratorio en el que, en 1985, fue el primero en demostrar, con sus dos colaboradores, Hiroaki Mitsuya y Bob Yarchoan, la eficacia del AZT
in vitro
, antes de emprender los primeros experimentos en el hombre. Sam Broder y su equipo han pasado después decenas de sustancias por el tamiz de sus tubos de ensayo y diseñado todo un abanico de estrategias terapéuticas. Actualmente, ocho protocolos antisida son objeto de sus experimentos. En el transcurso de los seis últimos años, Sam Broder ha publicado más de cien informes y artículos científicos en las más prestigiosas revistas especializadas internacionales. La casi totalidad de sus trabajos reflejan la obsesión que mueve ahora más que nunca a este polaco superviviente de los campos de exterminio nazis: salvar vidas.

El doctor Michael Gottlieb, el inmunólogo de Los Ángeles que en 1980 identificó los primeros casos de sida, a finales de 1986 dejó el hospital de la Universidad de California, en Los Ángeles, para abrir sendos consultorios privados en los dos barrios de la ciudad más castigados por el sida a causa de la densidad de la población homosexual. Su experiencia en el campo de los ensayos clínicos de medicamentos le valió el nombramiento de jefe de la unidad de tratamiento del sida del hospital de Sherman Oaks, establecimiento en el que prosigue activamente sus propias investigaciones sobre la eficacia de las nuevas sustancias.

El doctor Jack Dehovitz, después de haber intentado durante tres años mitigar los sufrimientos de los enfermos a los que no podía salvar, optó por alejarse provisionalmente del campo de batalla para consagrarse a la prevención de la enfermedad. Marchó del hospital Saint-Clare de Manhattan y dirige, en el centro sanitario de la Universidad del Estado de Nueva York, varios programas de prevención destinados a las numerosas minorías étnicas que componen la población de Brooklyn. Las considerables subvenciones federales le permiten, además, hacer amplias exploraciones epidemiológicas destinadas al mejor tratamiento de los problemas de salud pública que plantea el crecimiento de la epidemia.

En Francia, el médico del famoso modista cuyo ganglio sirvió para identificar el virus del sida, permaneció en su puesto. El servicio del profesor Willy Rozenbaum en el hospital Rotschild de París es hoy en día uno de los centros franceses especializados en el tratamiento de la enfermedad. Dos pacientes de Willy Rozenbaum atacados por infecciones oportunistas mortales, un cáncer de Kaposi y una neumocistosis, hacen hoy vida normal, uno desde hace siete años y el otro, desde hace tres años y medio. El médico atribuye estos resultados a los constantes progresos de las técnicas terapéuticas. Mientras se espera una panacea o una vacuna, él está convencido de que la utilización cada vez más racional y específica de una combinación de medicamentos antivirales permitirá prolongar la vida de un número creciente de víctimas curándoles las infecciones consecutivas a su contaminación por el virus del sida.

Ocho años después de lanzar a sus médicos-detectives del CDC de Atlanta tras las huellas del virus asesino, el doctor Jim Curran sigue movilizado. Sus colaboradores y él han establecido una relación directa entre el sida y la reaparición de infecciones casi erradicadas, entre las que figuran en primera fila la tuberculosis y la sífilis. Han identificado la mayor parte de los modos posibles de transmisión de la enfermedad y facilitado, en un centenar de números de su boletín semanal, la lista más impresionante de recomendaciones que se haya elaborado para la prevención de una epidemia. Este esfuerzo titánico se ha traducido en programas educativos en todas las escuelas de los Estados Unidos, campañas en los medios de comunicación social a escala nacional y acciones preventivas realizadas en colaboración con numerosas asociaciones. Jim Curran está más decidido que nunca a dar la batalla. «No estamos sino al principio de la aventura del sida —declara—. No hemos escrito más que el primer capítulo. Con un poco de suerte, viviré lo suficiente para contar a mis hijos nuestra victoria sobre el azote».

Después de pasar cuatro años al servicio de las víctimas sin recursos de la cruel enfermedad, sor Ananda y sor Paula dejaron el hogar de Nueva York para ir a ejercer su misión de caridad a China. Actualmente trabajan en los arrabales de Shanghai, donde, en 1988, la Madre Teresa hizo la hazaña de abrir un orfelinato para niños espásticos y retrasados mentales. Dos veces al año, un sobre con sellos de banderas rojas lleva al monje de Latroun noticias de su «novia» india, con la que sigue unido en la oración y a la que espera conocer un día. A finales de 1986, Philippe Malouf abandonó la abadía de los Siete Dolores de Latroun para unirse a otra comunidad de religiosos en su país de origen, el Líbano.

Su vínculo espiritual con sor Ananda es uno de los innumerables eslabones de la cadena de solidaridad forjada por la Madre Teresa y que une a los que sufren y a los que trabajan. Como ella deseaba, «esta cadena ciñe al mundo con un rosario de compasión». Los ficheros de Jacqueline de Decker, a la que la enfermedad impidió seguir su vocación en la India y a la que la Madre Teresa colocó a la cabeza de la asociación de los colaboradores dolientes, contienen hoy los nombres de cuatro mil quinientos enfermos que ofrecen sus sufrimientos por el éxito de la labor de las tres mil Misioneras de la Caridad esparcidas por unos ochenta países. Todas las mañanas llegan al domicilio de Jacqueline de Decker, en Amberes, unas cuarenta cartas de enfermos que desean participar en la obra. Las peticiones son tan numerosas que Jacqueline se ha visto en la necesidad de «casar» colectivamente a varios comunicantes con una hermana de las que prestan servicio activo sobre el terreno. Por ejemplo, unió a los enfermos de un centro psiquiátrico belga con una religiosa que cura leprosos en un barrio de chozas de Tanzania.

A sus ochenta años, la Madre Teresa se dispone a realizar una nueva hazaña que coronará su obra: la apertura de un orfelinato en el país que la vio nacer, el último bastión del comunismo en Europa, Albania. En otoño de 1989 fue víctima de un grave ataque al corazón que conmovió a todo el mundo y estuvo a punto de poner fin a su agotadora cruzada. A la salida del hospital, fue informada de que el autor de este libro había sabido que tenía un cáncer cuando aún le quedaban por escribir varios capítulos, e inmediatamente le envió un mensaje de consuelo. El mismo día en que le practicaban la intervención quirúrgica que había de curarle, recibió una carta escrita de puño y letra de la Madre Teresa que dice así: «Querido Dominique: Cristo nos ha otorgado a los dos al mismo tiempo el regalo de compartir su Pasión. Mis oraciones, las de nuestras Hermanas y las de nuestros Pobres le acompañan. Demos gracias a Dios por el gran amor que nos tiene».

Les Bignoles, Ramatuelle

1 de febrero de 1990

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