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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (29 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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—Gracias, querido —le dijo escuetamente, y le dio un ligero abrazo.

K
nutas había pedido a Kihlgård que convocara a todos para una reunión en las dependencias policiales por la tarde, cuando Karin y él hubieran llegado de vuelta a Gotland. Abrió la reunión:

—Os comunico que hemos encontrado lo que creemos que es la ropa de las víctimas en una caseta en Nisseviken. Los técnicos la están analizando en estos momentos, antes de enviarla al Laboratorio Nacional de Ciencias Forenses. La caseta está acordonada y estamos tratando de averiguar quién es el dueño. Parece ser que estaba abandonada y que no se usó en muchos años. Los familiares de las víctimas están de camino hacia aquí, para identificar las prendas. El hallazgo demuestra que lo más probable es que el asesino esté aquí, en Gotland. Desde este momento vamos a concentrar nuestros esfuerzos de búsqueda aquí. Hasta nueva orden. ¿Tenemos alguna novedad?

—Nos han llegado hoy los resultados de las huellas dactilares que aparecían en el inhalador encontrado fuera de la casa de Gunilla Olsson —dijo Kihlgård—. No hay ninguna huella en el archivo de delincuentes que coincida con ellas. Hemos comprobado qué personas en el círculo de amistades de las víctimas padecen asma o molestias similares agudas de tipo alérgico. El resultado es que tanto Jan Hagman como Kristian Nordström son asmáticos. Sus inhaladores se compararán hoy con el que apareció en casa de Gunilla Olsson.

—Bien —dijo Knutas—. ¿Qué les habéis sacado en los interrogatorios?

—Por lo que se refiere al interrogatorio de Hagman, le preguntamos que por qué no comentó nada del aborto cuando estuvimos en su casa. Nos dio una explicación bastante razonable: no pensó que el aborto tuviese importancia para nosotros, y sus hijos no saben nada de su relación con Helena Hillerström, por eso no quería profundizar demasiado en ello. Cuando estuvimos allí, parecía sentir pánico de que el hijo pudiera escuchar lo que decíamos.

—Lo comprendo —dijo Knutas—. Deberíamos haberle pedido que viniese aquí, en vez de interrogarle en su casa. ¿Y con Nordström?

—Pues salta a la vista que es incomprensible que todo el tiempo haya negado haber mantenido una relación con Helena y lo volvió a negar. Cuando le dijimos que teníamos las cartas, se vino abajo y lo reconoció inmediatamente. Sin embargo, no pudo explicar por qué lo había negado antes. Sólo dijo que no quería parecer sospechoso.

—¿Qué más?

—Los testigos han declarado que habían visto a un hombre desconocido en casa de Gunilla Olsson las últimas semanas. Se le vio entrar en la casa o salir de ella tanto por la mañana como por la tarde, por lo que no parece inverosímil que se tratase de un amigo —continuó Kihlgård—. Los testigos lo han descrito como un tipo alto, de aspecto agradable y de la misma edad que ella.

—¿Les habéis mostrado a los testigos alguna fotografía? ¿Por ejemplo, de Kristian Nordström o dejan Hagman?

—No, no lo hemos hecho —admitió Kihlgård algo azorado.

—¿Cómo es posible?

—Pues la verdad es que no lo sé. ¿Alguien lo sabe?

Kihlgård dirigió la pregunta a sus colegas.

—Hemos de reconocer que se nos ha pasado. Se nos ha ido el santo al cielo, sencillamente —admitió Wittberg.

—Pues ya podéis encargaros de enseñárselas. Inmediatamente después de la reunión —ordenó Knutas resuelto—. Bien, ¿qué hay de las coartadas de Nordström y de Hagman? —continuó—. ¿Se han comprobado otra vez?

—Sí —respondió Sohlman—, y parecen sólidas.

—¿Parecen?

—Hagman tiene a su hijo y un vecino de testigos. El vecino ha declarado que salieron juntos a vaciar las redes, cuando ocurrió el primer asesinato. Regresaron a las ocho de la mañana. Cuando mataron a Frida Lindh, Hagman tenía en casa a su hijo, que estaba de visita. Los dos aseguran que estaban durmiendo a la hora del crimen, puesto que fue por la noche. Y el día del último asesinato, se encontraba fuera pescando con el mismo vecino con el que vació las redes. Eso fue la víspera del solsticio. Luego estuvieron celebrándolo en casa del vecino y Hagman se quedó frito en el sofá.

—¿Y Nordström?

—Lo cierto es que no tiene coartada para el primer asesinato —continuó Sohlman—. Estuvo en la fiesta en casa de Helena Hillerström casi hasta las tres de la madrugada. Luego compartió un taxi hasta Visby con Beata y John Dunmar, y después continuó hasta su casa, adonde llegó poco antes de las cuatro. Vive en Brissund. El taxista ha declarado que se apeó del taxi al llegar a su casa y que estaba bastante borracho. Que luego recorriese los sesenta kilómetros que hay de vuelta hasta la casa de los Hillerström, esperara en la playa y se cargase a Helena, parece como mínimo inverosímil. Además, viajó a Copenhague ese mismo día. Tomó un avión de Visby a Estocolmo por la tarde. Y cuando se cometieron los otros dos asesinatos, ni siquiera se encontraba en Gotland. Cuando el de Frida Lindh estaba en París y en el de Gunilla Olsson, en Estocolmo. Ninguna de las personas que estuvieron en Munkkällaren la noche en que Frida fue asesinada vio a Kristian Nordström allí. Si le hubiesen visto, le habrían reconocido. Pudo haberla esperado en el camino de vuelta a casa, es una posibilidad. Por otro lado, el hombre que estuvo hablando con Frida Lindh en el bar todavía no se ha dado a conocer. Y eso lo convierte en sumamente sospechoso. Es sueco, con lo que tiene que haberse enterado de nuestras peticiones para que se ponga en contacto con la policía.

—Bueno, puede haber otras razones para que no se ponga en contacto con nosotros. Es posible que tenga algún otro asunto que ocultar—opinó Karin Jacobsson.

—Sí, claro, también puede ser eso —admitió Sohlman.

—La señora que vendía la cerámica de Gunilla dice que vio a un hombre de unos treinta y cinco años en su casa, que era un tipo alto y bien parecido —explicó el comisario—. Se presentó como Henrik. No tenía acento de Gotland, sino que sonaba como si fuera de Estocolmo. Según las amigas de Frida Lindh, el hombre con quien estuvo en Munkkällaren se llamaba Henrik. El camarero ha afirmado que el hombre con el que ella estaba en el bar hablaba con el acento de Estocolmo. Claro que eso no quiere decir que no sea de aquí. Puede tratarse de una persona de Gotland que se fue a vivir a Estocolmo hace mucho tiempo. O tal vez uno de sus padres sea peninsular y eso haga que no hable con el acento de Gotland, o que evite hacerlo con este acento para no ser reconocido. Por supuesto, cabe también la posibilidad de que sea un peninsular que conozca bien la isla y se encuentre aquí en estos momentos. Yo me inclino más a pensar que a quien buscamos es alguien de aquí. Sí, empezaremos por este supuesto. ¿Qué sabemos del asesino? Que puede que se llame Henrik. Que es alto, que calza un 45. Que tiene entre treinta y treinta y cinco años y padece asma. Somos menos de sesenta mil habitantes en la isla. No puede haber tantas personas que coincidan con esa descripción. Además, ahora tenemos tal número de descripciones de los testigos acerca de ese hombre que debe ser factible hacer un retrato robot. Tal vez sea el momento de hacerlo.

—No lo creo oportuno —rechazó Kihlgård—. Eso no hará sino crear pánico.

Varios de los presentes asintieron con un murmullo.

—¿Alguien tiene alguna propuesta mejor? —preguntó Knutas abriendo los brazos—. Todo apunta a que el culpable está en la isla. Un asesino en serie, que puede volver a actuar en cualquier momento. Hemos localizado la ropa, pero ¿qué más tenemos? No hemos encontrado ninguna conexión entre las víctimas que parezca relevante para la investigación. No hay testigos de ningún asesinato. Ha actuado cuando las víctimas estaban solas y no había nadie cerca. En todas las ocasiones se ha esfumado como un fantasma. Nadie ha oído nada, nadie ha visto nada. Al mismo tiempo, un montón de personas tiene que haberlo visto. Joder, que se ha movido por toda la isla: Fröjel, Visby, När, Nisseviken. Ha estado en bares, en playas, dando vueltas por la ciudad y por När. Un retrato robot puede ofrecernos la posibilidad de detenerlo enseguida.

—Parece la única solución —dijo Sohlman dándole la razón—. Tenemos que hacer algo radical. Puede volver a matar en cualquier momento. Además, no ha pasado más que una semana entre los dos últimos asesinatos. Ahora, a lo mejor, no deja pasar más que unos días antes de actuar de nuevo. El tiempo se nos escapa.

—Eso es una absoluta gilipollez —tronó Kihlgård—. ¿Qué pensáis que sucederá cuando la gente vea el retrato? Relacionarlo con cualquier persona que conozcan. Nos van a bloquear la centralita dando pistas. Se va a desatar la histeria, os lo aseguro. Y entonces, nosotros seremos los responsables. ¿Y de dónde vamos a sacar tiempo para hacer frente a eso? Estamos totalmente ocupados tratando de detener a ese loco.

—¿Qué datos tenemos para hacer un retrato robot? —objetó Karin—. Tenemos dos testigos que han visto a la persona que podría ser el asesino. La vendedora de la cerámica de Gunilla Olsson y la vecina que observó a un hombre cerca de su casa. Además, claro está, de las amigas de Frida Lindh, que vieron al hombre del bar. Aún no sabemos si es el asesino. No es más que una sospecha. ¿Coinciden las descripciones de los testigos? ¿Y qué pasa si se equivocan? Hay dos grandes riesgos con un retrato robot. Por un lado, cabe que los testigos no lo recuerden bien y que publiquemos un retrato que no tenga nada que ver con la realidad. Por otro, es posible que en realidad no hayan visto al asesino, sino a cualquier otra persona. A mí me parece un gran riesgo publicar un retrato robot. Me parece una tontería adoptar una medida tan drástica precisamente ahora.

—¡Drástica! —repitió Knutas con sarcasmo—. ¿Te parece extraño que se tomen medidas drásticas en esta situación? Tenemos tres asesinatos sobre la mesa y una isla entera paralizada por el miedo, mujeres que no se atreven a poner el pie en la calle en pleno verano y, en general, a toda Suecia pendiente de nosotros. ¡Pronto llamará hasta el primer ministro! Tenemos que resolver este caso, ya. Quiero detener al asesino en una semana. Cueste lo que cueste. Vamos a llamar a un dibujante inmediatamente, que empiece a hacer un retrato robot. Lo daremos a conocer tan pronto como sea posible. Además, quiero que Hagman y Nordström sean traídos aquí inmediatamente, para interrogarlos de nuevo. Y quiero interrogar personalmente a todos los que asistieron a la fiesta en casa de los Hillerström. A todos y cada unos de ellos, lo mismo que a las amigas de Frida Lindh. ¿Qué hay de la investigación del pasado de las víctimas? ¿Hay algo interesante?

Björn Hansson, de la policía nacional, contestó.

—Estamos trabajando a marchas forzadas en ello. Helena Hillerström se fue a vivir a Estocolmo cuando tenía veinte años y todo parece indicar que no conoció a Frida Lindh. Helena Hillerström y Gunilla Olsson estudiaron el último ciclo de la escuela básica y el bachillerato en centros distintos y parece que no tenían las mismas aficiones. Entre Gunilla y Frida no hemos conseguido encontrar ninguna conexión. Frida Lindh vivía, como sabéis, en Estocolmo. Su verdadero nombre era Anni-Frid y el apellido de soltera, Persson. Estas cosas llevan mucho tiempo. Y no es nada fácil, ahora que estamos en verano. Todo el mundo está de vacaciones.

—Sí, sí —dijo Knutas impaciente—. Sigue con ello y aumenta el ritmo al máximo. No hay tiempo que perder.

T
ras la reunión, Knutas se encerró en su despacho. Estaba cabreado. Con todo y con todos. Se sentó ante el escritorio. Tenía la camisa pegada al cuerpo. En ella se extendían grandes manchas de sudor. Le asqueaba sentirse sucio. El calor, tan esperado, ya estaba empezando a hacérsele difícil de soportar. No podía pensar. Era casi imposible concentrarse. Lo que más le apetecía era irse a casa, darse una larga ducha refrescante y beberse un par de litros de agua con hielo. Se levantó y bajó las persianas. En la comisaría no tenían aire acondicionado. Consideraban que costaba demasiado caro instalarlo, dado que lo necesitaban tan pocos días al año. Tenía sus esperanzas puestas en las obras de reforma que iban a realizarse en otoño; era de suponer que tendrían el sentido común de instalar entonces el aire. «Joder, para resolver estos asesinatos tan complicados, tendré que poder concentrarme», pensó Knutas irritado. El hallazgo de la ropa era de todos modos un paso adelante. Iría a inspeccionar la caseta más tarde. En aquel momento, lo mejor era dejar trabajar tranquilos a los técnicos en aquel lugar. Empezó a ojear las carpetas que contenían las transcripciones de los interrogatorios. Tres carpetas: una para Helena Hillerström, otra para Frida Lindh y otra más reciente para Gunilla Olsson. Tenía la desagradable impresión de que las cosas se le habían ido de las manos en aquella investigación. Al menos, eso le había demostrado su viaje a Estocolmo, con el interrogatorio de los padres de Helena Hillerström y el aborto al que nadie se había referido antes. ¿Cómo se habían realizado los otros interrogatorios? Decidió repasar todas las actas de los interrogatorios una vez más. Las de los padres de las víctimas, en primer lugar.

Gunilla Olsson era huérfana, y a su hermano aún no lo habían localizado. Abrió la carpeta de Frida Lindh. Gösta y Majvor Persson. Calle Gullvivegränd 38, en Jakobsberg. Tenía pensado ir a verlos durante su visita a Estocolmo, pero el hallazgo de la ropa se lo impidió. Empezó a leer. El interrogatorio parecía en regla, pero Knutas quería de todas formas hablar con los padres.

Descolgaron el auricular al cuarto tono. Se oyó una voz femenina débil al otro lado del auricular.

—Persson.

Knutas se presentó.

—Será mejor que hables con mi marido —dijo la mujer con voz aún más débil, casi inaudible—. Está fuera en el jardín. Espera un momento.

Enseguida oyó al marido:

—Sí, diga.

—Soy el comisario de la policía judicial de Visby, Anders Knutas. Me encargo de la investigación del asesinato de vuestra hija. Sé que la policía ya os ha interrogado, pero me gustaría haceros algunas preguntas más.

—Bien…

—¿Cuándo visteis a vuestra hija por última vez?

Una pequeña pausa. El hombre respondió con la voz apagada.

—Fue hace ya mucho tiempo. No nos veíamos muy a menudo, por desgracia. La relación pudo haber sido mejor. Nos vimos cuando se mudaron. Los niños querían despedirse. Ésa fue la última vez.

Hubo otra pausa, un poco más larga. Luego volvió a oír su voz.

—Pero yo hablé con ella por teléfono la semana pasada, cuando Linnea cumplió cinco años. Bueno, al menos quería hablar con los nietos el día de su cumpleaños.

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