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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Pedernal y Acero (33 page)

BOOK: Pedernal y Acero
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En ese momento, el ettin aporreó la puerta. Acto seguido, entró, agachándose para pasar por el vano; llevaba una bandeja enorme, cubierta con un paño blanco.

La criatura tiró el paño al suelo y empezó a soltar fuentes y platos sobre una mesa rinconera, con tanto entusiasmo que la tercera parte de la vajilla se rompió.

—Pescado muerto, aquí; pájaro muerto, aquí —canturreó. Kitiara oyó el resoplido desdeñoso del mago—. Plato vacío, plato vacío, tenedor, tenedor. Pezuña en gelatina, sabrosa. Algas… frescas, frescas. Queso thanoi, gris, correoso.

—Confieso, Valdane, que después del ayuno en tus mazmorras, cualquier comida me parece maravillosa. —Sonrió al hombre y se sentó—. Aun así, dejaré que tú lo pruebes todo antes —añadió con afabilidad.

* * *

Más tarde, con el estómago lleno, Kitiara y Valdane, abrigados en parkas de pieles, se deslizaban veloces en la narria tirada por lobos, a través del nevado paisaje. Res-Lacua corría detrás, canturreando sin cesar hasta que Valdane le ordenó a gritos que guardara silencio.

Kitiara reflexionaba sobre lo que habían hablado durante la comida. No tenía la menor intención de devolver las nueve gemas de hielo a Valdane; había hecho sus propios planes con respecto a tan valiosos artefactos, pero tenía que ganar tiempo hasta que le llegara ayuda.

—Estás muy callada. ¿Planeas alguna estrategia? —le preguntó Valdane.

La mercenaria parpadeó. ¿Estrategia? Por supuesto. Habían salido para ponerse al frente de los minotauros y el resto de las tropas del cabecilla para atacar otro indefenso poblado de los Bárbaros de Hielo. Kitiara había aceptado dirigir el asalto. Esperaba que la derrota del asentamiento y el apresamiento de esclavos les daría tiempo a Tanis y a Caven para llegar. Kit tenía la idea de que la campaña se alargara varios días. Quizás a Valdane le gustara la sugerencia de divertirse un poco con los Bárbaros de Hielo antes de lanzar el ataque final.

La boca de la mercenaria se curvó con su característica sonrisa sesgada.

—Siempre
estoy planeando alguna estrategia —respondió.

Valdane le devolvió la sonrisa.

18

Los búhos y el hielo

De manera sorprendente, Xanthar había regresado hacia el norte sin demora. El búho gigante se había limitado a agachar la cabeza, rozar con el pico el brazo de Tanis, aplastar las plumas de la cabeza, y remontarse en el aire.

—Ni una palabra —comentó Caven mientras seguía con la mirada a Xanthar hasta que el ave no fue más que un punto en el cielo—. Esperaba que se opusiera.

Eso había ocurrido hacía días. Desde entonces, el semielfo y el mercenario habían caminado casi sin descanso… y sin apenas cruzar una palabra entre ellos. Ahora se encontraban en unas cumbres rocosas que se encumbraban treinta metros sobre una vasta extensión de agua.

—La bahía de la Montaña de Hielo —dijo Tanis.

—Más parece un océano. ¿Cómo sabes que es una simple bahía?

—El búho me dijo hace unos cuantos días que llegaríamos a este sitio.

—Ojalá ese condenado pájaro te hubiese dicho también cómo vamos a cruzar al otro lado. —Caven miró con gesto ceñudo las hirvientes aguas de color azul acerado sobre las que flotaban témpanos de hielo. Se apartó del borde del precipicio. Unas gotitas de sudor congelado brillaban en su frente. Las aves marinas volaban sobre sus cabezas y lanzaban graznidos, pero no había otras señales de vida. Detrás de los dos hombres, aparecían agrupaciones de árboles que salpicaban la extensión de suelo rocoso.

—Nada más terminar la tormenta de arena, Xanthar pareció estar hablando, o al menos intentarlo, telepáticamente con alguien —musitó Tanis mientras recorría con la mirada el horizonte de oeste a este—. Supongo que era con la maga. Pero todo cuanto dijo fue que el modo de cruzar la bahía resultaría obvio. Sin embargo, estaba tan exhausto que se quedó dormido sin terminar la frase. No le insistí sobre el tema, y ahora lamento no haberlo hecho.

Caven escupió y se sentó en una piedra.

—Bueno, pues el modo de llegar al otro lado no es tan obvio para mí —dijo con mal humor—. A menos que ese pollo gigante pensara que podríamos cruzar a nado esas frígidas aguas, o que nos crecieran alas y las sobrevoláramos.

Tanis asintió en silencio, distraído. Se inclinó, cogió un trozo de madera arrastrado por la marea, y lo contempló pensativo.

Hasta ahora, los dos hombres habían intentado eludir lo que verdaderamente les daba vueltas en la cabeza. No obstante, tembloroso por el cortante viento que soplaba desde la bahía, Caven sacó a colación el tema.

—¿Crees que realmente lo
esta?

—¿Está, qué? —preguntó Tanis. Alzó la vista del trozo de madera y buscó los ojos de Caven, pero el mercenario eludió la mirada. El semielfo arrojó el palo.

—Embarazada,
semielfo. Como dijo el búho.

—Creo que sí —contestó por fin Tanis, tras considerarlo un momento, como si no hubiese estado pensando en lo mismo desde que Xanthar les había hecho la revelación.

Guardaron silencio un rato. Finalmente, Caven se encogió de hombros.

—No me imagino a Kitiara casada —comentó el mercenario—. O disfrutando del papel de madre… Sobre todo, esto último.

—No —se mostró de acuerdo Tanis mientras se pasaba los dedos por el pelo. Frunció el entrecejo y se volvió de espaldas a la bahía, mirando hacia el norte. El valle que acababan de atravesar se extendía en declive a sus pies. El viento aullaba y le azotaba la espalda.

—Quizá si hubiese algún otro…

De repente Tanis se quedó muy quieto, con una mano alzada en señal de advertencia. Caven enmudeció sin acabar la frase. El kernita se incorporó y desenvainó la espada. Tanis cogió el arco y las flechas.

—¿Qué pasa? —susurró Mackid.

Tanis sacudió la cabeza.

—¿Tambores de guerra? —aventuró Caven—. He oído decir que los enanos de Thorbardin golpean troncos huecos para atemorizar al enemigo, y Thorbardin se encuentra en esa dirección. Pero nunca había escuchado… —Hizo una pausa, prestando atención—. ¿Un ataque desde el norte? No tiene sentido. Hemos atravesado las Praderas de Arena, y no vi nada amenazador, salvo kilómetros y kilómetros de arenas cambiantes.

Tanis aguzó la vista al máximo, escudriñando en la dirección de donde habían venido. Aparte de una línea oscura en el horizonte, que parecía un frente tormentoso, no había nada fuera de lo común.

—Si me dijeras que Valdane sabe que llevamos estas piedras mágicas, pensaría que, tal vez, nos hemos convertido en un blanco.

Intercambiaron una mirada. Los ojos avellana encontraron los negros.

—Quizá tenga algún medio de saberlo —contestó Caven.

Unos segundos después, se escondían entre los troncos de los árboles más cercanos. Los dos hombres doblaron algunas ramas para mejorar la cobertura y después se agazaparon, con las armas prestas, tras el improvisado parapeto.

El retumbo se hizo más fuerte. Tanis tenía los nervios de punta. Sonaba como tambores de guerra, pero con un ritmo más lento, más como el redoble que acompaña a un reo camino de la horca. Al semielfo le pareció escuchar ahora unos golpes más débiles que hacían eco a los retumbos más fuertes. Quizás el ruido no lo hacía una sola criatura gigantesca, sino muchas de menor tamaño. Se lo comentó a Caven.

—¡Por Takhisis! ¿Serán dragones? —susurró el kernita.

—No se han visto dragones en Krynn desde hace milenios. Si es que alguna vez existieron.

Mackid y Tanis esperaron, inmóviles, mientras la línea oscura se aproximaba y aumentaba de tamaño. Entonces, en medio de un clamor de alas, los tuvieron encima. Centellearon las cremosas plumas inferiores de más de trescientos búhos gigantes cuando las aves se posaron sobre rocas y árboles de la costa. Al frente de ellos, aterrizando pesadamente en un afloramiento rocoso, estaba Xanthar. Tanis y Caven salieron de su escondrijo en un visto y no visto y corrieron hacia él.

El semielfo gritó su nombre, esperando escuchar en su mente la sarcástica voz de la criatura. Pero no hubo respuesta telepática alguna. Se detuvieron frente al búho gigante. Tanis estaba alarmado; Caven, sorprendido.

—¿Qué le pasa al canario viejo? —rezongó el kernita.

Tanis alzó la vista hasta los redondos ojos del ave; tenían un color mate y estaban apagados por el dolor. El pico del animal estaba entreabierto; parecía que jadeaba. Así, de cerca, el semielfo apenas reconoció a la otrora lustrosa criatura. El porte orgulloso del ave no lograba ocultar que Xanthar estaba consumido y era poco más que huesos y plumas.

—No puede hablar con nosotros —le dijo Tanis a Mackid—. Ha pasado demasiado tiempo fuera del Bosque Oscuro. La maga se lo advirtió. —El búho asintió con la cabeza—. Pero sí puede entender lo que decimos. —Xanthar repitió el gesto de asentimiento.

—¿Y los otros pájaros? —preguntó Mackid—. ¿Podemos comunicarnos con ellos?

Tanis se volvió hacia la parloteante concentración de búhos gigantes, que se extendía a cierta distancia en ambas direcciones de la costa. Xanthar sacudió la cabeza.

—Por lo que dijo Kai-lid, deduzco que sólo Xanthar, entre los de su raza, tiene la rara habilidad del lenguaje mental —respondió el semielfo.

—¿Puede todavía hablar con la maga?

Xanthar ladeó la cabeza, y Tanis se encogió de hombros.

—Tal vez. Él la instruyó, y entre los dos existe un vínculo. Pero eso qué más da, ¿no? Lida no está aquí.

Cuatro búhos algo más pequeños se reunieron en torno a Xanthar. Parecía que discutían con la vieja ave. Encaramado en lo alto de cuatro robles muertos, el cuarteto transmitía su agitación con parloteos, batir de alas y mucho afilar de picos. Xanthar, aparentemente impasible, seguía posado en la punta de la roca y los contemplaba a todos con arrogancia. Las aves más pequeñas lanzaron una nueva parrafada, y Xanthar movió el pico en un gesto que Tanis interpretó de desacuerdo. Los otros se movieron a lo largo de las ramas en las que estaban encaramados, y chillaron un poco más. Xanthar pareció reflexionar y después movió el pico otra vez. Dio la impresión de que los cuatro búhos pensaban que se había tomado una decisión; se alzaron en el aire con fuertes aleteos.

Xanthar no los siguió. En cambio, se irguió y los llamó con un grito que rivalizaba con el viento tempestuoso, el océano y los crujidos de los témpanos.

Varios búhos remontaron el vuelo y giraron en círculo mientras respondían al búho gigante. Uno parecía particularmente alterado; se lanzaba una y otra vez en picado sobre Xanthar, al tiempo que emitía ásperos chillidos.

—Creo que quieren que Xanthar vuelva a casa —dijo el semielfo mientras contemplaba al enorme búho, que levantaba la cabeza y emitía un profundo gorjeo, semejante al sonido del agua sobre piedras. En respuesta, los cuatro regresaron, pero con aire mortificado. Esta vez, mientras aterrizaban en el suelo, volvieron los enormes ojos hacia Tanis y Caven.

—Detesto esa mirada —susurró Mackid—. Me hace sentir como si fuera comida.
Su
comida.

—Veo que Xanthar dirige todavía a su familia —declaró el semielfo, pasando por alto el comentario de su compañero. Levantó una mano hacia el ave más próxima. El búho hizo una leve inclinación de cabeza.

—¿Familia? —Caven arqueó una ceja.

—Míralos. —Tanis señaló a los cuatro y a otros búhos cercanos—. Xanthar es de color marrón oscuro y gris, y ellos son un poco más claros. Aquellos dos son dorados, pero algunos tienen la misma mancha blanca sobre el ojo. Fíjate en las pintas de las plumas, y en el porte. Salta a la vista el parentesco.

El kernita se quedó boquiabierto un momento, y después sacudió la cabeza.

—Al menos, es evidente cómo vamos a llegar al glaciar —comentó el semielfo. Xanthar asintió.

—¿Evidente? —Los ojos del mercenario fueron de Tanis al búho con nerviosismo, y después hacia la pareja de aves de color leonado que caminaban bamboleantes en dirección al semielfo y a él. Una expresión resuelta iluminaba sus redondos ojos, y el pánico asomó al rostro del mercenario—. ¡Oh, no! —Tanis no le hizo caso—. Antes prefiero cruzar a nado la bahía que volar en una de esas criaturas —manifestó Mackid con voz estrangulada. Retrocedió un paso—. Yo… no estoy hecho para volar como un pájaro, semielfo.

—Lo que pasa es que tienes miedo de las alturas —dijo Tanis.

—¿Miedo? —se encrespó Caven—. Claro que no. Es sólo que prefiero…, prefiero caminar.

—Pues no tendrás más remedio que volar.

—N… no puedo.

—¿Ni por Kitiara?

—Por nadie. Sufro vértigo… Me caería. Semielfo, nadie puede vencerme en un combate a pie o a caballo, pero en el aire… —Un escalofrío lo sacudió—. ¡Por los dioses, no me atrevo!

—Te necesitamos —contestó Tanis—. Puedes utilizar mi arnés. Átate a él; así no te caerás.

Una de las aves, con una mancha de plumas blancas en la leonada cabeza, llegó junto a Tanis y se dio media vuelta, presentando su ancha espalda. El semielfo sacó de su equipaje el improvisado arnés y lo sujetó en torno al pecho y las alas del ave. El búho flexionó las alas para comprobar el ajuste del arnés.

—Semielfo… —empezó Caven con tono admonitorio. La otra ave, del mismo color dorado que la primera, aunque sin la mancha blanca, se situó al otro lado del mercenario. Lo miró con aire solemne y después lo agarró con el pico por la camisa y lo empujó suavemente hacia el búho que esperaba.

—¡No! ¡Apártate! —Mackid se llevó la mano a la espada mientras miraba enloquecido a uno y otro lado.

Los dos búhos intercambiaron una mirada y después volvieron la vista hacia Tanis. El semielfo no oyó ninguna voz telepática, pero comprendió la intención de las aves. En ese momento, el búho sin arnés alzó el pico y gritó. El sonido erizó el vello de la nuca a Tanis, y Caven giró sobre sí mismo al tiempo que empezaba a desenvainar la espada. Al verlo, el semielfo se lanzó por el trozo de madera que había tirado un poco antes, lo levantó con una mano y, cuando el mercenario amagaba un viraje con el arma, lo estrelló contra su cabeza con un sonoro golpe. El kernita se desplomó como si fuera un peso muerto.

Momentos después, el búho de la mancha blanca, con el inconsciente mercenario atado a su espalda, se lanzó desde el acantilado al escalofriante vacío bajo el que se extendían las rugientes aguas de la bahía de la Montaña de Hielo. El búho que llevaba a Tanis lo siguió de inmediato, con el semielfo aferrado a su cuello. Xanthar alzó el vuelo desde su pináculo y se puso a la cabeza. Se remontaron trazando un círculo y a continuación viraron al sur.

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