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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (25 page)

BOOK: Niebla roja
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No estoy seguro de que hagan personas como las de antes.

Dejo a Marino en la sala de descanso, donde está tomando un café y flirteando con una toxicóloga llamada Suze, que lleva un tatuaje en su bíceps que representa un cráneo alado sonriendo. Colin quiere hablar conmigo a solas. Hasta ahora se ha mostrado amistoso a pesar de la razón por la que estoy aquí.

—¿Quieres un café, Vitaminwater? —Entramos en su despacho en una esquina del edificio, con vistas al muelle de carga que hay detrás, donde acaba de aparcar un camión grande—. El agua de coco es buena en este tiempo. Te aporta potasio y guardo unas cuantas botellas en mi nevera personal. También algunas aguas embotelladas contienen electrolitos y es útil con este calor. ¿Qué te gustaría? ¿Cualquier cosa?

Su acento de Georgia no es tan fuerte como el de la mayoría.

Para ser de esta parte del mundo habla deprisa y con mucha energía. Bebo de la botella de agua tibia que saqué de la nevera de hielo de Marino. Tal vez sean imaginaciones mías, pero huelo de nuevo el olor a pescado muerto.

—Ha pasado tiempo desde que me enfrenté con el verano de Florida o Charleston —comento—, y la camioneta de Marino no tiene aire acondicionado.

—No sé por qué vas vestida así a menos que quieras padecer hipertermia. —Observa mi atuendo negro—. Por lo general soy fiel a las prendas quirúrgicas. —Es lo que viste ahora, de algodón color crema de menta—. Son cómodas y frescas. No me pongo nada negro en esta época del año a menos que esté de mal humor.

—Es una larga historia y dudo que tengas tiempo para oírla.

En realidad, una botella de agua fría no me vendría mal.

—¿Una cosa sorprendente del aire acondicionado en los automóviles? —Abre la nevera pequeña detrás de su silla ergonómica, saca dos botellas de agua y me da una—. No todos en esta parte del mundo lo tienen. Mi Land Rover, por ejemplo. Un modelo de 1983 que he restaurado por completo desde que te vi la última vez. —Se sienta detrás de su escritorio abarrotado en un despacho donde hay mil y un objetos de recuerdo—. Suelo de aluminio nuevo, asientos nuevos, un baca nueva y el parabrisas.

Quité la tapicería del techo y lo pinté de negro. Lo que se te ocurra, pero no me molesté en poner aire acondicionado. Conducirlo me hace sentir como me sentía cuando era un joven, acabado de salir de la Facultad de Medicina. Las ventanillas bajadas a tope y sudando.

—Así te aseguras de que nadie quiera ir contigo.

—Un beneficio adicional.

Acerco la silla, los dos separados por una mesa de arce grande atestada con botes de cristal llenos de casquillos, vainas de latón de proyectiles de gran calibre manchadas, puestas de pie como cohetes, un cenicero del Servicio Secreto lleno de balines y botones de uniformes de la confederación, pequeños dinosaurios y naves espaciales de juguete, huesos de animales que sospecho que fueron tomados por humanos, un modelo del submarino CSS HL Hunley que desapareció de la rada exterior de Charleston durante la guerra civil y fue descubierto y reflotado hace poco más de una década. No podría empezar a catalogar o explicar todos los recuerdos excéntricos hacinados en todas las superficies, apretujados en las estanterías y colocados casi sin separación en las paredes, excepto que no tengo ninguna duda de que cada uno tiene su propia historia y un significado, y sospecho que algunos artículos podrían ser los juguetes de sus hijos cuando eran pequeños.

—Aquello de allí es una condecoración de la CIA.

Me pilla mirando a mi alrededor y señala una caja elegante con la medalla de oro que reproduce el sello de la agencia en la pared a mi izquierda. El artístico certificado que la acompaña cita una importante contribución a los esfuerzos de inteligencia de la CIA, pero no incluye el nombre del destinatario y ni tan siquiera una fecha.

—Hace unos cinco años —explica— trabajé en el caso de un accidente de aviación en un pantano de por aquí. Unos tipos de inteligencia, aunque no tenía ni idea hasta que de pronto se presentó la CIA y algunos de tus médicos forenses de las Fuerzas Armadas. Tenía que ver con la base de submarinos nucleares en King’s Bay y eso es todo lo que puedo decir libremente y, si sabes de qué te hablo, estoy seguro de que tampoco tienes libertad para decir nada. De todos modos, fue algo muy gordo, un asunto de espionaje, y pasado un tiempo me llamaron a Langley para la ceremonia de entrega. Déjame decirte que fue algo de locos. No sabía quiénes demonios eran, nunca me dijeron a título de qué me daban la medalla o qué demonios hice para merecerla, excepto mantenerme alejado y tener la boca cerrada.

Sus ojos verde avellana me observan con mucha atención mientras bebo otro sorbo de agua fría.

—No tengo muy claro por qué te has involucrado en los asesinatos de los Jordan, Kay. —Por fin ha llegado a por qué estoy sentada frente a él—. El otro día recibí una llamada de tu amiga Berger para decirme que vendrías para revisar los casos. Lo primero que pensé... —abre un cajón de la mesa— fue por qué no me llamabas tú misma. —Me ofrece una cajita de pastillas de olmo para la garganta—. ¿Las has probado alguna vez?

Cojo una porque tengo la boca y la garganta resecas.

—Lo mejor desde el pan en rebanadas si tienes que dar una charla o testificar. Populares entre los cantantes profesionales, que es como las conocí.

Recupera la cajita y se mete una pastilla en la boca.

—No te llamé, Colin, porque nadie me dijo que estaba previsto que te viese hasta ayer por la noche.

Hablo con la pastilla en la boca, que tiene una textura ligeramente áspera y el agradable sabor del olmo.

Frunce el entrecejo, como si lo que he dicho fuera imposible, y su silla cruje cuando se recuesta en ella, sin quitarme los ojos de encima, la pastilla es un pequeño bulto en el costado de la mejilla.

—Vine a Savannah porque tenía una cita en la prisión de mujeres de Georgia con una reclusa llamada Kathleen Lawler —añado y me pregunto por dónde empezar.

Él ya está asintiendo con la cabeza.

—Berger me lo dijo. Mencionó que ibas a venir para entrevistarte con una interna de la GPFW, que es una razón más para no entender por qué no me llamaste tú misma por lo menos para decirme hola y quizá qué tal si comemos juntos.

—Jaime te dijo que vendría —repito y me pregunto qué le ha dicho a él y a otros y cuánto de ello está sirviendo a sus propósitos—. Lamento no haberte llamado y proponerte que comamos juntos. Pero, de verdad, creía que sería cosa de llegar y marchar.

—Ha llamado bastantes veces —comenta de Jaime—. Todo el mundo en recepción sabe quién diablos es. —La pastilla se desliza de una mejilla a la otra como si fuese un animal pequeño que se le mueve dentro de la boca—. A que está bien, ¿eh? También es emoliente. Probé otras antes, más de las que puedo contar, que anunciaban ser emolientes, pero no. Estas funcionan, alivian de verdad las membranas mucosas. Sin sodio ni gluten. Sin conservantes y, lo más importante, no mentoladas. Ese es el término equivocado que circula por ahí. Que el mentol es la panacea para la garganta, cuando en realidad lo que hace es causar la pérdida temporal de las cuerdas vocales. —Saborea la pastilla, con la mirada puesta en el techo como si fuera un catador que degusta un Grand Cru—. He empezado a cantar en un cuarteto a capela —añade, como si eso lo explicase todo.

—En resumen, yo iba a estar en Savannah por muy poco tiempo por otra razón, y anoche me dijeron que Jaime había pedido cita para que me reuniese contigo en tu despacho. Deduzco que tu forma de cooperar no le satisface demasiado. Le comenté que eras un poco terco pero no un paleto.

—Bueno, yo soy un paleto —dice—. Pero creo que estoy entendiendo por qué no me llamaste y eso me hace sentir mejor porque me sentía un poco despreciado. Quizá es estúpido, pero así es cómo me sentía. Fue algo tan inesperado que me llamase ella y no tú. Aparte de cualquier cosa personal, creo que entiendo lo que está pasando más de lo que te imaginas. Jaime Berger es un poco histriónica y se ajusta a su guion que yo sea un médico forense intolerante y paleto, en Savannah, que la ignora, porque estoy decidido a que ejecuten a Lola Daggette. Ya sabes, mátalos a todos y deja que Dios los clasifique. Es como todo el mundo piensa al sur de la línea MasonDixon. Y al oeste también.

—Jaime dice que no saliste a saludarla cuando estuvo aquí. Que no le hiciste ni el más mínimo caso.

—¡Qué va! No la saludé porque estaba hablando por teléfono con una pobre mujer que no quería oír que la muerte de su marido era un suicidio. —Entorno los ojos y su voz suena más fuerte y más indignada—. Que su pistola no se disparó cuando estaba bebiendo cerveza y remendando sus trampas de cangrejo. Y solo porque él la abrazó y parecía estar con su buen humor habitual y le dijo que la amaba antes de salir aquella noche no significaba que no tuviese ideas suicidas, y lamenté profundamente que aquello que había escrito en el informe de la autopsia y el certificado de defunción significase que no cobraría el seguro de vida.

Estaba justo a mitad de camino de tener que decirle a alguien toda esta mierda cuando Berger apareció aquí vestida como si fuese Wall Street. Luego se quedó en mi maldito umbral mientras la mujer lloraba sin consuelo en el otro extremo y te aseguro que no iba a colgar para ofrecerle café a una abogada prepotente de Nueva York.

—Veo que no te ha caído en gracia —digo con ironía.

—Tengo los casos de los Jordan para ti, incluidas las fotografías de la escena del crimen, que creo que te resultarán útiles. Dejaré que los leas y saques tus propias impresiones y después estoy más que dispuesto a hablar de cualquier cosa que quieras.

—Existe la percepción de que estás convencido de que Lola Daggette cometió los asesinatos, y que lo hizo sola. Por lo que recuerdo de tu presentación de este caso durante la reunión de NAME en Los Ángeles, parecías muy firme en esa opinión.

—Estoy del lado de la verdad, Kay. Al igual que tú.

—Debo admitir que me resulta extraño que el ADN supuestamente de sangre y la piel que había en las uñas de Brenda Jordan no coincidiese con el de Lola Daggette. Y tampoco con ningún miembro de la familia. En otras palabras, un perfil de ADN desconocido.

—Supuestamente es la palabra operativa.

—Yo podría concluir, a partir del ADN, que es posible que más de un agresor o intruso estuviese involucrado —agrego.

—Yo no interpreto los informes de laboratorio ni decido lo que significan.

—Solo siento curiosidad por saber si tienes una opinión al respecto, Colin.

—Las manos de Brenda Jordan estaban demasiado bañadas en sangre —señala—. Sí, un perfil de ADN desconocido estaba relacionado con las muestras que tomé de debajo de las uñas cuando hice las autopsias, pero no sé lo que significa. Podría haber sido de una fuente no relacionada. Su propia sangre estaba debajo de las uñas. El ADN de su hermano estaba debajo de sus uñas.

—¿Su hermano?

—Estaba en la cama vecina y supongo que su sangre fue transferida al cuerpo de Brenda, a sus manos, cuando el asesino la atacó, con toda probabilidad después de asesinar primero a Josh. O quizás el asesino apuñaló a Brenda primero. Tal vez el asesino pensó que estaba muerta y comenzó con el hermano, y Brenda no estaba muerta y trató de escapar. No sé a ciencia cierta lo que sucedió y es probable que nunca lo sepamos. Como dije, no interpreto los informes de laboratorio o decido lo que quieren decir.

—Me siento obligada a insistir en que un donante desconocido de ADN en la escena tendría que haber llevado a la policía a considerar que podría haber estado involucrado más de un agresor.

—En primer lugar, la escena no era tan clara y muchas personas que no deberían haber estado allí acabaron en la casa.

—¿Estas personas que no deberían haber estado allí tocaron los cuerpos?

—Bueno, eso no, gracias a Dios. Los policías saben que no deben dejar que nadie se acerque a mis cadáveres porque si no las pasarán putas. Sin embargo, no se aceptó como una posibilidad que alguien más aparte de Lola Daggette estuviese involucrado.

—¿Por qué?

—Ella estaba en una casa de acogida por su carácter irado y sus problemas con las drogas. A las pocas horas de cometerse los asesinatos, la descubrieron lavando la ropa que estaba manchada con la sangre de los Jordan. Ella es de aquí. Recuerdo que se habló en su momento de que podría haber leído o escuchado algo acerca del doctor Jordan en las noticias y comprendió que tenía mucho dinero, era un médico de éxito de una antigua familia de Savannah que había hecho fortuna con el algodón. Su mansión estaba muy cerca de la casa de acogida, donde llevaba más de un mes cuando ocurrieron los asesinatos. Había tenido mucho tiempo para reunir información, incluso pudo averiguar que la familia no siempre se molestaba en conectar el sistema de alarma.

—Porque estaban hartos de tantas falsas alarmas.

—Los críos —dice—. Un gran problema con los sistemas de alarma es que los niños los activan por accidente.

—Lo que no parece ser nada más que una conjetura —señalo—. También es una conjetura que el robo no fuera el motivo.

—No hay pruebas, pero ¿quién sabe? Toda una familia muerta. Si faltaba algo, ¿quién lo va a decir?

—¿Saquearon la casa?

—No. Pero, de nuevo, si todo el mundo está muerto, ¿quién puede decir si buscaron o movieron algo?

—Por consiguiente, los resultados de ADN no te preocuparon en aquel momento. No pretendo seguir chinchándote con esto. Pero los resultados me molestan.

—Chincha todo lo que quieras. Solo hago mi trabajo. No va conmigo. El ADN estaba mezclado. Como bien sabes, no siempre es fácil decidir de qué muestra es el resultado. ¿El ADN desconocido era de la sangre, de las células de la piel o de otra cosa y cuándo se lo dejó? Podría ser de una fuente que no tiene nada que ver con el caso. Un huésped reciente en la casa. Alguien con quien Brenda había estado en contacto durante el día. Ya sabes lo que dicen. No pongas tu caso en el bolsillo de la bata. El ADN no significa una mierda si no sabes cómo llegó allí y cuándo. De hecho, mi teoría es que cuanto más preciso es el análisis menos significa.

Solo porque alguien respire en una habitación no significa que esa persona mató a alguien. Bueno, no me hagas hablar. No has venido hasta aquí para oírme filosofar y sonar como un ludista.

—Pero ninguno de los perfiles de ADN hallados en la escena del crimen o asociados con los cuerpos es de Lola Daggette.

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