Moonraker (19 page)

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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

BOOK: Moonraker
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Bond pensó que se trataba de algún pez gigantesco o de un cocodrilo… antes de escuchar el revelador estampido. Le estaban disparando. Un segundo proyectil explotó a popa y él giró el timón buscando la protección de los lechos de cañas. Moviéndose directamente hacia él, con la proa fuera del agua y armado con un cañón, se acercaba una lancha motora de alta velocidad. Bond volvió a girar el timón, sólo para ver que otras dos lanchas convergían con él. Alrededor de la embarcación Q el agua hervía a causa de los proyectiles. Sólo quedaba tomar una dirección. Cruzar el lago. Bond abrió el acelerador a toda potencia, y la embarcación dio un salto avanzando hacia los árboles de la lejana orilla opuesta.

Detrás de él, las tres lanchas se lanzaron en su persecución, una de ellas por delante de las otras. Bond estudió el panel de control de la embarcación Q y recorrió con rapidez las instrucciones que se le había dado. Pobre Q. Producía equipo para cada contingencia y, sin embargo, se ponía furioso cada vez que surgía una. Bond apretó un botón y se escuchó un
clunc
por la popa, indicándole que se habían abierto dos cámaras de expulsión. Ejerció una mayor presión sobre el botón y dos objetos cilíndricos, como cargas de profundidad, fueron arrojados al agua para flotar en la superficie, a unos veinte metros de distancia. Cuando la primera lancha que iba en su persecución se acercó, el timonel pasó entre ambos objetos, pensando que se trataba de minas que explotarían por impacto. Tenía razón… pero no del todo. Las minas también eran magnéticas. Cuando la lancha pasó entre ellas, éstas saltaron del agua como peces voladores y chocaron contra el casco. Tras un instante de pausa se produjo una violenta explosión que envió hacia el cielo una rugiente columna de llamaradas anaranjadas y amarillas. Los restos se esparcieron por el agua y el casco herido de la lancha se hundió inmediatamente.

Le expresión de Bond, con los labios apretados, se suavizó por un momento. Ya sólo quedaban dos. Cuando trató de lograr que su embarcación alcanzara mayor velocidad, observó delante de él una abertura en la jungla, allí donde el lago tenía que alimentar un río. Tuvo la impresión de ver agua blanca de espuma. El fuego de cañón seguía zumbando alrededor de sus oídos y otro proyectil explotó peligrosamente cerca. Bond contempló de nuevo los controles. La pequeña palanca de la izquierda. Ésa podía ser la respuesta. La hizo descender y volvió la cabeza para ver cómo un delgado torpedo en forma de puro saltaba sobre las olas detrás de la embarcación Q. Se puso en movimiento casi inmediatamente, dirigiéndose hacia una de las lanchas que le perseguían como si fuera una serpiente acuática, asomando únicamente la nariz por la superficie. El timonel vio el peligro y fue rápido en emprender una acción evasiva. Maniobró en dirección a la otra lancha y el torpedo pasó de largo ante la proa. Un grito de triunfo se elevó en el aire, pero quedó rápidamente cortado. El torpedo describió un giro de ciento ochenta grados y se abalanzó sobre su presa. Como si fuera un perro a punto de echarse al suelo, la lancha giró sobre sí misma, pero el torpedo no se alejó por ello. Fue cubriendo implacablemente la distancia hasta que la cabeza magnética chocó contra la popa. Una segunda columna de llamas, humo y fragmentos explotó en el aire, y la lancha alcanzada comenzó a hundirse con rapidez.

Ahora, Bond se encontraba en la zona de agua blanca, al principio del río. Pequeñas y enojadas olas chapoteaban contra el fondo de la embarcación y la temblorosa proa se veía rociada de espuma. Bond miró hacia adelante y vio que el agua se iba haciendo más turbulenta. Tenía que estar entrando en unos rápidos. En principio, esto no tenía por qué ser muy grave. Con su motor de gran potencia y su quilla de bajo fondo, la embarcación Q estaba construida para esta clase de tarea. Pero entonces, Bond vio y escuchó algo que le heló el corazón. Alrededor de un recodo del río había una nube de espuma de unos cuatrocientos metros de anchura, que en su parte más alta se elevaba por lo menos unos veinte metros. También se podía escuchar un rugido profundo y palpitante como nada de lo que él hubiera escuchado antes. Sólo podía tratarse de una catarata. Una catarata de unas dimensiones tales como para destrozar cualquier cosa que saltara por ella. Bond hizo girar el timón y sintió que la embarcación estaba a punto del volcar. Una nueva andanada de balas rasgó el aire por encima de su cabeza y destrozó el cristal de la cabina. No había forma de regresar, ni de dirigirse hacia la orilla. El río se había convertido ahora en agua hirviente y el rugido se escuchaba más cerca. La espuma empezó a empapar la embarcación. Bond apretó la mandíbula y se dirigió directamente hacia el punto donde la espuma se elevaba más alta. Detrás de él, la última lancha que le perseguía se encontraba en dificultades. Terriblemente consciente de lo que había delante, el timonel había tratado de dar medía vuelta, perdiendo el control. Situada de través en medio de la corriente, era arrastrada sin remedio y amenazaba con volcar en cualquier momento. Ya se había abandonado todo intento de perseguir a Bond, en interés de la autoconservación; una actitud que se había expresado demasiado tarde. Bond miró hacia atrás para ver cómo la lancha volcaba de costado y se llenaba de agua. Desapareció entre la espuma.

El corazón de Bond palpitaba como un martillo de vapor mientras luchaba por mantener el control de sus sentidos y sostener la proa de la embarcación Q hacia el agua que caía. La espuma mojaba su cara y el rugido de la cascada amenazaba con romperle los tímpanos. Por delante de la espuma blanca, el agua daba paso a una pista de crema suave a medida que el río se extendía sobre el borde del precipicio. Lo que había debajo estaba envuelto en una pesada capa de neblina. Los entumecidos dedos de Bond se elevaron y agarraron la barra de metal que corría bajo el toldo de la embarcación Q. A izquierda y derecha había dos palancas, situadas cerca de la forma de la barra. Bond esperó y sintió el casco de la embarcación rasgarse contra la roca. Se encontraba ahora en medio de una nube de espuma y bajo él apareció una repentina y acobardante visión de lo que había bajo las cataratas. Parecía como un gran agujero hecho en medio de La Tierra, con tanta agua por todas partes que sus bordes desaparecían. Un agujero tan profundo como si no tuviera fondo. Bond bajó las palancas y sintió inmediatamente cómo el toldo se liberaba y el viento trataba de separarlo de su sujeción. Se agarró con fuerza a la barra, y mientras la embarcación Q se doblaba sobre el borde de las cataratas, lo que ahora reveló ser una estructura parecida al ala de un deslizador aéreo le sostuvo por encima del terrorífico precipicio.

14. La ciudad oculta

Cegado por la espuma, Bond tuvo la impresión de dirigirse hacia una muerte segura. La enorme presión del agua que caía por la catarata ponía en movimiento corrientes que actuaban como la resaca sobre un nadador. Sus heladas manos se agarraban a la barra, y quedó colgado, aterrorizado por la posibilidad de que cualquier intento de echar los pies hacia atrás destruyera su ya precario equilibrio. Una corriente de aire ascendente le alejó de la nube de espuma, y entonces vio que lo que le había parecido un precipicio sin fondo era de hecho una profunda garganta bañada en agua por tres de sus lados. Por delante de él, bajo el puente en suspensión de un neblinoso arco iris, el río reformado escapaba como una catarata entre elevados acantilados. Por momentos, el corazón de Bond pareció caer más rápido que el deslizador manual. Una corriente de aire descendente le llevaba hacia la zona situada directamente por debajo del borde de la catarata. Se esforzó por encontrar una corriente, pero sabía que era inútil. No podría llegar nunca a la jungla que la rodeaba. Tendría que seguir por la garganta, río abajo, y confiar en que surgiera alguna zona donde poder posarse antes de que le faltara el aire que le sostenía. Pero una sola mirada hacia el furioso curso de agua era suficiente para comprender que sus posibilidades de supervivencia eran remotas. Las laderas de la garganta eran escarpadas a excepción de ocasionales zonas de vegetación, y el río corría por una atormentada zona de puntiagudas rocas. A medida que se fue acortando la distancia hasta ellas, vio el destrozado casco de una de las lanchas despedazándose como un haz de astillas. Ése era el destino que le esperaba. Era todo como una pesadilla en la que, con un impulso, uno se ve de pronto suspendido en el aire, descendiendo, hacia abajo, más abajo, hacia un paisaje hostil, revolviéndose y doblándose pero incapaz de detener el descenso. Bond sintió una frialdad que no sólo provenía del temor. Por debajo del nivel de los riscos la atmósfera era glacial. Las rocas brillaban con la espuma y un ave se elevó con rapidez, como aterrorizada por aquel extraño intruso en su reino turbulento.

Ahora, el fondo de la garganta se encontraba a unos veinte metros de distancia y todo el aire parecía pertenecer al agua que corría furiosa. Bond no podía hacer nada para sostenerse. Lo único que le quedaba era el intento de retrasar todo lo posible la agonía. Una roca aguda surgió ante él y logró desviarse en el último momento, descendiendo unos tres metros a causa de la rapidez del giro, lo que casi le detuvo el corazón. Furiosas salpicaduras de agua le mojaban los talones, y la garganta rocosa se iba cerrando sobre su cabeza. El torrente giraba a la izquierda y otra pared de roca se interpuso en su camino. Bond forzó su brazo derecho hacia arriba y empujó con el izquierdo. Cuando el agua se elevó azotando el risco, vio unas rocas y piedras cortantes esparcidas al otro lado de la corriente. Una desigual crin de enredaderas se balanceaba contra la corriente. Bond giró a la izquierda para alejarse al máximo de la fuerza completa de la corriente y se preparó para el impacto. Se acercó lo suficiente como para que la punta del ala rozara contra el risco, y cayó pesadamente en las turbulentas y rápidas aguas.

El primer impacto hizo que las rodillas se le doblaran hacia el pecho y el agua helada le calara hasta los huesos. La destrozada estructura del planeador se le escapó de las manos y rebotó, alejándose como un arco iris roto. Por muy poco, Bond evitó quedar descoyuntado sobre una roca sumergida y se agarró a un grupo de enredaderas. Sus manos empezaron a deslizarse por las resbaladizas plantas, deteniéndose en un nudo, al que permaneció agarrado con la desesperación nacida de la amenaza de una muerte inminente. La corriente le empujó hacia un lado, de modo que se encontró al alcance de una estrecha playa de guijarros bañada por el agua. Al notar que la corriente disminuía su fuerza de arrastre, tomó impulso lateral con los pies y extendió un brazo para agarrarse a una trenza de raíz que se proyectaba desde la cara de la roca. Sus dedos la rozaron y en seguida se agarraron. Un último esfuerzo de sus músculos y, apoyándose con ambas manos en la raíz, se levantó sobre el agua revuelta. Se tumbó sobre las piedras húmedas y aspiró bocanadas de aire, agradecido y sorprendido de hallarse con vida.

El rugido del agua alrededor de Bond seguía siendo terrorífico. Agazapado en la pequeña playa de pizarra, casi parecía encontrarse directamente bajo ella. Al mirar corriente arriba comprobó que todo el poder de la cascada quedaba oculto por el recodo del río, pero una espesa nube de espuma y neblina colgaba en el aire, gris y de mal augurio contra la masa negra de rocas. El agua sólo necesitaba elevarse unos pocos centímetros para volver a arrastrarle. Y como si el terror que había tras este pensamiento lo hubiera convertido en realidad, se puso a llover. Bond sabía lo que esto podía significar. Una repentina tormenta corriente arriba y el poderoso peso del agua que caía por la cascada se elevaría varios centímetros en el término de pocos segundos. Empezó a mirar a su alrededor con desesperación. La roca sobresalía por encima de su cabeza y ante él había una desigual confusión de piedras brillantes que eran el residuo de la caída de un risco. Mientras los ojos de Bond se levantaban, se estrecharon con incredulidad. Apenas si le resultaba posible creer lo que lograba vislumbrar a través de la fina red de espuma y lluvia. A través de un arco iris que iba desvaneciéndose, podía ver a una hermosa mujer de pie sobre un promontorio de roca. Llevaba una túnica verde y larga, cortada hasta la cintura, y un peinado como una cofia con serpentinas de pelo delante y detrás de las orejas. No miraba a Bond, sino corriente arriba, hacia la cascada. Bond se apartó cuando el agua le subió alarmantemente a los pies, y cuando volvió a mirar la mujer había desaparecido. ¿Había estado realmente allí? ¿Acaso el viaje y aquella terrible garganta habían empezado a jugarle trucos a su imaginación? El rugido del agua ensordecía sus oídos y el frío le entumecía los miembros. Si no podía abrirse paso hacia una zona más alta en el término de pocos segundos, podía considerarse muerto. Ahora la lluvia caía pesadamente, penetrando bajo la roca. Bond bordeó la pequeña cornisa de piedras brillantes, con la cara del risco rascándole la espalda. No podía ver lo que había directamente por encima de él, pero lo que contemplaba en la parte opuesta de la garganta era deprimente. Un acantilado cortado a pico caía como la proa de un barco, salpicado únicamente por contornos horizontales causados por la erosión. En su estado, le habría resultado imposible escalarlo.

Bond llegó al final de la cornisa y se lanzó pesadamente hacia el más bajo de los cantos rodados. Las piedras formaban una indiferente plataforma de lanzamiento y le resultó difícil sujetarse y levantarse. Una mirada hacia atrás le demostró que acababa de actuar a tiempo. La pequeña playa había desaparecido y los tentáculos de enredadera que le habían salvado la vida eran invisibles ahora bajo la espuma blanca del agua enfurecida. Bond continuó subiendo, preguntándose hasta dónde le perseguiría la hinchada corriente. Toda la superficie de la roca estaba húmeda y cubierta de un limo verde que él percibía como la piel de una anguila. Los acantilados se elevaban como las paredes de una profunda tumba. Se aupó a pulso hacia el lugar donde había visto a la mujer y descansó, temblando incontroladamente.

Al principio creyó que había estado soñando. Se levantó con precaución sobre una desigual y resbaladiza superficie de roca azotada por la lluvia, con una masa de brillantes enredaderas bajando por el acantilado. Entonces vio que había una sombra negra tras las enredaderas. Apartó el follaje y se dio cuenta de que estaba ante la boca de una cueva. Se sacó la linterna-lápiz y avanzó. La cueva era pequeña, pero la linterna mostró una abertura y una serie de toscos escalones que llevaban hacia arriba. Los latidos del corazón de Bond se aceleraron a causa de la excitación. Se olvidó del frío y subió los escalones con rapidez y en silencio. Avanzó durante largo rato, con el vapor de la respiración visible a la débil luz de la linterna, hasta que finalmente salió a un ancho túnel que se inclinaba suavemente hacia arriba. Lo siguió cautelosamente y dio la vuelta en un recodo para ver un brillo de luz a bastante distancia delante de él. Recortada en el centro pudo observar la silueta de la mujer. Cuando Bond apagó la linterna y se pegó a la pared, desapareció de nuevo.

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