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Authors: Dan Simmons

Olympos (2 page)

BOOK: Olympos
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Sí les voy a citar el párrafo final de la inteligente e interesante reseña que T. M. Wagnerha hecho de
Olympo
en SF Rewiews (http://www.sfre- views.net/olympos.html), que les recomiendo encarecidamente. Creo que explica bien el sentido (o, al menos, uno de los sentidos...) de la saga
Ilión
/
Olympo
:

«Una de las maneras en que el pasado informa el presente es a través de la narrativa mítica que pasa de generación en generación. A medida que la humanidad evoluciona, también lo hacen nuestros mitos y
Olympo
en sí mismo se ofrece como un ejemplo de ello. Al revisar y recontextualizar la épica de Homero y Shakespeare, Simmons parece intensamente consciente de que las futuras generaciones pueden ver esas revisiones como la épica de nuestro propio tiempo. ¿Pretencioso? A grandes rasgos, es posible que sí. Pero no lo es en la manera en que lo maneja Simmons. Para él, narrar y volver a narrar las grandes historias es algo que está en el núcleo de lo que somos. No podemos dejar de narrar historias de la misma manera que no podemos dejar de comer, dormir o hacer el amor. Es ese homenaje a ese proceso de narrar historias lo que hace que
Olympo
sea una obra maestra.»

Es fácil estar de acuerdo, al menos en el hecho de que
Ilión
/
Olympo
es una verdadera obra maestra y, además, añado yo, un hito ya imprescindible en la historia de la moderna ciencia ficción. No es poca cosa.

Un último comentario final. Personalmente me encuentro estos últimos años añorando ese interesante período de la narrativa cuando los autores se conformaban con escribir una buena novela en doscientas cincuenta o trescientas páginas. No es la moda actual. Y menos en la ciencia ficción.

Ahora cualquier libro se acerca peligrosamente al millar de páginas, y algunos de los más recientes éxitos de Nova lo demuestran, desde
Tránsito
, de Connie Willis, a
Crisis Psicohistórica
, de Donald Kinsgbury, pasando por
Un Abismo en el Cielo
, de Vernor Vinge, sin olvidar el exagerado (en todos los sentidos)
Criptonomicón
, de Neal Stephenson, y sus dilatadas continuaciones que forman
El ciclo barroco
.

Eso crea graves problemas en las ediciones en algunas lenguas que tienden a una mayor extensión que el inglés original. Y el español es una de ellas. Aunque inicialmente planeábamos publicar
Ilión
en un solo libro, al ver la extensión de la traducción acabamos publicando la obra en dos volúmenes, al igual que se había hecho en Italia y otros lugares de Europa. Esa dilatada extensión y las bajas tiradas de la ciencia ficción en algunos países europeos como España explican esa mala costumbre en la que hemos incurrido la mayoría de editores europeos de ciencia ficción, al menos en los últimos años. Admito que no me gusta tener que hacerlo, pero la realidad y sus presiones acaban imponiéndose. Y en ello hemos recaído ahora con la publicación de
Olympo
.

En cualquier caso, de momento, aquí tienen ustedes, por fin, la primera parte de Olympo. La hemos subtitulado
La Guerra
, ya que la denominación italiana («La guerra de los inmortales», presentada, además, como el volumen 3 de Ilión...) no nos parecía adecuada. En pocos meses más dispondrán ustedes de la segunda parte que concluye el ciclo y que vamos a conocer en España como
Olympo 2
:
La Caída
.

Y, hablando de
Olympo
, déjenme contarles algunas curiosidades más.

Aunque en inglés el monte Olimpo recibe el nombre de Olympus, lo cierto es que Simmons ha elegido como título de la novela una variación sobre esa grafía y, en el original inglés, la novela se llama Olympos, con «o» y no con «u». Para intentar mantener esta diferencia, hemos optado por usar
Olympo
como título de nuestra edición, tal como parece querer Simmons: similar pero no igual a Olimpo.

En el texto de su novela (las dos partes) Simmons usa 180 veces la grafía Olympus y sólo 22 veces la grafía Olympos, y debo reconocer que he sido incapaz de comprender si hay alguna razón para el uso de una u otra. Me inclino por pensar que no la hay... Por ello, llevados por el mayor de los pragmatismos, hemos dejado la grafía tradicional Olimpo en todas las referencias al monte Olimpo que salen en la novela.

Y nada más por ahora. Les dejo con la amena y a la vez compleja narración que Simmons ha elaborado para su vuelta, por la puerta grande, a la mejor ciencia ficción de todos los tiempos. Tal como dice el
New York Times Book Review
: «Ciencia ficción en gran escala...
Ilión
/
Olympo
aborda un alegre acercamiento al apocalipsis.»

Una gozada. De verdad. Que ustedes la disfruten.

Miquel Barceló

Esta novela es para Harold Bloom, quien (por su negativa a colaborar en esta Era del Resentimiento) me ha causado gran placer.

¿Cómo pudo Homero saber estas cosas?

¡Cuando todo esto sucedió, él era un camello en Bactria!

Lucano,
El sueño

... la verdadera historia de la tierra debe ser en último término la historia de una guerra interminable. Ni sus amigos, ni sus dioses, ni sus pasiones dejarán al hombre en paz.

Joseph Conrad,
Notas sobre la vida y cartas

Oh, no escribas más la historia de Troya

si tierra debe ser el pergamino de la Muerte.

Ni mezcles con cólera laya la alegría

que amanece sobre los libres:

aunque una sutil esfinge renueve

acertijos de muerte que Tebas nunca supo.

Otra Atenas surgirá

y a tiempos más remotos

lega, como el ocaso a los cielos, el esplendor de su cenit;

y deja, si nada tan brillante puede vivir,

todo lo que la tierra puede tomar o puede dar el Cielo.

Percy Bysshe Shelley,
Hellas

Primera Parte
1

Justo antes del amanecer, Helena de Troya despierta con el sonido de las alarmas antiaéreas. Palpa los cojines de su cama pero su actual amante, Hockenberry, se ha marchado: ha vuelto a perderse en la oscuridad antes de que las criadas despierten, como hace siempre después de sus noches de amor, como si se tratara de un acto vergonzoso. Sin duda ahora se encamina furtivamente hacia su casa por los callejones y callejas menos iluminados por las antorchas. Helena piensa que Hockenberry es un hombre extraño y triste. Entonces recuerda: «Mi marido ha muerto.»

Paris muerto en combate singular con el implacable Apolo, es realidad un hecho acaecido hace ya nueve días: los grandes funerales en los que participarán tanto troyanos como aqueos comenzarán dentro de tres horas si el dios auriga que ahora se alza sobre la ciudad no destruye Ilión por completo en los próximos minutos... pero Helena no puede creer que Paris haya muerto. ¿Paris, hijo de Príamo, derrotado en el campo de batalla? ¿Paris muerto? ¿Paris arrojado a las oscuras cavernas del Hades sin belleza de cuerpo ni elegancia de acción? Impensable. Se trata de «Paris», el hermoso muchacho que se la robó a Menelao, burlando a los guardias y cruzando los verdes prados de Lacedemonia. Se trata de Paris, su amante más atento incluso después de una larga década de guerra, a quien secretamente se refería como su «brioso semental cebado en la cuadra».

Helena se levanta de la cama y sale al balcón abriendo las cortinas de seda a la luz previa al amanecer de Ilión. A mediados de invierno nota el mármol frío bajo sus pies descalzos. El cielo está aún lo bastante oscuro para que resulten visibles cuarenta o cincuenta reflectores enfocados hacia las alturas rastreando dioses o diosas y carros voladores. Apagadas explosiones de plasma ondean sobre la semicúpula del campo de energía de los moravecs que protege la ciudad. De repente, múltiples rayos de luz coherente (sólido lapislázuli, verde esmeralda, rojo sangre) brotan del perímetro defensivo de Ilión. Mientras Helena observa, una enorme explosión sacude el cuadrante norte de la ciudad; su onda expansiva sacude las torres de Ilión y los rizos de su largo y oscuro cabello. Los dioses han empezado a utilizar bombas físicas para vencer el campo de fuerza durante las últimas semanas, y las bombas unicelulares proyectan cambios de fase cuánticos en el escudo de los moravecs. O eso han tratado de explicarle Hockenberry y la divertida criatura de metal, Mahnmut.

A Helena de Troya le importan un comino las máquinas.

«Paris ha muerto.» La idea le resulta insoportable. Helena estaba preparada para morir con Paris el día en que los aqueos, dirigidos por Menelao, su ex marido, y por su hermano Agamenón, derribaran las murallas, como debían hacer según su amiga la profetisa Casandra, y dieran muerte a cada hombre y niño de la ciudad, violaran a las mujeres y se las llevaran como esclavas a las islas griegas. Helena estaba preparada para ese día, preparada para morir por su propia mano o por la espada de Menelao, pero nunca creyó realmente que su amado, engreído, divino Paris, su brioso semental, su hermoso marido guerrero, pudiera morir antes que ella. Durante más de nueve años de asedio y gloriosa batalla, Helena confiaba en que los dioses mantuvieran a su amado Paris vivo e intacto en su cama. Y lo habían hecho. Pero ahora lo habían matado.

Recuerda la última vez que vio a su marido troyano, diez días antes, saliendo de la ciudad para enfrentarse en combate singular con el dios Apolo. Paris nunca había parecido más confiado con su elegante armadura de bronce resplandeciente, la cabeza bien alta, su largo cabello sobre los hombros como la crin de un garañón, sus dientes blancos brillando mientras Helena y miles de personas observaban y aplaudían desde la muralla, sobre las puertas Esceas. Sus rápidos pies lo habían llevado siempre «seguro y arropado en su gloria», como le gustaba cantar al bardo favorito del rey Príamo. Pero aquel día lo llevaron a su propia muerte a manos del furioso Apolo.

Y ahora está muerto y, si los informes entre susurros que Helena ha oído son ciertos, su cuerpo está calcinado y destrozado, los huesos rotos, el rostro dorado y perfecto convertido en un cráneo obscenamente sonriente, los ojos azules derretidos y reducidos a sebo, jirones de carne chamuscada cuelgan de sus pómulos calcinados como... como esos primeros trozos de carne ceremonial apartados del fuego del sacrificio porque han sido considerados indignos. Helena se estremece con el frío viento que trae el amanecer y contempla el humo que se alza sobre los tejados de Troya.

Tres cohetes antiaéreos del campamento aqueo situado al sur saltan al cielo en busca del dios auriga en retirada. Helena capta un atisbo de ese carro, un breve destello, tan brillante como la estrella de la mañana, perseguido por la cola de los cohetes griegos. Sin advertencia, la brillante mota cuántica se esfuma, dejando vacío el cielo matutino. «Volved al asediado Olimpo, cobardes», piensa Helena de Troya.

Las sirenas que anuncian que todo está despejado empiezan a ulular. La calle que pasa bajo los apartamentos de Helena en la mansión de Paris, tan cercana al derruido palacio de Príamo, se llena de pronto de hombres a la carrera, brigadas de bomberos que corren hacia el noroeste, donde se alza el humo en el aire invernal. Las máquinas voladoras moravec zumban sobre los tejados, como brillantes moscardones negros con sus sistemas de aterrizaje y sus proyectores giratorios. Algunos, ella lo sabe por experiencia y por los balbuceos nocturnos de Hockenberry, volarán con lo que él llama la cobertura aérea, demasiado tarde para ayudar, mientras que otros intervendrán para apagar el fuego. Luego troyanos y moravecs sacarán los cuerpos destrozados de los escombros durante horas. Como Helena conoce a casi todo el mundo en la ciudad, se pregunta aturdida quién estará en las filas de aquellos que han sido enviados al oscuro Hades tan temprano por la mañana.

«La mañana del funeral de Paris. Mi amante. Mi tonto y traicionado amante.»

Helena oye a las criadas que empiezan a agitarse. La más anciana de todas (la vieja, Aitra, antigua reina de Atenas y madre del real Teseo hasta que fue secuestrada por los hermanos de Helena en venganza por el secuestro de su hermana) está de pie en la puerta del dormitorio.

—¿Ordeno a las muchachas que te preparen el baño, mi señora? —pregunta Aitra.

Helena asiente. Contempla el cielo un instante más: ve el humo al noroeste espesarse y luego reducirse mientras las brigadas de bomberos y los motores de los moravecs lo controlan; observa otro instante los moscardones de batalla moravec que siguen abalanzándose hacia el este en inútil persecución del carro que ya se ha teletransportado cuánticamente, y luego se vuelve para entrar, los pies descalzos susurrando sobre el frío mármol. Tiene que prepararse para los ritos funerarios de Paris y para ver a su cornudo esposo, Menelao, por primera vez desde hace diez años. Ésta será también la primera vez que Héctor, Aquiles, Menelao, Helena y muchos otros aqueos y troyanos estén presentes en un acto público. Podría pasar cualquier cosa.

«Sólo los dioses saben qué será de este aciago día», piensa Helena. Y tiene que sonreír a pesar de su tristeza. Las oraciones a los dioses no obtienen respuesta. Los dioses, vengativos, ya no comparten nada con los mortales... o al menos nada excepto la muerte y la perdición y la terrible destrucción que sus manos divinas descargan sobre la tierra.

Helena de Troya se dispone a bañarse y a vestirse para el funeral.

2

El pelirrojo Menelao, engalanado con su mejor armadura, erguido, inmóvil, regio y orgulloso, guardaba silencio entre Odiseo y Diomedes. Encabezaba la delegación aquea de héroes congregados dentro de las murallas de Ilión para los ritos funerarios, para honrar a su ladrón enemigo, el hijo de Príamo, aquel cerdo miserable, Paris. Menelao no paraba de preguntarse cómo y cuándo matar a Helena.

Tenía que ser fácil. Estaba al otro lado de la ancha calle, en la muralla, a menos de quince metros, frente a la delegación aquea, en el corazón del enorme patio interior de Troya, en el balcón real, con el viejo Príamo. Con suerte, Menelao podría correr más rápido que nadie sin que fueran capaces de interceptarlo. E incluso sin suerte, si los troyanos tenían tiempo de interponerse entre su esposa y él, los abatiría como hierbajos.

Menelao no era un hombre alto, no era un noble gigante como su hermano ausente, Agamenón, ni un gigante innoble como el remilgado Aquiles, de modo que sabía que no podría saltar hasta el balcón; tendría que subir por las escaleras entre la multitud de troyanos allí congregados, abatiendo y empujando y matando a su paso. No le importaba.

BOOK: Olympos
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