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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (28 page)

BOOK: Niebla roja
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No, delante de Mandy O’Toole, que no da ninguna señal de que nos esté oyendo o de que esté interesada en lo que decimos mientras teclea en su BlackBerry con los auriculares puestos, al parecer escuchando música.

—Está desnuda en la ducha lavando la ropa —dice Marino—. Cualquiera diría que pudo dejar su ADN solo con eso. Ella lo toca todo. Y lo más probable es que su ADN ya estuviese en la ropa desde el principio, porque eran las prendas de calle que vestía cuando llegó por primera vez a Liberty House.

—Correcto. Así que no importa de dónde vino la ropa. Ella desde luego la había contaminado con su propio ADN cuando se le ordenó salir de la ducha —asiento—. Que su ADN se recuperara de su propia ropa no es necesariamente significativo. Ahora bien, si se hubiera recuperado el ADN de otro individuo, además del de Lola, hubiese sido otra historia —añado, y pienso en Dawn Kincaid que no voy a mencionar—. ¿Y si otro individuo hubiese vestido su ropa, y el ADN de esa persona se recuperó de los pantalones, el jersey y la sudadera dejados en el suelo del baño?

Tengo cuidado con lo que digo mientras sondeo para obtener información.

No voy a correr el riesgo de que Mandy O’Toole pueda oír alguna alusión a los nuevos resultados del ADN. De acuerdo con Jaime, Colin Dengate no lo sabe. Casi nadie lo sabe, y no entiendo cómo puede estar tan segura de que es así, a menos que sea lo que quiere creer y convertir su deseo en realidad. En mi opinión, ella debería haber presentado una moción para anular la sentencia de Lola hace semanas. Entonces se sabría la verdad y no habría nada que filtrar. Hubiera sido más seguro para el caso, pero no más seguro para Jaime. Ella no me hubiera engañado para que viniese a Savannah si yo hubiese conocido su nueva carrera y su gran caso aquí.

Anoche no andaba muy desencaminada cuando dudaba en ofrecerme voluntaria para ser su experta forense, si hubiera tenido tiempo de pensármelo, si me lo hubiese dicho a la cara en lugar de mentir y manipular para conseguir que esté sentada donde estoy en este mismo momento. Cuanto más reflexiono sobre todo lo que pasó, más segura estoy de que habría dicho que no. Yo la hubiera remitido a otra persona, pero no porque me hubiera preocupado por la respuesta de Colin a mi revisión de sus resultados y, posiblemente, por corregirlos. Me habría preocupado cómo iba a reaccionar Lucy. Habría sentido que cualquier cosa que hiciera con Jaime estaría manchada por un pasado desagradable y sería una mala idea por casi todos los motivos imaginables.

—Si alguien tomó prestada la ropa de Lola para cometer múltiples asesinatos, ¿por qué el ADN de esa persona no se recuperó de los pantalones, el jersey y la sudadera?

Esta es la forma de Marino de confirmar que ni el ADN de Dawn Kincaid, ni de cualquier otro individuo, se recuperó de la ropa de Lola.

—El lavado con agua caliente y jabón podría haber erradicado el ADN de otro donante, si estuviésemos hablando de las células de la piel y el sudor. Quizá no de la sangre, porque depende de la cantidad, y si se tratara de una cantidad pequeña, quizá por el rasguño de un niño, la sangre podría haber sido lavada en la ducha —reflexiono en voz alta—. Sobre todo a principios de 2002

cuando las pruebas no eran tan sensibles como hoy en día. ¿Alguien buscó en los zapatos de Lola Daggette?

—¿De qué zapatos hablas?

—Tenía que llevar zapatos. ¿Se los daban en Liberty House?

—No creo que les suministrasen los zapatos. Solo los tejanos y las blusas. Pero de verdad no lo sé —responde Marino mientras continúa observando a Mandy O’Toole, que no le está mirando—. Que yo sepa nadie dijo nada sobre los zapatos.

—Alguien debería haber buscado sangre en sus zapatos. No veo nada aquí que indique si Lola estaba limpiando un par de zapatos en la ducha. O la ropa interior, para el caso. Si la ropa se satura, la sangre empapa la ropa interior, las camisetas, los sostenes, las medias. Pero ella estaba lavando solo los tejanos, el suéter y la sudadera.

—Tú y los zapatos —exclama Marino.

—Porque son realmente importantes.

Los zapatos siempre están dispuestos a decirme dónde estaban los pies de una persona en el momento de un episodio terminal. En la escena del crimen. En el pedal del freno o el acelerador.

En una ventana polvorienta o en un balcón antes de que la persona saltara o fuera empujada o cayera. En el cuerpo de una víctima que fue pisoteada o le dieron puntapiés, o en un caso que tuve, en el cemento fresco, cuando un asesino huyó de la escena a través de una obra en construcción. Zapatos, botas, sandalias, cualquier tipo de calzado tiene un patrón de suela y talla único que deja huella, recoge pruebas y se las lleva.

—Quien mató a los Jordan hubo de tener sangre en sus zapatos —digo—. Aunque solo fueran trazas, algo tenía que haber.

—Como te he dicho, no he oído nada de los zapatos.

—A menos que Colin los tenga en el laboratorio, almacenados con las demás pruebas, ahora es demasiado tarde —opino mientras miro las fotografías incluidas en la apelación de Lola Daggette para pedir clemencia el otoño pasado.

Las primeras páginas son retratos e instantáneas que tienen toda la intención de humanizar a las víctimas y predisponer al gobernador de Georgia, Zebulon Manfred, que en última instancia, denegó el indulto a Lola Daggette. Se le cita en un artículo periodístico fotocopiado, incluido en la transcripción, en el que dice que los esfuerzos para perdonarle la vida se basan en pruebas ya escuchadas y rechazadas por un jurado de sus pares y las cortes de apelaciones. «Podemos reflexionar sobre este acto cruel de depravación humana hasta que las ranas críen pelo», dijo en una declaración pública, «y todo vuelve al mismo horror perpetrado por Lola Daggette, que se encontraba con estado de ánimo para asesinar a toda una familia en la madrugada del domingo seis de enero de 2002. Y lo hizo. Sin motivo alguno, excepto porque le daba la gana».

Solo puedo imaginar la indignación del gobernador cuando miró un retrato de estudio de la familia Jordan durante las últimas vacaciones de Navidad de sus vidas, pocas semanas antes de su muerte brutal. Clarence Jordan, con su sonrisa tímida y bondadosos ojos grises, estaba vestido con un traje festivo de color verde oscuro y un chaleco a cuadros, su esposa, Gloria, sentada a su lado, una joven poco agraciada con el pelo castaño oscuro peinado con raya en medio, comedida con su vestido de terciopelo verde y volantes. Los gemelos de cinco años están sentados a cada lado de sus padres. Rubios, con las mejillas sonrosadas y grandes ojos azules. Josh vestido igual que su padre, Brenda como su madre. Hay más fotos, y las voy pasando, y capto muy bien la intención de sumergir a quien mira en la pesadilla que comienza en la página diecisiete de la transcripción.

El brazo desnudo de un niño ensangrentado cuelga de una cama empapada de sangre. El papel de pared es Winnie the Pooh y las sábanas tienen un motivo del Viejo Oeste con lazos, sombreros de vaquero y cactus, todo salpicado con las gotas alargadas de la sangre proyectada, goteos y grandes manchas oscuras, y lo que me parece que son marcas de limpiarse. Dawn Kincaid entra en mi mente sin que la invite, y la veo dentro de aquel dormitorio oscuro, hacen una pausa durante su ataque frenético, para utilizar las sábanas y colchas para limpiarse las manos y el arma. Percibo su lujuria y su ira, y oigo su respiración fuerte y rápida y cómo su corazón martillea mientras apuñala y corta, y me pregunto por qué mataría a dos niños, dos de cinco años de edad.

Mellizos, un niño y una niña, que parecían casi exactamente iguales a esa temprana edad, rubios, de ojos azules. ¿Les conocía de antes? ¿Les había visto en el pasado, quizá mientras recababa información sobre la casa y los hábitos de la familia? ¿Cómo sabía de Josh y Brenda, de la habitación donde dormían? ¿O no lo sabía? ¿Cuál es la psicología de ir a por ellos en lo que interpreto como un ataque furibundo? ¿A quién estaba matando en realidad cuando fue a por ellos mientras dormían en sus camas?

No era necesario. No era necesario, expeditivo, o motivado por un objetivo determinado, como el robo. Tal vez los padres, pero no los niños pequeños que no podían defenderse y, posiblemente, no podían identificar a nadie. Puede que no hubiese habido ninguna razón sensata, solo una fuerza impulsora muy personalizada, y siento el odio de Dawn Kincaid, la sangre de sus víctimas, el lenguaje de una furia en la que se deleita. Creo que no fue a por ellos al azar, o de manera impulsiva, como tampoco creo que venir a por mí fuera un capricho. Fue meditado. Tenía la intención de matar a toda la familia Jordan. Incluidos los niños. ¿Por qué?

Se me ocurre que quería arrebatarles lo que nunca había tenido. Despojarles de su hogar seguro y los padres que los criaban, cuidaban y no los habían entregado, y trato de no llenar la escena en mi mente con imágenes de ella, de la mujer que iría a buscarme al cabo de nueve años. La sangre en el suelo del dormitorio se convierte en la sangre dentro de mi garaje y siento la niebla caliente en mi cara. Huelo el olor de hierro. Pruebo su sabor a hierro salado, y haré que Dawn Kincaid me deje. La echo de mis pensamientos y la borro de mi psique mientras sigo el rastro de sangre en el pasillo.

Huellas parciales de calzado, regueros, manchas y rayas a lo largo del suelo de madera de abeto. Huellas de manos pequeñas y manchones hechos por la ropa y el pelo ensangrentado en la pared de yeso blanco a nivel de la barandilla, y luego una constelación de puntos como si hubiesen apuñalado a alguien y las gotas más grandes en un patrón arterial que salpicó y chorreó por la pared blanca, una herida mortal a la que no se podía sobrevivir más que unos minutos. La carótida seccionada o parcialmente seccionada, probablemente por la espalda, el asesino en su persecución, y luego las salpicaduras arteriales desaparecen, como si se hubiesen evaporado. Más gotas y una confusión de patrones en las escaleras que conducen a un gran charco que comienza a coagularse debajo de un pequeño cuerpo acurrucado en posición fetal en el camino de entrada, cerca de la puerta principal. El pelo rubio alborotado y el pijama de Bob Esponja, rosa.

La cocina tiene el suelo de baldosas blancas y negras, parece un tablero de ajedrez con sangrientas huellas parciales de calzado, y en el fregadero blanco hay un residuo de sangre y dos trapos de cocina ensangrentados hechos una bola. En la encimera hay un plato de porcelana con un sándwich a medio comer, y manchas de sangre por todas partes, y cerca un trozo de queso amarillo y un paquete de jamón cocido abierto. Un primer plano del mango del cuchillo muestra lo que parecen más manchas de sangre, y me doy cuenta de que Marino se está levantando de su silla. Soy consciente de un rápido pitido agudo.

Pan blanco, frascos de mostaza y mayonesa y dos botellas vacías de Sam Adams, y luego el baño de invitados, un rastro de sangre y huellas de calzado por todo el mármol gris. Toallas de lino de color melocotón, con sangre, amontonadas junto al lavabo; una botella de jabón para las manos con aroma a lavanda volcada y con las huellas dactilares ensangrentadas visibles. Una pastilla de jabón está en un charco de agua con sangre en un recipiente con forma de concha, y luego el váter que no se vació, y busco entre los documentos los informes de los exámenes de las huellas dactilares. Los informes del laboratorio, ¿dónde están? ¿Colin los incluyó?

Los encuentro. Los informes de análisis de huellas dactilares realizados por el GBI. Las huellas de sangre en la botella de jabón para las manos y un cuchillo de cocina eran de la misma persona, pero nunca fueron identificados. No había ninguna coincidencia en el sistema integrado automatizado de identificación de huellas dactilares, pero tendría que haberla cuando le tomaron las huellas dactilares a Dawn Kincaid, tras su arresto nueve años después, en febrero pasado. Las huellas no identificadas de la botella de jabón para las manos y el mango del cuchillo en el caso Jordan todavía deben de estar en la base de datos IAFIS. Entonces, ¿por qué no hubo coincidencia cuando introdujeron las huellas de Dawn? ¿Dos laboratorios de ADN diferentes la han vinculado con los asesinatos, pero las huellas no son suyas?

—Algo no encaja en todo esto —murmuro, y paso más páginas en busca de más fotografías.

Una escalera estrecha en la parte trasera de la casa, con suelo de baldosas de color ladrillo en la galería acristalada, las gotas de sangre y una regla para medir. Una regla de plástico blanco de quince centímetro etiquetada fue colocada al lado de cada mancha, siete fotografías en primer plano de gotas espaciadas a lo largo del suelo de baldosas, las gotas redondas con bordes apenas festoneados, cada una de más de un milímetro de diámetro. Unas salpicaduras con una velocidad de impacto entre media y baja con un ángulo de aproximadamente noventa grados, cada gota rodeada por otras mucho más pequeñas. La sangre se esparció tras el impacto debido a que la superficie del suelo era lisa, plana y dura.

Sigo el rastro de sangre al patio trasero, a un jardín plantado en la huella de lo que parece ser una dependencia aneja de un siglo anterior, las paredes de piedra derrumbadas a la vista e incorporadas al paisaje, y un trozo de tierra relleno con plantas, que se me ocurre que es lo que queda de una bodega. Las estatuas ornamentales se ven sucias, algunas de color verde por el moho, un Apolo sembrador, un ángel que sostiene un ramo de flores, un niño con una linterna y una niña con un pájaro. Las gotas de sangre seca salpican las briznas de hierba y las hojas de las japónicas, el olivo oloroso y el boj inglés, luego más gotas oscuras, estas más cercanas entre sí y en ángulo en la rocalla, lo que podría ser un jardín de rocas para las flores en primavera. Soy cuidadosa en mis conclusiones. Intento no leer demasiado en lo que estoy viendo.

Se necesitan más que unas pocas manchas de sangre para establecer un patrón, pero esto no es sangre proyectada. No hay salpicaduras que vayan adelante o atrás. No fueron dejadas por las pisadas de un calzado ensangrentado en la galería, el patio y el jardín. No creo que gotearan de unas prendas teñidas de sangre, de un arma con sangre, o que un atacante con los rasguños de las uñas del niño sangrara tanto. Las siete gotas en el suelo de baldosas son redondas y están separadas unos cuarenta y cinco centímetros entre sí, y una de ellas está esparcida como si la hubiesen pisado.

Me imagino a alguien que gotea sangre cuando él o ella camina a través de la galería, en dirección a la puerta de atrás que conduce al patio y al jardín, o tal vez la persona se dirigió hacia el otro lado. Tal vez alguien que sangraba no salía sino que iba a la casa, y no hay ninguna referencia a esta prueba importante en todo lo que he visto hasta ahora. Jaime no lo mencionó ayer por la noche.

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