Niebla roja (40 page)

Read Niebla roja Online

Authors: Patricia Cornwell

BOOK: Niebla roja
9.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Nunca ha habido ninguna indicación de que Jaime y Marino hayan tenido nada más que una relación profesional —le digo a Chang—. Y desde luego no puedo imaginar ningún motivo en absoluto para que él quisiese hacerle daño.

—Sí, pero usted lo conoce. Es difícil ser objetivo cuando conocemos a las personas. Sería difícil para usted pensar algo malo de él.

Chang está de mi lado. El juego del policía bueno, policía malo, tan antiguo como el tiempo.

—Si hubiera una razón para pensar algo malo de él, sería sincera al respecto —afirmo.

—Pero usted no sabe lo que pasaba entre ellos en privado.

—Mira el teléfono que ha recogido de debajo de la cama y lo sostiene con dos dedos enguantados, para tocar la menor cantidad posible de superficie—. Esto sin duda no va a ser más que una pérdida de tiempo —opina—. Dado que con toda probabilidad ella fue la única que lo utilizó. Pero para estar más tranquilo tal vez debería tenerlo en cuenta. ¿Está de acuerdo? ¿Qué haría usted? —Me mira.

—Si fuera yo, me gustaría buscar huellas dactilares y el ADN. Guardaría algunos hisopos adicionales para el análisis químico por si acaso se convierte en una pregunta.

—¿Alguien podría haber envenenado el teléfono? —pregunta con el rostro impasible.

—Me preguntó qué haría yo. Una exposición a venenos químicos y biológicos puede ser transdérmica, a través de la membrana mucosa, a través de la piel. Aunque dudo que sea lo que estamos tratando, o si no, esperaría a que hubiese más víctimas. Incluidos nosotros.

—¿No hay ninguna posibilidad de que usted utilizara el teléfono aquí en algún momento?

Su dedo enguantado presiona la tecla del menú.

—Yo no estuve en esta parte del apartamento en ningún momento de anoche.

—Marcó el nueve-uno-siete a la una y treinta y dos de esta madrugada.

Chang comprueba el último número que marcó Jaime en el teléfono.

—Nueva York —digo y soy consciente de nuevo del olor a fruta quemada del whisky y se dispara una descarga de emoción.

—En cualquier caso, parece ser la última llamada que hizo en este teléfono —añade, y recita el resto del número en voz alta mientras lo anota en una libreta.

El número me es conocido y tardo un momento en darme cuenta de por qué.

—Lucy. Mi sobrina. Era su número de teléfono móvil cuando vivía en Nueva York —explico, sin mostrar lo que estoy sintiendo—. Cuando se mudó a Boston acabó por cambiarlo. A principios de este año, tal vez en enero. No estoy segura pero no creo que ese número siga siendo el suyo.

Jaime no debía saber que Lucy tenía un número nuevo. Cuando le dijo a Lucy que no quería volver a tener ningún contacto con ella nunca más, al parecer lo decía en serio. Hasta muy temprano esta mañana.

—¿Alguna idea de por qué podría haber intentado llamar a Lucy a la una y treinta y dos de la madrugada?

—Jaime y yo hablamos de ella —respondo—. Estuvimos hablando sobre su relación y por qué terminó. Quizás ella se puso sentimental. No lo sé.

—¿Qué tipo de relación?

—Ellas llevaban varios años juntas.

—¿Cómo de juntas?

—Compañeras. Una pareja.

Chang guarda el teléfono dentro de una bolsa de pruebas.

—¿A qué hora de anoche la dejó?

—La dejé esta madrugada alrededor de la una.

—Así que quizá media hora más tarde ella llamó al antiguo número de Lucy y luego se le cayó el teléfono cuando lo estaba colgando, y acabó debajo de la cama.

—No lo sé.

—Indica que podría estar muy mal o muy borracha.

—No lo sé —repito.

—¿Usted me ha dicho cuándo fue la última vez que estuvo aquí antes de anoche?

—Le he dicho que nunca había estado en este apartamento antes de ayer por la noche —le recuerdo.

—Y nunca había estado aquí antes. Nunca había estado en esta habitación, el dormitorio, antes de ahora. Usted no vino aquí anoche, o de madrugada, antes de salir quizá para ir al baño o usar el teléfono.

—No.

—¿Qué pasa con Marino?

Chang está en cuclillas cerca de la cama, y me mira desde abajo para hacerme creer en una falsa sensación de dominio.

—No sé si vino aquí en algún momento de la noche —respondo—. Pero no estuve con él todo el tiempo. Él ya estaba en la casa cuando yo llegué.

—Es interesante que tenga las llaves.

Chang se levanta y comienza a rellenar la etiqueta de la bolsa de pruebas.

—Podría ser porque ambos utilizaban este lugar como una oficina. Pero tendrá que preguntarle a él por las llaves.

Espero que en cualquier momento me saque del apartamento y me lea mis derechos.

—Me parece un poco raro. ¿Usted le daría las llaves si tuviese un apartamento? —pregunta.

—Si fuese necesario, le confiaría las llaves. Entiendo que mis opiniones no importan, así que me limito a los hechos. —Después añado en respuesta a su sugerencia de que no puedo ser objetiva respecto a Marino—: Los hechos son que, salvo por el sushi, Jaime trajo la comida. Ella nos sirvió la comida y la bebida en la sala de estar. Más tarde, y calculo que fue cerca de las diez y media, quizá las once menos cuarto, Marino nos dejó solas un rato. Él volvió para recogerme delante del edificio alrededor de la una, momento en el que Jaime parecía estar bien, excepto por la borrachera. Había bebido vino y whisky y arrastraba las palabras.

En retrospectiva, podrían haber comenzado los síntomas relacionados con algo más que alcohol. Dilatación de las pupilas. El aumento de las dificultades para hablar. Tenía los párpados un tanto caídos. Esto fue alrededor de las dos horas y media, quizá tres después de comer el sushi.

—La dilatación de las pupilas no corresponde a los opiáceos, pero podría ser un montón de otras drogas. —Colin presiona sus dedos enguantados en un brazo, una pierna, y toma nota del blanqueo—. Las anfetaminas, la cocaína, los sedantes. Y el alcohol, por supuesto. ¿Advirtió si pudo tomar algo mientras estaba con ella?

—No la vi tomar nada, ni tengo una razón para pensar que pudo hacerlo. Estuvo bebiendo mientras yo estaba aquí. Varios vasos de vino y varios whiskies.

—¿Qué sucedió después de que se marchó? ¿Qué hizo? ¿Adónde fue? —pregunta Chang.

No tengo que contestar. Debería decirle que estaré encantada de cooperar en ciertas condiciones, tales como la presencia de mi abogado, pero esa no soy yo. No tengo nada que ocultar. Sé que Marino no hizo nada malo. Todos nosotros estamos en el mismo lado. Le explico que pasamos un rato recorriendo la zona donde vivían los Jordan, hablamos del caso y regresamos al hotel sobre las dos de la madrugada.

—¿Le vio entrar en su habitación?

—Se le había olvidado algo en la camioneta y salió a buscarlo.

Yo subí a mi habitación sola.

—Es un tanto curioso. Que entrase con usted y luego volviese a su camioneta.

—Había un aparcacoches de servicio que debería ser capaz de decir si Marino hizo lo que dijo que haría y sacó las bolsas de comestibles del asiento trasero, o si se marchó de nuevo —respondo con mordacidad—. La camioneta tenía problemas mecánicos graves que obligaron a Marino a llevarla a un taller esta mañana.

—Podría haber venido a pie. El hotel está a unos veinte minutos andando.

—Tendrá que preguntárselo.

—La temperatura ambiente es de veintidós grados centígrados. Temperatura corporal de veintitrés grados centígrados —dice Colin mientras aparta el cuerpo de Jaime Berger del costado de la cama.

Los brazos y la cabeza se resisten y tiene que ejercer presión para moverlos, y es difícil de ver. He roto el rigor miles de veces, en realidad en innumerables ocasiones, y no me preocupa cuando estoy obligando a los muertos a abandonar sus posiciones obstinadas e irracionales. Pero apenas soporto verlo. Pienso en la bolsa de comida que me ofrecí a llevar y me siento culpable. Me siento responsable. ¿Por qué no le pregunté nada a la persona que se materializó de entre las sombras en la calle oscura ayer por la noche? ¿Por qué no me preocupé cuando Jaime mencionó que ella no había pedido el sushi?

—¿Hay cualquier otra cosa aquí que cree que debería tener en cuenta?

Chang no deja de hacerme preguntas que poco tienen que ver con lo que en realidad quiere saber.

—La copa volcada. Y yo recogería muestras de lo que parece ser whisky derramado sobre la mesa. Pero quizá quiera esperar hasta que nos ocupemos de los restos de comida y lo que está en la basura. Todo eso tiene que tratarse de la misma manera. Cualquier cosa que podría haber comido o bebido.

Mantengo las manos en los bolsillos mientras comenzamos a caminar por el apartamento. Le digo a Sammy Chang lo mismo que le dije esta mañana en la cárcel. Voy a mirar y buscar todo lo que él me permita y no voy a tocar nada sin su permiso. Empezamos en el baño principal.

27

Los botiquines con espejos están abiertos de par en par, los contenidos esparcidos por las estanterías, la encimera de mármol, el lavabo y por todo el suelo como si una tormenta o un intruso hubiesen saqueado el baño principal.

Dispersos por todas partes hay tijeras para cutículas, pinzas, limas de uñas, colirios, pasta de dientes, hilo dental, tiras blanqueadoras de dientes, protectores solares, analgésicos de venta libre, exfoliantes corporales y cremas de limpieza facial. Hay medicamentos recetados como el tartrato de zolpidem o Ambien, y el ansiolítico lorazepam más conocido como Ativan. Jaime tenía problemas para conciliar el sueño. Era ansiosa y vanidosa, y no estaba en paz con el envejecimiento, y nada de lo que tenía a mano para aliviar su malestar y el descontento permanente iba a derrotar al enemigo que se enfrentó a ella en las últimas horas y minutos de su vida, un atacante violento que fue sádico y todopoderoso e imposible de ver.

Tal como interpreto la muerte a través de los símbolos de sus artefactos post mórtem y su desorden caótico, está claro para mí que en algún momento de esta madrugada Jaime sufrió el inicio de los síntomas que la llevaron a buscar algo con desesperación, cualquier cosa que pudiese mitigar el pánico y la angustia física tan aguda que padecía; en cierto modo, parece como si un intruso hubiese saqueado su apartamento y la hubiese asesinado.

Pero no había ningún intruso, solo Jaime, y me la imagino volcando el contenido de su bolso, quizás en busca de un medicamento que pudiera aliviar su sufrimiento. Me la imagino corriendo al interior del baño principal en busca de algo que pudiese ofrecerle remedio, barriendo y volcando los objetos de los estantes, frenética y enloquecida por la tortura de lo que se había apoderado de ella. Solo que no era otra persona lo que la estaba matando, no directamente. Creo que fue un veneno, tan potente que transformó el cuerpo de Jaime en su peor enemigo, y yo no estaba aquí.

No me había quedado. Me había marchado antes, tan aliviada de poder irme que esperé afuera en la oscuridad bajo un árbol a que Marino llegase para recogerme, y no puedo dejar de pensar que si no me hubiera sentido herida y furiosa, tal vez podría haber advertido algo. Quizá se me hubiera ocurrido que algo iba mal, que no solo estaba borracha. Yo estaba a la defensiva por Lucy. Ella siempre ha sido mi debilidad, y ahora alguien a quien ella amaba, quizás el amor de su vida, está muerto.

—Si no le importa.

Indico a Chang lo que quiero ver y tocar mientras él toma fotografías.

Si yo hubiera estado aquí durante la crisis de Jaime, podría haberla salvado. Hubo señales y síntomas y no les hice caso, y no sé cómo voy a explicárselo a mi sobrina.

—Claro, adelante. ¿Alguna razón para que sospeche que podría haber tenido algo en el apartamento de lo que alguien quisiera apoderarse? Vi varios ordenadores y lo que parecen expedientes y otros documentos confidenciales en la sala de estar. ¿Qué me dice de información delicada en sus ordenadores?

—No tengo ni idea de lo que hay en sus ordenadores. Ni siquiera si son sus ordenadores.

Podría haber conseguido que viniese un equipo. Podría haberle hecho la RCP, podría haber respirado por ella hasta que se hubieran hecho cargo los ATS con un reanimador mientras la llevaban a la sala de emergencias. Ella debería estar ahora en un hospital conectada a un respirador. Ella debería estar bien. Lo que no debería estar es fría y rígida en su cama, y voy a tener que decirle a Lucy que le fallé a Jaime y le fallé a ella. No estoy segura de que Lucy me vaya a perdonar. No la culparé si no lo hace. Durante todos estos años me ha hecho los mismos comentarios una y otra vez, repitiendo las mismas objeciones porque cometo los mismos errores. No pelees mis batallas. No sientas lo que yo siento. No trates de arreglarlo todo, porque solo empeorarás las cosas.

Yo lo hice peor. Yo no podría haberlo hecho peor, y yo le estoy diciendo a Chang:

—Creo que es consciente de lo que Jaime ha estado haciendo en Savannah y por lo tanto de la naturaleza de los documentos a los que se refiere. Pero para responder a su pregunta, yo no sé si había algo dentro de su apartamento que alguien hubiera querido. No tengo idea de lo que hay en los ordenadores de la sala de estar.

—¿Cuando estuvo con ella, dijo algo que le diera la impresión de que estaba preocupada por alguien que quisiera hacerle daño?

—Solo que ahora era mucho más consciente de la seguridad—contesto—. Pero no mencionó nada específico referente a tener miedo de algo ni de alguien.

—No sé qué joyas y otros objetos de valor podría haber traído aquí desde Nueva York, pero su reloj todavía está allí. —Señala un reloj de oro Cartier con una correa de cuero negro en la encimera, cerca de un vaso que contiene un poco de agua—. Parece algo que hubiera valido la pena robar. Me pregunto si ella empezó a buscar un medicamento o algo cuando estaba borracha.

Recojo una caja de Benadryl que está en el lavabo, y observo que la parte superior ha sido arrancada, como si la persona que la abrió hubiera tenido una prisa frenética. En la planta hay una tira plateada donde faltan dos de los comprimidos rosas.

—Ya no estoy segura de que estuviese borracha. Por lo menos no tanto como parecía. —Veo la etiqueta del precio en la caja de Benadryl—. Farmacia Monck’s. A menos que haya más de una, está en aquel centro comercial cerca de la GPFW donde está la armería.

—Compró todo esto cuando llegó aquí, cuando empezó a hacer entrevistas en la cárcel. Quizá tenía alergias —comenta—. ¿Tiene idea de cuándo llegó a Savannah y alquiló este apartamento?

Other books

Enigma by Robert Harris
Double Deception by Patricia Oliver
No Going Back by ALEX GUTTERIDGE
Charcoal Tears by Jane Washington
The Secret of Annexe 3 by Colin Dexter
Naked in Saigon by Colin Falconer
Deathstalker by Green, Simon R.
Understrike by John Gardner