—Demasiado tarde —Blair sonríe—. Hola, Lene.
Lene está demasiado morena y sólo lleva unos vaqueros descoloridos y una de esas camisetas casi transparentes de Hard Rock Cafe y está con un chico rubio muy joven que también está demasiado moreno y lleva gafas de sol y pantalones cortos y Lene grita:
—Dios mío. Blair. Kimmy.
Lene y Blair se abrazan y luego Lene y Kim se abrazan y hacen como que se besan en las mejillas.
—Os presento a Troy —dice Lene.
—Os presento a Clay —dice Blair, apoyando su brazo en mi hombro.
—Hola, Troy —digo yo.
—Hola, Clay —dice él.
Nos damos la mano, los dos sin fuerza, y las chicas parecen encantadas.
—Dios mío, Blair, Troy y yo hemos salido hoy en la televisión. ¿Me has visto? —pregunta Lene.
—No —dice Blair con tono de disgusto, y mira a Kim un momento.
—¿Y tú? —pregunta Lene a Kim. Kim dice que no con la cabeza.
—Yo tampoco me he podido ver. En realidad, creo que sólo me he visto una vez, pero no estoy segura. ¿Me has visto tú alguna vez, Troy?
Troy dice que no con la cabeza y se mira las uñas.
—También salió Troy, pero no me cogieron bien cuando bailaba con Troy. Siguieron a una puta del Valle que bailaba cerca de Troy. —Saca un pitillo y busca un encendedor.
—A lo mejor lo vuelven a poner y puedes verte —dice Blair con una mueca de disgusto.
—Claro, suelen ponerlo todo más de una vez —dice Kim con otra mueca y mirando a Troy.
—¿De verdad? —pregunta Lene esperanzada. Le enciendo el pitillo.
—Sí, lo repiten todo —dice Blair—. Todo.
Nunca llegamos al Nowhere Club. Kim se pierde y ha olvidado la dirección, así que vamos al Barney’s Beanery y nos sentamos allí en silencio y Kim habla de su fiesta y yo juego al billar y cuando Blair pide una copa, la camarera le pide el carnet de identidad y Blair saca uno falso y la camarera trae la copa y Blair se la pasa a Kim, que la bebe muy deprisa y dice a Blair que le pida otra. Y las dos hablan de lo mal que estuvo Lene en la televisión.
Trent me llama la noche siguiente y me dice que está deprimido: se le ha terminado la coca y no consigue dar con Julian; tiene problemas con una chica.
—Fuimos a esa fiesta anoche y… —empieza Trent, y luego se interrumpe.
—¿Y qué? —pregunto, tumbado en la cama y mirando la televisión.
—Bueno, no sé, creo que vio a alguien… —Vuelve a interrumpirse—. Total, que no acabamos juntos. Anduve por ahí…
Hay otra larga pausa.
—Anduviste por ahí y ¿qué más? —pregunto.
—¿Por qué no vamos al cine? —dice de pronto Trent.
Me lleva un rato decirle algo porque en la televisión salen unos edificios que caen a cámara lenta y en blanco y negro.
Camino del Beverly Center, Trent fuma un porro y dice que esa chica vive cerca del Beverly Center y que me parezco algo a ella.
—Estupendo —digo yo.
—Las chicas andan todas jodidas. Especialmente ésa. Anda jodida del todo. Le pega a la cocaína. Y a ese medicamento que se llama Preludín. Una especie de anfeta. —Le da otra calada al canuto, y me lo pasa, y luego baja el cristal de la ventanilla y mira el cielo.
Aparcamos y luego atravesamos el Beverly Center, que está vacío. Todas las tiendas están cerradas y cuando subimos al piso de arriba, donde están los cines, la blancura de los techos y las paredes resulta cegadora y atravesamos a toda prisa el vestíbulo y no vemos a ninguna otra persona hasta que llegamos a los cines. Hay una pareja pegándose junto a la taquilla. Sacamos las entradas y bajamos al vestíbulo de la sala trece y Trent y yo somos las únicas personas que hay en ese vestíbulo y fumamos otro porro.
Cuando salimos del cine, a los noventa minutos, o puede que a las dos horas, una chica con el pelo color de rosa y patines colgando de los hombros se acerca a Trent.
—Trent, Dios mío. ¿No encuentras que ese sitio es para ponerse a gritar? —grita la chica.
—Hola, Ronnette, ¿qué haces por aquí? —Trent está completamente pirado; se ha pasado dormido media película.
—Dando una vuelta.
—Ronnette, te presento a Clay. Clay, te presento a Ronnette.
—Hola, Clay —dice ella, flirteando—. ¿Qué película habéis visto? —abre un chicle Bazooka y se lo mete en la boca.
—Estuvimos en la sala número trece —dice Trent, fuera de combate, con los ojos enrojecidos y medio cerrados.
—¿Cómo se titulaba? —pregunta Ronnette.
—Lo he olvidado —dice Trent, y me mira. Yo también lo he olvidado y me encojo de hombros.
—Oye, Trent, necesito ir a un sitio. ¿Has venido en coche? —pregunta la chica.
—No, bueno, sí. Hemos venido en el de Clay.
—Clay, ¿podrías llevarme, por favor?
—Claro.
—Fabuloso. Voy a ponérmelos y nos vamos.
Al atravesar el vestíbulo, un guardia de seguridad que está sentado en un banco blanco y fuma un pitillo le dice a Ronnette que el Beverly Center no es una pista de patinaje.
—Demasiado —dice Ronnette, y se aleja patinando.
El guardia se queda allí sentado y da otra chupada al pitillo y mira cómo nos vamos.
Una vez en mi coche, Ronnette nos dice que acaba de cantar, en realidad ha hecho coros, en el nuevo álbum de Bandarasta.
—Pero no me gusta Bandarasta. Siempre me llama «Halloween». Y no me gusta que me llamen «Halloween». No me gusta nada.
No le pregunto quién es Bandarasta; en vez de eso le pregunto si es cantante.
—Bueno, a veces. Pero en realidad soy peluquera. Verás, tuve un mono y me echaron y ahora ando por ahí. También pinto… ¡Dios mío! Ahora que me acuerdo, he dejado unos dibujos en la casa de Devo. Creo que quieren usarlos en un vídeo. Es lo mismo… —Se ríe y luego para y hace un globo con el chicle—. ¿Qué me preguntabas? Lo he olvidado.
Veo que Trent se ha dormido y le doy un codazo en el estómago.
—Estoy despierto, tío… Estoy despierto. —Baja el cristal de su ventanilla.
—Cla-ay —dice Ronnette—. ¿Qué me preguntabas? Se me ha olvidado.
—¿A qué te dedicas? —pregunto irritado, tratando de mantenerme despierto.
—Ah, era eso. Corto el pelo en Flip. Sube el volumen. Me encanta esa canción.
—Trent, despierta, carapijo —digo en voz alta por encima de la música.
—Estoy despierto, tío, estoy despierto. Sólo tengo los ojos cansados.
—Ábrelos —le digo.
Los abre.
—Te queda muy bien el pelo —le dice a Ronnette.
—Me lo teñí yo. Tuve un sueño muy raro, ¿sabes? Vi que el mundo entero se deshacía. Yo estaba en La Ciénaga y desde allí veía el mundo entero y se deshacía como si fuera de verdad. Así que pensé: si el sueño se vuelve realidad, ¿qué podría hacer para evitar que el mundo se deshiciera? ¿Entiendes?
Asiento con la cabeza.
—¿Qué podría hacer para que las cosas sean de otro modo? Así que pensé que si me hacía un agujero en la oreja, o cambiaba de aspecto físico, o me teñía el pelo, el mundo a lo mejor no se deshacía. Conque me teñí el pelo y este rosa dura. Me gusta. Dura. Y ya no creo que el mundo se vaya a deshacer.
Su tono no me tranquiliza y casi no puedo creer que esté asintiendo con la cabeza como si la entendiera, pero me paro en Danny’s de Santa Monica y ella se baja del pequeño asiento trasero del Mercedes y se sienta en la acera y se ríe mientras nos alejamos. Le pregunto a Trent dónde la ha conocido. Pasamos junto al cartel de Sunset. Desaparezca aquí.
—Por ahí —dice Trent—. ¿Te apetece que fumemos un porro?
Al día siguiente voy a la casa de Julian de Bel Air con el dinero en un sobre verde. Está tumbado en la cama con un traje de baño mojado viendo vídeos musicales. La habitación está a oscuras, la única luz es la de las imágenes en blanco y negro de la televisión.
—Traigo el dinero —le digo.
—Estupendo.
—No necesitas contarlo. Está todo.
—Gracias, Clay.
—¿Para qué es de verdad, Julian?
Julian mira el vídeo hasta que se termina y luego se vuelve hacia mí.
—¿Por qué lo quieres saber?
—Porque es una porrada de dinero.
—¿Entonces por qué me lo prestas? —pregunta, pasándose la mano por el pecho moreno.
—Porque eres amigo mío. —Y parece que le estoy haciendo una pregunta. Bajo la vista.
—Claro que lo soy —dice Julian, volviendo a mirar la televisión.
Empieza otro vídeo.
Julian se duerme.
Me marcho.
Rip me llama y me dice que por qué no nos vemos en La Scala Boutique, comemos algo, una ensalada o así, y hablamos de negocios. Voy a La Scala y encuentro aparcamiento en la parte de atrás y me quedo sentado en el coche hasta que termina la canción de la radio. Una pareja, en un Jaguar azul oscuro, cree que me voy a ir, pero hago como que no los veo. Me quedó allí sentado un poco más y la pareja del Jaguar toca el claxon y se va. Me bajo del coche y entro en el restaurante y me siento ante la barra y pido un vaso de vino tinto. Cuando lo termino, pido otro y al llegar Rip ya he bebido tres vasos.
—Hola, ¿cómo va todo?
Miro el vaso.
—¿La traes?
—Oye —cambia el tono—. Te he preguntado que cómo te van las cosas. ¿Vas a contestarme o no?
—Todo va bien, Rip.
—Estupendo. Eso es precisamente lo que quería oír. Termina ese vino y vamos a una mesa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Tienes buen aspecto.
—Gracias —le digo, termino el vino y dejo un billete de diez dólares en la barra.
—Y un moreno estupendo —me dice cuando nos sentamos.
—¿La has traído? —pregunto.
—Tranquilo, chico —dice Rip, mirando la carta—. Hace calor de verdad.
—Sí.
Una vieja, que lleva una sombrilla, cae de rodillas al otro lado de la calle.
—¿Te acuerdas del verano pasado? —me pregunta.
—No muy bien.
Junto a la vieja se han parado unas cuantas personas y llega una ambulancia, pero la mayor parte de los clientes de La Scala no parece que se fijen.
—Tienes que acordarte.
El verano pasado. Cosas que recuerdo del verano pasado. Ir a clubs: The Whire, Nowhere Club, Land's End, el Edge. Un albino en el Canter's a las tres de la mañana. Un enorme cráneo verde que mira a los que pasan en coche desde un cartel de Sunset, con capucha, una patena en la mano, dedos huesudos señalando algo. Un travestí que vi en una película. Vi a un montón de travestís ese verano. Una cena con Blair en Morton's cuando me dijo que no fuera a New Hampshire. Un enano al que vi subir a un Corvette. Un concierto de las GoGo al que fui con Julian. Una fiesta en casa de Kim un domingo por la tarde que hacía mucho calor. Los B-52s en el estéreo, Gazpacho, chiles en Chasen’s, hamburguesas, daiquiris, helados. Dos chicos ingleses tumbados junto a la piscina que me dicen que les gusta mucho trabajar en Fred Segal. Todos los chicos ingleses que conocí ese verano trabajaban en Fred Segal. Un chico francés, con el que se acostó Blair, fumando un porro, los pies en el jacuzzi. Largos en la piscina. Rip trae un ojo de plástico en la boca. Miro las palmeras, y luego el cielo.
Se supone que esta noche va a tocar alguien en The Palace, pero Blair está borracha y Kim distingue a Lene en la puerta y las dos se enfadan y Blair da la vuelta al coche. Una chica llamada Angel iba a venir con nosotros, pero por la tarde se enganchó en el desagüe de su jacuzzi y casi se ahoga. Kim dice que han reabierto The Garage, en La Brea, y Blair se dirige a La Brea y luego baja por la carretera de La Brea y luego vuelve a subir y no consigue encontrarlo. Blair se ríe y dice:
—Esto es ridículo.
Luego pone una cinta de Spandau Ballet y sube el volumen.
—Vamos al puñetero Edge —grita Kim.
Blair se echa a reír y luego dice:
—De acuerdo.
—¿Tú qué opinas, Clay? ¿Vamos al Edge o no? —pregunta Kim.
Yo voy en el asiento de atrás, borracho, y me encojo de hombros, y cuando llegamos al Edge tomo otro par de copas.
El pinchadiscos del Edge esta noche no lleva camisa y tiene unas pinzas en los pezones y lleva un sombrero de vaquero de cuero y suelta entre las canciones:
—Hip-Hip Hurra.
Kim me dice que es evidente que el pinchadiscos no puede decidir si es un chulo o New Wave. Blair me presenta a una de sus amigas, Christie, que sale en un nuevo programa de televisión de la ABC. Christie está con Lindsay, que es alto y se parece mucho a Matt Dillon. Lindsay y yo subimos al servicio y esnifamos un poco de coca. En el espejo, encima del lavabo, alguien ha escrito con letras negras: «Leyes de las tinieblas».
Después de salir del servicio, Lindsay y yo nos sentamos en la barra de arriba y me cuenta que en la ciudad no hay demasiados sitios a los que ir. Asiento, mientras miro las luces estroboscópicas de la gran pista de baile. Lindsay me enciende el pitillo y habla, pero la música está muy alta y no consigo oír casi nada de lo que dice. Un surfista se me echa encima y sonríe y me pide fuego. Lindsay le da fuego al chico y le devuelve la sonrisa. Luego se pone a hablar de que en los últimos cuatro meses no ha conocido a nadie que tenga más de diecinueve años.
Lindsay se levanta y dice que acaba de ver a su díler y que tiene que hablar con él. Me quedo en la barra y enciendo otro pitillo y pido otra copa. También hay una chica gorda sentada sola en la barra vacía. Trata de hablar con el barman que, como el pinchadiscos, va sin camisa y baila solo detrás de la barra al sonido de la música que despide el sistema sonoro del club. La chica gorda bebe Tab con una paja y lleva un montón de maquillaje encima y unos pantalones rojos de Calvin Klein y unas botas de vaquero. El barman no la escucha y tengo esta imagen suya: la veo sentada sola en una habitación esperando a que suene el teléfono. La chica gorda pide otro Tab. Abajo la música se interrumpe y el pinchadiscos anuncia que dentro de quince días habrá una fiesta en The Florentine Gardens.
—Esto está muy animado —le dice la chica gorda al barman.
—¿Cómo? —pregunta el barman.
La chica baja la vista, avergonzada, y paga y se levanta y se abrocha el botón de arriba de los pantalones y se aleja de la barra y en un momento determinado de esa misma noche caigo en la cuenta de que voy a pasar en casa otras dos semanas.
El psiquiatra al que voy me dice que tiene una idea nueva para un guión de cine. En vez de escuchar, pongo la pierna por encima del brazo de la enorme butaca de cuero negro y enciendo otro pitillo. El tipo sigue hablando y al cabo de un par de frases se pasa los dedos por la barba y me mira. Tengo las gafas de sol puestas y no está seguro de que le esté mirando. El psiquiatra habla un poco más y de pronto no importa nada lo que dice. Hace una pausa y me pregunta si le quiero ayudar a escribirlo. Le digo que no me interesa. El psiquiatra dice: