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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (18 page)

BOOK: Niebla roja
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—Entiendo por qué ni el FBI ni el fiscal no se mostraron muy interesados en los detalles del sistema de alarma —comento.

—Tengo curiosidad por saber por qué estás interesada en estos detalles.

Jaime coge la copa.

—Un intruso que sabe si la alarma está conectada nos dice algo de esa persona. —Profundizo como Jaime sabía que lo haría—. ¿Por casualidad sabes si el teclado era visible desde el exterior de la puerta? ¿Un intruso podría haber mirado a través del cristal y ver que la alarma estaba conectada o no?

—No es fácil decirlo observando las fotografías. Pero creo que es posible que alguien mirara a través del cristal y viese si la luz en el teclado era verde o roja, lo que le indicaba el estado de la alarma.

—Estos detalles son importantes —explico—. Nos dicen algo acerca de la mentalidad del asesino. ¿Escogió al azar la casa de los Jordan? ¿Fue una cuestión de suerte? ¿Alguien rompió el cristal de la puerta de la cocina y la abrió, con la idea de que si se disparaba una alarma, echaría a correr como un loco? ¿Esta persona tenía razones para saber que había una buena probabilidad de que la alarma no estuviera conectada? ¿La persona pudo ver que no estaba conectada? ¿Supongo que la casa de los Jordan todavía existe?

—La cocina ha sido remodelada. No estoy segura de qué más, pero hay una dependencia anexa en la parte de atrás que no solía estar allí. La puerta de la cocina original ha desaparecido y se ha sustituido por una puerta maciza. La compañía de seguridad contratada por el propietario actual es Southern Alarm. Hay carteles en la propiedad y pegatinas en las ventanas.

—No lo dudo.

—No hemos encontrado nada que pueda indicarnos qué ocurrió con el sistema de alarma de los Jordan, excepto que la empresa era Coastal Security.

—Nunca he oído hablar de ella.

—Una pequeña compañía local, especializada en instalaciones de edificios históricos, cuya principal prioridad era no dañar la carpintería original, ese tipo de cosas. —Jaime bebe otro sorbo de su copa—. Se fue a la quiebra hace varios años cuando la economía se derrumbó y los valores inmobiliarios se fueron por el retrete, en especial los caserones antiguos. Muchas de estas mansiones son ahora condominios y oficinas.

—Esto es lo que descubrió Marino.

—Me pregunto por qué es importante quién lo averiguó.

—Porque él es un investigador experimentado y minucioso.

La información que obtiene por regla general es fiable.

Me observa como si lo que acabo de decir no fuera cierto. Está comprobando si estoy celosa. Espera que esté disgustada porque Marino está aquí por ella y planea renunciar a su cargo a tiempo completo en el CFC. Quizás experimenta una satisfacción secreta por robarme a Marino, pero no son celos lo que siento. Estoy descontenta por la influencia que ejerce sobre él y no por ninguna otra razón que ella pueda imaginar. Yo no confío en ella por el bienestar de Marino ni el bienestar de nadie.

—¿Preguntaste a Colin Dengate si sabía algo sobre el sistema de alarma? ¿Le preguntaste si quizás había oído a los investigadores hablar de por qué la alarma no estaba conectada?

—Cualquier tema relacionado con la investigación policial no lo comparte conmigo —dice—. Me remite a la fuente, que es lo correcto, pero no ayuda. Y hemos de ser sinceras, ni siquiera muestra voluntad de cooperar. Se le permite hablar y expresar sus opiniones pero decide no hacerlo conmigo.

—¿Habla con Marino?

—No quiero que Marino hable con él. No sería apropiado.

Colin debe hablar conmigo. O contigo.

Opino que es un error. Marino es el tipo de poli que no se anda con chiquitas y va al grano; con él, Colin Dengate se sentiría muy cómodo.

—¿Qué clase de médico era Clarence Jordan? —pregunto, como si lo que le sucedió se hubiera convertido en mi responsabilidad.

—Un médico de familia con un consultorio de mucho prestigio en la avenida Washington. No puedes asesinar a alguien como Clarence Jordan y no matar a su esposa. —Los ojos de Jaime me miran fijamente mientras habla y bebe—. Por supuesto no matas a sus preciosos hijos mellizos. La gente no querrá aceptar que Lola es inocente. Por aquí, ella es Jack el Destripador.

—Tu método para invitarme a que te ayude como experta no es exactamente la manera a la que estoy acostumbrada —acabo por decir.

—Aquí hay en marcha más de un caso. Al conseguir que vinieses, nos beneficiamos las dos.

—No estoy segura de verlo tan claro. Lo que veo es que sabes cómo utilizar a Marino. O, mejor dicho, todavía sabes cómo hacerlo —comento.

—Eres una persona de interés en una investigación federal, Kay. Yo no banalizaría este hecho.

—También es por la forma y tú lo sabes mejor que la mayoría —le digo—. A la luz de lo que soy y sobre todo por mi afiliación al Departamento de Defensa, toda alegación debe ser investigada. Si me acusan de ser el conejo de Pascua, tienen que comprobarlo.

—No te gustaría verte en las noticias acusada de nada en absoluto. Desde luego, no acusada de atacar a una persona y mutilarla. No sería agradable despertar y encontrarte con ese titular.

—Espero que no me estés amenazando. Porque el comentario suena como el que podría hacer un abogado defensor —afirmo.

—Dios mío, no. ¿Por qué iba a amenazarte?

—Creo que es obvio: porque podrías.

—Por supuesto que no te estoy amenazando. De hecho, estoy en posición de ayudarte. Podría ser la única persona en condiciones de hacerlo.

No sé de qué habla. No veo cómo Jaime Berger me puede ayudar, pero no se lo pregunto.

—Un montón de gente podría simpatizar con Dawn Kincaid —dice—. En mi opinión, podría ser mejor para ti si el caso de intento de asesinato no llega nunca a juicio.

—¿Para que pueda salirse con la suya? No veo cómo eso podría ser útil.

—¿Es importante el caso por el que la castiguen?

—La juzgarán por otros casos aparte del mío. Por homicidio.

Cuatro cargos. —Supongo que es a esto a lo que se refiere.

—Es una vergüenza que tenga un chivo expiatorio en Jack Fielding por los homicidios, los asesinatos de Mensa. —Mira pensativa a lo que queda de su whisky—. Culpar de esos crímenes sádicos a un hombre muerto que era un culturista, un experto forense inestable y agresivo, que participó en una serie de actividades que pueden ofender al miembro del jurado típico.

Guardo silencio.

—Si sucede lo peor y los casos de asesinato no van bien, te deja un tanto en el aire. Si Dawn se las arregla para culpar con éxito a Jack de los asesinatos, en mi opinión profesional, no tienes caso —dice Jaime, y ahora está hablando la fiscal—. Si los miembros del jurado creen que Jack fue el asesino, entonces parecerá que tú atacaste a una mujer inocente que casualmente apareció en tu propiedad para recuperar a su perro. Aunque solo sea eso, acabarás demandada y será caro y desagradable.

Ella es de nuevo la abogada de la defensa.

—No sería bueno si se cree que Jack era el asesino —admito.

—Lo que ayudaría a su caso es una bala de plata, ¿no te parece?

Me sonríe como si la nuestra fuera una conversación agradable.

—Sí. Siempre esperamos balas de plata. No estoy segura de que existan más allá del folclore.

—Pues resulta que pueden existir —dice Jaime—. Y da la casualidad de que tenemos una.

13

Ella me hace saber con alegría y confianza que los resultados de los nuevos análisis de ADN realizados con las pruebas vinculan a Dawn Kincaid con los asesinatos de los Jordan.

—Los hisopos y las muestras tomadas en la casa de los Jordan, incluida la sangre del mango de un cuchillo, las muestras que el laboratorio devolvió como desconocidas en el momento de los asesinatos dan una coincidencia —explica Jaime mientras yo consulto mi iPhone para ver los mensajes y negarle la reacción que espera de mí.

Gratitud. Alivio. ¿Qué puedo hacer para darte las gracias, Jaime? Todo lo que quieras. No tienes más que decirlo.

—Dawn Kincaid estuvo allí —continúa Jaime, como si no pudiese haber ninguna duda—. Estaba dentro de la casa de los Jordan en el momento de los asesinatos. Ella dejó vello púbico y orina en el inodoro. Dejó células de la piel y la sangre debajo de las uñas de Brenda, de cinco años de edad; Brenda, que al parecer la arañó como un demonio.

Me concede un momento para que sienta el peso de lo que acaba de decir, con una pausa de efecto mientras pienso en otra cosa del todo diferente.

«¿Estás bien? ¿Dónde estás?» Benton me acaba de enviar un mensaje de texto.« ¿Quién o qué diablos es Anna Copper LLC?»

—Creo que puedo entender tu interés por Kathleen Lawler —le digo a Jaime, y respondo a Benton con un signo de interrogación.

No sé lo que quiere decir. Nunca he oído hablar de Anna Copper LLC.

—Estoy segura de que Kathleen espera que haya un acuerdo si coopera contigo —añado—. Tal vez tú puedas conseguirle una reducción de condena o influenciar en la junta de perdón.

—Ha sido muy colaboradora —responde Jaime—. Y sí, ella quiere recuperar su vida. Haría casi cualquier cosa.

—¿Sabe lo del ADN? ¿Que los resultados de las nuevas pruebas indican que es su hija biológica?

—No.

—¿Cómo puedes estar tan segura? Tengo la sensación de que la GPFW está muy interesada en todo lo que se dice y hace allí.

—He tenido mucho cuidado.

—¿Lola Daggette presentaba heridas cuando la policía la arrestó poco después de los asesinatos? —pregunto—. ¿La examinaron para ver si tenía lesiones? ¿Abrasiones, contusiones o rasguños? ¿Se le practicó un examen físico forense?

—No, que yo sepa. Pero no había lesiones evidentes y eso tendría que haber sido una pista —opina Jaime, y tiene razón—. No había duda de que Brenda luchó con su atacante y arañó a esa persona lo suficiente para hacerle sangrar. Por lo que debería haber sido un problema para la policía que Lola no tuviese rasguños.

—Si no tenía heridas, entonces tendría que haber sido una pista —admito—. Si el ADN de la prueba biológica recuperada de debajo de las uñas de Brenda no coincidía con el ADN de Lola, tendría que haber sido otra pista. Una pista muy grande y un problema muy grande.

—Así es. Debería haber sugerido que Lola no lo hizo.

—O que no lo hizo sola.

—Es lo que llaman tener la mente tan cerrada como una bóveda de acero —dice Jaime—. La gente de por aquí quería ver resueltos estos asesinatos. Necesitaban que estuviesen resueltos para su propia paz y seguridad y sentir que el orden y la cordura habían sido restaurados en su pequeña y encantadora ciudad.

—Por desgracia, sucede. Sobre todo en casos muy emocionales y prominentes.

—Fue Dawn quien mató a la familia Jordan, sufrió rascadas y rasguños, se preparó un sándwich y utilizo el baño de la planta baja —resume Jaime—. Por una de esas ironías, la razón por la que lo sé a ciencia cierta se debe a lo que te ocurrió a ti en Massachusetts. El perfil del ADN de Dawn se introdujo en el CODIS después de su arresto por intentar asesinarte, y ordené que hiciesen análisis nuevos del ADN de la escena del crimen de los Jordan y los entramos en el CODIS, tuvimos una coincidencia. Fue una conmoción. Algo impresionante.

—Quizá no una conmoción. —Me niego a reconocérselo—. Kathleen Lawler manifestó que Dawn podría haber estado en Savannah, cuando los asesinatos de los Jordan. Enero de 2002, me dijo cuando hoy hablé con ella. Se supone que era la primera vez que ellas dos se encontraban. ¿Crees que Kathleen podría tener alguna idea de lo que hizo su hija?

—No me lo puedo imaginar. ¿Por qué confesaría Dawn tal cosa, a menos que tuviese la esperanza de que la detuviesen? —responde Jaime—. Este es un avance tremendo en más de un caso.

Es un hecho demostrado que Dawn Kincaid estaba aquí en Savannah. Tenía que estar. No importa si ella continúa mintiendo sobre lo que pasó en tu casa el diez de febrero. Si tenía alguna credibilidad, está a punto de desaparecer.

—Por lo tanto, tendría que estar motivada por partida doble a ayudarte en tu caso.

—Justicia, Kay. En más de un frente.

—¿Cuándo recibiste los resultados del ADN?

—Hace, aproximadamente, un mes.

—No hay noticias al respecto en lo que se refiere a mi caso o que yo sepa —comento—. No he oído ni una palabra. Pero eso no significa que otras personas no lo sepan.

—Ni Dawn ni su abogado saben que su ADN ha sido relacionado con el caso de los Jordan, los homicidios múltiples cometidos hace nueve años —manifiesta Jaime con una confianza que no comparto.

—¿Qué laboratorio has utilizado? —pregunto.

—Dos diferentes e independientes en Atlanta y Fairfield, Ohio.

—Y nadie lo sabe —digo con escepticismo—. El FBI, ¿no lo sabe? Supongo que el fiscal general de Georgia permitió la repetición de las pruebas.

—Sí.

—¿El fiscal general no conoce los resultados?

—Él y otras personas clave comprenden la importancia de no dar información hasta que el caso esté preparado. Todavía estoy en las primeras etapas.

—Una de las mayores amenazas para cualquier investigación son las filtraciones.

Le recuerdo un hecho que habría sido obvio para ella no hace mucho tiempo.

Está tan pagada de sí misma. O tal vez esté desesperada.

—Me parece que, en este caso particular, el nivel de amenaza de filtraciones será muy alto —agrego—. De hecho, extraordinariamente alto. Hay mucha gente con un interés personal en el caso de los Jordan, incluidas personas de mucho peso en el gobierno del estado de Georgia, que podrían sentirse avergonzadas porque una abogada de Nueva York venga aquí y descubra que uno de los casos de asesinato más notorios ha sido mal manejado y una adolescente fue condenada a muerte por un crimen que no cometió.

—No he nacido ayer.

—No, pero quizás estás siendo idealista. Es comprensible que estés excitada por este caso, pero no sería de mucha ayuda para ti si no te digo que es poco probable que estés volando debajo del radar o actuando bajo un manto secreto.

Tengo a Tara Grimm en mi mente y me pregunto si sabe los resultados de las pruebas nuevas.

Ella sabe que ordenaron análisis nuevos. ¿Quién se lo dijo?

—Así que estás dispuesta a ayudarme. Estoy encantada de escucharlo —dice Jaime, pero no parece encantada.

Se la ve cansada y atormentada, con los ojos somnolientos y no brillantes como los recuerdo de tiempos pasados. Parece incómoda con su cuerpo, cambia constantemente su postura en el sofá, mete los pies debajo de las nalgas y otra vez los apoya en el suelo. Inquieta, nerviosa y bebiendo demasiado.

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