Estoy sentado en la consulta de mi psiquiatra al día siguiente, tengo resaca de coca y sangro al estornudar. Mi psiquiatra lleva un jersey de pico sin nada debajo y unos vaqueros con las perneras cortadas. Me pongo a llorar con ganas. Me mira y se toca la cadena de oro que lleva al cuello. Dejo de llorar al cabo de un rato y me mira un poco más y luego escribe algo en un block. Me pregunta algo. Le digo que no sé lo que va mal; que a lo mejor se trata de algo que tiene que ver con mis padres, pero no creo, o quizá con mis amigos o simplemente que a veces me encuentro perdido; también puede tratarse de las drogas.
—Por lo menos eres consciente de esas cosas. Pero yo no hablaba de eso. En realidad no te preguntaba nada de eso.
Se levanta y pasea por la habitación y endereza una cubierta enmarcada de un
Rolling Stone
con una foto de Elvis Costello y las palabras «Elvis Costello se arrepiente» en grandes letras blancas. Espero que responda a mi pregunta.
—¿Te gusta? ¿Lo viste en el Amphitheater? ¿Sí? Creo que ahora está en Europa. Por lo menos eso oí en la cadena de vídeos musicales. ¿Te gusta el último álbum?
—¿Y qué pasa conmigo?
—¿Qué pasa contigo?
—¿Qué pasa conmigo?
—Ya te encontrarás mejor.
—No lo creo —digo yo.
—Hablemos de otra cosa.
—Pero, ¿qué va a ser de mí? —grito, ahogándome.
—Venga ya, Clay —dice el psiquiatra—. No seas tan… mundano.
Era el cumpleaños de mi abuelo y llevábamos en Palm Springs casi dos meses; demasiado tiempo. El sol calentaba y el aire era denso aquellas semanas. Era la hora del almuerzo y todavía estábamos sentados bajo la cornisa de delante de la piscina de la vieja casa. Podría recordar que aquel día mi abuelo me había regalado una bolsa de caramelos y que los había tragado sin parar muy nervioso. La guardesa trajo unos entremeses fríos y cerveza y patatas fritas en una gran bandeja de madera, y la dejó en la mesa alrededor de la que estaban sentados mi tía y mi abuela y mi abuelo y mi madre y mi padre. Mi madre y mi tía cogieron unos sandwiches de pavo. Mi abuelo llevaba un sombrero de paja y bebía cerveza Michelob. Mi tía se abanicaba con una revista
People
. Mi abuela no se encontraba muy bien y mordisqueó un poco de un sandwich y tomó té frío. Mi madre no prestaba mucha atención a la conversación. Con los ojos clavados en el agua fría, vigilaba a mis hermanas y primos, que jugaban en la piscina.
—Creo que llevamos demasiado tiempo aquí —dijo mi tía.
—Eso parece una indirecta —dijo mi padre, cambiando de postura en la silla.
—Me quiero ir —dijo mi tía con voz distante, mirando al vacío, con los dedos apretando la revista.
—Muy bien —intervino mi abuelo—. Será mejor que nos vayamos antes de que sea demasiado tarde. Me estoy poniendo rojo como un tomate. ¿No te parece, Clay? —Me guiña un ojo y abre la quinta cerveza.
—Reservaré pasajes para el avión hoy mismo —dijo mi tía.
Uno de mis primos estaba leyendo un número de
L.A. Times
y dice algo de un accidente de aviación en San Diego. Todos murmuran algo y los planes para irse se olvidan.
—Es terrible —dijo mi tía.
—Creo que es mejor morir en un accidente de aviación que de cualquier otro modo —dijo mi padre al cabo de un rato.
—Creo que debe de ser algo horroroso.
—No. Ni te enteras. Te tomas un Librium y cuando se estrella el avión ni te has dado cuenta. —Mi padre cruzó las piernas.
En la mesa se hizo el silencio. Los únicos sonidos eran los de mis hermanas y primos jugando en el agua.
—¿Y tú qué opinas? —le preguntó mi tía a mi madre.
—Trato de no pensar en esas cosas —le contestó mi madre.
—¿Y tú, Mamá? —le preguntó mi padre a mi abuela.
Mi abuela, que no había dicho nada en todo el día, se limpió la boca y dijo con toda tranquilidad.
—No quisiera morir de ninguna manera.
Voy a casa de Trent, pero Trent, recuerdo, está en Palm Springs, así que voy a casa de Rip y un chico rubio abre la puerta vestido únicamente con un traje de baño. La lámpara de infrarrojos del cuarto de estar está encendida.
—Rip ha salido —dice el chico rubio.
Me marcho, y cuando estoy aparcando en Wilshire, Rip aparca frente a mí en su Mercedes y se asoma por la ventanilla y dice:
—Spin y yo vamos al City Café. ¿Nos vemos allí?
Asiento y sigo a Rip Melrose abajo. En la matrícula de su coche pone «CLIMAXX» y brilla.
El City Café está cerrado y hay un anciano vestido con harapos y un viejo sombrero negro, hablando solo, junto a la puerta, y cuando la empujamos nos mira enfadado.
Al volver al coche pregunto a Rip:
—¿A dónde quieres que vayamos?
—Spin quiere ir al Hard Rock.
—Os seguiré —le digo.
Empieza a llover.
Llegamos al Hard Rock Café y, una vez que nos hemos sentado, Spin me dice que esta tarde tuvo algo bueno de verdad. Hay un hombre sentado en la mesa de al lado de la nuestra cuyos ojos están cerrados con fuerza. A la chica que está con él no parece que le importe y toma una ensalada. Cuando el hombre abre los ojos al fin, por algún motivo me siento aliviado. Spin sigue hablando y cuando trato de cambiar de tema y le pregunto por Julian, Spin me dice que Julian le ha estafado una vez. Rip cuenta que Julian anda con problemas.
—Es que está muy colgado.
Spin me mira y asiente:
—Sí, muy colgado.
—Vende una coca y un caballo estupendos, pero no debería venderles a los chavales de los colegios. Eso es realmente bajo.
—Sí —digo—. Muy bajo.
—Hay quienes dicen que el chaval de trece años que murió de una sobredosis en Beverly le había comprado el caballo a Julian.
Me vuelvo hacia Rip al cabo de un rato.
—¿Qué ha sido de tu vida últimamente?
—Nada especial. Tomé unos tranquilizantes para animales la otra noche y fuimos a ver a The Grimsoles —dice—. No estuvieron mal. Tiraron ratas al público. Warren se encontró una en el coche. —Rip baja la vista y ríe—. Y la mató. Era grandísima. Tardó veinte o treinta minutos en liquidar a la jodida.
—Yo acabo de volver de Las Vegas —dice Spin—. Estuve allí con Derf. Nos pasamos el rato en la piscina del hotel de mi padre. No hizo demasiado calor… me parece.
—¿Y tú que has hecho, tío? —me pregunta Rip.
—No demasiadas cosas —digo.
—Claro, ya no hay muchas cosas que hacer —dice Rip.
Spin asiente.
Después de cenar fumamos un porro en el coche mientras vamos a Malibu a comprar un par de gramos de coca a un tipo que se llama Muerto. Voy sentado en el pequeño asiento trasero del coche de Rip y pienso en lo que ha dicho Rip: «Vamos a ver a un tipo que se llama Marto». Pero cuando Spin dijo: «¿Cómo sabes que va a estar por allí?», y Rip dijo, «Porque Muerto siempre anda por ahí», comprendí que su nombre era ése.
Parece que hay una fiesta en casa de Muerto y unos chavales nos miran extraños, probablemente porque Rip y Spin y yo no vamos en traje de baño. Nos dirigimos hacia Muerto, que tiene unos cuarenta y cinco años, lleva pantalones cortos, y está tumbado encima de un montón de cojines, con dos chicos muy morenos sentados a su lado mirando la televisión, y Muerto le da a Rip un sobre muy grande. Hay una chica rubia muy guapa en bikini sentada detrás de Muerto que le acaricia la cabeza al chico que está a la izquierda de Muerto.
—Andaos con ojo, chicos —balbucea Muerto.
—¿Por qué dices eso, Muerto? —pregunta Rip.
—Hay estupas husmeando por la Colony.
—¿De verdad? —pregunta Rip.
—Sí. A uno de mis chicos le pegó un tiro en la pierna uno de esos jodidos estupas.
—¿De verdad?
—Sí.
—¡Jesús!
—El chaval sólo tenía diecisiete años, por el amor de Dios. Y le alcanzaron en la pierna. A lo mejor le conoces.
—¿Quién era? —pregunta Rip—. ¿Christian?
—No. Randall. Va a Oakwood. ¿Le conoces?
Spin dice que no con la cabeza y «Hambriento como un lobo» sale de los altavoces que están sujetos al techo, encima de la cabeza calva y sudorosa de Muerto.
—Conque ya podéis tener cuidado.
—Sí, tendremos cuidado —dice Spin, dándole un beso a la chica que sigue acariciando el pelo rubio del chico. El chico rubio me guiña un ojo y hace un puchero con la boca.
En el coche Spin prueba la coca y dice que está cortada con demasiada novocaína. Rip dice que en este momento le da igual y que lo único que quiere es hacerse una línea. Rip pone la radio muy alta y grita encantado:
—¿Qué va a ser de todos nosotros?
—¿Y quiénes somos todos, tío, quiénes somos todos? —grita a su vez Spin.
Esnifamos parte de la coca y vamos a unos sótanos de Westwood y nos enrollamos con los videojuegos durante casi dos horas y al final hemos gastado como veinte dólares por cabeza y dejamos de jugar sólo porque nos quedamos sin monedas de veinticinco centavos. Rip es el único que tiene billetes de cien dólares y el encargado de las máquinas no se los quiere cambiar. De modo que Rip vuelve a guardarse la pasta en el bolsillo y manda a tomar por el culo al tipo y los tres volvemos a su coche y terminamos la coca que nos queda.
El padre de Blair da una fiesta para un joven actor australiano cuya nueva película se estrena en Los Angeles la semana que viene. El padre de Blair trata de conseguir que el actor sea la estrella de la nueva película que va a producir, una película de aventuras de ciencia ficción que se titula
Jinetes de las estrellas
. Pero el precio del actor australiano es demasiado alto. Voy a la fiesta para tratar de hablar con Blair, pero todavía no la he visto, sólo me encuentro con montones de actores y amigos de Blair del instituto de cine de la U.S.C. También está Jared y todo el rato trata de ligarse al actor australiano. Jared no deja de preguntarle si ha visto «Zona crepuscular», con Agnes Moorehead, y el actor australiano niega con la cabeza sin parar y dice:
—No, camarada.
Jared menciona otros episodios de la serie y el actor australiano, que suda mucho y bebe su cuarto cubata de ron, le repite sin parar a Jared que no ha visto ninguno de los episodios de «Zona crepuscular» de los que le habla. Por fin, el actor se aleja de Jared y a Jared se le une su nuevo novio, no el camarero del Morton’s, sino un diseñador de modas que trabajaba en la última película del padre de Blair, y que tal vez sí, tal vez no, se ocupe del vestuario de
Jinetes de las estrellas
. Luego el actor australiano se acerca a su mujer, que le ignora. Kim me cuenta que se han peleado esta misma tarde y que ella se largó de su bungalow del Beverly Hills Hotel muy cabreada y fue a una peluquería carísima de Rodeo donde le desgraciaron el pelo. La han dejado pelirroja y con el pelo casi al cero y cuando vuelve la cabeza en un ángulo diferente, veo zonas blancas entre el poco pelo que le queda.
Salen a relucir los daños provocados en Malibu por la tormenta y alguien cuenta que la casa de al lado de la suya se ha hundido.
—Como os lo cuento. Un minuto antes estaba allí y al siguiente… zas… Ya no estaba.
La madre de Blair asiente mientras escucha al director que le cuenta eso y le tiemblan los labios y no deja de mirar a Jared. Voy a acercarme a ella para preguntarle dónde está Blair, pero entran un par de actores y actrices y un director y algunos ejecutivos de los estudios. Vienen de la entrega de los Premios Globo. Una de las actrices cruza la habitación casi corriendo y abraza al diseñador de modas y le susurra en voz alta:
—Marty no ha ganado, consíguele un whisky, puro, en seguida, y a mí tráeme un vodka Collins antes de que me desmaye. No te importa, ¿verdad, querido?
El diseñador de modas chasca los dedos en dirección al barman negro de pelo blanco y dice:
—¿Lo has oído?
El barman sale de su estupor y prepara las bebidas que ha pedido la actriz. La gente se pone a preguntarle quién se llevó los Premios Globo. Pero la actriz y la mayoría de los actores y productores y ejecutivos de los estudios lo han olvidado. El director, Marty, sí se acuerda, y recita nombre por nombre con cuidado, y si alguien le pregunta quiénes eran los otros nominados, el director los recita en orden alfabético.
Me pongo a hablar con uno de los chicos que va al instituto de cine de la U.S.C. Está muy moreno y tiene una barba rubia incipiente y lleva gafas y unos playeros Tretorn bastante rotos y no para de hablar de la «indiferencia estética» de las películas americanas. Estamos sentados los dos solos en el estudio y en seguida entran Alana y Kim y Blair. Se sientan. Blair no me mira. Kim coge al chico del instituto de cine por el brazo y le pregunta: —Te llamé ayer por la noche, ¿por dónde andabas?
—Jeff y yo nos fumamos un par de canutos y fuimos al pre-estreno de la nueva «Viernes 13».
Yo miro a Blair tratando de atraer su atención. Pero ella no quiere mirarme.
Jared y el padre de Blair y el director de
Jinetes de las estrellas
y el diseñador de modas entran y se sientan y la conversación trata del actor australiano y el padre de Blair le pregunta al director, que lleva una camisa polo y gafas oscuras, qué hace en la ciudad el actor.
—Creo que anda por aquí para ver si es nominado para un Oscar.
—¿Por esa mierda? —suelta el padre de Blair.
Se calma y mira a Blair, que está sentada junto a la chimenea, cerca de donde suele estar el árbol de Navidad, y parece deprimida. Su padre se acerca a ella.
—Ven aquí, cariño, y siéntate en el regazo de papá.
Blair le mira incrédula durante un momento y luego baja la vista, sonríe y sale de la habitación. Nadie dice nada. Al cabo de un rato el director se aclara la garganta y dice que si no quieren que ese «jodido Aussie» trabaje en
Jinetes de las estrellas
, ¿quién coño va a ser la estrella? Surgen algunos nombres.
—¿Qué tal aquel chico tan maravilloso que trabajaba en
El hombre bestia
? Ya sabes a quién me refiero, Clyde.
El diseñador de modas mira al director, que se rasca la barbilla, sumido en sus pensamientos.
Blair vuelve a entrar con una copa y me mira y yo aparto la vista como si estuviera muy interesado en la conversación.
El diseñador de modas se da una palmada en la rodilla y dice: