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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Pedernal y Acero (34 page)

BOOK: Pedernal y Acero
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A sus espaldas, extendiéndose en el cielo gris azulado, cientos de búhos gigantes los seguían.

* * *

Kai-lid.

Hecha un ovillo en el suelo del calabozo de hielo, la maga abrió los ojos y retiró las pieles con las que se tapaba. La cabeza le daba vueltas. Hacía días que no comía, aunque, a partir de que se llevaran a Kitiara, el ettin acudía de manera regular para traerle un balde de agua, que bajaba con la cuerda desde el orificio. La espadachina no había regresado a la celda, y el ettin no respondió a las preguntas de Kai-lid sobre la suerte corrida por Kitiara. Varias veces, Janusz en persona había acudido al acceso y renovó la oferta que le había hecho en el campamento para que aunaran sus fuerzas y reanudaran la enseñanza mágica que habían iniciado años atrás Lida y Dreena, cuando eran adolescentes. Por descontado, añadía el hechicero, siempre y cuando la joven vistiera la Túnica Negra y aceptara ser su amante. En cada ocasión Kai-lid se limitó a volverle la espalda, y, cuando miraba otra vez al acceso, Janusz se había marchado, dejando tras de sí un olor a especias y a polvo. La magia de la joven era inoperante ante los mayores poderes del hechicero.

Sin duda lo que acababa de oír era una llamada. ¿Acaso sufría alucinaciones por la falta de alimento?

Kai-lid Entenaka. ¿Puedes oírme? Ten cuidado. Siento la presencia de otro que te vigila. No hables en voz alta.

Kai-lid se despojó del miedo como la serpiente se desprende de la piel cuando muda. Se obligó a concentrarse, a enfocar su interior, y a mantener una apariencia tranquila a la fría luz de las paredes, a pesar de que el corazón le palpitaba desbocado.

Xanthar, ¿eres tú?

Hubo una pausa.

¿Acaso hablas así con algún otro?

La maga casi sollozó de alivio. Se levantó y fue hacia el balde de agua para ocultar sus emociones. Llenó el cacillo y bebió, sin dejar un solo momento de enfocar su mente en el lenguaje telepático.

Xanthar, mi padre ha esclavizado a los Bárbaros de Hielo. Se llevaron a Kitiara hace días. No sé si está viva o muerta. Me temo que esté cooperando con él. A mí me tiene prisionera en una profunda grieta.
Regresó hasta las pieles, se tumbó otra vez, y se cubrió con ellas, en tanto que hacía un breve resumen mental de su viaje por el glaciar en la narria tirada por lobos.
¿Estás cerca, Xanthar?

Falta poco para que lleguemos al glaciar, querida. He traído a mis hijos e hijas, y a mis nietos, además de unos cientos de primos.

¿Alguien más?
La maga se echó la capucha sobre el rostro para ocultar su expresión.

El semielfo y el kernita. Pronto estarán ahí.

¿Estarán? ¿Y tú no?

Siguió una larga pausa, y Kai-lid sintió que el miedo renacía en su interior.

Xanthar, ¿estás enfermo? Te advertí que no viajaras tan lejos.

No seas ridícula.
Incluso telepáticamente, el tono del búho gigante era gruñón.
Por supuesto que voy también. Y tú debes estar preparada para ayudarnos.

¡No puedo hacer nada!
Explicó cómo era la estructura de su prisión, su situación y la oferta de Janusz.
Se…, se siente responsable de mi muerte; es decir, de la muerte de Dreena. Xanthar, Janusz dice que odia a Kitiara porque le robó las gemas de hielo, pero también porque la culpa de que Dreena pereciese. Afirma que amaba a Dreena. Juro que no lo sabía, Xanthar. Nos enseñó magia a las dos, a Lida y a mí. Dice que el amor de la doncella de Dreena le recordará los días felices de antaño.

El búho reflexionó sobre aquello largo rato antes de responder.

Debes ganar tiempo, y tienes que salir de esa mazmorra y recobrar las fuerzas. Accede a la petición del hechicero, Kai-lid.

¿Que acceda?
La joven no consiguió ocultar su desagrado.
Antes prefiero morir.

Es lo que pareces haber elegido, Kai-lid. Pero esa actitud es egoísta. Te necesitamos. Tienes que enterarte de qué es lo que ha descubierto el mago acerca de las gemas de hielo, y, si para ello has de aceptar sus exigencias, no te quedará más remedio que soportarlo. Lo siento.

Janusz quiere…

Se interrumpió al sentir de repente el sufrimiento del búho a través de su vínculo telepático. Lo interpretó como empatía por ella, y Xanthar no la sacó de su error.

Di que estás enferma, Kai-lid, debilitada por la falta de alimento. Aplaza los avances del hechicero con esta o cualquier otra excusa. Necesitamos un día o dos para encontrar a los Bárbaros de Hielo y planear un ataque.
Una nota de humor forzado apareció en sus palabras.
Sé que eres una mentirosa excelente cuando quieres, Kai-lid, pero tienes que conseguir que te crea, así que haz una buena representación para convencerlo de que estás de acuerdo con él.

La maga se sentó, agitada, y acarició la orla de piel de foca que remataba las mangas de la parka. Por fin asintió con la cabeza, olvidando que el búho no podía verla.

¿Kai-lid?

Lo intentaré, Xanthar.

Entonces…
El vínculo se debilitó, y la joven sintió que el búho se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas.
Adiós,
dijo por fin, simplemente.

Hasta pronto,
corrigió ella.

Por supuesto,
repuso Xanthar con su tono gruñón, tras una pausa.
Hasta pronto, querida.

Entonces la comunicación se interrumpió. Kai-lid aguardó un rato, preguntándose si el búho se había marchado realmente. Después, en voz alta, llamó:

—Janusz, ¿estás ahí? He tomado una decisión.

Al cabo de unos momentos, el hechicero apareció en el acceso y miró desde arriba a la joven con una expresión esperanzada en sus ojos. Kai-lid hizo como que se tambaleaba.

—No soporto más el hambre, Janusz. Me encuentro mal. Haré… Haré lo que quieres, pero necesito un poco de tiempo para recuperarme.

El mago la miró con detenimiento, y la joven sintió un escalofrío de miedo. Xanthar le había dicho que el hechicero la estaba vigilando. ¿Habría descubierto Janusz que había mantenido una conversación mental con el búho? Que ella supiera, la telepatía no era una de las habilidades del hechicero. Se obligó a mantener un gesto inexpresivo, pero las manos le temblaban. Jugueteó con los saquillos donde guardaba los componentes de hechizos, a fin de disimular su terror. No obstante, las siguientes palabras del mago fueron dichas con un tono indiferente:

—De acuerdo, sube. —Dejó caer la cuerda.

La joven intentó trepar por ella, pero la parka así como su temor por tocar la pared de hielo, obstaculizaban sus movimientos. Por fin, Janusz pronunció un conjuro y descendió flotando junto a ella. Le puso una mano sobre el hombro y articuló un segundo hechizo. Ambos se elevaron grácilmente en el aire, alcanzaron la altura del acceso y lo cruzaron. Una vez que sus pies tocaron el suelo, Janusz la condujo por un largo corredor hasta sus aposentos. La joven se obligó a recostarse en el hechicero mientras caminaba.

* * *

Faltó poco para que Xanthar pasara sobre el poblado de los Bárbaros de Hielo sin verlo. Los nativos cubrían sus viviendas con pieles blancas y nieve, de manera que el asentamiento se confundía con el paisaje helado. Xanthar estaba ya casi ciego, y los otros búhos, animales de hábitos nocturnos, experimentaban grandes dificultades a causa del resplandor. Fue Tanis quien divisó el hilillo de humo que salía de una vivienda. Dio un grito, y Xanthar empezó a descender, seguido por el búho que transportaba al semielfo y al que Tanis había bautizado con el nombre de
Ala Dorada.
A continuación fue la montura de Caven, a la que el semielfo había empezado a llamar
Mancha,
por la marca blanca de su frente.

En el último momento, en lugar de aterrizar en el centro del poblado, Xanthar giró hacia el sur y condujo al grupo hasta un espacio abierto cercano. El área estaba al otro lado de una muralla hecha con costillas gigantescas, más altas que un hombre, que rodeaba el asentamiento. El resto de la falange de búhos aterrizó silenciosamente. Una vez más, Tanis se maravilló de la disciplina demostrada por las aves. Podían volar sin hacer ruido, como acababan de hacer; o, merced a una ligera variación en el modo de utilizar las alas, podían avanzar con el insistente retumbo que tanto lo había inquietado la primera vez que los vio aproximarse.

Por un instante no ocurrió nada. Tanis desató a Caven, que recobró el conocimiento y empezó a protestar por el frío y un espantoso dolor de cabeza. Tanis lo miró fijamente, sin decir nada. Ninguno de los dos hombres iba vestido de manera adecuada para la gélida temperatura y el cortante viento, que traspasaba sus ropas.

Entonces una figura solitaria, envuelta en pieles, salió por un resquicio entre la cerca de huesos. La figura portaba una lanza y un arma reluciente que parecía un hacha de hielo. Pronto, una docena de figuras más, vestidas y armadas de forma similar, se unía a la primera. A una orden, avanzaron hacia los búhos gigantes. Tanis bajó de
Ala Dorada
y se adelantó. Caven descendió de
Mancha,
se quedó un momento agarrado al búho, y después se apresuró a ir tras el semielfo, con pasos inseguros. Xanthar, que sacaba una cabeza al resto de las aves y resultaba imponente a despecho de su debilidad, también se adelantó. Tanis no sacó la espada y, cuando Caven hizo intención de desenvainar su arma, el semielfo lo detuvo con un ademán.

Los dos grupos, uno armado y el otro sin hacer uso de sus armas, se observaron en silencio. Después, uno de los Bárbaros de Hielo, un hombre de estatura mediana y rostro curtido, entregó su lanza a un compañero y se retiró la capucha. Su cabello era castaño oscuro, y llevaba la cara untada con grasa, sin duda como protección contra el frío y el viento, dedujo Tanis. A los búhos no parecía molestarles la baja temperatura, pero él y Caven estaban tiritando.

—¿Habláis Común? —preguntó el hombre.

—Él y yo. —Tanis señaló a Mackid. A continuación presentó al kernita, después a Xanthar,
a Ala Dorada, a Mancha,
y a sí mismo. Los ojos de los dos búhos más pequeños se agrandaron por la sorpresa cuando el semielfo pronunció sus nombres humanos, y Xanthar frotó su pico con una garra, un movimiento que Tanis ya conocía como una señal de regocijo.
Ala Dorada y Mancha
se limitaron a mirarse el uno al otro, parpadeando desconcertados.

—Soy Brittain, del clan del Oso Blanco. Este es mi poblado. ¿Qué venís a hacer aquí? —preguntó el cabecilla.

Acostumbrado a los formalismos de los rituales de bienvenida qualinestis, Tanis adoptó fácilmente el tono ceremonial del jefe del poblado.

—Hemos venido a rescatar a dos amigas que raptó un hombre malvado y las trajo al glaciar. Tememos por sus vidas… y las vidas del pueblo de los Bárbaros de Hielo, si no se lo detiene.

Los hombres murmuraron entre sí, pero el cabecilla permaneció impávido. El viento agitaba la piel blanca del borde de su capucha. Su mirada fue del semielfo al kernita, y después a los búhos.

—Creo que estáis mintiendo. Creo que sois emisarios de ese malvado del que se habla mucho últimamente. Creo que tú y tus seguidores pretendéis recoger información de otro poblado del Pueblo, y llevar esa información al perverso y sus hordas de hombres toros, hombres morsas y esclavos de dos cabezas. —Brittain frunció el entrecejo—. Sois nuestros prisioneros. —Hizo un ademán, y un pelotón de Bárbaros de Hielo armados se adelantó y agarró a Tanis y a Caven por los brazos.

—No te resistas —le susurró el semielfo a Mackid—. Debemos convencerlos de que no traemos malas intenciones. No queda tiempo para otra batalla.

Caven se encrespó y plantó firme los pies en la nieve.

—Soy un hombre, semielfo. ¡No me dejaré coger sin luchar!

Tanis suspiró. Por un instante, sostuvo la mirada de Brittain. Lo sorprendió atisbar una nota de humor asomando a los ojos castaños del cabecilla. No obstante, aquella chispa de buena voluntad —a menos que fuera imaginación suya— desapareció tan rápidamente como había surgido.

En ese momento, Xanthar,
Ala Dorada
y
Mancha
se adelantaron. Xanthar alzó la cabeza y lanzó un grito; los búhos gigantes, que esperaban en el espacio abierto, se volvieron y cerraron filas. Como un solo ser, inclinaron las cabezas en un innegable gesto de saludo. Xanthar,
Ala Dorada
y
Mancha
se agacharon y retiraron las manos de los Bárbaros de Hielo que sujetaban los brazos del semielfo y el kernita. Brittain hizo una señal a sus seguidores.

—Estas grandes aves no son oriundas del glaciar… —les dijo vacilante.

—Proceden del norte, como nosotros. Y también sus intenciones son buenas.

—Eso lo veremos. —Por fin, Brittain sonrió.

—Están a las órdenes de Xanthar, que es su cabecilla y anciano, no a las del hombre malvado.

—Eso lo veremos —repitió Brittain, cuya sonrisa se ensanchó—. No estáis vestidos adecuadamente para el glaciar. Ciertamente, el perverso habría tenido más sentido común.

Xanthar lanzó otro grito, y Tanis se volvió hacia el búho al sentir el conocido cosquilleo en su mente. ¿Todavía podría hablar telepáticamente el búho? ¿Tendría la fuerza suficiente? La expresión de Caven era también de sorpresa. Asimismo, Brittain pareció ponerse alerta, como atento a algún mensaje.

—Abuelo búho —musitó el cabecilla con respeto—. El Pueblo reverencia a los ancianos, y tú pareces poseer mucha sabiduría.

Xanthar tenía los ojos cerrados. Sus garras se cerraban con tanta fuerza sobre la nieve que ésta comenzó a derretirse entre ellas. Se estaba concentrando con toda la escasa energía que le restaba, comprendió Tanis. Las ondas telepáticas aparecieron de nuevo en el cerebro del semielfo.

Los…, los…

La voz iba y venía. Xanthar temblaba por el esfuerzo y
Ala Dorada y Mancha
se acercaron presurosos a él.

«Los tres… amantes, la… doncella hechicera…».

Xanthar aspiró aire con un estremecimiento y se recostó en los dos búhos.

—¡Tanis! —siseó Caven—. ¡El sueño! ¿Qué está haciendo?

«El de alas, con un corazón leal»,
continuó el búho. Entreabrió los apagados ojos un breve instante.
Ese soy yo, semielfo.

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