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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (31 page)

BOOK: Niebla roja
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—No toqué el cuerpo —le dice Chang a Colin—. Ella estaba así cuando llegué aquí a la una. De acuerdo con la información que tengo, llevaba muerta cerca de una hora cuando llegué. Pero las horas que me han dado de los acontecimientos son un poco confusas.

Kathleen Lawler está encima de la manta gris arrugada y la sábana sucia de una cama de acero angosta, sujeta a la pared como un estante debajo de un ventanuco cubierto con tela metálica. La mitad de espaldas y la mitad de lado, los ojos apenas entreabiertos, la boca abierta, y las piernas cuelgan por el borde de la colchoneta. Los pantalones de su uniforme blanco están arremangados por encima de las rodillas, y la camisa blanca está apelotonada alrededor de los pechos, quizá desordenada por los esfuerzos de reanimación que no tuvieron éxito. O puede que hubiese estado moviéndose con violencia antes de su muerte, cambiando su posición en un intento desesperado por sentirse cómoda, para aliviar los síntomas de lo que estaba sufriendo.

—¿Se intentó reanimarla? —le pregunto a Tara Grimm.

—Por supuesto que no se escatimaron esfuerzos. Pero ya estaba muerta. Lo que pasó, sea lo que sea, fue muy rápido.

Marino, Colin y yo nos ponemos los monos blancos, y me doy cuenta de que una reclusa nos mira a través de la ventana de vidrio de la celda al otro lado de la de Kathleen. Tiene el rostro de una matrona, la boca hundida y el pelo gris tan rizado que parece un casco, y mientras la miro, ella me mira y comienza a hablar con una voz fuerte amortiguada a través de la puerta de acero cerrada con llave.

—¿Rápido? ¡Rápido una mierda! —grita—. ¡Yo llevaba gritando treinta minutos antes de que apareciera alguien! ¡Treinta minutos, maldita sea! Ella estaba ahogándose, quiero decir que la podía oír y yo gritando sin que nadie viniese. Ella jadeaba: «No puedo respirar, no puedo respirar, me estoy quedando ciega, ¡que alguien me ayude por favor!». ¡Treinta minutos, maldita sea! Entonces ella se calló. Ya no me responde más y me pongo a gritar a pleno pulmón para que alguien venga...

En tres pasos rápidos, Tara Grimm está delante de la puerta de la interna, golpeando el cristal con los nudillos.

—Cálmate, Ellenora. —La forma en que la alcaide lo dice me hace pensar que es la primera vez que Ellenora da esta información. Tara Grimm parece realmente desconcertada y furiosa—. Deja que estas personas hagan su trabajo y después te dejaremos salir para que puedas decirles exactamente lo que has visto —le dice a la reclusa.

—¡Treinta minutos por lo menos! ¿Por qué se tardó tanto? Supongo que si una organización sabe que aquí nos estamos muriendo, pues toca joderse. Si se trata de un incendio o una inundación, o me estoy ahogando con un hueso de pollo, también toca joderse —me dice Ellenora.

—Tienes que calmarte, Ellenora. Enseguida nos ocuparemos de ti y podrás decirles lo que has observado.

—¿Decirles lo que he observado? No observé nada. No podía verla. Acabo de decirle a usted y a todos ellos que no vi nada.

—Así es —asiente Tara Grimm, y dice con frialdad, con condescendencia—: Tu declaración original es que no observaste nada. ¿Vas a cambiar de opinión?

—¡Porque no podía! ¡No podía observar nada! No es como si ella estuviera de pie y mirando por la ventana. Yo no podía verla y era horrible, solo oírla suplicar, el sufrimiento y los gemidos. Hacer todos aquellos sonidos que te hielan la sangre como un animal sufriendo. ¡Alguien puede morir aquí y quién va a venir! ¡No es como si tuviésemos un timbre de alarma que podamos tocar! La dejaron morir en su celda —me dice—. ¡La dejaron morir allí dentro!

Sus ojos desorbitados me miran.

—Vamos a tener que trasladarte a una celda de seguridad si no te callas —le advierte Tara, y me doy cuenta de que no sabe muy bien qué hacer.

No esperaba esta exhibición, y se me ocurre que la reclusa llamada Ellenora es astuta como muchas otras internas. Ella se comportó cuando la interrogaron los funcionarios de la prisión por primera vez, porque quería una oportunidad de hacer lo que está haciendo ahora, montar una escena al llegar nosotros. Si hubiera estallado antes, sospecho que ya habría sido trasladada a una celda de seguridad, sin duda, un eufemismo para el confinamiento solitario o una celda en la que encierran a los pacientes psiquiátricos.

Las fundas que cubren el calzado de Colin hacen un sonido deslizante cuando entra en la celda de Kathleen Lawler y Marino abre las maletas de la escena del crimen en el suelo de cemento pulido. Repasa las cámaras y yo me apoyo en la pared para mantener el equilibrio mientras me pongo las fundas sobre las botas con suela de goma negras. Mientras me pongo los guantes, noto la mirada de la reclusa. Percibo lo que hay en ella, la alta tensión del miedo, de la histeria, y Tara Grimm golpea de nuevo la ventana, como si quisiera hacerla callar por adelantado. El rostro asustado de Ellenora en el pequeño panel de vidrio se sobresalta cuando los nudillos de la alcaide de pronto están golpeando.

—¿Qué te hace pensar que no podía respirar? —pregunta Tara Grimm en voz alta para nuestro beneficio.

—Estoy segura de que no podía porque ella lo dijo —responde Ellenora detrás de la barrera—. Le dolía todo y se sentía enferma. Tan cansada que apenas podía moverse y jadeaba. Gritó: «¡No puedo respirar. No sé lo que me está pasando!»

—Casi siempre, cuando alguien no puede respirar, no puede hablar. Me pregunto si no lo habrás entendido mal. Si no puedes respirar, no puedes gritar, máxime a través de puertas de acero.

Tienes que tener los pulmones llenos de aire para gritar —le dice Tara para que yo lo oiga.

—¡Ella dijo que no podía hablar! ¡Tenía problemas para hablar! ¡Como si tuviese la garganta hinchada! —exclama Ellenora.

—Si le dices a alguien que no puedes hablar, es una contradicción, ¿no?

—¡Es lo que dijo! ¡Lo juro por Dios todopoderoso!

—Decir que no puedo hablar y hablar sería como correr en busca de ayuda porque no puedo ponerme de pie.

—¡Juro por Dios todopoderoso y Jesucristo que es lo que dijo!

—No tiene sentido —le señala Tara Grimm a la interna al otro lado de la gruesa puerta de acero—. Lo que necesitas es calmarte, Ellenora, y bajar la voz. Cuando te hago preguntas tienes que responder a lo que te pregunto y no gritar y montar un escándalo.

—¡Lo que estoy diciendo es la verdad y no puedo evitar si es molesto! —Ellenora se excita todavía más—. ¡Ella estaba pidiendo ayuda! ¡Era la cosa más horrible que jamás he oído! «¡No puedo ver! ¡No puedo hablar! ¡Me estoy muriendo! ¡Oh mierda, oh Dios! ¡No puedo soportarlo!»

—Ya está bien, Ellenora.

—Lo que dijo exactamente. Jadeaba y suplicaba: «¡Por favor ayuda!». Era de terror, de puro terror, que suplicaba: «¡Oh mierda, no sé qué está pasando! ¡Oh, por favor que alguien me ayude!».

Tara golpea el cristal una vez más.

—Basta ya de ese lenguaje, Ellenora.

—Es lo que ella dijo, no yo. No soy yo quien lo dijo. Ella dijo:

«¡Mierda, ayuda, por favor! ¡He pillado algo!».

—Me pregunto si podría haber tenido alergias, alergias a los alimentos, a los insectos —me dice la alcaide—. Es posible que a las avispas, las abejas, alergias que ella nunca mencionó a nadie.

¿Podría ser que le hubiese picado algo cuando ella estaba fuera haciendo ejercicio? Es solo una idea. Desde luego abunda la avispa de chaqueta amarilla cuando hace calor y humedad como ahora y todo está en flor.

—Las reacciones anafilácticas a las picaduras de insectos o después de ingerir marisco, cacahuetes, cualquiera cosa a la que es alérgica la persona, por lo general son muy rápidas —explico—. Esto no suena como si la muerte hubiese sido rápida. Tardó más de unos pocos minutos.

—¡Se sintió mal por lo menos durante una hora y media! —grita Ellenora—. ¿Por qué demonios tardaron tanto tiempo?

—¿La oyó vomitar? —Miro a Ellenora a través del panel de vidrio grueso—. ¿Le sonó como si hubiese vomitado o tenido diarrea?

—No sé si ella vomitó o no, pero dijo que tenía acidez de estómago. No la oí vomitar. No oí vaciar la cisterna ni nada. ¡Gritaba que la habían envenenado!

—Así que ahora la habían envenenado —interviene Tara, que me mira como si quisiera recordarme que considere la fuente.

El rostro de Ellenora se ve desesperado, los ojos enloquecidos.

—Dijo: «¡Me han envenenado! ¡Lola lo hizo! ¡Lola lo hizo! ¡Es esa mierda que comí!».

—Ya es suficiente. ¡Basta! —dice Tara mientras entro en la celda de Kathleen Lawler—. Vigila esa boca —oigo que dice Tara a mis espaldas—. Tenemos gente aquí.

21

En el espejo de acero pulido del que Kathleen Lawler se quejó cuando yo estaba con ella ayer por la tarde, el reflejo del investigador Sammy Chang camina detrás de mí y se detiene en la puerta de la celda.

—Me quedo aquí para dejarle más espacio —me hace saber.

El inodoro y el lavabo se combinan en una unidad de acero inoxidable, sin partes móviles excepto los botones para la descarga de la cisterna y abrir y cerrar el grifo. No veo ni huelo nada que pueda indicar que Kathleen Lawler vomitara antes de morir, pero noto un olor eléctrico muy débil.

—¿Huele algo raro? —le pregunto a Chang.

—No lo creo.

—Algo eléctrico, pero no del todo. Un olor desagradable y peculiar.

—No. No he notado que oliese nada en absoluto mientras echaba una ojeada. ¿No será el televisor?

Señala el televisor pequeño en una caja de plástico transparente en un estante.

—No creo que sea esto —le contesto, y advierto las manchas de agua en el lavabo de acero y un vago residuo cretáceo.

Me inclino un poco más y el olor es más fuerte.

—Acre como un cortocircuito, como un secador que se recalienta. —Hago lo que puedo para describirlo—. El olor de una pila. Algo así.

—¿Una pila? —Frunce el entrecejo—. No he visto ninguna pila. No hay secador de pelo.

Se acerca al lavabo y se inclina.

—Bueno, quizás. Sí, tal vez algo. No tengo buen olfato.

—Creo que sería una buena idea tomar una muestra de lo que sea que esté en el lavabo —digo—. ¿El laboratorio de pruebas tiene SEM/EDX? Deberíamos echar un vistazo a la morfología a gran aumento, ver si es algún tipo de partícula que se encontraba en una solución y averiguar qué es. Metales, algún otro material.

¿Si se trata de un producto químico, una droga, algo que no va a ser captado por la espectroscopia de rayos X? No sé qué otros detectores de exploración puede tener el microscopio electrónico del GBI, pero si es posible, pediría un EDX, FTIR para obtener la huella molecular de lo que sea esto.

—Hemos estado pensando en conseguir uno de esos FTIR de mano, como los que usan en Materiales Peligrosos.

—Una muy buena idea en estos días cuando te enfrentas con la posibilidad de explosivos, armas de destrucción masiva, agentes nerviosos y abrasadores, pólvoras blancas. También sería una buena idea para encantar a quien esté a cargo de su laboratorio de pruebas y conseguir que este análisis se haga deprisa.

Se podría hacer en cuestión de horas si lo pasan a la cabeza de la cola. No me gustan los síntomas descritos.

Hablo en voz baja y elijo mis palabras con cuidado, porque no sé quién está escuchando.

Pero no tengo ninguna duda de que alguien lo hace.

—Puedo ser bastante encantador.

Chang es pequeño y delgado, con pelo negro corto, inexpresivo, casi monótono, pero sus ojos oscuros son amables.

—Bien —contesto—. Un poco de encanto en este momento sería bienvenido.

—¿Cree que podría haber vomitado aquí dentro?

—No es lo que huelo. Pero eso no quiere decir que no tuviese náuseas, que es lo que su vecina Ellenora describió. Acidez de estómago.

La consideración más obvia en el diagnóstico diferencial va a ser lo que ya fue sugerido por los que no están calificados para hacerlo y, ciertamente, no son objetivos. Kathleen Lawler era vulnerable a una muerte cardíaca súbita provocada por el esfuerzo físico en condiciones que eran peligrosas para una mujer de su edad, que nunca ha tenido buen cuidado de sí misma. Iba vestida con un uniforme de ropa sintética, con pantalones largos y mangas largas, y calculo que la temperatura en el exterior rondaba los cuarenta grados, la humedad por lo menos del sesenta por ciento y en aumento. El estrés hace que todo sea peor y Kathleen, desde luego, parecía estresada y molesta por haber sido trasladada a la segregación, y no me sorprendería si se descubre que tenía una enfermedad cardíaca, producto de una vida de malos hábitos alimentarios y el abuso de drogas y alcohol.

—¿Qué pasa con la basura? —le pregunto a Chang—. Vi las bolsas de basura blancas en algunas de las puertas, pero no veo ninguna aquí. Vacía o llena.

—Buena pregunta.

Me mira e intercambiamos un gesto de complicidad.

Si había una bolsa de basura o cualquier basura aquí antes, había desaparecido en el momento que llegó.

—¿Le importa si echo una ojeada? No voy a tocar nada sin su permiso.

—Excepto por cualquier cosa que quiera que recoja, yo ya he terminado. Así que usted misma.

Sus manos enguantadas abren el envase de plástico de bastoncillos estériles mientras pasa por delante de mí para ir al lavabo.

—Se lo diré cuando encuentre lo que sea.

Le informaré de todos modos porque legalmente el escenario es suyo. Solo el cuerpo y cualquier evidencia biológica asociada o traza es de Colin Dengate, y yo no soy nada más que una invitada, una experta externa que necesita permiso. A menos que un caso sea de competencia de los médicos forenses de las Fuerzas Armadas, en otras palabras, el Departamento de Defensa, no tengo ninguna autoridad legal fuera de Massachusetts. Tendré que rogar antes de entrar en detalles.

Empotradas en la pared opuesta al lavabo están las dos estanterías de metal gris con libros y cuadernos, y un surtido de contenedores de plástico transparente que se suponen que evitan ocultar cualquier cosa de contrabando. Abro cada uno y reconozco los olores de la manteca de cacao, la espuma de afeitar, el champú Balsam, el enjuague bucal de menta y la pasta dentífrica de peppermint. En una jabonera de plástico hay una pastilla de jabón Ivory blanca. En un tubo de plástico un cepillo de dientes, y en otra botella de plástico lo que parece gel para el cabello. Tomo nota de un peine de plástico pequeño, un cepillo para el pelo sin mango, y rulos de espuma de goma tamaño grande, quizá de cuando el pelo de Kathleen Lawler era más largo.

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