—¿Qué haces? —gritó Kit a la maga.
La reluciente piedra cayó al agua y desapareció bajo la superficie. Al instante, el lago se volvió a congelar, aprisionando en el hielo a las tropas restantes de Valdane. Mientras Tanis contemplaba la escena, los ventisqueros empezaron a avanzar sobre el hielo sembrado de grotescas figuras congeladas, muertas.
Sólo un tercio de las fuerzas atacantes había sobrevivido. Brittain, montado en
Cortavientos,
saludó a Tanis; pero no había señales de sus exploradores y su lugarteniente. El ejército victorioso se remontó en espirales y después puso rumbo norte, a través de las heladas llanuras. Tanis se sentó erguido, haciendo caso omiso del viento glacial y de las protestas de Kitiara, y pensó, anhelante, en el regreso a casa.
Caía una copiosa nevada. Salvo por una ligera depresión en el suelo, no quedó señal alguna de que hubiesen estado allí.
Tras despedirse de los Bárbaros de Hielo, los búhos gigantes se dirigieron al norte con Tanis, Kitiara y Dreena. La maga había adoptado de nuevo la apariencia de Kai-lid, alegando que ahora, verdaderamente, Dreena había muerto. Las aves dejaron a Tanis y a Kitiara en la calzada, en las cercanías de Solace. Kai-lid y los búhos gigantes volaron hacia el sur, de regreso al Bosque Oscuro, y el semielfo y la espadachina se encaminaron a la ciudad arbórea.
Al cabo de un rato, Tanis renunció a interrogar a Kitiara acerca de su embarazo, así como de su papel en el ataque al poblado de los Bárbaros de Hielo. La mujer afirmó con tozudez que sólo había fingido colaborar con Valdane a fin de ganar tiempo hasta que Tanis y Caven llegaran. En cuanto al embarazo, lo negó rotundamente.
—Xanthar estaba equivocado —dijo con brusquedad—. Lo único que sabía hacer bien ese búho era transportar a la gente. Sin embargo, la idea de un ejército volando sobre el enemigo me atrae, semielfo. Quizá los búhos estarían interesados en formar parte de una fuerza mercenaria.
—No cambies de tema.
La espadachina se giró bruscamente y barbotó un juramento.
—No le des más vueltas, semielfo. Si estuviera embarazada, lo sabría, ¿no? ¿Y por qué iba a ocultarte algo así a ti, precisamente?
Tanis se limitó a contemplarla con fijeza. Al cabo de unos instantes, Kitiara enrojeció y miró a otro lado.
—El búho estaba equivocado —repitió la mujer mientras se pasaba los dedos por el rizoso cabello.
—¿También lo estaba Kai-lid?
Kit no respondió, y siguieron caminando en silencio. Poco después se detenían en el camino de piedras que llevaba a la casa de Flint Fireforge, en Solace. Dentro de un momento, Tanis se reuniría con el enano, y la mercenaria iría al encuentro de sus hermanastros, los gemelos.
—Kitiara —empezó el semielfo. Hizo una pausa y frunció el entrecejo—. Yo…
—No, Tanis. Esperas demasiado de mí. Te desilusionaría y acabarías odiándome por ser la clase de mujer que soy. —Bajó la vista a su mano, posada sobre la empuñadura de la espada.
* * *
Poco tiempo después, la espadachina desapareció de Solace. Regresó al cabo de varios meses, alegando que estaba decepcionada por no haber encontrado la gema de hielo que se había perdido en las Praderas de Arena. Pero, curiosamente, Kitiara parecía encontrarse en paz por primera vez desde hacía meses.
Aquel detalle dio que pensar a Tanis.