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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Pedernal y Acero (35 page)

BOOK: Pedernal y Acero
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Tanis recitó también el poema:

—«Los muertos vivientes del Bosque Oscuro, la visión reflejada en una bola de cristal. Con el robo del diamante, el mal desatado.»

Caven se le unió en la segunda estrofa y, para sorpresa de Tanis, Brittain lo hizo en la tercera.

Los tres amantes, la doncella hechicera,

el vínculo de amor filial envilecido,

infames legiones resurgidas, de sangre manan ríos,

muertes congeladas en nevadas tierras baldías.

Con el poder de la gema, el mal vencido.

La última sílaba se desvaneció, y el cosquilleo en la mente de Tanis cesó. Xanthar, tambaleante, se recostó en
Ala Dorada;
después suspiró y se desplomó sobre la nieve. Para cuando el semielfo y Caven llegaron a su lado, el búho gigante había muerto.

Un grito de desesperación salió de
Ala Dorada, Mancha
y los otros búhos. Mackid maldijo con violencia. Tanis guardaba silencio. Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras cientos de aves emitían quejumbrosos lamentos a sus espaldas. Sintió una mano en el brazo y la apartó de un tirón creyendo que era Caven, pero la mano volvió y el semielfo alzó la vista. Era Brittain.

—Yo también tuve un sueño —susurró el cabecilla de los Bárbaros de Hielo—. Hace muchas semanas, antes de que el perverso destruyera el primer poblado. El clérigo dijo que el sueño, enviado para advertirnos, venía del gran oso polar. Desde entonces, el perverso ha matado a muchos del Pueblo. —Sus ojos castaños estudiaron un instante a Tanis y sus dedos apretaron con más fuerza el brazo del semielfo—. Las lágrimas que derramas por tu amigo son sinceras. Estoy convencido.

Brittain articuló unas órdenes, y sus seguidores se apresuraron a levantar el cuerpo de Xanthar. Dejaron a los afligidos búhos en el gélido descampado, y Tanis y Caven acompañaron a los Bárbaros de Hielo al poblado.

Hombres y mujeres corrieron de acá para allá a fin de acomodar a los recién llegados. La esposa de Brittain, Fe-ledaal, dio instrucciones a un grupo de mujeres y niños que preparaban una tina de sopa de pescado.

—Dispón todo lo necesario para celebrar el funeral de un gran guerrero —ordenó Brittain a un hombre que vestía una túnica decorada con cuentas, guijarros y huesos de pájaros. El hombre hizo una leve reverencia y se alejó presuroso, en medio del tintineo de los abalorios—. Es nuestro reverendo clérigo —explicó Brittain—. Interpreta nuestros sueños y fabrica los Quebrantadores de Hielo, entre otras cosas. Aunque soy quien dirige nuestro poblado y el clérigo simula seguir mis dictámenes, es él quien controla todos los aspectos espirituales de nuestras vidas. En consecuencia, a veces creo que nuestro reverendo clérigo tiene realmente más poder que yo.

Poco después Tanis y Caven eran equipados con ropas adecuadas para el clima glacial: parkas, botas de cuero de foca forradas con piel e impermeabilizadas con grasa de morsa, y gruesas manoplas. Los viajeros también recibieron una tira de cuero ancha con dos aberturas practicadas en la parte delantera, y Brittain le enseñó al semielfo cómo ponérsela de manera que las aberturas coincidieran con los ojos, atando los extremos por detrás.

—Es para protegerte de la ceguera de la nieve durante las horas más luminosas del día —explicó el cabecilla.

Brittain le dijo a Tanis que lo acompañaría a dar una vuelta por el poblado para que lo conociera. Caven, por otro lado, sorprendió a ambos al reunir a varios guerreros y conducirlos de vuelta al área abierta, al sur del asentamiento.

—Enseñaré a estos rústicos habitantes de los límites de Ansalon cómo pueden volar unos soldados adiestrados —explicó con gesto resuelto mientras se ataba la tira de cuero en torno a la cabeza.

Brittain señaló la construcción más grande del poblado, un habitáculo hecho con hielo y cubierto con pieles blancas y nieve.

—Nos reunimos allí para discutir asuntos que afectan el futuro del Pueblo —informó el cabecilla. Hizo una seña a dos niños que estaban recostados contra un costado de la construcción, observando la actividad con ojos solemnes. El resto de los chiquillos llevaba el pelo largo, pero el cabello castaño de estos dos había sido cortado a la altura de las orejas. Tenían los rostros untados con ceniza gris y blanca, y ambos estaban muy serios. Al gesto de Brittain, se acercaron presurosos, sin apartar un instante los ojos del semielfo.

—Discúlpalos por mirarte con tanta fijeza. Hemos oído hablar de las gentes de orejas puntiagudas que viven al norte, pero nunca los habíamos visto por aquí. Terve, Haudo —dijo con voz afable—, éste es Tanis Semielfo. Ha venido para ayudarnos a luchar contra el perverso.

El muchacho asintió con la cabeza; la niña no dijo nada. Brittain les dio instrucciones para que ayudaran en la preparación de la comida.

—Como verás, están de luto —explicó, tan pronto como los dos chiquillos estuvieron fuera del alcance del oído—. Fueron ellos quienes nos pusieron sobre aviso de la rapacidad del perverso. Mataron a sus padres y también a los demás habitantes de su poblado.

Tanis se volvió a mirar a los dos niños, pero ya habían desaparecido en el interior de una choza.

—¿Qué sabes del número e índole de las fuerzas de Valdane? —preguntó. Al advertir la expresión interrogante de Brittain, explicó que Valdane era el nombre por el que se conocía al «perverso».

El cabecilla se apartó a un lado para dejar pasar a dos mujeres que transportaban con esfuerzo el cuerpo de una foca.

—Es para la cena —aclaró. Después volvió a la pregunta planteada por Tanis—. Tenemos informes proporcionados por miembros del Pueblo que escaparon cuando sus poblados fueron atacados, o que se fugaron de campamentos enemigos y consiguieron llegar hasta nosotros. Al parecer, los guardias thanois se distraen con facilidad. —Expuso a grandes rasgos los últimos informes acerca del grueso y composición de las tropas de Valdane, y el punto donde habían instalado su campamento principal—. Desde luego, habían corrido rumores de que alguien con un gran poder había llegado al glaciar, pero la destrucción del poblado de Haudo y Terve fue la primera prueba de que las intenciones de ese hombre eran malignas. Desde entonces, las noticias de nuevas atrocidades nos han llegado casi a diario. —Brittain miró a otro lado y pareció esforzarse por contener una gran emoción. Cuando volvió la cabeza, su semblante, aunque pálido, estaba sereno—. Discúlpame. La madre de Terve y Haudo era mi hermana. —Brittain se obligó a hablar con un tono desapasionado.

»
Nos hemos enterado que el perverso habita bajo el hielo y que el acceso a su morada es casi imposible de descubrir. Pero nuestros espías lo han localizado y pueden situarlo en un mapa. Mejor aún, pueden conducirnos allí. ¡Mira! ¡Uno de ellos está practicando el vuelo en un búho, con tu amigo!

Mientras hablaba, cuatro búhos pasaron planeando sobre sus cabezas, eludiendo por muy poco los techos de las viviendas. Cuatro hombres abrigados con parkas se aferraban a los cuellos de las aves, al tiempo que gritaban en una extraña lengua. Caven, montado en
Mancha,
voceaba órdenes desde atrás. El espectáculo hizo que una leve sonrisa asomara al rostro del cabecilla de los Bárbaros de Hielo.

—Hablan en el lenguaje de nuestros antepasados pidiendo la protección del oso polar —explicó. De nuevo, los dos hombres adoptaron un gesto serio—. Nos han llegado rumores espantosos sobre el perverso, y su maldad aumenta con el paso de los días —continuó Brittain mientras tomaba asiento en un banco adosado a una vivienda. Señaló el espacio libre a Tanis, que se acomodó a su lado.

—¿Qué rumores? —inquirió el semielfo.

—Acerca de un hielo mortífero que inmoviliza a sus víctimas hasta que mueren… o se las libera mediante la magia. Nuestro clérigo tiene un ungüento con el que cree que se puede contrarrestar el efecto adherente del hielo, aunque admite que no ha tenido ocasión de comprobarlo.

Tanis guardó en mente la información e instó al cabecilla a que prosiguiera.

—Sabemos que el perverso…, que ese tal Valdane cuenta con un hechicero poderoso que supervisa las tropas en ocasiones. Su apariencia es la de un frágil anciano, pero nuestro clérigo afirma que su energía está debilitada por las excesivas exigencias del tal Valdane. Ello nos da cierta esperanza. Sin embargo, los últimos rumores son los más inquietantes.

—¿A qué se refieren?

—A que Valdane ha encontrado un nuevo comandante con grandes conocimientos tácticos que, en los últimos días, ha dirigido sus tropas en un ataque aniquilador a otro poblado.

—¿Qué sabéis de este nuevo comandante? —preguntó Tanis.

—Sólo que es una mujer.

Tanis notó que se ponía pálido, pero no dijo nada. Caven y sus alumnos regresaban de los vuelos de prácticas gritando con entusiasmo. Brittain los condujo a todos a la gran construcción central para cenar y celebrar una sesión para planear la estrategia.

19

El ataque

Tanis estaba arrodillado, esperando a que el clérigo de los Bárbaros de Hielo iniciara el funeral de Xanthar. Detrás del semielfo se alineaban varios cientos de búhos.

En esta época del año, el glaciar experimentaba su propia versión de la primavera, si bien apenas había señales de ello. Las severas temperaturas invernales apenas se habían moderado. Las horas diurnas se alargaban en el paisaje azotado por los vientos, y la oscuridad de la noche había dado paso a una penumbra. A pesar de que el ajetreo de los Bárbaros de Hielo despertó a Tanis y Caven cuando todavía era medianoche, había suficiente claridad para ver sin necesidad de utilizar las lámparas de aceite de morsa.

Sin prestar oídos a los rezongos de Mackid, el semielfo se había puesto sus desgastadas ropas de gamuza, así como la larga parka hecha con pieles negras de foca. El semielfo había descosido la parte inferior de las costuras de la prenda de abrigo, al igual que habían hecho Caven y los guerreros de los Bárbaros de Hielo, a fin de poder montar con comodidad en la espalda de los búhos gigantes. Los habitantes del poblado habían pasado horas fabricando arneses con cuero de focas, iguales al que Tanis guardaba ahora en su petate, pero los suyos tenían cierta modificación: una trabilla en la que transportar los Quebrantadores de Hielo de los guerreros. Tanis guardó en un bolsillo la tira de cuero para evitar la ceguera de la nieve, se calzó las botas forradas que Brittain le había prestado, y se encaminó a la salida del habitáculo; tuvo que doblarse por la cintura para poder pasar por el reducido acceso. Los Bárbaros de Hielo hacían las puertas de sus casas muy pequeñas con el propósito de conservar el calor. Caven siguió de cerca al semielfo.

En el exterior los recibió la agradable vista de una hoguera de turba. Los Bárbaros de Hielo habían erigido un túmulo bajo, hecho con bloques de hielo, y habían colocado encima el cuerpo de Xanthar, amortajado en una lona. En la base había apilada turba, un producto muy valioso entre los habitantes del glaciar.

Había sido necesario salvar ciertas dificultades para persuadir a los búhos gigantes, mediante gesticulaciones y ademanes, de que permitieran a los Bárbaros de Hielo incinerar el cuerpo de Xanthar. Aparte de los lamentos y lágrimas que siguieron a la muerte de Xanthar el día anterior, los búhos gigantes no practicaron ningún ritual después del fallecimiento de su compañero. El concepto de «funeral» parecía desconcertar a
Ala Dorada
y
Mancha.
Tanis había intentado explicarles que entregar un cuerpo al fuego y al humo se consideraba un gran honor entre los Bárbaros de Hielo, y que esta ceremonia, según sus creencias, liberaría la esencia de Xanthar para que continuara volando por el cielo en la muerte al igual que lo había hecho en vida.

Por fin, aunque no convencidos, los búhos se mostraron resignados. Tanis sospechaba que las gigantescas aves creían que los humanos tenían la descabellada idea de que el pobre Xanthar estaba simplemente congelado y que, en consecuencia, se levantaría del túmulo al calentarlo con el fuego. Su aquiescencia estuvo dictada más bien por el desconcierto que por la tristeza.

Ahora, los búhos gigantes, sin duda inducidos tanto por la curiosidad hacia las costumbres de los Bárbaros de Hielo como por el respeto por Xanthar, estaban en filas, detrás de los habitantes del poblado. El silencio cayó sobre los reunidos. Los guerreros, ataviados con parkas de piel de foca, se encontraban delante, arrodillados; otros estaban tras ellos, y los búhos a continuación, dominando a todos con sus enormes tallas. Tanis estaba situado entre Caven y Brittain. Le llegaba el fuerte olor de un ungüento especial con que el clérigo había insistido que se untaran Mackid y él a fin de protegerse del hielo adherente en los laberintos subterráneos de Valdane.

El clérigo se puso de pie y se dirigió a la muchedumbre. Tanis comprendió que, si bien los habitantes del poblado hablaban en Común, lo hacían por cortesía a los forasteros, pero no era su lengua nativa. En consecuencia, apenas comprendió el discurso del clérigo, pronunciado en su idioma, y muy pronto se sumió en sus propias reflexiones, primero evocando a Xanthar, y después preguntándose si realmente Kitiara se había aliado con Valdane.

Miró de soslayo a Caven, su rival durante las últimas semanas. El semblante del kernita era severo, y Tanis vio en sus ojos agotamiento y tristeza. Atraído por la mirada del semielfo, Caven se volvió hacia él e hizo una inclinación de cabeza con actitud grave. Un momento después, Tanis le devolvió el gesto, y entonces, sintiendo que se zanjaba cualquier posible antagonismo entre el kernita y él, volvió la vista hacia el clérigo, quien acercaba una antorcha al féretro.

Se alzó un suspiro en la muchedumbre cuando la llama prendió en la turba. Las mujeres y los niños empezaron a cantar en un tono agudo, acompañados por una flauta hecha con hueso de morsa. A continuación se unieron los guerreros, y sus voces de barítono y bajo añadieron un tono grave al canto funerario. Los búhos se pusieron firmes, alzaron las cabezas, y emitieron una versión más suave de su lamento del día anterior. Entretanto, las llamas crepitaban con más fuerza y, por fin, la lona que amortajaba el cuerpo de Xanthar empezó a arder al mismo tiempo que los bloques de hielo del féretro se derretían. Casi de manera mágica, el cadáver del búho se hundió en las rugientes llamas.

Entonces los Bárbaros de Hielo se pusieron de pie como un solo hombre y se alejaron silenciosos del centro del poblado, en fila india. Los búhos se apartaron para dejarles paso y después fueron tras ellos.

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