Read Niebla roja Online

Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (34 page)

BOOK: Niebla roja
13.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

¿Cuánta? ¿Con qué frecuencia descansó? ¿Se quejó de mareo, debilidad muscular, dolor de cabeza o náuseas? ¿No manifestó ninguna queja en absoluto?

—Les pregunté todo eso y se lo he repetido a usted palabra por palabra —insiste la voz tranquila y melodiosa de Tara Grimm.

—Lo siento, pero no basta. Necesito que llame al guardia y le haga venir aquí o nos llevan a verlo. Tengo que hablar con él en persona. Me gustaría ver la jaula de ejercicio. Sería conveniente hacer esto ahora para que podamos llevar el cuerpo a la morgue sin más demora...

Consigo leer algunas palabras pero no todas las marcadas en el papel. No será posible determinar con exactitud qué es lo que Kathleen escribió en su carta en el papel adornado, hasta que pueda ser examinado en mejores condiciones que una ventana cubierta con una malla de tela metálica y la iluminación de las bombillas de bajo consumo de la celda, que se encienden y se apagan desde la sala de control, para prevenir que las reclusas apaguen las luces con la intención de emboscar a un guardia en el momento de entrar. Veo la sombra de lo que está escrito por una mano elegante que ahora es familiar:

Lo sé ... una broma, ¿verdad? ... Así que pensé en compartir ... de PNG. Encaja con todo lo demás . . tratando de sobornarme y hacerse conmigo . . ¿Cómo estás.. ?

¿PNG, como en «persona non grata»? Una persona que no es bienvenida, o en términos legales, alguien, por lo general un diplomático extranjero, al que no se le permite entrar en un determinado país. Me pregunto a quién se refería Kathleen, cuando oigo el sonido parecido al papel que cruje que hace Marino al entrar en la celda, y deja una maleta Pelican muy sólida y cerrada junto a la cama.

—Estoy segura de que tiene que haber una lupa de mano en algún lugar —digo cuando él abre los cierres—. Una de diez aumentos con LED si es posible. La iluminación no es gran cosa aquí dentro.

Encuentra una lupa con luz, que enciendo con un interruptor y comienzo a pasarla muy despacio sobre las manos pálidas de Kathleen Lawler. Las palmas de las manos de un color rosa suave, los dedos y las yemas, las arrugas de la piel, los detalles de las huellas y débiles venas azuladas son diez veces su tamaño normal en la lente iluminada. Las uñas sin pintar y limpias tienen algunos surcos, y hay unas fibras blancas debajo de ellas que podrían ser de su uniforme o la ropa de cama, y una pizca de algo de color naranja debajo de la uña del pulgar derecho.

—Mira a ver si encuentras las pinzas pequeñas y un kit GSR para mí. Si Colin no tiene uno, estoy segura de que lo tendrá el investigador Chang —le pido a Marino mientras sostengo la mano derecha por la segunda falange del dedo pulgar.

El cuerpo está cada vez más frío, pero todavía móvil como en vida.

Marino busca en el equipo en el interior de la maleta y anuncia:

—Lo tengo.

Como si fuese un ayudante de cirugía, deja las pinzas en la palma de mi mano cubierta de nitrilo y luego me da un pequeño trozo de metal con un disco adhesivo de carbono en la parte superior para recoger residuos de pólvora en las palmas y los dorsos de las manos.

Le pido que sostenga la lente iluminada sobre la uña del pulgar y utilizo las pinzas para extraer las fibras blanquecinas y los trozos diminutos de una sustancia pastosa de color naranja que recojo con el disco adhesivo pegajoso, que después sello dentro de una bolsa de pruebas pequeña, relleno la etiqueta y escribo mis iniciales.

Me agacho junto a la cama y comienzo a buscar en la piel expuesta de las piernas y los pies descalzos. Detengo la lupa en la parte superior del pie izquierdo, donde hay un grupo de manchas rojas brillantes.

—Quizá le picó algún insecto —opina Marino.

—Creo que tal vez se volcó encima algo caliente —contesto—. Quemaduras de primer grado que puedes esperar si derramas un líquido caliente en el pie.

—No veo cómo podría calentar nada aquí. —Se inclina sobre el cuerpo para mirar de cerca la zona de la piel a la que me refiero—. ¿El agua caliente del lavabo puede hacer esto?

—Abre el grifo y compruébalo. Pero lo dudo.

—¿No pasa nada si lo abro?

—Ya recogí las muestras del lavabo —le dice Chang desde la puerta abierta—. Puede abrir el grifo si quiere comprobar lo caliente que sale. Quizás ella tenía algo aquí dentro. ¿Algo eléctrico? —sugiere—. ¿Es posible que se electrocutase?

—En este momento son posibles muchas cosas.

—Un secador o un rizador de pelo, si alguien le trajo uno para que lo usara —añade Chan—. Iría en contra de las normas, eso seguro. Sin embargo, podría ser una explicación para el olor eléctrico.

—¿Dónde podría haberlo enchufado? —pregunto, porque no veo ningún enchufe, solo uno blindado en la pared donde se conecta el televisor.

—Podría haber explotado algo que funcionaba con pilas.

—Marino abre el grifo de agua caliente—. Cualquier aparato a pilas si se calienta demasiado puede explotar. Pero si es lo que ocurrió, tendría algo más que estos pequeños puntos en el pie.

¿Estás segura de que no son picaduras de insectos? —Sostiene su mano bajo el chorro de agua, a la espera de comprobar la temperatura que alcanza—. Porque podría tener más sentido dado que estuvo en el exterior y luego comenzó a sentirse mal. Lo digo porque me pasó. Una maldita abeja se me metió en el zapato o en el calcetín y me picó hasta que murió. Una vez que iba a noventa en mi Harley atravesé un enjambre entero de abejas. Que te piquen en el interior del casco no es muy divertido.

—Un edema, una inflamación de menor importancia. Estas parecen quemaduras, muy recientes y limitadas a la capa externa de la piel, de primer grado o de un segundo grado superficial.

Tuvo que ser doloroso —explico.

—Es imposible que se lo hiciera con esto. —Marino cierra el grifo—. No está caliente en absoluto. Apenas un poco más que tibia.

—Quizá podrías preguntar si pudo quemarse el pie de alguna manera.

Pasa junto a Chang y desaparece fuera de la celda.

—La doctora quiere saber si ella pudo haberse quemado a sí misma —le oigo decir.

—¿Si se quemó, quién? —La voz de Colin.

—Si Kathleen Lawler se quemó. Como si alguien le hubiera dado una taza de café o té muy caliente y se le derramó en el pie.

—¿Por qué? —pregunta Colin.

—Imposible —afirma Tara Grimm—. Las internas en aislamiento no tienen acceso a los hornos microondas. No hay hornos microondas en el Pabellón Bravo, excepto en la cocina, y ella desde luego no tenía acceso a la cocina. Es imposible que pudiese haber conseguido algo tan caliente para quemarse.

—¿Por qué lo preguntas?

Colin aparece en la puerta, ya no viste el mono blanco, suda y no se le ve feliz.

—Tiene quemaduras en el pie izquierdo —digo—. Parece como si algo la hubiera salpicado o se le hubiese derramado encima.

—Le echaremos un vistazo más de cerca cuando la llevemos a la morgue.

Una vez más, desaparece de la vista.

—¿Llevaba los zapatos y los calcetines puestos cuando la encontraron? —le pido a quien está escuchando.

Tara Grimm aparece en la puerta de la celda.

—Por supuesto que no —afirma—. Nosotros no le hubiésemos quitado los zapatos y los calcetines. Tuvo que quitárselos ella misma cuando volvió de hacer ejercicio. Nosotros no le hicimos nada.

—Ponerse un calcetín o calzarse con la piel quemada tiene que doler —comento—. ¿Cojeaba durante su hora de ejercicio?

¿Hizo mención de alguna molestia?

—Se quejó del calor y de que estaba cansada.

—Me pregunto si ella se quemó después de que la devolviesen a su celda. ¿Se duchó cuando volvió de la jaula de ejercicio?

—Voy a decirlo de nuevo. No, no es posible —manifiesta Tara en un tono seco, la voz pausada y una hostilidad manifiesta—. No había nada con lo que pudiera quemarse.

—¿Hay alguna posibilidad de que pudiese haber tenido algo eléctrico en su celda, en algún momento de esta mañana?

—Por supuesto que no. No hay enchufes accesibles en ninguna de las celdas del Pabellón Bravo. No pudo quemarse a sí misma. Usted puede preguntarlo cincuenta veces y seguiré diciendo lo mismo.

—Pues parece que se quemó a sí misma. En el pie izquierdo —insisto.

—No sé nada de ninguna quemadura. No puede tenerlas. Usted debe de estar equivocada. —Tara me mira fijamente—. Aquí no hay nada con lo que pudiera quemarse —repite—. Lo más probable es que sean picaduras de mosquitos o algún otro insecto.

—No son picaduras.

Coloco las bolsas en cada mano y otra en el pie izquierdo y las sujeto en las muñecas y el tobillo con bandas de goma para garantizar que nada se añade o se pierde durante el transporte al depósito de cadáveres, y palpo la cabeza de Kathleen. Mis dedos enguantados palpan los contornos del cráneo y el cuello para comprobar lo que siempre compruebo con el sentido del tacto para descubrir las lesiones más sutiles, como una fractura o una zona esponjosa, que podría indicar una hemorragia en los tejidos blandos, oculta por el pelo. Ella está caliente, y la cabeza se mueve cuando muevo las manos, los labios entreabiertos, como si estuviera dormida y pudiera abrir los ojos bien abiertos en cualquier momento y tener algo que decir. No encuentro ninguna lesión, nada anormal, y le pido a Marino que me dé la cámara y una regla transparente de quince centímetros.

Hago fotografías del cuerpo y me centro en la mano donde quité la sustancia naranja y las fibras blancas de debajo de las uñas. Fotografío las quemaduras del pie izquierdo. Tara Grimm observa todo lo que hago, sin el menor disimulo. Está de pie en la puerta, en jarras, y saco más fotografías. Hago más de las que necesito. Me tomo mi tiempo mientras me enfurezco cada vez más.

23

Colin abre una puerta trasera del Coastal Regional Crime Laboratory y salimos al calor y el deslumbramiento mientras retumba un trueno y un mar de volátiles nubes oscuras se nos acerca. Son las cuatro pasadas, y Lucy me dice por teléfono que las ráfagas de viento del suroeste, cercanas a los treinta nudos, arrastran el helicóptero y a este paso acabarán en Alaska.

—Hemos tenido que aterrizar en Lumberton para repostar por tercera vez después de esperar a que cesase el temporal y que hubiese visibilidad en Rocky Mount —comenta—. Un aburrimiento interminable sobre los pinos y las granjas de cerdos.

Humo por todas partes de la quema controlada. Creo que la próxima vez Benton podría tomar el autocar.

—Marino salió para el aeropuerto hace unos minutos y parece que se acerca una gran tormenta —le digo a mi sobrina y acompaño a Colin a través de una amplia extensión de la explanada del aparcamiento para el personal y las entregas.

El aire está tan cargado de humedad que casi puedo verlo.

—Estaremos bien —dice Lucy—. Volaremos con VFR hasta el final y debería estar aquí en quizás una hora o una hora y cuarto, a menos que acabe volando alrededor de Gamecock Charlie y siguiendo la costa desde Myrtle Beach. La ruta panorámica, pero más lenta.

Gamecock Charlie es un espacio aéreo de operaciones militares utilizado para el entrenamiento y las maniobras que no son publicitadas, ni seguro para los no participantes o una aeronave civil que pueda estar cerca. Si el espacio aéreo está activo o «caliente», es prudente mantenerse alejado.

—Ya sabes lo que digo siempre. Nunca tengas prisa por tener un problema —le recuerdo.

—Creo que está caliente si me baso en lo que he estado oyendo en Milcom —añade Lucy. Se refiere a las comunicaciones militares o de vigilancia UHF—. De verdad, no quiero verme metida en medio de intercepciones, tácticas a baja altitud, acrobacias aéreas, lo que sea.

—Te agradecería que no lo hicieras.

—Por no hablar de evitar a los aviones no tripulados, algún aparato que vuela por aquí guiado por control remoto desde un ordenador en California. ¿Alguna vez te has fijado en cuántas bases militares y zonas aéreas restringidas hay por aquí? Eso y las casetas para cazadores de ciervos. Supongo que todavía no has descubierto lo que pasó. —Se refiere a lo que le pasó a Kathleen Lawler—. No pareces muy contenta.

—Nos estamos preparando para averiguarlo con un poco de suerte.

—Por lo general, siempre tienes más que una esperanza.

—Esto no es habitual. Nos hicieron pasar un mal rato en la cárcel y no parezco contenta porque no lo estoy.

Imagino la cara de Tara Grimm cuando se plantó en la puerta de la celda mirándome furiosa, y luego lo que sucedió con el guardia que supervisó la hora de ejercicio de Kathleen Lawler.

La guardia Slater, una mujer grande, con un aire desafiante y los ojos llenos de resentimiento, nos dijo después de llevarnos a la jaula de ejercicio, antes de marcharnos, que no ocurrió nada fuera de lo normal esa mañana entre las ocho y las nueve cuando Kathleen fue escoltada afuera para caminar «como ha estado haciendo», desde que fue transferida al Pabellón Bravo. Le pregunté si había habido alguna indicación de que Kathleen se hubiese encontrado mal o si podía estar molesta.

¿Se había quejado, por ejemplo, de cansancio, mareos o dificultades para respirar? ¿Alguna posibilidad de que la hubiese picado un insecto? ¿Cojeaba? ¿Le pareció dolorida? ¿Hizo alguna mención sobre cómo se sintió esta mañana? Y Slater informó que Kathleen se quejó del calor, repitiendo gran parte de la misma información que nos han dicho infinidad de veces.

Kathleen caminó alrededor de la jaula y de vez en cuando se apoyó en la valla de tela metálica, dijo Slater. Añadió que Kathleen se agachó varias veces para anudar el cordón de una de sus zapatillas, y quizá le molestaba un pie, pero no mencionó nada sobre que se hubiese quemado a sí misma. Era imposible que se quemase en el Pabellón Bravo, afirmó Slater muy a la defensiva y repitiendo como un loro lo que Tara Grimm nos había dicho.

—No sé de dónde ha sacado esa idea —me comentó Slater con la mirada puesta en la alcaide—. Las internas no tienen acceso a los microondas en el Pabellón Bravo y el agua de los grifos no es lo bastante caliente para causar una quemadura. De vez en cuando Kathleen pidió un vaso de agua cuando estaba en la jaula y dijo que tenía la garganta un tanto irritada, quizá por el polen o el polvo, o «como si estuviese a punto de pillar la gripe». También dijo que se sentía somnolienta.

¿Qué podría haber querido decir Kathleen con somnolienta?, le pregunté, y Slater pareció molesta. «Bueno, somnolienta», repitió como si lamentase haberlo dicho y quisiese retirarlo. Hay una diferencia entre estar somnolienta y estar fatigada, le explico.

BOOK: Niebla roja
13.72Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Christmas Kismet by Grey, Jemma
I Can't Think Straight by Shamim Sarif
Samantha James by One Moonlit Night
My Best Friend's Brother by Thompson, MJ
The Darke Toad by Angie Sage
Weeping Willow by White, Ruth
The Triumph of Caesar by Steven Saylor