Niebla roja (38 page)

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Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Niebla roja
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—¿Jaime? —grita con su vozarrón al entrar en el apartamento, y me doy cuenta al instante de que la alarma no está conectada—. ¡Mierda! —Marino mira el teclado junto a la puerta, y advierte el mismo detalle siniestro, su rostro bronceado enrojecido y bañado en sudor, sus pantalones del CFC ahora de color ante gris por la lluvia—. Ella siempre la conecta. Incluso cuando está aquí.

¡Hola! ¿Jaime, estás en casa? Mierda.

La cocina se ve tal cual estaba cuando me fui la noche anterior a excepción de una botella de antiácido en la encimera, que yo sé que no estaba allí cuando lavé los platos y guarde la comida, y su gran bolso marrón no está en el respaldo de la silla donde la vi colgarlo de la correa cuando entró con la comida de Broughton y Bull. El bolso está en el sofá de cuero en la sala de estar, su contenido esparcido por la mesa de centro, pero no nos detenemos a ver lo que puede faltar o lo que pudo haber estado buscando.

Chang y yo seguimos las zancadas de Marino por el pasillo de madera que conduce a la zona principal en la parte trasera.

A través de la puerta abierta veo una cama con el espaldar y la cabecera curvos y las mantas verdes y marrones hechas un ovillo, y el albornoz marrón de Jaime desatado y desordenado. Ella está boca abajo con las caderas torcidas hacia un lado, los brazos y la cabeza colgando de la cama, su posición inconsistente como una persona que murió mientras dormía, y similar a la de Kathleen Lawler, como si su último momento hubiese sido una lucha agonizante. Las lámparas de noche están encendidas y las cortinas corridas.

—¡Mierda! —exclama Marino.

Lo oigo murmurar «Jesús», me acerco a ella y detecto el olor de la fruta quemada y la turba. Lo que huele a whisky está derramado sobre la mesilla de noche, y hay una copa volcada y cerca la base vacía de un teléfono inalámbrico.

Le toco un lado del cuello para verificar si hay pulso. Pero está fría y el rigor está muy avanzado. Miro a Chang, y luego uno de los agentes uniformados entra en la habitación.

—Ahora mismo vuelvo —me dice Chang—. Tengo que ir a buscar algunas cosas al coche —añade y se va.

El agente mira el cuerpo tumbado en el lado derecho de la cama. Se acerca al tiempo que coge la radio portátil de su cinturón.

—Tiene que mantenerse apartado y sin tocar nada —le ordena Marino tajantemente, echando chispas por los ojos.

—Eh, tranquilo.

—Usted no sabe una mierda —estalla Marino—. No hay una puta razón para que esté aquí. No sabe una mierda, así que lárguese.

—Señor, tiene que calmarse.

—¿Señor? ¿Qué? ¿Soy un jodido caballero? No me llame señor.

—Cálmate —le pido a Marino—. Por favor.

—Maldita sea. No puedo creerlo. Jesucristo. ¿Qué diablos ha pasado?

—Cuanto más podamos limitar la exposición mejor —le digo al agente—. La verdad es que no sabemos a qué nos enfrentamos —agrego y él retrocede varios pasos, y se sitúa junto a la puerta, mientras Marino mira el cuerpo y luego mira hacia otro lado, su rostro de color rojo oscuro.

—¿Quiere decir que podría ser algo que podríamos pillar, como algo contagioso? —pregunta el agente.

—No lo sé, pero lo mejor es que no se acerque ni toque nada.

—Observo cada parte visible de ella, sin ver nada que me diga nada, y esta ausencia de cualquier cosa me dice algo—. Lucy y Benton no deben venir aquí —le digo a Marino—. Lucy no tiene por qué estar expuesta a esto. No tiene que verlo.

—Jesús. ¡Mierda!

—¿Puedes ir a verla y asegurarte de que no trate de venir?

Asegúrate de que la puerta del apartamento esté cerrada con llave.

—Jesús. ¿Qué diablos pudo haber pasado?

Le tiembla la voz y tiene los ojos brillantes e inyectados en sangre.

—Por favor, asegúrate de que la puerta está cerrada —le repito a Marino, y luego al agente que tiene el pelo cobrizo corto y ojos azules—: Ocúpese de que su compañero se quede afuera para que no entre nadie que no deba estar aquí. No podemos hacer otra cosa y no hay que tocar nada. Tenemos una muerte sospechosa y debemos tratarla como la escena de un crimen. Me preocupa que sea un envenenamiento, y tenemos que detenernos ahora mismo antes de alterar cualquier prueba. Preferiría que no estuviese aquí porque no sabemos a qué nos enfrentamos —repito—. Pero quiero que se quede donde está. Necesito que se quede conmigo —le digo al agente mientras Marino se va, sus pisadas suenan muy fuertes en la madera.

—¿Qué le hace pensar que es la escena del crimen? —El agente pelirrojo mira a su alrededor, pero no se aparta de la puerta. No tiene ningún interés en acercarse al cuerpo después de lo que acabo de decir. No tiene ningún interés en permanecer dentro de la habitación—. A excepción de su bolso que está allí. Pero si dejó entrar a alguien que acabó robándole tuvo que ser alguien conocido, o si no, ¿cómo podía entrar por la puerta de abajo?

—No sabemos si alguien estuvo aquí.

—Por lo tanto, podría haber algo venenoso dentro del apartamento.

—Sí.

—Quizá se trate de una sobredosis y ella estaba buscando las pastillas en su bolso. —El agente no se mueve de su posición en la puerta—. Quizá debería mirar en el cuarto de baño.

Mira la puerta entreabierta a la izquierda de la cama, pero él no se mueve ni un centímetro.

—Es mejor que no lo haga y yo quiero que se quede conmigo.

Marco el número de Benton en mi teléfono.

—Estuve en una escena el año pasado. Una mujer muerta por sobredosis de oxicodona y se parecía mucho a esta. En realidad, nada fuera de lugar, a excepción de donde estuvo buscando drogas en los cajones, en su bolso. Estaba muerta en la cama, sobre las mantas, más o menos tumbada atravesada en la cama en vez de dentro. Una chica bastante guapa que aspiraba a ser bailarina y se enganchó a la oxicodona.

Pulso la tecla de llamada con la mirada puesta en el baño principal, pero no me acerco. La luz se filtra por la puerta entreabierta.

Las lamparillas de noche están encendidas y la luz está dada en el interior del cuarto de baño. Jaime no se metió en la cama la noche anterior o si lo hizo se levantó de nuevo en algún momento.

—Dijeron que se trataba de un accidente, pero mi opinión personal es que se suicidó. El novio acababa de romper con ella, ya sabe. Tenía un montón de problemas —comenta el agente y bien podría estar hablando consigo mismo.

—Lucy no puede venir aquí —le digo a Benton en el instante en que responde y él sabe qué significa y guarda silencio—. No sé qué sugerir —agrego, porque no sé lo que debe decirle a Lucy en este momento.

Ella va a saber la verdad si es que no la sabe ya. Hay una pregunta con solo dos respuestas posibles. Jaime está muerta dentro de este apartamento, o no lo está, y Lucy ya lo sabe. En este mismo instante se le está ocurriendo mientras Benton escucha lo que le estoy diciendo por teléfono, mientras le describo lo que estoy viendo, y él no hace nada para disipar los temores de Lucy. Una mirada, una sonrisa, un gesto o una palabra que haría que todo desapareciese, pero él no le da nada y me lo imagino mirando al frente mientras me escucha. Lucy se da cuenta de lo peor y no tengo ni la más remota idea de qué hacer al respecto, pero no puedo salir y ocuparme de ella en este momento. Tengo que lidiar con lo que ha ocurrido aquí. Tengo que lidiar con Jaime. Tengo que lidiar con lo que podría pasar después.

Miro su cuerpo en la cama, el albornoz abierto y enredado alrededor de sus caderas. Está desnuda debajo de la prenda y no puedo soportar la idea del agente pelirrojo en la puerta, de nadie más que la vea de esta manera. Pero no puedo tocarla. No puedo tocar nada, y me quedo cerca de una ventana. No paseo ni me acerco.

—Por favor, quédate con Lucy y te volveré a llamar tan pronto como pueda —le digo a Benton por teléfono—. Si puedes encontrar una manera de llevarla al hotel, y nos encontramos allí, podría ser el mejor plan. No es bueno para ella que se quede aquí y tú en realidad no puedes hacer nada. —No me importa que seas del FBI. No me importa lo que eres o qué poderes tienes—. Aquí no, ahora mismo no. Por favor, solo cuida de ella.

—Por supuesto.

—Nos encontraremos en el hotel.

—De acuerdo.

Le digo que debemos cambiar la disposición de las habitaciones. Quiero una suite con una cocina, si es posible. Quiero habitaciones que se puedan comunicar porque tengo un fuerte presentimiento sobre lo que sucederá. Estoy bastante segura de saber lo que tendremos que hacer y sobre todo tenemos que estar juntos.

—Yo me ocupo —promete Benton.

—Todos juntos —le repito—. No es negociable. Tal vez puedas conseguir un coche de alquiler o un coche del FBI. Necesitamos un coche. No podemos ir en la camioneta de Marino. No sé cuánto tiempo vamos a estar aquí.

—No estoy seguro en cuanto a él.

Benton es discreto y no revela nada con el tono.

Me está comunicando que si Jaime ha sido asesinada, Marino podría tener un problema con la policía. Podrían considerarle un sospechoso. Tiene las llaves del edificio y el apartamento. Es probable que sepa el código de la alarma. Él estaba muy unido a ella, y la policía ya ha preguntado si los dos podrían haber tenido una discusión o una pelea la noche pasada. En otras palabras, se supone que eran amantes.

—Como es obvio, no sé a ciencia cierta qué sucedió —le digo a Benton—. Sé lo que sospecho y es una sospecha muy fuerte, y en consecuencia obraré lo mejor que pueda. Todo lo que se puede permitir.

Estoy dando a entender que creo que Jaime fue asesinada.

—Pero no estoy segura de él o de cualquiera de nosotros.

Estoy diciendo que tengo una complicación similar.

Marino no será el único sospechoso. Yo traje el sushi ayer por la noche. Yo podría haberle servido la muerte a Jaime en una bolsa de papel blanco.

—Estoy aquí —agrego—. Haré todo lo que pueda para ayudar.

—Vale. —Es todo lo que dice Benton porque Lucy está con él y no puede decir mucho.

Finalizo la llamada, sola en la habitación con el cadáver de Jaime y un agente de SavannahChatham, cuya placa dice «T. J. Harley». Ha permanecido en la puerta, sin hacer más que observar el cuerpo y a su alrededor, sin tener una idea informada de lo que buscar o si debe quedarse conmigo como le pedí, unirse a su compañero, llamar a un supervisor o a un detective de la unidad de homicidios. Veo una multitud de pensamientos en sus ojos.

—¿Qué le hace pensar que es sospechosa aparte de que hayan buscado en su bolso? —pregunta.

—No sabemos quién lo hizo —contesto—. Pudo haber sido ella misma.

—¿Para buscar qué, además de las pastillas?

—No sabemos si tomó una sobredosis.

—¿Tenía la costumbre de llevar un montón de dinero en el billetero?

—No tengo ni idea de lo que hay en su billetero o la cantidad de dinero que llevaba habitualmente —respondo.

—Si lo hacía, podría ser un motivo.

—No sabemos que hayan robado nada.

—¿Es posible que la estrangularan o la ahogasen?

—No hay ninguna marca de ligadura o petequias —explico—. No hay nada que me lleve a pensarlo a partir de lo que estoy viendo. Pero necesita ser examinada a fondo. Hay que hacerle la autopsia. Ahora mismo, no sabemos por qué está muerta.

—¿Qué sabe usted acerca de su relación con su amigo?

Se refiere a Marino.

—Solía trabajar para ella cuando él estaba en el Departamento de Policía de Nueva York, y le estaba ayudando desde hace muy poco tiempo como consultor. Es comprensible que esté alterado.

—¿Policía de Nueva York?

—Investigaciones. Estaba asignado a la Unidad de Delitos Sexuales; trabajaba para ella.

—Así que tal vez ocurría algo entre ambos —decide.

—Quizá nuestra primera prioridad debería ser averiguar si ella hizo un pedido de sushi ayer por la noche —comento—. En lugar de asumir lo obvio. Que quizás es alguien cercano a ella que tal vez tenía algo en marcha y quizás hizo algo terrible.

—Sin embargo, habitualmente lo es.

—¿Habitualmente? Yo diría que a menudo, pero no siempre ni habitualmente.

—Sin embargo, es verdad. —Está seguro de sí mismo—. Primero miras en tu patio trasero.

—Uno busca donde te llevan las pruebas —afirmo.

—Es una broma lo del sushi, ¿verdad?

—No.

—Oh, creí que estaba sugiriendo que se la cargó el pescado crudo. ¿Yo? Ni se me ocurriría probarlo. Sobre todo ahora. Los vertidos de petróleo, el agua radiactiva. Quizá deje de comer pescado. Incluso cocido.

—Las bandejas de la comida, la bolsa y la factura están en la bolsa de la basura. Las sobras, en la nevera —le informo—. Por favor, usted y su compañero no toquen nada. Le aconsejo que se mantenga apartado de la cocina y dejen que se ocupe el investigador Chang o el doctor Dengate. O quien sea que ellos manden.

—Sí, Sammy es el investigador, no yo, y de ninguna manera me meteré en su escena. No es que no pueda. Quizá lo haga cualquier día de estos, porque creo que se me da bien. Ya sabe, la atención al detalle, que es la parte más importante, y soy un fanático de los detalles. He trabajado antes con él, en la muerte por sobredosis que le mencioné. —El agente Harley coge la radio y transmite—: Podría ser una exposición. No toques nada de la cocina ni de la basura ni de cualquier lugar.

—¿Una qué? —responde la voz de su compañero desde el interior del dormitorio.

—No toques nada. Nada en absoluto.

—Diez cuatro.

Decido no decir nada más sobre el sushi o mis sospechas. No voy a describir el tiempo pasado con Jaime la noche anterior. Me lo guardaré para Chang, para Colin, para quien sea. Marino y yo tendremos que hacer declaraciones por separado, sin duda a un detective de la unidad de homicidios de Savannah, pero no al agente T. J. Harley, que es agradable, pero ingenuo y con un interés excesivo por jugar a detectives. Chang se asegurará de que Marino y yo seamos interrogados por la parte apropiada en función de quién tiene la jurisdicción y es probable que sea una investigación conjunta. El GBI y la policía local trabajarán en este caso juntos, y el FBI será el siguiente. Si la muerte de Jaime está vinculada a lo que ocurrió en Massachusetts, para ser más precisa en el supuesto envenenamiento de Dawn Kincaid, entonces los casos han cruzado las fronteras estatales y el FBI se involucrará en lo que está pasando en Savannah y es posible que se haga cargo como lo ha hecho en el norte.

Aparto las cortinas y miro al otro lado de la calle donde Chang está sacando de su todoterreno su equipo de la escena del crimen.

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