—¿Que si el chico había intentado algo con la chica? No, no —se apresura a explicar Ali—. El chico no había hecho nada.
—¡Ufff, menos mal —dice Pilar—. ¡Por favor, qué asco! —murmura para sí.
—¡Joder! ¡Normal que a la pobre chica le preocupe lo que digan sus amigas! ¡Mirad cómo os ponéis vosotras! —dice Ali fastidiada.
—Yo no —le digo mirándola a los ojos.
—Lo que me extraña —comienza Ruth— es que no fueras tú la escandalizada. ¡Ja! Con el desprecio con el que los llamabas varoncitos… Pero claro, como ahora tienes un amigo hetero…
—A mí es que siempre me han dado muy mal rollo las bisexuales… —comenta Pilar. Que si ahora de un lado, luego de otro… Siempre sin acabar de decidirse…
—Nadie ha dicho que la chica esa sea bisexual —intenta aclarar Alicia.
—Pero si se está planteando algo con un tío es porque lo es —repone Pilar.
—¡Pero no ha hecho nada! —dice Alicia removiéndose en su asiento nerviosa.
—Vamos a ver —intervengo yo—. Son cosas que pasan. La bisexualidad existe y no siempre es una fase pasajera. No entiendo esa puta manía de pensar que los bisexuales somos promiscuos y poco de fiar. —En el mismo momento en que me doy cuenta de que he empleado un plural mayestático sé que he metido la pata hasta el fondo. Por el rabillo del ojo veo que Ruth se yergue en la silla como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Trato de hacer caso omiso.—Ni entiendo cómo en el ambiente podemos ser tan intolerantes con algo que nos toca tan de cerca. Las personas nos podemos sentir atraídas por ambos sexos, es una cuestión de química, de piel, yo qué sé… Pero no, la mayoría de la gente piensa que un bisexual es un vicioso o un cobarde hipócrita y no es así… —intento continuar pero la cara que está poniendo Ruth a mi lado logra desconcentrarme.
—Perdona —dice aprovechando mi pausa e inclinándose hacia la mesa con gran ceremonia. Y su tono ya denota que sus palabras van a estar cargadas de ironía—. Hay algo que no he entendido bien. ¿Por qué has utilizado la primera persona del plural? ¿Es que tú eres bisexual?
—Sí, Ruth —admito mirándola con toda la seriedad que puedo—. Soy bisexual.
—No, no, si no lo digo por nada. Pero me parece que se te había olvidado comentarme ese pequeño detalle —me dice en un tono de aparente inocencia que no oculta un palpable enfado. Pilar y Alicia se miran la una a la otra sorprendidas del giro que ha tomado la conversación.
—Pues quizá no lo había hecho porque suponía que tendrías una reacción así. Pero te dije que estuve a punto de casarme con un tío y de eso no hace tanto tiempo —le digo completamente a la defensiva.
—Sí, bueno, como muchas tías que tardan años en darse cuenta que los tíos no son lo suyo. Pero pensé que ya tenías las cosas claras —su expresión me empieza a preocupar. Sé que se está conteniendo porque Pilar y Alicia están delante.
—Y las tengo, Ruth. Tengo las cosas muy claras. Por eso sigo aquí contigo —la ataco.
Ruth deja de mirarme. Acaba su café y parece dar por terminada la conversación. Al menos momentáneamente. Pilar y Alicia permanecen calladas.
—¡Uy! —exclama Ruth de repente—. ¿Sabéis qué me apetece? Un heladito. Creo que me voy a acercar al Vips a por uno —anuncia levantándose—. Pilar, ¿me acompañas?
—Eerr —balbucea la aludida sin saber dónde mirar.
—Venga, ponte la chaqueta —le ordena Ruth poniéndose la suya. Luego nos mira a Alicia y a mí —. No os preocupéis, traeremos para todas —añade en un tono insoportablemente sarcástico.
Cuando las veo desaparecer por la puerta pongo los ojos en blanco con exasperación. Luego me levanto y termino de recoger la mesa con muy mala hostia. Alicia, tímida, me ayuda a llevar las últimas cosas hasta la cocina.
—Lo siento —se excusa con pesar—. Sólo quería hacer un simple comentario, no pretendía que provocase una discusión…
—No es culpa tuya, Ali. Es Ruth, que a veces es más radical que los del foro de la familia… —le digo apoyándome de espaldas en la encimera de la cocina. Luego la miro con complicidad—. Pero déjame que te diga una cosa.
—¿El qué?
—Que el truco de «fulanita me ha contado» está muy visto… —le digo con una sonrisa comprensiva que no impide que Ali se ponga en guardia.
—¿Qué quieres decir?
—Que esa chica de la que hablabas eres tú…
Alicia no trata de negarlo. Sorprendida en sus intenciones, se da por vencida y agacha la cabeza en lo que tomo como un gesto de asentimiento.
—David, ¿verdad?
Un imperceptible «sí» sale de su boca. Sigue sin ser capaz de levantar la mirada.
—Vamos a sentarnos, anda —le propongo saliendo de la cocina.
Nos sentamos en el sofá. La preocupación y la contrariedad inundan el rostro de Ali. Como veo que no se arranca a hablar lo hago yo.
—¿Qué es lo que pasa exactamente? ¿Te gusta David? ¿Te atrae?
—No lo sé… Sí… Supongo… —levanta la cabeza y me mira—. Es que no sé lo que está pasando. A mí siempre me han gustado las chicas. Jamás, ni siquiera cuando iba al instituto, me han gustado los chicos…
—Es que en el instituto los chicos no suelen ser muy interesantes —bromeo para distender su ánimo. Ali emite una débil risa.
—Tú ya me entiendes. Nunca me había planteado algo así. Tiene gracia que justamente a mí me pase esto… —suspira.
—¿Y qué es lo que te pasa exactamente?
—Pues no sé, Sara. Pasamos mucho tiempo juntos. ¡Joder, vivimos juntos! ¡Nos vemos todos los días! Y cuando no estamos juntos pienso en él constantemente… —gime. No parece que lo esté encajando muy bien.
—Pero, ¿él te atrae? Físicamente, quiero decir.
Alicia calla y se me queda mirando.
—Sí —admite finalmente—. ¡Pufff! ¡Si supieras los sueños que he tenido últimamente…!
—¿Y tú le gustas a él?
—Creo que sí… No lo sé… —se mesa el cabello con ambas manos—. He estado pensando incluso en irme del piso.
—¿Por qué? —pregunto extrañada.
—¿Como que por qué? Para no verle, para que se me pase la tontería, para quitármelo de la cabeza…
—Eso sería lo peor que podrías hacer —declaro tajante.
—No lo creo —insiste ella.
—Mira, Ali, ya me has oído antes. Sé lo que sientes. Yo me he sentido así muchas veces… —me mira incrédula—. Bueno, a lo mejor no exactamente así pero de un modo muy parecido —hago una pausa para observar el rostro contraído de Alicia. Bajo todo ese barniz de inusual madurez no deja de tener diecinueve años. Es normal que se sienta hecha un lío—. Lo que te quiero decir es que la sexualidad no es un compartimento estanco del que una vez se ha entrado no se puede salir. No vas a ser más promiscua ni más hipócrita por sentir deseo por un hombre. A ti te han gustado las chicas, has salido con ellas y has disfrutado. Ahora has conocido a David, te parece una persona interesante y estás sintiendo atracción por él. ¿Qué tiene de malo?
Señala hacia la mesa como si Pilar y Ruth todavía estuvieran allí.
—¡Ya lo has visto! Sólo mencionar que una lesbiana pueda sentir algo por un tío y han empezado a poner cara de asco… ¿Qué cara van a ponerme si al final pasara algo entre David y yo?
—Que pongan la cara que quieran —sentencio con indiferencia—. Es su problema, no el tuyo —me muerdo el labio y suspiro—. Mira, a mí mi novio me dejó cuando se enteró de que era bisexual. Le importó una mierda lo enamorada que estuviera de él o la fidelidad que le demostré continuamente. Y hoy en día hasta puedo llegar a entender que un hetero con prejuicios ponga el grito en el cielo. Lo que me repatea el hígado es que lo haga alguien a quien se le llena la boca de pedir tolerancia a la gente que le discrimina por su sexualidad. Eso es ser hipócrita y no el ser bisexual…
—Pero Sara… —gimotea Alicia—. ¿Y si me estoy confundiendo? ¿Y si simplemente es que David me cae bien? Además, yo nunca he estado con un tío, no sabría qué hacer… —dice Alicia completamente embarullada en su discurso.
—Ali, el sexo es sexo lo hagas con quien lo hagas. Ese no es un problema, créeme…
—Pero…
La puerta del piso abriéndose nos interrumpe. Ruth y Alicia vuelven con los helados. Ruth nos lanza al regazo un Mágnum a cada una mientras muerde el suyo con gesto de indiferencia. Seguro que se ha pasado el rato despotricando con Pilar sobre lo que he dicho un rato antes. Como si lo viera. Alicia, a mi lado, se recuesta sobre el respaldo del sofá, resignada a que la conversación que manteníamos no va a continuar. Ruth acerca una silla a donde estamos, se sienta a horcajadas sobre ella y enciende la televisión. Pilar también se sienta en una de las sillas pero se queda junto a la mesa. La tensión de antes regresa con ánimos renovados. Alicia lo nota y, supongo que pensando que ya tiene bastante con lo suyo, decide que es el momento de hacer mutis por el foro.
—Bueno, chicas, yo me voy. Muchas gracias por la comida —dice al tiempo que se levanta del sofá.
—De nada, mujer —le contesta Ruth en tono amigable—. Muchas veces.
Pilar también se levanta de la silla algo desorientada.
—Yo creo que también me voy a ir, que he quedado con Pitu —declara acabando de comer su helado.
Ruth y yo nos ponemos de pie para despedir a ambas. Besos y despedidas se suceden por espacio de un minuto hasta que las dos salen por la puerta, imagino que aliviadas de no estar presentes cuando estalle la tormenta. Tras cerrar Ruth y yo volvemos al mismo sitio en el que estábamos, ella a la silla y yo al sofá. Espero un rato a ver si me dice algo pero al ver que no lo hace, soy yo la que abro la boca.
—¿No piensas hablarme?
—Sí, claro, ¿por qué no iba a hablarte? —responde mirando al televisor y mordiendo el palo del helado.
—No me puedo creer que te hayas enfadado por algo tan absurdo —le digo riéndome descreída.
—Enfadada no es la palabra. Contrariada, diría yo —puntualiza lanzándome una mirada ofendida—. Después de seis meses no esperaba que me salieras con esto. Ahora va a resultar que voy a tener que preocuparme de si me dejas por un tío… —refunfuña volviendo a mirar al televisor—. Porque claro, ahora como resulta que también te ponen los tíos… —añade con una risita jocosa.
—Pues entonces es la misma preocupación que yo puedo tener. Tú me puedes dejar por otra tía —contraataco.
—Pero tú tienes el doble de posibilidades… —dice sin mirarme.
—¿Qué clase de mierda es esa? —grito irritada—. ¡Haz el favor de mirarme! —Ruth gira la cabeza y me mira retadora.— A ver si se te mete una cosa en esa dura mollera que tienes. Yo estoy contigo. Quiero estar contigo. Jamás he dejado a nadie por otra persona. Podría pasar, no lo niego. Pero también te podría pasar a ti. Y si tanto te molesta el que me gusten o me dejen de gustar los tíos, dímelo ahora porque no me apetece pasar de morros los cuatro días que voy a estar aquí. Es más, si tanto problema te supone, dímelo y le pongo remedio rápidamente —le espeto ya totalmente fuera de mí.
Al decir esto vuelvo a ver en Ruth esa expresión de pánico que ya vi aquella vez en que quise aclarar las cosas. Pero antes de que pueda decirme algo, me levanto del sofá y me voy al dormitorio a echarme un rato en la cama.
En ningún momento Ruth hace algún intento de hablar conmigo.
Afuera ya está anocheciendo. Aunque al principio sólo di vueltas en la cama tratando de controlar mi furia al final he acabado quedándome dormida. Al despertarme me vuelve a venir a la cabeza la discusión con Ruth y el enfado regresa a mi ánimo. Me aburren estas situaciones. En treinta y dos años me he acostado con hombres y con mujeres. Y, la verdad sea dicha, han sido más las ocasiones en que lo he hecho con mujeres. Y en treinta y dos años me he enamorado muy pocas veces. Una de ellas fue de un hombre. Ni lo esperaba ni lo buscaba pero sucedió. Y, si bien es cierto que desde entonces he centrado mis deseos en las mujeres, sé que es algo que podría sucederme de nuevo. Podría sucederme en una hipotética situación en la que yo no saliera con nadie y conociera a un hombre que me resultara atractivo e interesante, que me aportara todas esas cosas que busco en una persona. Sin embargo, esa no es la situación en la que estoy ahora. Ahora estoy con Ruth, estoy enamorada de ella y en una situación como esta soy incapaz de plantearme estar con otra persona, sea hombre o mujer.
Recuerdo la expresión de Pablo cuando se enteró de mi ambivalente orientación y al compararla con la reacción de Ruth esta tarde veo el mismo miedo y la misma incapacidad para comprender. Veo las mismas ideas equivocadas y arquetipos repetidos. Ese pavor cerval a que los deje por una persona del sexo al que no pertenecen. Pablo tenía el antecedente de su ex novia, Ruth ese recelo tan propio de las lesbianas de que una bisexual las dejará por un tío en cuanto se canse de experimentar. Me río sin ganas pensando que debería ser yo la desconfiada, conociendo como conozco la voracidad sexual de Ruth que, unida a su pánico a la pareja, ha hecho que se haya pasado los últimos años levantándose de la cama cada fin de semana con una tía distinta.
Mientras yo pienso todo esto, me llega el sonido de la televisión. Ruth sigue allí. Ignoro si durante el tiempo que he estado dormida se ha acercado al dormitorio. Aunque intuyo que no. No dará su brazo a torcer tan fácilmente y menos si está tan convencida de tener razón. Pero yo no pienso moverme de aquí hasta que ella venga a decirme algo. Yo también tengo mi orgullo.
El tiempo pasa y Ruth no aparece por la habitación. Y yo voy acumulando mala leche a cada minuto que pasa. Estoy a punto de levantarme cuando la siento levantarse del sofá. Oigo sus pasos acercándose y vuelvo a hacerme la dormida. Ruth se tumba en la cama y acerca su cuerpo al mío con cuidado. Siento su respiración en el cuello mientras comienza a acariciarme el cabello.
—Nenita, ¿vas a dormir toda la tarde? —me pregunta con voz increíblemente tierna al tiempo que me besa en la mejilla. Yo aún me hago la dormida un poco más—. ¡Ey! —me menea con suavidad—. Son más de las ocho…
Finjo despertarme y me giro hacia ella. Me la quedo mirando. Ella responde a mi mirada con una risita nerviosa.
—Dime una cosa, Ruth —comienzo—. ¿Las cucamonas son porque sabes que te has pasado o porque piensas que si no me las haces no vas a follar en todos estos días?
—¡Joder! —exclama ella con fastidio separándose un poco de mí—. Qué desagradable eres a veces…
—Desagradable no, realista. Es que parece que vienes en son de paz sólo para asegurarte el polvo de esta noche. Las cosas no funcionan así. Te has pasado tres pueblos antes, Ruth. No era para ponerse como te has puesto —le digo incorporándome.