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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (25 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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—Supongo que he pensado demasiado en ti.

—Y yo demasiado en ti —respondió ella—. Pienso en ti en todo momento. Sin interrupción.

Se acurrucó en sus brazos. Juntos formaron un solo cuerpo.

—Te quiero —murmuró Johan con sus labios en el cabello de Emma.

Era la primera vez que amaba a una mujer.

—Sueño contigo —prosiguió—. Quiero vivir a tu lado. Tener una casa aquí en Gotland. Cuidar de tus hijos y de los nuestros. Cultivar nuestras propias patatas. —Se echó a reír y tomó la cabeza de ella entre sus manos—. Imagínate, eso es algo que siempre he deseado. Tener mi propio huerto con patatas y con sólo salir arrancar unas patatas para el salmón en verano. Eso hacíamos en la casa de veraneo en el campo en mi niñez.

E
mma se dio cuenta de que estaba enamorada cuando volvía a casa en el coche. Enamorada hasta las trancas.

K
arin Jacobsson tenía razón. El hecho de que se hubiera producido un tercer asesinato, en el curso de unas semanas, asustaba tanto a los habitantes de Gotland como a los turistas. Muchas mujeres ya no se atrevían a salir de casa solas. La temporada alta en Gotland empezaba en serio por aquellas fechas y duraba casi dos meses, hasta la Semana Medieval, que se celebraba en la segunda semana de agosto. A los pocos días se acababan las vacaciones de verano para los escolares, y los turistas tenían que regresar a la Península.

A finales de agosto la vida solía recobrar la normalidad, sin más excepción que algún que otro veraneante rezagado. Ahora estaban a finales de junio, época de inicio de la temporada alta. Sin embargo, las cancelaciones empezaban a sucederse en agencias de viajes, hoteles e instalaciones de camping.

La policía de Visby se veía sometida a presiones procedentes de todas partes.

El día del solsticio de verano, por la mañana, Knutas recibió llamadas del jefe superior provincial de la policía, del encargado de la oficina de turismo, del director de industria y comercio, del alcalde y de la gobernadora. Eso, sin mencionar la conversación con el jefe de la policía nacional. La exigencia común era clara y sencilla: tenían que detener al asesino.

Los integrantes del grupo de investigación habían regresado ya a la comisaría de Visby y en aquellos momentos estaban todos en la sala de reuniones de la sección de lo judicial. Eran las once de la mañana.

Knutas había convocado una reunión. Estaba agradecido a los medios por haber respetado la petición de no desvelar la identidad de Gunilla Olsson. La policía aún no había conseguido, casi un día después de que se hallara el cuerpo, ponerse en contacto con el hermano.

—Bienvenidos —saludó Knutas—. Me alegra que hayáis podido venir todos. La última víctima es Gunilla Olsson, de treinta y cinco años de edad, que probablemente fue asesinada el día 21 por la noche. Trabajaba como ceramista, le iba muy bien, y vivía sola en När, en una casa en el campo. No tenía hijos. Vamos a empezar con unas fotografías.

Apagaron las luces y corrieron las cortinas negras de las ventanas, de modo que se quedaron casi a oscuras. Pasaban las fotografías mientras Knutas hablaba. A la mayoría les costaba seguir mirando y apartaban la mirada con náuseas.

—Según el informe preliminar del forense, ha recibido mayor cantidad de golpes que las anteriores. Las lesiones incluso tienen un carácter distinto de las que presentaban las otras víctimas. En este caso, el asesino ha actuado de un modo todavía más salvaje. Descargó el hacha de forma bestial en todo el cuerpo; aún es pronto para determinar el modelo exacto de hacha que utilizó. No se trata de golpes limpios, algunos fueron muy profundos, y ninguno dirigido a los órganos sexuales. Nada apunta a que fuera violada. Lo mismo que a las otras víctimas, le metió las bragas en la boca. El arma empleada ha desaparecido, pero hemos encontrado algo en el lugar del crimen que puede pertenecer al asesino.

La foto del inhalador apareció en la pantalla.

—Esto es un inhalador para asmáticos —aclaró el comisario—. Apareció en el patio, fuera del taller de cerámica. La víctima no padecía asma, ni su amiga tampoco. Por supuesto, puede pertenecer a otra persona, algún vecino o algún conocido. Las indagaciones puerta por puerta en la zona están en marcha. En el inhalador se han encontrado huellas dactilares, que estamos analizando, para averiguar si coinciden con alguna huella del archivo de delincuentes. De momento, no se ha hallado nada más digno de mención en el lugar del crimen. En cuanto al pasado de la víctima, nació en Visby. Hace veinte años la familia se trasladó a Ljugarn. Los últimos diez años, Gunilla vivió en Hawai, concretamente en una isla del archipiélago que se llama Maui. Volvió a Suecia este año, en enero, y compró entonces la casa de När, es probable que con el dinero que heredó de sus padres a su fallecimiento. Los padres murieron en un accidente de tráfico hace seis años. Quizá lo recordéis, fue un accidente que se produjo a la salida de Lärbro, en el que un minibús colisionó con un coche y murieron cinco personas. Fue en invierno y en la carretera había hielo. Dos de las víctimas eran niños.

Se oyó un murmullo de los policías locales que corroboraban el dato.

—El caso es que los padres de Gunilla Olsson eran los ocupantes del coche. Se apellidaban Broström. Cuando cumplió la mayoría de edad, Gunilla adoptó el apellido Olsson, que era el de soltera de su abuela. Por lo visto no se llevaba bien con sus padres. ¿Alguna pregunta?

—¿Se sabe si fue asesinada en el taller? —preguntó Wittberg.

—Sí, todo apunta a que así fue.

—¿Se ha descubierto algo nuevo acerca de la relación entre las víctimas? —inquirió Norrby.

—¿Hay algo, Kihlgård? —preguntó Knutas, con una mirada desafiante a su colega.

—Humm. El grupo que estuvo en Estocolmo encontró detalles. Las dos habían vivido en Estocolmo. Frida, toda su vida y Helena, desde que tenía veinte años. Últimamente, las dos residían en el barrio de Södermalm, en realidad vivían muy cerca una de la otra. Helena Hillerström compartía un apartamento con su novio, Per Bergdal, en la calle Hornsgatan y Frida Lindh vivía con su familia en la calle Brännkyrkagatan. No tenían amigos comunes, pero sí tenían una cosa: las dos eran clientes de Friskis & Svettis. Tienen un gimnasio en Hornstull, que ambas frecuentaban. Helena Hillerström solía acudir los jueves y los sábados, mientras que Frida Lindh normalmente iba los lunes y los miércoles, incluso algún que otro sábado. Puede que se conocieran allí. Hemos hablado con el personal del gimnasio y les hemos mostrado fotos de las víctimas; han reconocido a las dos. Hemos interrogado a todos los monitores, hombres y mujeres. Por ahora no se ha detectado nada extraño. Ninguno tiene relación alguna con Gotland, como no sea que la mayoría ha estado aquí de vacaciones, claro.

—Pues no es gran cosa que digamos —comentó Sohlman con sequedad.

—No obstante, creemos que el asesino puede estar en Estocolmo y que en la capital es donde podemos encontrar alguna relación —prosiguió Kihlgård imperturbable—. Gunilla Olsson también fue varias veces a Estocolmo durante la primavera. Una tienda del casco antiguo, Gamla Stan, vendía sus piezas de cerámica.

—Admitamos la hipótesis de que el asesino viva en Estocolmo —intervino Karin Jacobsson—. Aun así, la cuestión es: ¿por qué mató a estas mujeres en Gotland?

—Sea por lo que fuere —respondió Knutas—, tenemos que indagar más al respecto. He pensado viajar mañana a Estocolmo. La policía nacional y la de Estocolmo ya están en ello, pero quiero ir allí personalmente. Al menos, un par de días. Propongo que Karin me acompañe.

—Conforme —asintió ella.

—Bien. Kihlgård, tú te quedarás aquí al frente mientras tanto. Alguien tiene que investigar lo que hicieron Jan Hagman y Kristian Nordström durante el fin de semana. ¿Se ha investigado su pasado y qué relaciones tienen en Estocolmo? Tenemos que profundizar en esas cuestiones. Inmediatamente. Norrby y Wittberg pueden ocuparse de eso. No me fío un pelo del tal Hagman. También quiero que vuelvan a investigarse las circunstancias que rodearon la muerte de su mujer. Ahí puede haber gato encerrado. Tendremos que trabajar veinticuatro horas al día. No podemos permitir que el asesino vuelva a actuar.

DOMINGO 24 DE JUNIO

A
l día siguiente, Knutas y Jacobsson salieron hacia Estocolmo. Tomaron un taxi desde el aeropuerto hasta la comisaría de Kungsholmen. El sol era abrasador, con casi treinta grados de temperatura. Cuando se acercaban a Norrtull, el tráfico se intensificó. El aire vibraba por el calor y la contaminación de los tubos de escape. A Knutas le impresionaba la increíble situación del tránsito cada vez que visitaba la capital. Aunque era un domingo de verano, los coches avanzaban a paso de tortuga.

Cruzaron el puente de Sankt Eriksbron, atravesaron la glorieta de Fridhemsplan colapsada por el tráfico y con innumerables semáforos en rojo, y giraron por la calle Hantverkargatan hacia la plaza de Kungsholmstorg.

Kungsholmen era imponente, siempre se lo había parecido. Con los edificios de Landstingshuset (la diputación provincial), Stadshuset (el ayuntamiento) y Rädhuset (la sede de los juzgados). Recordó que alguien le había contado que Rädhuset fue edificada por el arquitecto que quedó segundo en el concurso convocado para decidir quién iba a construir el ayuntamiento de Estocolmo, a principios del siglo XX. El ganador fue Ragnar Östberg, seguido de Carl Westman; en lugar del ayuntamiento, Westman pudo construir Rädhuset en la calle Scheelegatan. Al comisario, el edificio le parecía, por lo menos, tan elegante como el del ayuntamiento. Detrás se encontraba la comisaría central de la policía. Iban a mantener una reunión en las antiguas dependencias policiales, en un hermoso edificio amarillo rodeado por el verdor de un parque.

«Menuda diferencia, comparado con nuestra nave de chapa», pensó Knutas mientras subían resoplando la suntuosa escalinata de piedra, bajo un sol de justicia. Se había quitado la chaqueta y miraba con envidia las piernas desnudas de Karin. «¡Quién pudiera llevar falda!».

Las dependencias policiales estaban tranquilas un domingo de verano como aquél. No había sino algunas personas, pocas, trabajando en algunos despachos. Se notaba que habían comenzado las vacaciones.

Se reunieron en una sala con vistas al parque con el jefe de policía y un grupo de la policía nacional

Tras la reunión almorzaron en un agradable restaurante que se encontraba enfrente de la sede de los juzgados, Rådhuset. Luego, se desplazaron en coche junto con el comisario de la policía judicial, Kurt Fogestam, hasta la zona del barrio de Södermalm en que vivió Helena. El edificio estaba casi al final de la calle Hornsgatan, muy cerca del agua y de las antiguas piscinas de Liljeholmsbadet, unas piletas públicas flotantes, construidas sobre pontones dentro del lago. Amenazadas de cierre muchas veces, aún seguían allí.

En la esquina de las calles Hornsgatan y Långholmsgatan estaban los locales de Friskis & Svettis. «Así que aquí es donde venía a mantenerse en forma», pensó Knutas. Quizá encontró allí a su asesino.

E
l apartamento estaba en el último piso del edificio. Como no cabían todos en el angosto ascensor, Karin Jacobsson se ofreció a subir por la escalera, lo cual supuso un notable alivio para los orondos caballeros. El edificio estaba bastante deslucido. Detrás de una puerta sonaba música pop a todo volumen. Tras otra, las notas débiles de algún piano. «¿Qué hace esta gente en casa en un día tan maravilloso de verano como éste?», se preguntó Karin.

Per Bergdal, todavía de baja por enfermedad, les abrió la puerta tras un par de llamadas. Les costó reconocerle. Estaba bronceado y con muy buen aspecto. Los saludó serio.

—Adelante.

El apartamento contrastaba radicalmente con la cochambrosa entrada del edificio. Era amplio y luminoso, con los techos altos y un suelo de parquet que brillaba con la luz del sol. Desde la ventana, en diagonal, se podía ver el resplandor de las aguas de la bahía de Årstaviken. La cocina, amplia y moderna, estaba comunicada con el cuarto de estar. El frigorífico, el congelador y la campana extractora, de acero inoxidable. Las paredes estaban alicatadas con azulejos decorativos. «Soberbia coctelera», advirtió Knutas. Una barra alargada, con taburetes altos a ambos lados, separaba la cocina del cuarto de estar, amueblado con sillones de piel y una mesa cuyo tablero era un colorido mosaico. Un elegante equipo de música, de una marca exclusiva, ocupaba una de las paredes cortas. En la misma pared, encima, había una bella estantería de abedul repleta de CD. Desde luego, Per Bergdal tenía gustos caros.

—Voy a ir directamente al grano —empezó Knutas—. Como sabrás, ya han sido asesinadas tres mujeres en Gotland. En los tres casos, la actuación ha sido similar. Creemos que se trata del mismo asesino. Estamos aquí para buscar los puntos de contacto que pueda haber entre Helena y la segunda víctima, Frida Lindh. Frida Lindh vivió aquí, en Södermalm, concretamente en la calle Brännkyrkagatan, hasta hace un año, cuando ella y su familia se trasladaron a Visby. Su marido es de Gotland. Tanto Frida como Helena frecuentaban el local que Friskis & Svettis tiene aquí en Hornstull. Nos preguntamos si llegaron a conocerse allí. O si fue donde se encontraron con su asesino.

Knutas hizo una pausa y miró con atención a Per Bergdal. Parecía conmocionado.

—¿Quieres decir que el asesino está aquí, en Estocolmo?

—Sí, es una posibilidad. ¿Sabes a qué personas solía ver Helena cuando iba al gimnasio?

—Bueno… —respondió como dudando—. La mayoría de las veces iba con un par de amigas que viven aquí cerca. No sé si solía juntarse con otras. No recuerdo a nadie en especial. Sí que a veces hablaba de gente a la cual había visto. Gente con quien había hablado. De forma ocasional llegó a encontrarse con algún antiguo compañero de trabajo, pero nadie con quien empezara a relacionarse, no lo creo. Podéis preguntárselo a las amigas con las que hacía ejercicio. A lo mejor lo saben…

—Sí, eso haremos. ¿Habías oído antes de ahora el nombre de Frida Lindh?

—No.

—¿Ocurrió algo más antes de la muerte de Helena? Algo en lo que quizá hayas reparado después…

—Apenas he hecho otra cosa que pensar en Helena y en quién pudo haberla asesinado, pero no se me ocurre nada. Sólo quiero que lo detengáis. Para que esta horrible pesadilla se acabe de una vez.

—Hacemos todo lo que podemos —declaró Knutas.

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