—Feliz Año —me susurra Blair, y luego se quita los zapatos y mete los pies en el agua luminosa y caliente. Los Fear nunca llegaron a aparecer y la fiesta termina pronto.
Y en casa esa misma noche, en determinado momento de la madrugada, estoy sentado en mi cuarto viendo programas religiosos en la televisión por cable porque me he cansado de ver vídeos, y en la pantalla hay dos tipos de ésos, curas, tal vez predicadores, cuarenta, cuarenta y cinco años tal vez, con traje de hombres de negocios y corbata, hablando de discos de Led Zeppelin, diciendo que si se hacen girar al revés «contienen alarmantes pasajes sobre el demonio». Uno de los tipos se levanta y rompe el disco por la mitad y dice: «Y créanme, en cuanto cristianos temerosos de Dios, ¡no permitiremos esto!» Luego el tipo se pone a hablar de lo que le preocupa que aquello pueda resultarles perjudicial a los jóvenes. «Y los jóvenes son el futuro de esta nación», grita, y luego rompe otro disco.
—Julian quiere verte —dice Rip al teléfono. —¿A mí?
—Sí.
—¿Te dijo para qué? —pregunto.
—No. No tenía tu número y lo quería, así que se lo di. —¿No tenía mi número?
—Eso dijo.
—No creo que me llame.
—Dijo que necesitaba hablar contigo. Oye, no me gusta andar de correveidile, tío, así que dame las gracias.
—Gracias.
—Dijo que hoy iría al Teatro Chino a eso de las tres y media. Puedes verte con él allí, supongo.
—¿Y qué va a hacer él allí?
—¿Tú que crees?
Decido ver a Julian. Me dirijo al Teatro Chino de Hollywood Boulevard y miro las huellas de los pies durante un rato. Excepto una pareja de jóvenes, no de Los Angeles, que sacan fotos de las huellas, y un tipo oriental con pinta sospechosa que está junto a la taquilla, no se ve a nadie por allí. El portero, muy rubio y muy bronceado, que está junto a la puerta me dice:
—Oye, yo te conozco. Hace un par de años, en una fiesta en Santa Monica, ¿verdad?
—No lo creo —le contesto.
—Sí, hombre. En una fiesta de Kickers. ¿Te acuerdas?
Le digo que no me acuerdo y luego le pregunto si tienen abierto el bar. El portero dice que sí y me deja entrar y pido una Coca-cola.
—La película ya ha empezado —me dice el portero.
—Muy bien. Pero no quiero ver la película —le respondo.
El oriental de pinta sospechosa no deja de mirar el reloj y por fin se marcha. Termino la Coca-cola y espero hasta las cuatro. Julian no aparece.
Subo al coche y me dirijo a casa de Trent, pero Trent no está, así que me siento en su cuarto y pongo una película en el Betamax y llamo a Blair y le pregunto si quiere hacer algo esta noche, por ejemplo ir a algún club o al cine, y ella dice que a lo mejor sí y me pongo a escribir en una hoja de papel que hay junto al teléfono, copiando números de teléfono.
—Julian quiere verte —me dice Blair.
—Ya. Me lo han dicho. ¿Te dijo para qué?
—No sé para qué te querrá ver. Sólo dijo que quería hablar contigo.
—¿Tienes su número? —pregunto.
—No. Cambiaron todos los números de la casa de Bel Air. Creo que debe de estar en la casa de Malibu. Pero no estoy segura… Probablemente no quiera verte en
ese
plan.
—Bueno —empiezo—, a lo mejor me paso por la casa de Bel Air.
—Bien.
—Si quieres hacer algo esta noche me llamas, ¿vale? —le digo.
—De acuerdo.
Hay un largo silencio y Blair dice de acuerdo otra vez y cuelga.
Julian no está en la casa de Bel Air, pero en la puerta hay una nota que dice que tal vez esté en una casa de King's Road. Julian tampoco está en la casa de King's Road, pero un tipo con tirantes y el pelo rubio platino muy corto y en traje de baño está levantando pesas en la parte de atrás de la casa. Deja una de las pesas y enciende un pitillo y me pregunta si quiero un Torinal. Le pregunto dónde está Julian. Hay una chica en una tumbona junto a la piscina, rubia, borracha, que dice con una voz cansada de verdad:
—Julian puede estar en cualquier sitio. ¿Te debe dinero?
La chica ha sacado un televisor y está viendo una película de cavernícolas.
—No —le contesto.
—Eso está muy bien. Prometió pagarme un gramo de coca que le pasé. —Sacude la cabeza—. No. Nunca me lo pagó. —Vuelve a sacudir la cabeza, muy despacio. Tiene la voz espesa, una botella de ginebra, medio vacía, a su lado.
El levantador de pesas me pregunta si quiero comprar una casete pirata de
Temple of Doom
. Le digo que no y luego le pido que le diga a Julian que he estado por allí. El levantador de pesas mueve la cabeza como si no entendiera y la chica le pregunta si ha conseguido pases para el escenario para el concierto de Missing Persons.
—Sí, guapa —dice él, y ella se tira a la piscina. Unos cavernícolas se despeñan por unos riscos y yo me abro.
Camino del coche me tropiezo con Julian. Está pálido bajo el moreno de su piel y no parece en buenas condiciones y me da la sensación de que se va a desmayar allí mismo, mientras se mantiene en pie con su pinta de muerto, pero abre la boca y dice:
—Hola, Clay.
—Hola, Julian.
—¿Te apetece pirarte un poco?
—No ahora.
—Me alegra verte.
—Me dijeron que querías verme.
—Sí.
—¿Qué quieres? ¿Pasa algo?
Julian baja la vista y luego me mira bizqueando debido al sol poniente y dice:
—Necesito dinero.
—¿Para qué? —le pregunto al cabo de un rato.
Mira al suelo, se pasa la mano por la nuca y dice:
—Oye, vamos a la Galleria, ¿de acuerdo?
No quiero ir a la Galleria y tampoco quiero prestarle dinero a Julian, pero es una tarde soleada y no tengo otra cosa que hacer, así que sigo a Julian hacia Sherman Oaks.
Estamos sentados a una mesa de la Galleria. Julian picotea una hamburguesa sin comerla de verdad. Coge una servilleta y quita el ketchup con ella. Yo tomo una Coca-cola. Julian dice que necesita dinero en efectivo.
—¿Para qué? —pregunto.
—¿Quieres unas patatas fritas?
—¿Me lo vas a decir o no?
—Es para un aborto —da un mordisco a la hamburguesa y yo cojo la servilleta llena de ketchup y la dejo en la mesa que tenemos detrás.
—¿Para un aborto?
—Sí.
—¿Quién se lo va a hacer?
Hay una larga pausa y Julian dice:
—Una chica.
—Ya me lo imaginaba. Pero, ¿quién?
—Vive con unos amigos míos en Westwood. Oye, ¿puedes prestarme el dinero o no?
Miro a la gente que anda por el primer piso de la Galleria, justo debajo de nosotros, y me pregunto lo que pasaría si les dejara caer la Coca-cola encima.
—Sí —respondo al fin—. Supongo que sí.
—Estupendo —dice Julian aliviado.
—¿No tienes nada de dinero? —pregunto.
Julian me mira y dice:
—Bueno… no en este momento. Pero lo voy a tener y… Lo que pasa es que será demasiado tarde, ya sabes. Y no me gustaría tener que vender el Porsche. Sería un lío tremendo —hace una larga pausa con la hamburguesa en la mano—. Sólo por un aborto —trata de reír.
Le digo a Julian que dudo que tenga que vender su Porsche para pagar un aborto.
—¿Para qué es de verdad? —le pregunto.
—¿Qué quieres decir? —dice poniéndose a la defensiva—. Es para un aborto.
—Julian, parece demasiado dinero para un aborto.
—Bueno, el médico es caro —me dice lentamente y con voz débil—. La chica no quiere ir a una de esas clínicas. No sé por qué. Pero el caso es que no quiere.
Suspiro y me apoyo en el respaldo de la silla.
—Te lo juro por Dios, Clay. Es para un aborto.
—Vamos, Julian…
—Tengo tarjetas de crédito y una cuenta corriente, pero creo que mis padres me las han congelado. Lo único que necesito es algo de dinero en efectivo. ¿Vas a dejarme el dinero o no?
—Sí, Julian, te lo voy a dejar, pero quisiera saber para qué es.
—Ya te lo he dicho.
Nos levantamos y empezamos a andar. Pasan dos chicas y nos sonríen. Julian les devuelve la sonrisa. Nos paramos en una tienda de ropa punk y Julian coge un par de botas de policía y las mira atentamente.
—Son muy raras —dice—. Me gustan.
Las deja y luego empieza a morderse las uñas. Coge un cinturón de cuero negro y lo mira atentamente. Y entonces recuerdo al Julian que jugaba al fútbol conmigo a la salida del colegio, y luego a él y a Trent y a mí yendo a la montaña rusa al día siguiente del cumpleaños de Julian, que cumplía once.
—¿Te acuerdas de cuando íbamos al colegio? —le pregunto—. ¿Y del Sports Clubs, a la salida?
—No me acuerdo —dice Julian.
Coge otro cinturón de cuero, lo deja y luego nos vamos de la Galleria.
Esa tarde, después de que Julian me pidiera el dinero y me dijera que se lo llevase a su casa dos días más tarde, vuelvo a casa y suena el teléfono y es Rip y me pregunta si he conseguido localizar a Julian. Le contesto que no y Rip me pregunta si quiero algo. Le digo que quiero cinco gramos. Se queda callado largo rato y luego dice:
—Quinientos.
Yo miro el póster de Elvis Costello y luego la ventana y luego cuento hasta sesenta. Rip todavía no había dicho nada cuando terminé de contar.
—Muy bien —digo.
—Muy bien —dice Rip—. Mañana. Puede ser.
Me levanto y voy hasta una tienda de discos y paseo por los pasillos mirando los discos, pero no encuentro nada que me apetezca y no tenga ya. Cojo unos cuantos discos nuevos y miro las fundas y antes de darme cuenta ha pasado una hora y afuera casi es de noche.
Spit entra en la tienda y casi choco con él, le digo hola, le pregunto por Kim, pero me fijo en las marcas de su brazo y salgo de la tienda preguntándome si Spit me recuerda. Cuando me dirijo hacia el coche, veo a Alana y Kim y a ese tipo rubio que toca rockabilly que se llama Benjamin que vienen en mi dirección. Es demasiado tarde para dar la vuelta, conque sonrío y voy a su encuentro y los cuatro terminamos en un bar japonés de Studio City.
En el bar japonés de Studio City Alana no habla mucho. Mira su Coca-cola Diet y enciende pitillos y, después de unas pocas chupadas, los apaga. Cuando le pregunto por Blair, me mira y dice:
—¿De verdad lo quieres saber? —Y luego, con una sonrisa espantosa, añade—: Parece como si de verdad te importase.
Dejo de prestarle atención y me pongo a hablar con ese tipo que se llama Benjamin y que va a Oakwood. Al parecer le han robado su BMW y dice que ha tenido muchísima suerte porque ha encontrado un BMW 320i nuevo del mismo color verde que el que le había comprado su padre y le han robado.
—Parece increíble, pero lo encontré. ¿No te parece?
—Sí, parece increíble —le contesto mirando a Alana.
Kim le da un trozo de sushi a Benjamin y luego él toma un trago del sake que ha conseguido con su carnet de identidad falso, y se pone a hablar de música.
—New Wave. Power Pop. Primitive Muzak. Todo eso es una mierda. Lo único que cuenta es el rockabilly. Y no me refiero a esos maricones de los Stray Cats. Hablo de rockabilly de verdad. Voy a ir a Nueva York en abril para ver cómo andan las cosas por allí. No estoy seguro de que funcione. Tampoco de lo que pasa en Baltimore.
—En Baltimore, claro —digo.
—Sí. A mí también me gusta el rockabilly —dice Kim, limpiándose las manos en la servilleta—. Pero todavía ando con los Psychedelic Furs y me gusta esa canción nueva de Human League.
—Los Human League están muy pasados —dice Benjamin—. Es un grupo terminado. Muerto. No sabes de qué van las cosas ahora, Kim.
Kim se encoge de hombros. Me pregunto qué será de Dimitri. ¿Seguirá Jeff con el surfista de Malibu?
—Bueno, no quiero decir que no lo sepas —continúa Benjamin—. Pero apuesto lo que sea a que ni siquiera has leído
The Face
. Lo tienes que leer —enciende un pitillo—. Lo tienes que leer.
—¿Por qué?
Benjamin me mira, se pasa la mano por el tupé y dice:
—Porque si no te aburrirás.
Yo digo que supongo que sí y luego hago planes con Kim para vemos esa misma noche en su casa con Blair y luego voy a casa y salgo a cenar con mi madre. Cuando volvemos me meto debajo de la ducha y me siento en el suelo y dejo que el agua me caiga encima con toda la fuerza posible.
Voy a casa de Kim y encuentro a Blair sentada en la cama de Kim y tiene una bolsa de esas de Jurgenson’s en la cabeza y cuando entro, su cuerpo se pone todo tenso y se vuelve, sobresaltada, y apaga el estéreo a tientas.
—¿Quién es?
—Soy yo —le digo—. Clay.
Se quita la bolsa de la cabeza y sonríe y me cuenta que tiene hipo. Hay un perro muy grande a los pies de Blair y me agacho y acaricio la cabeza del perro. Kim sale del cuarto de baño, da una chupada al pitillo que está fumando Blair y luego lo tira al suelo. Vuelve a poner el estéreo. Suena una canción de Prince.
—Jesús, Clay, parece como si estuvieras en ácido o algo así —dice Blair, encendiendo otro pitillo.
—Acabo de cenar con mi madre —le cuento.
El perro apaga el pitillo con la pata y luego se lo come.
Kim habla de un antiguo novio suyo que una vez tuvo un viaje malo de verdad.
—Tomó el ácido y al mes y medio todavía no había bajado. Sus padres lo mandaron a Suiza.
Kim se vuelve hacia Blair, que está mirando al perro. El perro se traga el resto del pitillo.
—¿Me encontráis bien? —pregunta Kim.
Blair asiente y dice que se quite el sombrero.
—¿Tú crees? —pregunta Kim, indecisa.
—Claro, ¿por qué no? —Suspiro y me siento en la cama de Kim.
—Es pronto. ¿Por qué no vamos al cine? —dice Kim, mirándose al espejo. Se quita el sombrero.
Blair se levanta y dice:
—Es una buena idea. ¿Qué ponen?
El perro gruñe y vuelve a tragar.
Vamos en coche a Westwood. La película que quieren ver Kim y Blair empieza a las diez y trata de un grupo de chicas de una asociación universitaria a quienes degüellan y tiran a una piscina. No atiendo demasiado a la película, sólo a las partes más sangrientas. Mis ojos van de la pantalla a los dos rótulos verdes de Salida que hay encima de las dos puertas del cine. La película termina bruscamente y Kim y Blair se quedan a ver los títulos de crédito y reconocen un montón de nombres. Al salir, Blair y Kim ven a Lene, y Blair me agarra del brazo y dice:
—¡Oh, no!
—Vamos a dar la vuelta, por favor —dice Kim con voz apremiante—. No le digáis que hoy la hemos visto en la televisión.