Read Niebla roja Online

Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (39 page)

BOOK: Niebla roja
8.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La lluvia golpea el tejado del edificio, y el sonido es como si lo golpeasen canicas, y los relámpagos brillan por encima del perfil urbano bajo las casas, los edificios históricos y los árboles. Los truenos resuenan como un tambor o el fuego de artillería de una guerra lejana, y corta y desgarra el aire, y yo sé lo que haría si estuviera en Cambridge, a mil seiscientos kilómetros de aquí.

Mandaría que el camión, nuestra unidad móvil de autopsias, viniese a Savannah ahora mismo. Pero la distancia hace que el plan sea impracticable, si no imposible, porque Colin Dengate no va a esperar dos días para hacer la autopsia, y no tiene por qué. No queremos esperar. No debemos esperar. Necesitamos suero. Necesitamos muestras de tejido. Necesitamos el contenido gástrico. Por supuesto, está el Centro para el Control de Enfermedades, CDC, en la vecina Atlanta, pero Colin tampoco va a esperar a su camión, y nosotros hemos estado expuestos y estamos bien. Hay todo un grupo de personas que han sido expuestas y parecen estar bien. Yo estuve dentro de la celda de Kathleen Lawler. La toqué, respiré el aire y olí lo que estaba en su lavabo, y he estado expuesta a la sangre y al contenido gástrico, a su interior y exterior. No me siento enferma. Marino, Colin y Chang tampoco. No hay ninguna señal de advertencia de que podamos correr riesgos.

Lo que sea que mató a Kathleen o Jaime o envenenó a Dawn Kincaid, suponiendo que sea la misma toxina, funciona con relativa rapidez. Interrumpe la digestión e interfiere con la respiración. Pienso en algo que paraliza. En la comida o la bebida. Recuerdo el aspecto de Jaime antes de que la dejase alrededor de la una de la madrugada. Le pesaban los párpados. Arrastraba las palabras y le costaba hablar. Sus pupilas estaban dilatadas. Supuse que estaba ebria y somnolienta, pero el antiácido en la cocina sugiere que tenía molestias en el estómago, y es la misma queja que tuvo Kathleen, si la mujer en la celda de enfrente decía la verdad.

—Trabajan todas las escenas del crimen desde que están participando en los cursos de aquella academia forense en Knoxville, donde está la Body Farm —dice el agente Harley.

Él habla y yo apenas le oigo mientras sigo contemplando esta tormenta de última hora de la tarde, los árboles sacudidos por el viento, unos faros que brillan en Abercorn Street. A continuación, el Land Rover aparece a la vista.

—Todos los investigadores del GBI han estudiado allí, todos y cada uno de ellos, lo que significa que tenemos el personal mejor capacitado en escenas del crimen de casi todo Estados Unidos.

El agente Harley se ufana como si no tuviese sentimientos hacia el cuerpo en la cama, como si lo que ha ocurrido no fuera de una monstruosidad extraordinaria.

El agente T. J. Harley no conocía a Jaime Berger. No tiene ni la más remota idea de quién era o quiénes somos cualquiera de nosotros o de lo que somos el uno para el otro, y siento que algo cambia en mí mientras Colin aparca y apaga las luces. Siento una calma chicha, un distanciamiento, que me ocurre cuando algo es demasiado y, sin embargo, debo funcionar y, de hecho, debo hacerlo al más alto nivel. Yo sé lo que me toca, solo un tonto no lo sabría y meto las manos en los bolsillos de mis pantalones cargo mientras me imagino la silueta de Jaime pasando por detrás de las cortinas echadas en esta sala casi de madrugada.

Marino y yo estábamos sentados en su camioneta en la calle, y su sombra se movía adelante y atrás como si estuviera paseándose como una fiera enjaulada. Luego se desnudó. La ropa que llevaba cuando estábamos con ella está en una silla junto a la cómoda, como si la hubiese dejado caer o la hubiese tirado, como se hace cuando estás borracho, enojado, con prisas, o no te sientes bien. Se puso el albornoz marrón con el que moriría, y nos miraba desde una ventana en la sala de estar mientras nos marchábamos, y yo no lo sabía. No tenía ni idea de lo que había hecho ni del papel que me había tocado desempeñar.

26

Me aparto de la ventana, y la rígida posición antinatural de Jaime Berger continúa siendo la misma, colgada sobre el lado de la cama como una pintura de Dalí.

Su existencia biológica ha terminado, y la carne y la sangre han comenzado a descomponerse como una escenografía que se desmonta después de interpretar una obra que ha acabado. Se ha ido. Nada puede deshacer este hecho. Ahora hay que ocuparse del resto y es lo que yo sé hacer y estoy muy motivada para ayudar.

Sin embargo, hay complicaciones graves.

—No tocaré nada ni haré nada a menos que se me indique con toda claridad —le digo al agente Harley—. El doctor Dengate acaba de llegar, pero necesito que se quede donde está —le recuerdo—. Si entro en cualquier otra parte del apartamento, tiene que estar conmigo —le recuerdo una vez más—. Debo estar acompañada por usted o el investigador Chang y necesito que uno de ustedes esté en condiciones de jurarlo.

—Sí, señora.

Me mira como si estuviese muy seguro de lo que podría hacer que requiera vigilancia o un juramento.

—Yo estuve aquí anoche. No en esta habitación. Pero sí en este apartamento y lo más probable es que sea la última persona que la vio viva.

—Es lo que pasa con este tipo de trabajo. —Se apoya en el marco de la puerta, y se oye el sonido del cinturón de servicio que raspa contra la madera—. Nunca sabes con quién o qué te vas a encontrar. He estado antes en otras escenas y resultó que conocía a la víctima. No hace mucho tiempo un tipo se mató con su motocicleta y resultó ser alguien que había ido conmigo al instituto.

Fue algo un tanto siniestro.

Mi impulso es mover su cuerpo, taparla, acomodarla para que no esté doblada como una horquilla, con los brazos y la cabeza colgando en el borde de la cama. El rostro y el cuello muestran un color rojo púrpura intenso, una consecuencia de la sangre acumulada por la gravedad después de cesar la circulación, y sus labios están separados, los dientes superiores al descubierto, un ojo cerrado, el otro apenas entreabierto. La muerte ha hecho una burla de la belleza perfecta de Jaime Berger, la ha retorcido y distorsionado hasta convertirla en algo obsceno y grotesco, y no quiero que Lucy la vea, ni siquiera en una fotografía, y una vez más me fijo en la copa volcada y el cargador del teléfono vacío. Me arrodillo en el suelo para echar un vistazo y descubro el teléfono a un palmo debajo de la cama, como si Jaime hubiese tanteado para cogerlo y lo hubiera hecho caer de la mesita de noche. No lo recojo. No toco nada.

—Estuve en la sala de estar y en la cocina desde alrededor de las nueve de la noche hasta cerca de la una de la madrugada —informo al agente Harley—. Estuve en el lavabo de invitados una vez, no mucho antes de irme. Toqué muchas cosas mientras estaba aquí. Documentos. Objetos de la cocina. Me aseguraré de que el investigador Chang lo sepa.

—Así que usted vino desde Boston para reunirse con ella.

—No. Vine a Savannah por otra razón. Ella pidió verme cuando yo estaba aquí. —No voy a explicar nada más que eso, no a un agente uniformado, el primero en responder que no investigará este caso—. Tenemos una larga historia bastante compleja que estoy muy dispuesta a contar con detalle a quien sea que tenga que hablar cuando lleguemos a ese punto. Por el momento, solo necesito que esté cerca para tener un testigo de lo que hago o no hago aquí.

—Por supuesto. Puede esperar afuera si lo prefiere...

—Estoy en este apartamento y tengo la intención de ayudar si puedo —digo con firmeza.

En circunstancias normales ya me habría ido, pero me niego a considerar lo que algunos en mi profesión puedan ver como un acto de autopreservación. No hago caso de aquella parte de mí que insiste en que debería salir de aquí pitando. No debería comprometerme aún más. Ningún médico forense querría estar en mi lugar, pero si puedo ayudar a determinar lo que pasó con Jaime, me siento moralmente obligada, de hecho tengo que hacerlo. No se trata solo de ella. No puedo salvarla. Estoy preocupada por los demás.

Los homicidios con veneno son poco comunes y muy temidos porque no siempre hay una víctima determinada, y aun cuando la hay, podría no ser esa persona la que muere. A Barrie Lou Rivers al parecer no le importaba quién comía sus sándwiches de atún rociados con arsénico. Cualquier propósito cruel y fríamente calculado que tuviera la intención de manifestar no implicaba necesariamente un individuo específico, y la comida para llevar que vendía en su tienda podría haber terminado con cualquiera.

El veneno no deja huellas dactilares o ADN. Casi nunca tiene un tamaño o una forma, como una bala o un cuchillo y rara vez deja un rastro que se pueda medir como una herida. He trabajado solo en un puñado de envenenamientos homicidas en mi carrera y todos resultaron frustrantes y aterradores. Detener al agresor era una carrera contra el tiempo.

Chang está de vuelta y deja en el suelo del dormitorio la maleta de la escena del crimen. Me da los guantes como si fuéramos compañeros y yo me los pongo. Meto las manos en los bolsillos mientras se oyen pasos en el pasillo.

—El teléfono está debajo de la cama.

Indico dónde, y entonces entra Colin, vestido con ropa de calle, una camisa a cuadros y pantalón gris claro, la cazadora del GBI azul oscuro y las gafas salpicadas por la lluvia.

Carga con la misma maleta rígida que ha llevado hoy a la cárcel. La deja en el suelo y me pregunta:

—¿Qué tenemos?

—No hay lesiones evidentes, pero no la he examinado y no debería hacerlo. Parece que buscó a tientas el teléfono y quizá volcó la copa —respondo—. Creo que es whisky. Estaba bebiendo whisky cuando la dejé muy temprano esta mañana. El teléfono está debajo de la cama.

—¿Se sirvió ella misma el whisky?

Chang se inclina y levanta la colcha con una mano enguantada.

—Sí. Y el vino.

—Solo quiero saber de quién serán las huellas dactilares o el ADN que pueda haber en la copa.

—Ustedes ya no tienen que estar aquí —le dice Colin al agente Harley—. Gracias por su ayuda, pero cuanta menos gente haya por aquí, mejor, ¿de acuerdo? Ni que decir que no coman ni beban nada aquí, y cuidado con lo que tocan. Hemos tenido varias víctimas que es muy posible que estuviesen expuestas a algo y no sabemos qué es.

—¿Así que no cree que sean drogas? —pregunta el agente Harley—. No vi frascos de pastillas ni nada por el estilo, pero no abrí ningún armario ni los cajones. No he mirado porque he estado aquí con ella todo el tiempo. —Les hace saber que me ha mantenido vigilada—. Puedo mirar en el cuarto de baño, por ejemplo. Puedo mirar en el botiquín si lo desea.

—Como dije, no sé lo que es —responde Colin—. Podrían ser drogas. Podría haber algo más. Podría ser una maldita bala de hielo.

—¿No hay...?

—De verdad que no sabemos qué estamos buscando. —Colin observa la habitación—. Y cuantas menos personas, mejor.

—Las balas de hielo no existen.

—No con este calor —replica Colin.

—Podemos ocuparnos de esto desde aquí —le dice Chang al agente—, pero estaría muy bien si uno de ustedes o los dos se quedan fuera para mantener el perímetro de seguridad. No queremos que entre nadie más. Es difícil saber quién más podría tener llaves, por ejemplo.

—Cuando Marino y yo cenamos con ella anoche, hubo una entrega de sushi —comienzo a contarles a Colin y Chang desde mi posición cerca de la ventana, apartada del camino de las fotografías, apartada de Colin que abre su maleta rígida de la escena del crimen, mientras se prepara para examinar el cuerpo in situ—. Sería una muy buena idea comprobarlo con Fusion Sushi Savannah. Si te sientes incómodo con mi presencia aquí... —Me marcharé si eso es lo que quieren, independientemente de mi preferencia—. La razón es bastante evidente. Estuve con Kathleen Lawler ayer por la tarde, y esta mañana ha muerto. Estuve con Jaime anoche hasta la una de la madrugada, y ahora está muerta.

—Bueno, a menos que vayas a confesar algo —dice Colin mientras se pone los guantes—, no ha pasado por mi mente que tú seas la razón de esas muertes y estoy muy contento de que estés bien. Y que Sammy, Marino y yo lo estemos. En otras circunstancias hubiese sugerido, dado que tú la conocías y estuviste con ella anoche, que no es una buena idea que estés presente. Pero estás aquí. Puede que tengas observaciones útiles. Depende de ti marcharte si así te sientes más cómoda.

—Mi mayor preocupación es que haya otra víctima —contesto—. Sobre todo si estamos tratando con envenenamientos y creo que sabes qué es lo que me preocupa.

—A los dos.

—Usted puede ser la única en condiciones de decir si algo parece fuera de lugar —dice Chang—. Por lo tanto, sería de gran ayuda si me acompaña a echar una ojeada.

Hay un destello del flash y se oye el clic del obturador cuando fotografía el teléfono debajo de la cama.

La ayuda que quiere de mí es algo del todo distinta, y sé lo que está haciendo. Reconozco su enfoque, y sé que es el correcto.

Sammy Chang se ha ganado mi respeto con el paso del día y yo no lo subestimo, ni a él ni a lo que está considerando, y no le culpo.

De hecho, lo espero. Es un investigador sagaz, brillante, observador y muy cualificado, y su trabajo es ser objetivo e implacable, y no importa lo que pueda pensar de mí, sería una tontería por su parte no recabar hasta la más mínima información posible. Sería negligente si no me observara con cuidado y no tiene otra opción que no sea mirarme con suspicacia, incluso si no da ninguna pista al respecto en sus interacciones profesionales conmigo.

—Hasta el momento no veo ninguna indicación de que alguien que no sea Jaime haya estado aquí desde que Marino y yo estuvimos con ella —es mi primera observación.

—¿Había algo entre los dos? —pregunta Chang.

—¿Más allá del trabajo? No, no que yo sepa, y me costaría mucho imaginarlo. Se tomó dos semanas de descanso del CFC para venir aquí y ayudarla en el caso Jordan. Por lo que tengo entendido, trabajaba con ella en este apartamento.

—¿Qué me dice de antes? ¿Alguna vez mantuvieron algo más que una relación profesional?

—Es algo que me cuesta imaginar —repito mientras Colin coloca un termómetro digital en la mesilla de noche.

Manipula el brazo derecho rígido del cadáver hasta que consigue doblarlo y coloca un segundo termómetro en la axila.

—¿Por qué sería difícil para usted imaginarlo? —pregunta Chang y comienza el interrogatorio.

Yo podría detenerlo. Podría decir que no voy a tener esta conversación sin que esté presente mi abogado, Leonard Brazzo. Pero no lo haré.

BOOK: Niebla roja
8.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Pretty Little Liars by Sara Shepard
Deceived by Camilla Isles
Interim by S. Walden
Chains (The Club #8) by T. H. Snyder
Child of Mine by Beverly Lewis
Ashes to Flames by Gregory, Nichelle
The Aetherfae by Christopher Shields
City of Secrets by Mary Hoffman
Batman 5 - Batman Begins by Dennis O'Neil