Authors: Laura Gallego García
«¿Acaso no es así?».
Gerde se encogió de hombros.
—No, no lo es. Podríamos quedarnos a pelear hasta el final, pero es una pérdida de tiempo. No es lógico y no es razonable, Sussh, lo sabes.
«Tal vez no. Pero dime, feérica, ¿hay dragones en el lugar a donde pretendes conducirnos?».
—No —reconoció Gerde—. Pero tampoco los hay aquí.
«Están los artefactos de los sangrecaliente. Una pálida sombra de los dragones de antaño, un pobre sustituto para alimentar nuestro odio insatisfecho. Pero es mejor que nada».
—¿Deseas seguir luchando? ¿Es eso todo lo que esperas del futuro?
Sussh alzó la cabeza y la miró fijamente.
«¿Acaso no era eso lo que
tú
esperabas de nosotros?», la interrogó.
Gerde esbozó una media sonrisa.
—¿Lo sabías?
Sussh cerró los ojos, cansado.
«Lo intuía».
—Entonces, si te digo que debemos emigrar a otro mundo, sabrás que no tienes alternativa.
«No», dijo Sussh. «Los sheks fuimos creados para luchar contra los dragones. Fue entonces cuando no nos diste alternativa. Se nos ordenó que lucháramos contra los dragones por toda la eternidad, y, que yo sepa, esa orden sigue vigente. Si tenías planeado que dejásemos de luchar algún día, entonces deberías habernos evitado el odio y el instinto. Quedándome a pelear, defendiendo este pedazo de tierra muerta, no hago sino obedecer el mandato que nos fue implantado en el alma, en los albores de nuestra historia. ¿Serías tú capaz de extirpar el odio de nuestra sangre?».
Gerde sonrió.
—Tal vez.
«Pues ahí tienes mi respuesta. Mientras desee pelear contra un dragón, aunque sea un sucedáneo, permaneceré allá donde haya dragones, obedeciendo las órdenes que mi dios nos transmitió a todos los de nuestra raza. Seguiré luchando, porque es lo que he hecho siempre, y porque los sheks fuimos creados para la guerra. No se nos puede pedir que vivamos en paz. Quien pretenda que lo hagamos, deberá cambiar esa circunstancia, porque de lo contrario nos condenará para siempre al terrible vacío que supone para una criatura no poder cumplir la función para la cual fue creado. La mayoría de las criaturas se conformarían simplemente con vivir. Pero nosotros hemos de luchar. Así que, al fin y al cabo, depende de ti».
—No querrás estar aquí cuando lleguen los Seis.
«Depende de ti», repitió Sussh.
Gerde se rió.
—Oh, sí, tal vez. Deja que te ahorre trabajo, entonces. Si no quedan enemigos contra los que luchar, tal vez cambies de idea.
Alzó la mano, solo una vez, y algo sucedió. El paisaje pareció ondularse un instante, como si la misma realidad se estremeciera. Y, momentos después, todos los miembros del grupo rebelde, incluyendo los dragones artificiales, estallaron en miríadas de partículas y se fundieron con la arena del desierto. Sussh entornó los ojos. Si estaba impresionado, no lo demostró.
«Has destruido un pequeño grupo», observó, «pero quedan muchos más».
El hada se encogió de hombros.
—Podría desintegrarlos a todos —admitió—, pero tengo cosas más importantes que hacer. Y además, no lo he hecho para quitártelos de encima, Sussh. Considero que tú también deberías tener cosas más importantes que hacer. Lo comprenderás en cuanto este lugar reciba la visita de alguien mucho más poderoso y peligroso que un grupo de sangrecaliente.
El shek entornó los ojos.
«Conozco los rumores acerca de la presencia que abrasa el desierto».
—Son mucho más que rumores —se rió Gerde—. No tardarás en comprobarlo por ti mismo. Estoy convencida de que a estas alturas ya ha detectado lo que acabo de hacer, y no tardará en presentarse aquí.
«¿Tienes intención de enfrentarte a él, acaso?».
—Sabes que no. Por eso estoy abriendo una Puerta a nuestra libertad. Cuando te hayas enfrentado a uno de ellos, si es que sales con vida, lo entenderás.
«Nuevamente», dijo Sussh, «no tiene que ver con el entendimiento, sino con el instinto. Llévame a un mundo donde haya dragones o elimina el odio que late en mi ser, y entonces te seguiré».
Gerde se rió otra vez, pero no dijo nada.
«Te estás marchitando», observó él.
Y era cierto; la piel de Gerde parecía más mustia, menos tersa. El brillo acerado de sus ojos también parecía estar debilitándose.
—Ya ves —dijo ella con sencillez—. Todos tenemos que luchar contra cosas que escapan a nuestro control. Es lo malo de tener un cuerpo, ¿no te parece?
Sussh no respondió. Cerró los ojos, como si estuviera tremendamente cansado. Cuando volvió a abrirlos, Gerde ya había desaparecido.
Victoria alzó el largo vestido azul y lo contempló con aire crítico. Después, bajó la vista hasta su cintura y suspiró.
—Ese traje era de mi madre —se oyó una voz desde la puerta—. Lo llevaba puesto el día en que los sacerdotes bendijeron su unión con mi padre.
Victoria se volvió para mirar a Alsan, cautelosa. El rey de Vanissar se había apoyado en el quicio de la puerta y, por lo visto, no parecía importarle el hecho de que la joven llevase todavía la ligera túnica que solía usar para dormir.
—Ya me lo habían dicho —repuso ella—. Y te lo agradezco mucho, pero me temo que no me lo voy a poner hoy; es demasiado estrecho de talle.
Alsan se encogió de hombros.
—Te habría valido hace unos días —observó—. ¿Qué te ha pasado exactamente?
Victoria se alegró de que Alsan pareciese por fin dispuesto a escucharla.
—Me acerqué demasiado a la diosa Wina. Ya sabes, la diosa que hace crecer las cosas vivas. Todas ellas —añadió.
Alsan la miró, asombrado.
—¿Y qué habría pasado si llegas a acercarte
más? —
quiso saber.
Victoria se estremeció.
—Procuro no pensar en ello.
Se había inclinado junto a un arcón que había en un rincón de la habitación y examinaba su contenido, sacando unas prendas y desechando otras. Casi nada de lo que había allí dentro era suyo realmente; en su primer viaje a Idhún había llevado solo lo imprescindible, y cuando había regresado por segunda vez, con Christian, tampoco se había molestado en hacer la maleta. Las ropas que solía usar en su mundo natal no encajaban allí.
Levantó en alto una amplia túnica blanca y la estudió con atención. Era un poco sosa, pero le cabría. Suspiró para sus adentros. No era una joven coqueta, pero aquel día deseaba de corazón estar radiante para Jack. También le habría gustado poder prepararse de forma apropiada para la ceremonia de la noche anterior, con Christian, pero había algo romántico y excitante en el hecho de que se hubiera realizado de forma tan furtiva. La misma relación que mantenía con él era así, construida sobre momentos inesperados, no planificados. Y no era la primera vez que salía de su habitación en plena noche para reunirse con él en secreto, pensó, recordando aquellas primeras citas, cuando él acudía a buscarla, y ella corría a su encuentro en pijama, sin preocuparse para nada por su aspecto. En aquellos momentos, el aspecto era lo que menos les había importado a los dos.
Con Jack era diferente. No porque él concediera importancia a la ropa que llevaba, sino porque a su lado tenía la oportunidad de llevar adelante una relación más convencional. Incluso Jack lo había mencionado alguna vez. «Llevarte al cine, invitarte a cenar en un restaurante bonito, regalarte rosas el día de los enamorados», había dicho. Victoria suspiró de nuevo. No cambiaría los momentos que habían pasado juntos por nada del mundo, pero tampoco habría dicho que no a una cita así. Y también ella añoraba, a veces, hacer las cosas al estilo de la Tierra. «Llevar un traje bonito el día de mi boda», se dijo. «Ponerme guapa para él».
—Ojalá hubiera tenido tiempo de buscar un vestido en condiciones —murmuró.
—¿Te importa de verdad?
La voz de Alsan desde la puerta la sobresaltó. Casi había olvidado que él estaba allí. Se volvió y lo vio mirándola de una forma que la inquietó.
—No especialmente. Quiero decir, que me habría gustado que hoy todo fuera precioso y perfecto, porque es un día muy especial para mí. Pero creo que en el fondo no importa cómo salga, porque seguirá siendo un día que recordaré con cariño el resto de mi vida.
Alsan tardó un poco en responder.
—Ambos erais casi niños cuando os acogimos en Limbhad —dijo entonces, a media voz—. Recuerdo haber pensado en ocasiones, cuando os veía juntos, que hacíais buena pareja. Y cuando se desveló vuestra verdadera identidad pensé que solo podía ser una señal de los dioses: el último dragón y el último unicornio encarnados en cuerpos humanos, un cuerpo masculino y uno femenino. Estaba claro cuál era su voluntad: que formarais pareja y tuvieseis descendencia, hijos que heredarían parte de vuestra esencia. Y soñé con el día en que vería cumplido ese plan divino: el día en que destruiríamos a las serpientes de una vez por todas y celebraríamos la libertad de Idhún con la ceremonia de unión más espléndida y radiante que se hubiera visto jamás. Yo os habría acompañado con orgullo ante el sacerdote, Victoria. También habría sido para mí el día más feliz de mi vida.
Victoria lo miró, pero no dijo nada.
—Y podría haber esperado —prosiguió Alsan—, porque sois jóvenes, y porque aún queda mucho por hacer. Podría haber esperado a que se solucionase todo este asunto de los dioses, a derrotar a Gerde y a los sheks. Y después habríamos culminado nuestro triunfo y el regreso de la paz a Idhún con vuestra unión. Habría sido todo perfecto, ¿no crees?
Victoria desvió la mirada y empezó a doblar la ropa para volver a guardarla en el arcón.
—Podríamos haber aguardado si hubiese podido confiar en ti —prosiguió Alsan, con sequedad—. Si no hubieses desafiado la voluntad de los dioses manteniendo una relación sacrilega con un shek.
Victoria no se inmutó. Siguió doblando la ropa, con calma.
—¿De quién es el niño que esperas, Victoria? —preguntó él, directamente.
Victoria alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—No lo sé —respondió con franqueza—. Puede ser de Jack, o puede ser de Christian. Sé que me odias por ello, pero lo cierto es que no me importa quién de los dos sea el padre.
Las uñas de Alsan se clavaron en el marco de la puerta. Fue su única manifestación de ira.
—Pues debería importarte. ¿Eres consciente de que puede que des a luz al nieto de Ashran?
Victoria sonrió con cierta amargura.
—Sí, no deja de ser irónico —admitió.
—Es mucho más que irónico. ¿Tienes la menor idea de lo que eso supondría para todo el mundo?
—Puedo imaginarlo. Escucha, sé que te he decepcionado, que he roto todas las expectativas que tenías puestas en mí. Puedes odiarme por amar a un shek, por no representar el papel que habías escrito para mí, pero hay tres cosas que quiero que sepas, y que, pase lo que pase, tengas muy claras. La primera es que siento de verdad no ser lo que tú esperabas que fuera. Tienes razón, habría sido bonito y perfecto que esto fuera simplemente una historia de buenos y malos, y que la chica y el chico mataran a la malvada serpiente y salvaran el mundo y después fueran felices para siempre. Habría sido todo infinitamente más sencillo y más cómodo. Y no te imaginas la de veces que he deseado que las cosas fueran así. Pero no lo son, y nunca lo han sido.
Alsan no dijo nada. Siguió mirándola, casi sin verla.
—La segunda cosa que quiero que sepas —prosiguió Victoria—, es que defenderé a mi hijo y lo protegeré con mi vida, te guste o no. Sé que será un alivio para todos si resulta ser hijo de Jack; pero, si no lo es, no voy a avergonzarme por ello, ni mucho menos voy a librarme de él. Así que no te molestes en pedírmelo.
Alsan entornó los ojos, pero siguió sin hablar.
—Y por último —concluyó ella—, me gustaría que me creyeras si te digo que quiero a Jack de corazón, que estoy sinceramente enamorada de él, y que nunca le he mentido ni engañado al respecto. Sé que le tienes mucho cariño y que temes que pueda estar haciéndole daño. Esta relación es dolorosa a veces, es verdad, pero no solo para él. No estoy jugando con sus sentimientos ni le hago concebir falsas esperanzas. Es verdad que le amo. Daría mi vida por él sin dudarlo un solo instante.
Alsan esbozó una breve sonrisa.
—No me crees —comprendió Victoria—. Dentro de un rato el Padre Venerable confirmará que mis sentimientos por Jack son sinceros. Puede que a él sí le creas, pero no me importa; quería que lo escucharas primero de mis labios. Quería decírtelo yo.
Alsan la taladró con la mirada. Después, sus ojos bajaron lentamente hasta las manos de Victoria, y el anillo que lucía en uno de sus dedos.
—¿Vas a llevar eso en la ceremonia de tu unión con Jack? —le preguntó con frialdad.
Victoria miró el anillo. No tenía intención de quitárselo, pero comprendía que Alsan no lo encontrara apropiado. Recordó entonces que durante la bendición de su unión con Christian había llevado puesto el colgante que Jack le había regalado, y que el shek no le había concedido la menor importancia.
—Sí —dijo solamente.
Alsan no respondió. Solo volvió a mirarla de aquella manera, como si ella no fuese una persona, sino una mancha que había que limpiar porque estropeaba un suelo pulcro e impoluto. Victoria le sostuvo la mirada, aparentemente en calma, aunque por dentro sentía que el muro que los separaba se hacía cada vez más y más alto. Finalmente, Alsan se retiró de la puerta y dio media vuelta para marcharse.
—Lo siento —dijo Victoria, y era sincera. Lo sentía por Alsan, aunque no se arrepintiera de las decisiones que había tomado.
El rey de Vanissar inclinó la cabeza.
—Me ocuparé de que busquen un traje que te sirva —dijo con tono impersonal, antes de abandonar la habitación.
La ceremonia tendría lugar en el patio del castillo, el mismo lugar en el que, días atrás, Alsan se había sometido a la prueba del Triple Plenilunio. Habían vuelto a disponer los asientos casi de la misma forma, solo que, en lugar del trono con cadenas, habían llevado hasta allí un pequeño altar hexagonal. El suelo estaba alfombrado de flores blancas, que habían crecido allí de manera espontánea, y pequeñas chispas de colores, como luciérnagas bailarinas, animaban el ambiente. Aquellos detalles habían sido un pequeño obsequio de Shail.
Victoria alzó la mirada para contemplar los soles, pálidos discos que se veían como a través de una espesa capa de niebla. No obstante, a pesar del globo de oscuridad que aún protegía la ciudad, había tanta luz como en un día despejado... porque no era la luz de los soles lo que los alumbraba en aquellos momentos.