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Authors: Patricia Cornwell

Niebla roja (36 page)

BOOK: Niebla roja
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—Bueno, maldita sea, guardé el contenido gástrico. Debería haberlo congelado.

—¿Por qué ibas a pensar que debías hacerlo?

—No lo hice. No lo pensé porque no tenía ninguna razón para hacerlo, pero me gustaría haberlo hecho.

—¿Cuántas veces personas como nosotros dicen eso? —Trato de hacerle sentir mejor—. Ha habido cierto éxito en las pruebas de tejido fijado en formalina —agrego—. Todo depende de lo que estés buscando.

—Esa es la cuestión. ¿Buscar, qué?

Cruzamos un suelo plastificado donde hay tres mesas adicionales montadas en columnas y conectadas a fregaderos espaciados debajo de campanas de aire fresco iluminadas. Junto a cada puesto de trabajo hay un carro rodante con instrumentos quirúrgicos bien ordenados, tubos de pruebas y contenedores, una tabla de cortar, una sierra eléctrica oscilante que se enchufa a un carrete de cable colocado en alto, y un contenedor rojo brillante para objetos punzantes. Los armarios, las cajas de luz y los bactericidas ultravioletas están montados en las paredes, y hay armarios de secado de pruebas, y encimeras y sillas plegables de metal para hacer el papeleo.

—No es que yo sea la responsable, pero creo que lo primero que he anotado en mi lista es a lo que pudo haber estado expuesta —digo a Colin—. Un residuo calcáreo gris que olía como un aislante eléctrico recalentado. Sería de gran ayuda conseguir un análisis lo antes posible de lo que estaba en su lavabo. Sin duda, no olía a nada que perteneciese a su celda. No estoy tratando de decirte qué hacer, pero si tienes alguna influencia...

—Sammy tiene influencia suficiente por nosotros dos en el laboratorio de rastros. Marcas de herramientas, documentos, todo es un desafío. En estos días todo va de ADN y no todo puede ser resuelto con el maldito ADN, pero intenta decírselo a los fiscales y en especial a la policía. Mi conjetura es que la gente de rastros pondrá manos a la obra de inmediato. Yo no huelo nada, pero aceptaré tu opinión y podrás decirme qué quieres que haga en todo momento. A bote pronto no se me ocurre ningún veneno que pueda oler como el aislamiento eléctrico recalentado.

—Entonces, ¿qué era? —pregunto—. ¿Qué consiguió y cómo?

Si tenemos en cuenta la máxima seguridad del Pabellón Bravo, no parece probable que ella pudiera pasearse por las zonas comunes y mezclarse con otras internas y poner las manos en algo que no debería tener.

—Es obvio que debemos preocuparnos por las personas que tenían acceso a su celda. Siempre me preocupa cuando se trata de una muerte bajo custodia. Incluso cuando ocurre en lo que parece ser la más normal de las circunstancias, y esta no pertenece a la categoría normal —dice—. Ya no.

24

En una encimera están las cajas de guantes de diferentes tamaños y cojo dos pares para cada uno de nosotros, y Colin abre la cremallera de la bolsa de cadáveres. El plástico cruje cuando la baja del todo.

Le ayudo a deslizar a Kathleen Lawler en la mesa de acero, y luego va hasta unos cestos colgados en la pared, coge los formularios en blanco, y los coloca en un sujetapapeles de metal mientras yo quito las gomas elásticas de las muñecas y los tobillos. Retiro las bolsas de papel que coloqué antes en las manos y el pie izquierdo, las pliego y empaqueto para el laboratorio de rastros de pruebas. A continuación corto una hoja grande de papel de carnicero blanco de un rollo que hay en una encimera, y la uso para cubrir la mesa de autopsias junto a la que estamos utilizando.

Su cuerpo está cada vez más frío, pero todavía es flexible y fácil de manipular cuando comenzamos a desnudarlo, y colocamos cada prenda de vestir sobre la mesa cubierta de papel junto a nosotros. La camisa blanca del uniforme con la palabra interna impresa en la espalda en grandes letras de color azul oscuro. El pantalón blanco con bragueta de botones y las iniciales GPFW en azul en los costados de las perneras. Un sujetador. Unas bragas.

Cojo una lupa de mano del carro y enciendo una lámpara quirúrgica, y gracias a la lupa descubro un área de débiles manchas de color naranja, como si Kathleen se hubiese limpiado la mano en la pernera derecha. Cojo una cámara de un estante, coloco una regla junto a la mancha, y la centro en la luz.

—No sé dónde mandas por aquí que hagan los análisis de alimentos —le digo a Colin—. Esto parece ser queso, pero habría que saberlo. Yo no voy a utilizar un hisopo, dejaremos que lo haga rastros. Tenía también algo de color naranja en la uña del pulgar derecho. Podría ser lo mismo, algo que tocó o comió poco antes de morir.

—El GBI utiliza un laboratorio privado en Atlanta que analiza alimentos, cosméticos, productos de consumo, lo que sea. Me pregunto si las internas pueden comprar palitos de queso o queso para untar en el economato.

—No hay duda de que tiene el color amarillo naranja del cheddar o del cheddar untable. No vi queso ni palitos de queso en la celda, pero eso no quiere decir que no tuviera antes. Por supuesto, sabríamos más si su basura no hubiese desaparecido.

¿Qué pasa con las hemorragias petequiales de los ojos y la cara en el caso Plames?

Retomo el tema de la muerte de Shania Plames cuando vuelvo a la mesa con el cuerpo de Kathleen Lawler.

—Nada. Pero no siempre las encuentras en los suicidas que se ahorcan con compresión vascular completa.

—Si nos basamos en el montaje que has descrito antes, la manera como tenía los pantalones del uniforme atados alrededor del cuello y las piernas, no estoy segura de que esperase la compresión vascular completa, asociada con una suspensión completa, no parcial, o la estrangulación por ligaduras.

—Era extraño —asiente con solemnidad.

—¿Un posible montaje?

—No pasó por mi mente en ese momento.

—¿Por qué tenía que pasar? Dudo que hubiese entrado en la mía.

—No voy a decir que no pudo ser un montaje —continúa—. Pero habría esperado pruebas de lucha, de algunos medios para incapacitarla. Sin embargo, ni siquiera vi un morado.

—Solo me pregunto si es posible que estuviese muerta cuando la ataron y la colocaron en la posición que la encontraron.

—Ahora mismo me estoy preguntando un montón de cosas —dice con voz torva.

Mido un tatuaje en el lado inferior derecho del abdomen, la hada Campanilla, que mide dieciocho centímetros de ala a ala.

A la vista de cómo la imagen está estirada, calculo que Kathleen se hizo el tatuaje cuando estaba más delgada.

—Si ya estaba muerta cuando la acomodaron en la cama —añado, porque sigo pensando en Shania Plames—, la pregunta es: de qué murió.

—Muerta de qué y sin indicios de juego sucio, ni nada fuera de lo común. —Colin empuja hacia arriba la mascarilla que lleva suelta alrededor del cuello, y se cubre la nariz y la boca—. Algo que no aparece en la autopsia o en un análisis toxicológico.

—Hay innumerables venenos que no aparecen en un análisis de drogas estándar —señalo mientras sujetamos el cuerpo de lado para examinar la espalda—. Algo de acción bastante rápida, que causa síntomas que apenas se declaran, ya sea porque los testigos no son fiables o porque la víctima está aislada y fuera de la vista, o por todos los motivos anteriores. —Mido otro tatuaje, esta vez de un unicornio—. Y lo más importante, algo a lo que no se sobrevive. La persona que no vive para contarlo. No hay intentos fallidos de los que alguien informe.

—Ninguno que sepamos, en todo caso —dice—. Pero no lo sabríamos. Si alguien se pone muy enfermo en la cárcel y sobrevive, no vamos a descubrirlo. No nos informan de los que han estado a punto de morir.

Aprieta los dedos en un brazo, una pierna, y toma nota de un blanqueo. Le abre los párpados y, con una regla de plástico, mide las pupilas.

—Dilatada por igual, seis milímetros —dice—. En teoría con los opiáceos ves post mórtem que tienen las pupilas contraídas.

Nunca lo he visto. Otras drogas causan la dilatación, pero las pupilas muertas se dilatan de todos modos. —Hace incisiones rápidas con el bisturí de clavícula a clavícula y a lo largo del cuerpo—. Le haremos un PERK. Buscaremos pruebas de asalto sexual. Buscaremos cada maldita cosa que podamos imaginar.

Empieza a levantar el tejido. Guía el bisturí con el dedo índice derecho y manipula con el pulgar mientras sostiene unas pinzas en la mano izquierda.

—¿En qué armario? —pregunto, y señala con el dedo enguantado teñido de sangre.

Encuentro el Physical Evidence Recovery Kit y examino el cuerpo en busca de rastros de ataque sexual, paso los hisopos por todos los orificios y los fotografío, y coloco una etiqueta en cada bolsa de pruebas.

—Ya puestos, recogeré muestras del interior de la nariz y la boca para toxicología —informo a Colin—. También enviaré muestras de pelo.

Quita el plastrón de las costillas y lo deja caer en un cubo de plástico a sus pies, mientras George entra con las radiografías. Las distribuye en las cajas de luz y me acerco a echar un vistazo.

—Una vieja fractura de la tibia derecha. Nada reciente. Cambios típicos de la artritis. —Voy de una caja de luz a la siguiente, y observo los huesos blancos brillantes y las formas oscuras de los órganos—. Tiene una buena cantidad de comida en el estómago.

Yo no esperaría tanto si comió a las cinco cuarenta de esta mañana y murió alrededor del mediodía o unas seis horas más tarde. Retraso en el vaciamiento gástrico. —Vuelvo a la mesa de autopsias y cojo un bisturí—. Algo que causó que se interrumpiera la digestión.

La última comida de Barrie Lou Rivers estaba sin digerir. ¿Qué pasa con las otras dos? —Me refiero a Shania Plames y Rea Abernathy.

—Lo recuerdo vagamente. Sí. Comida no digerida. Desde luego en el caso de Barrie Lou Rivers y pensé que era por el estrés —contesta Colin—. Lo he visto antes en las ejecuciones. El recluso come su última comida y en su mayoría acaba sin digerir debido a la ansiedad, al pánico. Aunque vete a saber cómo comen todos ellos. Si yo estuviese a punto de ser ejecutado, no creo que lo hiciera. Solo querría que me dieran una botella de bourbon y una caja de puros cubanos.

Hago un corte en el estómago y vacío el contenido en una caja.

—Vaya, desde luego no comió lo que nos dijeron que le sirvieron en su celda esta mañana.

—¿No hay huevos y gachas?

Colin observa lo que estoy mirando y utiliza ambas manos para sacar el hígado del cuenco de acero inoxidable de la balanza electrónica. Coge un cuchillo de autopsia de hoja ancha y mango largo.

—Doscientos ochenta mililitros con trozos que parecen ser de pollo, pasta y algo de color naranja.

—¿Naranja como la fruta? Se supone que había una naranja en la bandeja del desayuno.

Corta secciones de hígado como si estuviera cortando pan.

—No ese tipo de naranja —respondo—. No veo restos de fruta. Naranja como el color naranja. Con aspecto de queso y el mismo color que el material de color naranja que encontré en la uña del pulgar y en sus pantalones. ¿Dónde pudo haber conseguido el pollo, la pasta y el queso esta mañana?

—Cambios moderados de grasa en el hígado, pero no está mal, teniendo en cuenta su vida. Sin embargo, alrededor de uno de cada tres hígados son normales en los alcohólicos —comenta y comienza con los pulmones—. ¿Sabes lo que te hace alcohólico?

Beber más que tu médico. Así que mintieron sobre lo que comió esta mañana. ¿Pollo y pasta? No tengo idea. —Saca el pulmón de la balanza y se limpia la sangre de las manos con una toalla—. Si la mataron de alguna manera, ¿no crees que tendrían suficiente inteligencia como para saber que acabaría aquí y sabríamos lo que comió?

Anota el peso en la planilla.

—No todo el mundo es tan astuto, máxime si es verdad que comió entre las cinco y media y las seis de la mañana, cuando al parecer se sirve el desayuno en el Pabellón Bravo. —Etiqueto una caja de cartón para toxicología—. La conjetura podría ser que quizá creyeron que la comida estaría digerida en el momento de su muerte. En circunstancias normales, habría sido así.

—Hay algo de congestión, un edema leve. —Corta rebanadas de un pulmón—. La congestión de los capilares alveolares, líquido rosado espumoso en los espacios alveolares. Típico de la insuficiencia respiratoria aguda.

—Y típico de la insuficiencia cardíaca. Su corazón, aunque parezca mentira, está muy bien. —Comienzo a cortar secciones del corazón en la tabla de cortar grande—. Se ve un poco pálido.

No hay cicatrices. Vasos muy marcados. Válvulas, cordones tendinosos, músculos papilares, en orden —dicto la disección—. El grosor de la pared ventricular, los diámetros de la cámara son los adecuados. La salida de los grandes vasos muy patente. Sin lesiones en el miocardio.

—Estoy seguro de que no lo hubieras adivinado. —Colin se limpia las manos de nuevo y lo escribe—. No hay nada que nos haga pensar en un infarto de miocardio. Todos los caminos conducen a la toxicología.

—Al no ver nada en absoluto que indique un infarto de miocardio, puedes buscar pruebas histológicas, la teoría de que los miocitos cardíacos se dividen después de un infarto de miocardio. Pero en general, si no veo pruebas anatómicas, soy escéptico.

Y no estoy viendo ninguna prueba. La aorta tiene una aterosclerosis mínima. —Alzo la mirada cuando se abren las puertas de la sala de autopsias—. En mi opinión nada en absoluto parece indicar que murió de algo relacionado con el corazón.

Oigo voces conocidas en el momento en que entra George.

Reconozco la voz de barítono, suave, tranquila, de Benton, y mi estado de ánimo mejora al verle con el pantalón caqui arrugado y un polo verde, delgado y apuesto. Su pelo plateado se ve aplastado, sin duda por estar sudando en una camioneta sin aire acondicionado, y no importa que nos encontremos en una sala de autopsias desnuda que huele a muerte, o que mi bata blanca y los guantes estén ensangrentados y Kathleen Lawler esté abierta en canal, sus órganos seccionados en un cubo en el suelo debajo de la mesa.

Estoy feliz de ver a Benton, pero que estemos en una morgue en medio de una autopsia no es por lo que quiero que esté cerca.

Y luego aparece Lucy, esbelta e impresionante, con un mono de piloto negro, el cabello castaño suelto sobre los hombros y con reflejos de rosa dorado por las luces cenitales. Ambos se quedan donde están, en el otro extremo de la habitación.

—Tenéis que quedaros allí —les digo de todos modos, y tengo la sensación, a partir de la actitud de Benton, de que algo va mal—. No sabemos a qué ha estado expuesta, pero una muerte por toxinas es la primera en nuestra lista. ¿Dónde está Marino?

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